UNA FAMILIA MUY PECULIAR
| Leonardo Pereira |
Apenas y se abrió la puerta sentí que estaba presenciando un espectáculo bochornoso. No sabía si retroceder o seguir adelante. «¿Por qué volví? Le pude haber dado su teléfono el lunes en la oficina.»
Una señora ya mayor la golpeaba sin descanso, pero ella con movimientos ágiles esquivaba la mayoría de los golpes haciéndola enfurecer aún más y entonces me di cuenta que yo no era al único que sacaba de quicio.
—¿Qué hace aquí? — me preguntó Sara, después de poder parar el ataque de hipo que estaba sufriendo.
—Vine... — tragué saliva con dificultad. Me sentía incómodo y es que todos me miraban con suma atención — Olvidaste tu teléfono en mi coche.
— ¡¿Qué?! — gritaron los dos señores a la par que supongo son sus padres y que me miraron aterrados.
—¿Usted paso la noche con mi flaquita? — me preguntó el señor lo bastante enojado como para incomodarme.
Carraspeé incómodo. Ni loco lo haría en el sentido en el que se lo imaginaban.
—Papá, ya te dije que fue por asuntos laborales.
—Asuntos laborales mis polainas — respondió — ¿Quién es este tipo?
—¡Sara Julia Elizabeth Stone,! — habló su madre y Sara cerró los ojos con suma fuerza — ¿Qué hiciste?
Comenzó a golpearla de nuevo.
—¡Pará mamá! — logró cubrirse en su mayoría — ¡Es mi jefe! ¡Él es mi jefe!
La mujer se detuvo en seco y el señor soltó un suspiro entrecortado.
—¡¿Jefe?! — preguntaron al unísono y me miraron apenados.
—Buenos días — los saludé ignorando todo lo sucedido con anterioridad — Soy el jefe de su hija, Sara. Un placer conocerlos.
Definitivamente la rareza de Sara venía de familia, si es que ellos no eran considerados aún más extraños. Pero ahora eso ya no era lo importante, ahora solo podía pensar…
«¿Cómo terminé en esta situación?»
Tomé asiento cuando su madre me tomó del brazo y me llevó directo al sofá junto con Sara. Me sentía incomodo en esta posición, ya que bien parecía que venía a pedir la mano de su hija. Un asunto tan alejado de la realidad.
Me miraban con suma atención y yo me removía apenado sobre el sofá.
—Siento mucho lo de su hijo y su enferm...
—¡¿Quieren café?! — gritó Sara captando nuestra atención e interrumpiéndome de paso.
Paciencia, paciencia, paciencia.
Tomamos café en un intenso silencio. Yo recorría la casa con la mirada y tuve que darle tres vueltas por lo pequeña que está resultaba ser. Todo eso mientras los padres de Sara me miraban fijamente y ella lo hacía en dirección al suelo.
—Le pedimos una disculpa por el espectáculo que presenció — me comentó la madre de Sara, rompiendo el silencio — Mi hija no suele faltar a casa sin avisar.
—Tuvimos un evento muy importante y terminamos muy agotados. Tanto su hija como otros dos miembros del equipo se quedaron a dormir en mi casa.
—¿Dos más? — preguntó el padre, alarmado — ¿Hombres o mujeres?
—Mujeres — respondí de inmediato. Estaba claro que el señor era un hombre sobreprotector.
—Arnoldo, ya déjalo continuar.
«Arnoldo y Lucinda... Vaya nombres»
—Eso es todo lo que el señor Leonardo quería explicar — intervino Sara y yo estuve más que agradecido. — Ya tiene que irse. Es un hombre muy ocupado.
—No lo corras, flaquita — la reprendió su madre por lo bajo en tono de advertencia, pero sin dejar de sonreír.
Era hora de terminar con esta incómoda y extraña situación.
—Agradezco que me dieran la bienvenida en su casa, pero debo irme. Solo venía a darle su teléfono a Sara.
—No se preocupe, usted siempre será bienvenido — añadió su madre — Espero un día nos acompañe a cenar.
—Ya no lo presiones, mujer. Ya puede irse, se nota que lleva prisa.
—Bien, gracias.
—Flaquita, acompáñalo a la puerta.
—Ya voy — respondió — No me lo tienes que decir.
Sara me dirigió hacía la salida de su casa y pude notar lo avergonzada que se sentía, y no era la única, yo también lo estaba.
—Gracias por traerme mi teléfono, señor Pereira.
—No hay de que — respondí sintiéndome extraño — La veo en la oficina el día lunes.
—Si, señor...
Bajé dos escalones pero no aguanté la tentación, así que antes de que ella cerrara la puerta, me giré y lo solté:
—Por cierto... — la miré con curiosidad — ¿Sara Julia Elizabeth Stone? ¿En serio?
—Aquí soy flaquita — respondió recargándose en el marco de la puerta con los brazos cruzados y con aire descarado — Solo me llaman por mi nombre completo cuando me regañan.
Me encogí de hombros.
—Ya, buen tip.
—Hasta luego, señor Pereira.
—Hasta luego, Sara.
Salí directo a mi auto y me monté en el con una extraña sensación en el estomago y de cierto modo me sentía sumamente vacío.
¿Así que eso era tener una familia?
[...]
La tarde del domingo quedé en jugar un pequeño partido de golf con Esteban, quien no dejaba de presumir su magnífica noche con Valeria.
—Es que si supieras como es esa mujer en la cama, me entenderías.
—Quedamos en que no nos compartiríamos a las mujeres en la cama — le recordé — No querrás repetir la mala experiencia que...
—Ya sé — me cortó — pero es que es tan buena que te la recomiendo. Así de sencillo.
—No gracias — respondí concentrado en mi juego —Mi amigo no estará en el mismo agujero en donde ha estado el tuyo indagando.
—Si, lo que diga señor — se rio — ¿Cómo estuvo tu noche con esa pelirroja? ¿Algo bueno qué pudo sacarle? Claro, además de otra cosa.
Estaba empezando a cansarme de este imbécil. Si hubiera tenido una noche de placer, no estaría tan de mal humor. Y con Amelia, solo fueron discusiones y nada de sexo.
—No me acosté con ella.
—Qué bromista eres.
Se carcajeó hasta por dónde no.
—¿Te parece qué estoy de broma? — siseé de muy mala gana.
—Yo creo que no — respondió — ¿Qué fallo, compadre?
—Sara, eso es lo que pasó.
—¿Te acostaste con Sara? — preguntó sorprendido.
—No — negué de inmediato — Jamás me acostaría con Sara.
Y lo decía en serio. Yo jamás podría ver a Sara de esa manera, no importaba que tan lista y competente fuese; no era mi tipo de mujer. Así de sencillo.
—Eso no lo pongo en duda, pero no entiendo, ¿qué pasó?
—Se le pasaron los tragos y tuve que cuidarla. — respondí molesto al recordarlo.
—¿Tu? ¿En serio?
—Si, yo — lo miré con desdén — ¿Tan increíble es?
—Bueno, pues a varias de tus amiguitas que se emborrachaban constantemente, tu solo te encargabas de enviarlas en taxi.
—No me atreví a dejarla sola... — murmuré cohibido — Ella refleja demasiada inocencia que seguro algún bastardo iba a aprovecharse de eso y seguro hasta le robaba la billetera.
—Ya veo... En ese caso tienes razón — se quedó pensativo — ¿Te puedo pedir algo?
—¿Qué pasa?
Lancé un tiro perfecto y eso me hizo sonreír.
—Déjame salir con tu secretaria.
—¿Qué?
Pero fallé en el último momento.
—No me malinterpretes — respondió de inmediato —Ana...
—Sara.
—Bueno, Sara — se corrigió — No es de las mujeres con las que te acuestas. Más bien ella es el rol de amiga buena que sirve para escucharte y darte consejos cuando las cosas no van bien con las chicas con las que si te acuestas, ¿entiendes?
—Yo también puedo escucharte.
—Todo hombre necesita una amiga confidente —añadió — Ella puede ser esa amiga.
—Haz lo que quieras — respondí con indiferencia — Ella no es de mi propiedad.
—¡Perfecto!
Continuamos charlando de mujeres mientras jugábamos y así la tarde se pasó volando. Pensando en nada que no fuera un problema.