Vidas cruzadas: El ciclo. #1...

By AbbyCon2B

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Olivia Eades es psicóloga y periodista con una vida hecha en el 1970, con su madre y hermano, sin deseos de c... More

NOTA DE LA AUTORA Y MÁS.
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AGRADECIMIENTOS
Cuarto libro de Vidas Cruzadas: El ciclo (Disponible)

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By AbbyCon2B

La mujer era delgada y alta, aproximadamente unos centímetros menos que Jonathan y, aun así, tenía una postura que demostraba cierta seguridad y carácter. Su cabello castaño estaba recogido en la parte baja de su nuca, pero algunos mechones más cortos y enrulados caían hacia su frente, enmarcando su rostro. A diferencia de James, la mujer no tenía una cicatriz o una marca, corrompiendo su perfecta piel. De hecho, en su vida Jonathan recordaba haber visto a una mujer con piel tan perfecta. Sus ojos eran cafés y hacían juego con el vestido que llevaba, el cual se ajustaba en su cintura por sobre el corsé y terminaba unos generosos centímetros antes de llegar al suelo y arruinarse con la tierra y humedad que impregnaba el pavimento.

—¿Cómo ha dicho que se llama?

—Jonathan Morgan, señora —respondió, esta vez optando por quitarse el sombrero y sostenerlo contra su pecho—. Supongo por su reacción que ya nos hemos conocido...

Intercaló su mirada confundida entre la mujer, que parecía impactada y James, quien se encontraba casi igual de desorientado que él.

—No...No, no nos hemos conocido —soltó finalmente, regresando en sí con rápidos parpadeos—. Tan solo pensé que el nombre me era familia, es todo.

—Mmm, comprendo. ¿Podría usted decirme el suyo?

Ella asintió, todavía mostrando un aspecto asombrado o incluso asustado y se limpió las manos en su vestido antes de extenderle una, que Jonathan miró con más confusión.

—Olivia Eades, señor.

Normalmente no habría estrechado la mano de una mujer como lo hacía con un hombre, pero haberla rechazo habría sido incluso aún más descortés, así que volvió a colocarse el sombrero, se limpió la mano en el pantalón y la estrechó con la suya. Se sentía frágil contra su palma callosa y firme.

—Señor Morgan, la joven Eades se hospeda conmigo y mi familia desde hace ya algunas semanas —explicó James, obligándolos a romper el apretón de manos cuando ambos llevaron su atención hacia él—. Y ha sido muy amable de ofrecerse a venir conmigo esta mañana.

—Muy amable de su parte, señora Eades.

Ella asintió, muda y mirándolo tan intensamente que comenzaba a preocuparle. Temía que aquella mujer lo conociera de algún robo que había llevado a cabo en el pasado y de ser así, entonces temía que fuera con la policía. Sin duda su expresión de asombro lo hacía desconfiar.

—Volviendo a lo que me decía antes, señor Morgan, sobre buscar un trabajo. Me vendría bien la ayuda de un muchacho fuerte en la granja, si le interesa.

—¿Una granja?

—Así es, propiedad de los Taylor —. El hombre se subió al carruaje y tomó las riendas, esperando por la muchacha para acompañarlo—. No hay forma de perderse, esta a unas horas a caballo siguiendo el camino hacia el norte.

Jonathan rodeó el carruaje y se detuvo junto a Olivia para ofrecerle su mano y ayudarla a tomar asiento junto a James. Ella le agradeció, aun con esa mirada de desconcierto puesta en él y él se esforzó por no darle importancia y mantuvo su charla con James.

—No busco un trabajo permanente, señor...Mi familia y yo tenemos planes de marcharnos pronto.

—Bueno, eso es mejor aún. Realmente solo necesito ayuda reparando el cerco y adiestrando a unos caballos que me han llegado hace unos días. ¿Cree poder manejarlo, señor Morgan?

—Estoy seguro que sí.

—Entonces nos estaremos viendo muy pronto.

El carruaje se puso en marcha cuando James agitó las riendas y mientras comenzaban a alejarse lentamente, Olivia no pudo evitar mirar por su hombro y encontrar los ojos de Jonathan, fijos en los de ella. Era mucho más intimidante de lo que había imaginado y más grande de lo que se podía apreciar en las fotos. Debía medir un metro noventa seguro, quizás un poco más siendo que ella media uno ochenta y dos y Jonathan era sin duda alguna mucho más alto. Al menos por media cabeza. Se parecía demasiado a su abuela ahora que obtenía la oportunidad de verlo en su juventud y en carne propia, pero seguía sin poder superar el asombro. Sus ojos grises encontrándose con los suyos, incluso su mano áspera y firme contra su piel o su voz rasposa y su acento sureño, que dejaba escapar las palabras lentamente con ese canto al final.

—¿Puedo saber que ha sido todo eso con el señor Morgan? Asumo que no lo conoces por lo que me has contado.

—No personalmente —confesó y se regresó en el asiento, mirando hacia el camino y los caballos que los llevaban—. Pero sí sé quién es. Leí sobre él.

—En el futuro asumo.

Asintió, conteniendo el fuerte impulso de volver a mirar sobre su hombro para saber si él seguía allí, viéndolos alejarse.

—¿Y cuál es el problema con eso?

—Es complicado y prefiero no hablarlo ahora.

No sabía cómo explicarle a James que Jonathan Morgan era su bisabuelo sin matarlo de un infarto. Estaba segura de que haberle comentado esa mañana de camino a la ciudad que era una viajera de futuro, ya lo había estresado lo suficiente como para sumar más detalles a la lista. Afortunadamente James fue inteligente y no insistió.

—Espero no sea inconveniente que le haya ofrecido trabajo en nuestra granja.

—No lo es...Bah, creo que no lo será.

Retorció la falda de su vestido en sus manos y suspiró.

Aún tenía problemas adaptándose a la época, la gente, los acentos y peligros como para poder enfrentarse a Jonathan Morgan sin acabar con su mandíbula hasta el piso. Se sentía un poco como cuando había asistido a aquel concierto de Bee Gees y no había podido apartar sus ojos de Maurice Gibb debido al fanatismo que sentía. Poder ver a su bisabuelo, poder hablar con él y conocerlo en persona, más allá de las páginas de su diario, era un privilegio que estaba segura nadie más tenía. Y aun no estaba segura de porque o cómo ella había viajado en el tiempo, pero ya poco le importaba cuando se encontraba ante la experiencia de una vida. Sí algún día volvía; escribiría un libro al respecto y haría una película. 

Llegaron a la granja para el anochecer con todos los alimentos que James había comprado en la ciudad y los productos que su esposa e hija habían encardado tan insistentemente.

Olivia bajó del carro y agarró uno de los canastos para llevarlo hacia la casa.

—¿Cómo ha estado el viajo?

—De maravilla, señora Taylor —contestó y siguió a la mujer a la casa—. He conseguido un buen libro como quería y el dueño de la tienda me lo ha regalado. El señor Taylor dice que estaba coqueteando conmigo. 

—Me alegra mucho por ti, cariño. Temía que nunca te recuperaras de aquel horrible estado en el que estabas cuando te encontramos.

Le sonrió, agradeciendo su amabilidad y simpatía y dejó la canasta sobre la mesa para regresarse al carro por otra. El marido de la hija del señor Taylor, Charlie Lee, ayudó a entrar las cosas mientras Madison y su madre Riley ponían la mesa para la cena.

Olivia se dividió, ayudó a cargar la mitad de las cosas a la casa y luego dejó a los hombres para que terminaran y ayudó a las mujeres a servir la cena. Habían preparado un estofado, como las últimas dos semanas desde que había llegado a esa época. Dudaba que los Taylor pudieran permitirse muchos otros alimentos y en tiempos como esos, honestamente, agradecían al menos tener algo de comida en la mesa.

Se sentó en la mesa, le agradeció a Riley cuando le sirvió un plato de estofado y juntó sus manos con los demás para rezar antes de comer. No era creyente, incluso después de lo que le había sucedido, pero respetaba que los Taylor lo fueran y se unía a sus rituales antes de la comida, después de todo, les debía a ellos su vida y estaba demasiado agradecida con ellos por mantenerla incluso después de que se hubiera recuperado.

—He encontrado a un hombre para que nos ayude con los caballos y el cerco.

—Yo puedo hacer eso, James.

—Con tu herida, no, no puedes —contradijo hacia Charlie—. Y yo ya estoy muy viejo para hacerlo solo, así que le he ofrecido un trabajo temporal. Con suerte vendrá a vernos mañana o en los próximos días.

—¿Y cómo se llama este hombre, cariño?

—Jonathan Morgan, me ha dicho.

—¿Podemos confiar en él, padre?

—Eso espero...Le daremos hospedaje en el granero mientras trabaje y cuando haya terminado le daremos su paga y dejaremos que se marche.

—Espero que no traiga problemas como el último hombre al que contrataste —murmuró Madison y James chasqueó la lengua y se concentró en comer.

—Podríamos ahorrarnos mucho trabajo si compráramos un esclavo o dos.

—No, ya no pienso comprar esclavos después de aquel maldito ladrón, Charlie.

Olivia no intervino demasiado en sus charlas y se reservó sus opiniones. Estaba en contra de la esclavización, aunque ninguno de ellos lo sabía y prefería mantener la granja libre de empleados forzosos contratando a Jonathan Morgan, además de esa forma, obtenía una segunda oportunidad de intentar conocerlo y controlar su emoción.

Se preguntaba cómo se sentiría su hermano de estar allí con ella, si compartiría la misma emoción y alegría o estaría horrorizado y ansiando volver a casa. No había vuelto a saber de Jacob desde aquella última noche en mil novecientos setenta y le entraban dudas respecto a como él y su amiga Elisa estarían. ¿La darían por perdida? ¿Acabaría en una de esas noticias de desaparecidos que ponían en los periódicos? Claramente no la encontrarían y no esperaba que Jacob adivinara lo que le había sucedido ni aunque pasaran mil años, cuando incluso ella tenía dificultades aceptando que había viajado en el tiempo.

Ayudó a Madison y Riley a limpiar la mesa después de la cena y se sintió agradecida cuando llegó el momento de irse a dormir. Los días podían ser agotadores en el mil ochocientos sesenta, demasiado trabajo para hacer desde que el sol se asomaba hasta que este se ocultaba y el viaje a la ciudad que había durado casi toda la mañana la había cansado.

Se quitó el vestido, el corsé y todas las faldas que acompañaban quedándose únicamente con su camisón de algodón. La primera noche le había parecido extraño, recordó mientras se acostaba en su cama y se cubría con las mantas. No tener nada debajo de su ropa más que su piel desnuda, era incómodo para dormir o lo había sido las primeras veces, ahora que se acostumbraba y encontraba el gusto en ello, dudaba alguna vez ser capaz de volver a dormir con pantalones, tangas y sujetadores. Y el corsé...Bueno, el corsé no estaba nada mal, aligeraba la carga laboral durante el día y desde que había comenzado a usarlo, su postura había mejorado notablemente, lo cual era un milagro para una mujer alta como ella.

Se durmió poco después de apagar la vela y tan solo despertó un par de veces, cuando los ruidos del viento golpeando contra las ventanas cerradas de madera, la asustaban.

24 de abril, 1860.
Texas, Estados Unidos.

Al día siguiente, Olivia esperó ver a Jonathan Morgan cabalgar desde la distancia hacia la granja durante todo el día y comenzó a perder sus esperanzas cerca de la puesta del sol. Quizás él no iba a venir; el trabajo podía no haberle interesado, aunque dudaba que la gente de esa época pudiera permitirse ser quisquillosa respecto a sus profesiones o quizás había encontrado algo mejor. De todas formas, creía estar segura de que él no vendría.

Estaban cerca de la hora de la cena, Olivia había pasado el día ayudando a Madison con sus dos hijos, acompañando a Riley en la limpieza de la casa y yendo de un lado para otro a través de todo el campo para poder alimentar a los cerdos y gallinas y limpiarles un poco el entorno. Estaba tan asqueada de sí misma en esos momentos, que no podía ansiar más por un baño, aunque sabía que no estaría obteniendo uno pronto. Se le había acumulado tierra debajo de las uñas y le ardían las mejillas de pasar el día bajo el sol. Probablemente hasta le dolería la cabeza por lo mismo.

Se encontraba junto a la bomba de agua, empujando la enorme palanca para llenar la cubeta, cuando escuchó el inconfundible sonido de un caballo dando pasos sobre la tierra y al alzar la vista, supo que aquella indistinguible figura que cruzaba el portón de la granja montando, debía ser Jonathan Morgan.

Contuvo su emoción y su sonrisa, obligándose a sí misma a permanecer tan neutral e indiferente como fuera posible. Técnicamente en esa época, Jonathan aún no era su bisabuelo, dado que ella no había nacido y tampoco su abuela, así que lo mejor era no darle tanta importancia o acabaría ahuyentando al hombre y atrayendo los prejuicios de la gente.

—Señor Morgan —saludó James, encontrándose con él en el camino hacia la casa—. Que gusto ver que ha decidido acompañarnos.

—Lamento llegar tan tarde, él viaje se me ha extendido más de lo esperado —. Bajó del caballo con agilidad, acostumbrado a hacerlo todos los días y se quitó el sombrero para saludar a las mujeres Taylor que se asomaron ante su llegada—. Señoras...

Ambas lo saludaron de regreso sin demasiado alboroto y un minuto de silencio quedo instalado entre ellos, mientras Jonathan los estudiaba a todos, menos a Olivia quien se encontraba a la distancia junto a la bomba de agua.

—¿Ha estado bien su viaje? —preguntó Riley.

—Sí, señora, mi caballo se ha cansado y he tenido que detenerme por unas horas junto al río, pero ha estado bien.

—Bueno, seguro puede dejar su caballo en el recinto donde podemos alimentarlo y cuidarlo mientras no lo necesite.

Asintió, tomando las riendas del animal y miró hacia donde ella le había señalado. Un espacio generoso, limitado por cercas, donde un grupo de al menos seis caballos se encontraba encerrado.

Les agradeció, volvió a ponerse el sombrero y chasqueó la lengua para que el animal lo siguiera.

Olivia vio a Jonathan dejar su caballo con los otros y acomodarse el sombrero en la cabeza. Traía una camisa azulada con un pantalón de cuero y tirantes que se extendía sobre su torso hacia su espalda, sus botas algo embarradas tenían las espuelas para cabalgar y aparte del sombrero, todo lo que llevaba era un guardapolvo que le cubría hasta las rodillas. Lo vio descolgar un bolso del lomo del animal y regresarse hacia el señor Taylor y su familia.

—Puedes descansar del viaje por esta noche y comenzaremos el trabajo en la mañana —informó James y Jonathan asintió, lanzando una mirada hacia el establo, donde imaginaba dormiría—. Ven, te enseñaré donde puedes dormir.

Olivia llevó el agua hacia los cerdos y la volcó en el contenedor de madera, viendo con cierto aprecio como los animales se acercaban a beber. Definitivamente no estaba hecha para la vida de granja, le tenía demasiado cariño a esos animales a los cuales cuidaba y alimentaba todos los días, como para verlos ser sacrificados y luego tener que comerlos. Entendía que debían hacerlo o morirían de hambre, comprendía que era la ley de la naturaleza, pero aun así le parecía algo demasiado cruel y para empeorarlo; les había puesto nombre.

Mientras los cerdos bebían y comían, entró en su recinto conformado por lodo, más lodo y excremento y agarró la pala para levantar todo ese excremento y lanzarlo en la caretilla. Lo llevaría hacia la composta que tenían en el fondo de la granja y la cual luego el señor James usaría para cubrir los cultivos.

—¿Necesita ayuda, señora?

Se detuvo con la pesada pala en sus manos y exhaló agitada.

—Debo admitir que sí, señor Morgan...Ya estoy demasiado cansada.

Él dejó su sombrero apoyado sobre el cerco y entró en el recinto para tomar la pala de su mano y continuar la tarea por ella. Comenzó a levantar todo el excremento en lo que a ella le habría tomado limpiar la cuarta parte.

—Gracias...Honestamente pensé que se me caerían los brazos si usted no se hubiera ofrecido a ayudarme.

Él se rio y la siguió hacia el fondo de la granja, empujando la carretilla y la pala.

—No es de por aquí ¿verdad? —. Negó en respuesta, dejando algo de distancia entre ellos mientras lo veía vacía la carretilla sobre la composta—. Tengo un amigo que tiene un acento muy similar al suyo, me dijo que ha venido desde el otro lado de las aguas. ¿Usted también, señora?

—Así es, soy de Inglaterra. ¿Alguna vez ha viajado a Inglaterra, señor Morgan?

—No en esta vida, no.

Jonathan la miró cuando comenzaron a regresar hacia la granja y notó que ella seguía teniendo esa expresión en su rostro cuando estaba en su presencia. Alimentaba la idea de que tal vez ya se conocían y eso lo ponía nervioso. Lo último que necesitaba era que la mujer corriera a la policía y lanzara a Manson y sus hombres directamente sobre su grupo.

—¿Está segura de que no nos hemos conocido antes, señora?

—Muy segura, creo que recordaría si lo hubiera conocido.

—Sí, sin duda yo la recordaría a usted...Pero uno nunca puede estar seguro —. Se detuvieron frente a la casa y ella le sonrió y se preparó para marcharse—. Descanse, señora Eades.

—Usted también.

Cenaron y luego James le llevó un plato a Jonathan en el establo y Olivia ayudó a Madison a acostar a sus niños. Tenía dos pequeños, Eli, de seis años y Adrian de tres. Los dos varones se parecían mucho a sus padres y ahora Madison parecía estar en la espera de un tercero, aunque aún le quedaban varios meses para dar a luz.

Jonathan le agradeció a James por la comida y se sentó junto a la luz de una lampara de alcohol a comer.

—Puedes comenzar en la mañana con los caballos, necesitan algo de disciplina antes de que podamos venderlos y yo ya estoy muy viejo para hacerme cargo.

—De acuerdo, señor.

Terminó de comer rato después y como ya todas las luces en la casa se habían apagado, dejó el plato al borde del porche con la cuchara y se regresó al establo para dormir sobre un montón de paja. Era más cómodo que dormir en el suelo rodeado de tierra, pero también era más ruidoso, con todos los caballos haciéndole compañía.

Despertó mucho antes que el resto de la familia Taylor y se enfocó en un caballo a la vez, separándolos por recintos. Dejó a todos en el espacio más pequeño y se llevó uno hacia el área más grande. Podía tomarle días conseguir que esas hermosas bestias se sometieran y aunque la mayoría usaba la fuerza para obtener resultados más rápido, Jonathan prefería hacerlo con cuerdas y obligarlos lentamente a echarse en el suelo y confiar en él. Eso no impidió que lo lanzaran volando por los aires varias veces cuando intentó montarlos, y cada golpe contra el suelo le sacó un quejido.

Se enderezó después de al menos la tercera caída y acomodó su sombrero, mirando hacia la casa, donde Madison recogía el plato que él había dejado y Olivia salía para comenzar sus tareas del día. Se quedo mirando a aquella mujer más de lo que habría sido necesario, hasta que ella lo miró de regreso y lo saludó con una mano.

Jonathan pasó su día entre los caballos, enfocándose uno a la vez, consiguiendo acercarse, calmarlos, lanzarles la soga cuando comenzaba a trotar en círculos para engancharla entorno a sus cuellos y poder detenerlos. En el día, solo uno pudo someter con la soga en una pata, tirando gentilmente para que se echara y lo acarició por todo su lomo y cabeza, dejando que yaciera a su lado en seguridad y confianza. Era un bello Caballo de Paso de Tennessee, una verdadera majestuosidad, rápido, ágil y confiable. Mucho más confiable que su Shire, los cuales a veces podían largarse galopando si no se adiestraban correctamente.

Jonathan había dejado a la señora Walsh al cuidado de Derby, aunque en cierta forma, la señora Walsh debía cuidar de Derby y mantener al irlandés lejos de los bares y sobrio por un tiempo. Afortunadamente Derby tenía un trabajo en la ciudad y montaba guardia y él estaba perfectamente ubicado en la granja de James Taylor. Si Manson y sus hombres venían cabalgando desde Lubbock como imaginaba, entonces él sería el primero en verlos mucho antes de que llegaran a la ciudad.

Continuó caminando en círculos guiando al caballo de las riendas y las cambió de mano, para girar su cuerpo y mirar al niño que se apoyaba en la cerca afuera del recinto.

Era un pequeño de unos seis años con el cabello rubio y enormes ojos celestes como los de su padre, Charlie Taylor. Tenía el rostro redondo y cachetes pronunciados y sucios por el polvo que el viento levantaba durante el día.

—¿Te gustan los caballos, niño? —. Lo vio asentir con las manos en los bolsillos de su pantalón mientras se balanceaba en sus pies—. ¿Quieres ayudarme con este? Voy a montarlo y cuando te diga, abres la puerta del recinto ¿de acuerdo?

Eli corrió hacia el portón como Jonathan le indico y esperó con sus manos en la madera. Lo vio calmar al caballo antes de lograr subirse en él, Jonathan se trepó en su lombo, agarrándose del cabello del animal para no caerse y le acarició el pelaje, intentando calmarlo mientras daban unas vueltas en circulo y luego trotaban.

—De acuerdo, abre la puerta ahora, niño.

Lo hizo y Jonathan y el caballo cruzaron a galope, alejándose velozmente por el campo. Dirigió al caballo con una mano, sujetándose el sombrero con la otra y cuando llegaron al límite de la granja, se regresó a la misma velocidad y lo hizo dar otro par de vueltas por el campo antes de dejarlo otra vez en el recinto.

—¿Quieres probar?

Eli miró hacia su madre, quien se encontraba limpiando el porche de la casa y luego a Olivia, quién le prestaba toda atención, preocupada por lo que hacían.

Asintió y se acercó a Jonathan para que lo subiera al caballo.

—Agárralo fuerte ¿sí? No es tan fácil montar sin una silla —. Se aferró del animal como lo había visto hacer momentos antes y comenzó a caminar en círculos—. Aprieta tus piernas a sus costados...

Jonathan caminó en círculos con ellos desde el lado opuesto, dejando una distancia segura para que Eli manejara al animal. Se metió un palito entre los dientes y lo mordisqueo, con la otra mano en su bolsillo y el sombrero bloqueando parte del sol que le daba en el rostro.

—Dile a donde ir, niño, no dejes que te controle.

—N-no puedo...No...

El caballo se agitó un par de veces y fue suficiente para que Eli cayera al suelo y rodara sobre la tierra hasta golpear las cercas con su espalda. Jonathan escupió los trozos del tronco en la tierra y se rascó la nariz, sin alterarse.

Al otro lado del campo, Olivia quiso correr hacia el niño y ayudarlo, pero Madison la detuvo antes de que fuera capaz.

—Déjalos, Eli debe aprender.

—Ponte de pie, niño —ordenó Jonathan—. Anda, no te ha pasado nada, ponte de pie.

Eli se agarró el costado del abdomen mientras se enderezaba y escupió tierra.

—Bien, ahora vuelve a subirte al caballo y esta vez tu dile hacia donde ir.

Eli regresó con Jonathan varias caídas después y cuando el sol ya estaba por ocultarse. Entró en la casa, sobándose donde se había golpeado y Jonathan se quedó en el porche, con un pie en el escalón y el otro en la tierra.

—¿Qué le pasó en el brazo, señor?

Charlie miró hacia su herida vendada y la apretó por instinto.

—Un grupo de bandidos me disparó.

—Los Mackenna —aclaró Madison y su voz denotó su angustia—. Bloquearon a mi marido cuando volvía de hacer los mandados e intentaron robarle. Apenas lo dejaron con vida.

—Tuvo suerte de que lo dejaran con vida —corrigió y miró hacia el campo en la distancia—. He notado que el cerco está roto en el este... ¿Han venido a robarles?

—Ah sí, todo el tiempo —contestó James llegando desde el establo—. Esos desgraciados se aprovechan de que soy solo un viejo y vienen a robarnos de tanto en tanto.

—¿Quiénes, señor Taylor?

—Unos muchachos que viven junto al río. No sé sus nombres me temo.

Jonathan se aclaró la garganta y miró en la dirección a la cual le señalaban. Estaba seguro de haber visto a unos hombres junto al río, recolectando agua cerca de una carpa, cuando venía hacia la granja. No parecían tener una casa permanente, sino algo provisorio, pero a veces la gente pobre no tenía otra opción.

—Esos muchachos robaron el reloj de papá —contó Madison, todavía abrazando a su marido temblorosa—. E intentaron...Bueno, cosas que son mejor no decir en voz alta.

Supo inmediatamente a que se refería y su rostro se ensombreció con el pensamiento.

—¿Está usted bien, señora Taylor?

—Oh, no fue a mí, señor Morgan...Fue a...

No terminó la oración, pero sus ojos lo llevaron hacia la respuesta, cuando al seguir su mirada se encontró con la joven Olivia regresando a la casa con dos cubetas de agua colgando de un palo sobre sus hombros.

—Parece que tendré que ir a visitar a estos muchachos entonces.

El rostro de Madison se iluminó de emoción y estuvo seguro de que James la habría acompañado, si no se hubiera controlado.

—Señor Taylor, señor Lee ¿me acompañarían?

—Pero estoy herido... — le recordó.

—No será inconveniente, le aseguro.

Fue como si la vida hubiera regresado al rostro de Charlie después de días de sentirse inservible. Su herida lo había dejado atrás en las tareas del hogar y la protección de la familia, pero ahora que Jonathan le regresaba la oportunidad de sentirse útil, abandonó su asiento, besó a su mujer, se puso su sombrero y se colgó el rifle para seguirlo.

—No demoraremos mucho, señoras.

Olivia se unió a Madison en el porche y vio como los tres se marchaban cabalgando hacia el portón de la granja. Frunció el ceño, sintiendo que se había perdido parte importante de una conversación y miró hacia Madison esperando que le explicara.

Ella se llevó una mano al corazón y suspiró.

—Hemos sido bendecidas, Olivia... ¡Mamá! ¡Dios ha contestado nuestras plegarias, mamá!  

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