The Hell in The Heaven

By wltsos

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Como jóvenes hicimos tantas cosas que muchos consideraron estúpidas, falsas y nada duraderas, una de ellas fu... More

The Hell in The Heaven
Prólogo
I
II
i
IV
ii
V
VI
iii
iv
VII
VIII
v
vi
IX
X
XI
XII

III

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By wltsos

Los días para ambos eran distintos, aún así ambos siempre se tenían en mente.

Frey pasaba las horas que no usaba pintando o explorando el lugar pensando en qué hacer. Jamás había leído alguna historia sobre alguna situación similar.

No iba a acercarse a las almas a preguntar si alguna de ellas había vuelto del infierno con ayuda de su pareja. Tenía claro que sería muy impertinente, y casi imposible que alguien le dijera: oh, sí, fue realmente fácil.

Pero si no había pasado antes, él sería el primero.

—No sé cómo puedes estar con esa cara larga aquí —la voz de una pequeña niña se hizo presente a su lado—, este es el cielo del que mami me habló, ¿no es bonito? Te veo siempre, alejado de todo el mundo, haciendo otras cosas. Soy Carmine.

—Frey —se presentó—, es bonito, no lo puedo negar. Cada estación para que disfrutemos de nuestra favorita, el sonido de instrumentos musicales y voces deleitantes. Pero hay algo que no me deja disfrutar del todo.

—Lo sé —ella le contestó—, tu ángel guardián sigue por aquí.

— ¿Eh? ¿No es eso normal? —la niña negó, ahora que lo pensaba no había visto muchos ángeles guardianes por allí.

—Ellos se quedan con nosotros hasta que dejan de atormentarnos nuestros pesares, hasta que cumplen su misión de aligerarnos el dolor y guardarnos. El mío fue asignado a otra alma unos días después de mi llegada aquí.

— ¿Estaremos aquí para siempre? ¿Para toda la eternidad? —Frey inquirió ganándose una risita infantil de la niña.

—No, ningún alma se queda aquí para siempre, sólo hasta que estamos listos para reencarnar y volver a tener un cuerpo humano. El tiempo depende de cuánto queramos reencarnar, de lo que dejamos ir, y claramente de nuestra preparación para olvidarnos de todo lo que hemos vivido.

—Wow —susurró el pelinegro con sorpresa.

Esa era información que le llenaba ligeramente.

— ¿Sabes algo de las almas condenadas, Carmine? ¿Les pasa igual?

Ella negó y se disculpó, luego se fue a jugar con otros niños de edad parecida a la suya.

—Así que quieres saber sobre las condenadas —Destiny se apareció sobresaltándole.

—Sí, ¿no crees que es cansino que esté preguntando una y otra vez por eso? Es que no quiero dejar de pensar en él, y no lo sé, si hay alguna manera de sacarlo, o aligerarlo, o... Sé que son las leyes de los Dioses y la vida, pero nada es imposible, ¿verdad?

— No lo es, está bien, estoy aquí para guardarte y acompañarte, Frey. Las almas humanas creen que el mayor poder es el de los Dioses, sin embargo son ustedes, almas libres, capaces de mover el mundo. Puedo hablarte de las condenadas si es lo que quieres.

—Quiero saber qué pasa en el infierno, pero de nada me sirve si no sé cómo sacarlo de allí, Destiny. ¿Los ángeles guardianes se quedan con las almas hasta en el infierno?

—Nuestro deber es ampararlos en vida, nada más, pero a veces nos encariñamos tanto con ustedes que, después de su muerte, nos sentimos obligados a ver cómo toman las cosas. Ese es el caso de Life, ella se preocupa mucho por su protegido, se mantendrá junto a él un tiempo, hasta que ella y él estén listos para dejarse ir y a ella se le asigne otra alma.


— ¿Hasta cuándo vas a quedarte conmigo, Destiny? —la inquisitiva de Frey la hizo sonreír.


—Hasta que cumplas tu cometido, sino no estarás tranquilo.


Él la miró sorprendido, algo esperanzado, algo dudoso.


— ¿Qué? No hagas que me arrepienta, niño.



En otro lugar cubierto de almas culpadas, Nathan caminaba en círculos siendo seguido con la mirada por montones de hombres a los que les brillaban los ojos.

Ellos eran los que en su asquerosa vida habían atentado contra el consentimiento de mujeres, hombres y niños. Eran violadores, y los que el Gran Castigador, el Dios Gluwet, más odiaba, junto con los asesinos a sangre fría.

Su primer castigo era ser pinchados con agujas calientes en cada parte de su cuerpo una y otra vez cada que veían a alguien que les parecía atractivo, seguido de eso tiraban aceite caliente en su intimidad. El Gran Castigador disfrutaba de esos gritos cargados de dolor, pedía a los demonios que lo hicieran con aceite cada vez más hirviente. A sus ojos, debían sufrir más de lo que sus víctimas lo hicieron por el tiempo que estaban condenados.

El castigo de Nathan era un complemento al de los desgraciados, él debía pasearse en círculos en medio de ellos junto a otras jóvenes almas condenadas por sus acciones.

—Con más ánimo, mi privilegiado —le gritó uno de los demonios, se llamaba Eukrattos.

Su castigo era el miedo, el temor, la desesperación y la incomodidad de esas miradas lascivas.

Seguían mirándolo, y le traían malos recuerdos las miradas, de aquellos toques que él nunca quiso, de esos besos que no disfrutó, de las marcas que dejaron en su piel sin su permiso, de aquel sentimiento de terror, de asco, de inutilidad.

—Eukrattos, basta —el ángel guardián del rubio se hizo presente—. Estas almas no se castigan así.

—Life, amiga mía, tu lugar es allá arriba, déjame a mí castigar según mi criterio a quienes ultrajaron el consentimiento —le reprochó.

Aquel mito sobre que los ángeles y demonios se odiaban sobre todas las cosas era más que falso. Cada quien tenía su lugar en el mundo, mientras que los primeros estaban encantados con guardar, cuidar y proteger a sus asignados, los segundos disfrutaban haciendo pagar con la misma moneda a aquellos que habían causado dolor.

—Te entiendo, amigo, pero una de tus almas señuelos fue víctima de aquello que ahora castigas, hazme el favor de amigo a amiga de cambiar su castigo, porque sé que está en contra de sus principios como verdugos hacerle revivir esto a una víctima —pidió la pelirroja, el demonio de piel tostada, músculos formados y rizos negros le cumplió la petición.

—Está bien, Life. Llévatelo un rato, su castigo terminó por ahora —le sonrió, y fue cuestión de tiempo para que el ángel sacara a su protegido de allí— ¿Ustedes qué nos miran, escorias de la vida? ¡Pónganles más calor para que sigan de malditos!

Nathan dejó salir un suspiro de alivio al estar lejos de las miradas que le habían destruido la vida, su ángel puso su mano en los rubios cabellos.

— ¿Estás bien?

—Es que, sus miradas, sus exclamaciones, yo no quiero volver a vivir eso. No le deseo esto a nadie, el revivir la impotencia de ser usado a la merced de otro sin que te tomen en cuenta, el dolor físico y emocional, el asco que sentí de mí, Life. Ser transportado a esas camas, esos hombres, sólo... —se calló, no quería volver a llorar por eso aún cuando se le hacía imposible no querer dejar salir la impotencia en lágrimas amargas.

—Yo te entiendo —el ángel lo atrajo hacia sí y lo rodeó con sus alas, aligerando un poco el dolor—, sé lo que es pasar por eso, y sé cómo te sentiste en esos momentos, Nathan.

— ¿Estuviste ahí cuando...?

—Cada vez, pero aunque intenté moverlos y apartarlos de ti no pude, era inexperta en ese entonces y me bloqueé, porque también me golpearon mis recuerdos. Pero créeme que todos quienes te hicieron eso sufrirán en vida de la manera más larga y duradera, y cuando vengan aquí yo misma me encargaré de que Eukrattos les ponga la mayor cantidad de agujas, de calor, de peso. Porque nadie se mete con un inocente sin recibir las consecuencias de sus acciones.

Nathan asintió viéndola, de verdad le agradecía que hubiese pedido otro castigo, porque ese le estaba matando el alma.

—Creí que merecemos sufrir como condenados, ¿por qué decidió aceptar tu petición?

—Tienen un código, las almas son castigadas con lo que hicieron en vida, violadores siento maltratados cada vez que miran con lascivia a alguien, asesinos torturados haciendo una simulación de matar su alma una y otra vez, ladrones siendo tentados y castigados, usualmente otros condenados son partícipes de alguna u otra forma. Pero aquellos que están aquí y sufrieron algo que los marcó nunca son acercados a las personas que cometieron actos parecidos o iguales, ¿entiendes? —Asintió— Códigos de los demonios, el Gran Castigador y los Dioses.

— ¿Cuál es mi tiempo de castigo, Life? —inquirió el rubio.

—No puedo decírtelo, lo siento, pero no es mucho, tus malas acciones superaron por poco las buenas. Confío en que no será por mucho tiempo, y yo abogaré por ti con quien sea. Prometo que podrás reencarnar cuando menos acuerde. Si es que no vas al cielo antes.

—Me dijiste que las almas condenadas no vamos al cielo, cumplimos condena y reencarnamos —refutó.

—Algo me dice que tú romperás esa regla, tengo fe en ello.

Sin más, la mujer desapareció dejando a Nathan con una duda en su cabeza y un calor familiar en su pecho.

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He fijado los días de actualización los Lunes, Miércoles y Viernes <<33 (sí, acá ya es martes pero no interesa).

Espero estén disfrutando la novela <3

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