UNA INCOMODA SITUACIÓN
|Leonardo Pereira|
Tomé una ducha apenas desperté de un profundo y largo sueño. Donde no tenía más que pesadillas con la rara de mi secretaria arruinándome la vida de un millón de formas posibles. No solía pasar muchas noches tranquilas y eso se lo debía a dos factores muy importantes en mi vida: Trabajo o mujeres.
No tuve que pasar toda la noche en vela resolviendo asuntos laborales, puesto que acudí a este lugar para hacerlo. Y tampoco hubo una mujer que me mantuviera ocupado fornicando hasta el amanecer. La noche anterior llamé a Susana para pedirle que aprovecháramos mi pasada por aquí, pero por alguna extraña e inexplicable razón, decidió dejarme plantado. Parecía tan encantada por saber que yo me encontraba en este lugar.
Me vestí, peiné y desayuné lo que había en la nevera de la habitación. Después decidí llamar al engendro pequeño de mi secretaria para ordenarle que en veinte minutos la quería ver en la sala de estar con los documentos de la junta de ayer y así mismo proceder a firmarlos con el corporativo para dar por cerrado el trato definitivamente.
Marqué con impaciencia y el teléfono saltó a buzón. Volví a intentarlo, pero me detuve en seco frente a la puerta de mi habitación al escuchar el tono de un móvil. Me acerqué a pasos lentos escuchando con suma atención aún sin colgar, y al abrir la puerta de inmediato tardé tan solo unos segundos en encontrarme con su cara.
—¿Qué diablos está haciendo? — Cuestioné al verla tirada frente a mi puerta envuelta en una cobija y recostada sobre una almohada.
¿Durmió aquí afuera?
— Ah, señor — se levantó de inmediato limpiándose la baba — Vine a comprobar que usted ya estuviera despierto. Madrugué, pero hacía mucho frío por eso las cobijas, así que no vaya a pensar cosas extrañas. Lo veré en la sala de estar, hasta nunca.
Y sin siquiera dejarme decirle lo que tenía que decir, agarro su cobija junto con la almohada y salió corriendo a toda prisa para desaparecer por completo de mi campo de visión.
«Dios, dame paciencia», suspiré en un murmuro.
Nos encontramos en la sala de estar veinte minutos después y honestamente me sorprendió verla ahí en ese tiempo sin siquiera yo haberle avisado.
Su aspecto era la típica combinación entre un hípster y un hippie, y algo que captó mi atención está mañana fueron sus ojos. No estaba usando sus típicos lentes gigantescos, por lo cual había podido apreciarlos mucho mejor y a pesar de estar toda hinchada, lucían... Aceptables. Eso no le quitaba lo rara.
—Supongo que ya se encuentra mejor.
— ¿Cómo dice? — preguntó mientras comía un emparedado.
«Paciencia. Paciencia. Paciencia»
—El golpe de anoche — señalé su diminuta cabeza — ¿Ya no le molesta?
— Ah — agarró su cabeza — No, ya estoy mucho mejor.
— Bien — asentí con cierta alevosía — Entonces creo es momento de que me dé una explicación.
—¿Explicación?
— Los análisis — le recordé y di dos pequeñas zancadas hasta ella.
—Debo... Yo — tartamudeó y retrocedió medio paso, y eso, me sacó aún más de contexto.
— Señorita, Stone. Si usted no quiere ser echada a patadas de mi empresa, será mejor que comience a hablar de una buena vez.
— Debo pedirle una disculpa, señor — respondió de inmediato — Me confundí con esos análisis puesto que eran... Eran... Eran de mi hermano. Si, de mi hermano.
—¿Hermano? — cuestioné — Tu hermano tiene...
Carraspeé después de darme cuenta de la imprudencia de mi comentario.
—Continúa.
—Si, mi hermano está enfermo —contestó motivada — Al igual que usted, él se llama Leonardo y olvide separar el correo personal del laboral. El resultado me llegó ahí mismo y yo pensé que se trataba sobre usted...
— ¿Acaso usted padece alguna enfermedad mental? — resoplé con incredulidad — Cómo es que puede cometer un error así. ¡¿Qué pasa con usted?!
Ni siquiera pude reprenderla como hubiera querido ya que nos encontrábamos en un espacio público y como segundo, Esteban llegó justo en su rescate.
— Hey, camarada — nos miró a ambos — ¿Pero que son estos gritos? Más vale que te controles o te demandarán por maltrato.
—No me jodas, Esteban.
—Señorita María, ¿esta usted bien? — le preguntó al desastre que tenía yo por secretaria mientras le sostenía la mano.
Menudo imbécil me vine a conseguir como mejor amigo.
— Si y mi nombre es Sara. — Apartó la mano con desagrado.
— Sara, María, Ana, Fernanda — dijo — Cualquiera te queda bien.
— Gracias, supongo. — respondió poniéndose colorada como un jitomate.
Vaya niña.
Nos dirigimos a un pequeño restaurante llamado The Rose, que es donde llevaríamos a cabo una segunda reunión con nuevos inversionistas. Entramos a la sala de conferencias por parte de Beautiful Style, quien buscaba hacer negocios con nosotros. Para ello mostraron sus mejores propuestas, pero yo no estaba del todo convencido.
— Señorita Stone.
— Dígame, señor.
— Usted tiene una licenciatura en mercadotecnia y si no me equivoco también un certificado en finanzas.
— Si, eso es correcto, señor.
— Hágame un estudio sobre la propuesta del señor Daniel y sus estimados.
— Pero señor — objetó — Yo solo soy su secretaria.
— Le pagaré un extra por su trabajo. Además, ¿no cree que debería aprovechar está oportunidad en vez de quejarse?
—¡Tiene razón! — respondió enérgica — No lo voy a defraudar. Ahora usted se va a enterar del porqué yo fui la primera en mi clase de finanzas. De verdad, nadie podía estar a mi nivel y es que es un tema...
— Señorita Stone...
— ¿Dígame?
— Guarde silencio y póngase a trabajar.
— Si, señor — respondió — Lo siento, no quise ser imprudente, pero luego se me afloja la lengua de más y no hay como parar...
— Tres...
— No, ya me pongo — me cortó de inmediato — Ya trabajo. Ya trabajo.
Bendita la hora en la que Amelia decidió contratar a semejante chiste. Me desesperaba de una forma inexplicable.
¿Qué pretendía lograr?
Si la contrató pensando que yo jamás la vería como un objeto sexual pues... Vaya que tenía razón.