El misterio que me persigue ©

By Angeline_Ross

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Adelin debe enfrentarse a un juego enfermizo mientras convive con un asesino serial y un chico que lo da todo... More

Prólogo
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8 [Parte I]
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Extra 2

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By Angeline_Ross

Extra 2/2

Esto se sitúa en el capítulo 17.

~•~•~•~•~

Narra Tiago

En mi corta pero larga vida había visto todo tipo de idiotas, pero jamás uno como Henrrik.

Había movido contactos para saber el paradero y los posibles movimientos de este hombre, pero no hizo falta, pues él mismo se apareció en mi casa con una actitud altiva que rápidamente me dio deseo de bajársela. De seguro pensaba que yo lo iba a ayudar a deshacerse de Adelin.

Pobre, vino a asesinar y acabó asesinado.

No fue fácil acabar con ese bastardo, pero disfruté cada segundo de su sufrimiento hasta su muerte. Fue satisfactorio ver el dolor en su rostro, escuchar como suplicaba para que lo dejara libre mientras lo torturaba de mil maneras posibles. Fue magnífico el ver como su cuerpo emanaba tanta sangre y manchaba el piso mientras lo arrastraba. Amaba tanto darles una muerte tan jodida a los hijos de puta como él, hombres que compraban menores para volverlas su objeto sexual y, cuando estas quedaban embarazadas las mataban. No sé si vio algo en Luz, o si esta era estéril, pero jamás había escuchado que a él le importara tanto la muerte de unas de sus mujeres, aunque con ella sí se había casado. Pero igual, para él matarlas estando embarazadas era un fetiche.

Hoy sí que estás idiota. De seguro la chica esperaba un bebé y, el no poder matarla lo llevó a enfurecer.

Por cualquiera de las dos opciones, me sentía extasiado por haber acabado con él.

Como la felicidad dura poco, escuché la irritable voz de Tialess acercándose hacia la habitación en la que me encontraba.

—¡¿Qué diablos?! —exclamó entrando al lugar. Puso cara de asco mirándose los zapatos llenos de sangre.

Solté una risa.

—Ni que fuera primera vez que ves sangre. 

Sus ojos de diferentes colores me miraron queriéndome fusilar. No entendía porqué se enojaba si ya me conocía. 

—Cada vez estás más loco, no me hagas convencer a nuestros padres para que te metan en un manicomio.

—Sabes que no te conviene jugar conmigo —le advertí, poniéndome serio.

Tialess y yo teníamos historia. A él le gustaba dominar y yo no nací para ser dominado. Lo peor, él no estaba insistiendo tanto porque "era mi hermano y quería lo mejor para mí", eran solo fachadas, ningún Castelli hacía las cosas porque sí.

—Mira, vengo en son de paz. Solo quiero hacerte entrar en razón.

Rodé los ojos y tomé asiento en la silla asquerosa en la que estuve torturando a Henrrik por horas.

—Obvia la intro, vete directo al tema.

—Ya deja de jugar, sal de ese bendito juego.

Reí. Odiaba que Tialess viniera a darme consejos cuando quién debería aplicarlo sería él. 

—No sé a qué juegas tú —le dije, calmado—. Pero recuerda que cuando tú vienes a hacer algo, hace rato que yo lo hice veinte veces. Aquí el único que está jugando eres tú, te das el papel de hermano e hijo preocupado, pero no es así; tienes un plan, murciélago, y yo te estoy estorbando.

Se quedó mirándome por varios segundos. Vi en sus ojos como aceptaba que lo que había dicho era cierto, pero aparentaba estar tranquilo para luego cambiar de tema. No sabía como a esa altura, él todavía pensaba que podía engañarme, cuando me sabía los significados de cada movimiento que hiciera.

—Tú estas cambiando —puntualizó poniéndose de pie y comenzando a caminar por la habitación—. Tus conversaciones son más largas, cuando normalmente respondes muy cortante, te preocupas mucho por el prójimo, te estás conteniendo, hablas más y actúas menos... ¿Qué te pasa? ¿A quién estás imitando?

—Soy un peón, Tialess. —Dejé caer mis hombros.

De un juego imaginario. 

Mi hermano se giró esbozando una sonrisa divertida.

—Un psicópata no es un peón. 

Le sonreí. 

—Deja de escalar profundo, no todo se puede saber.

—Así que estás obedeciendo para luego dar un último golpe.

Tialess solo quería información y de mí no iba a obtenerla. 

—Al final soy un Castelli.

—Estás demente, hermano. Ahora hablemos de Henrrik, sabes que no puedes matarlo. Puedo ayudarte a encerrarlo en...

—¿Hablas del mismo Henrrik que esta descuartizado en ese baúl? —cuestioné señalando la cosa grande y negra que estaba pegada a la pared. 

Tialess palideció y su boca formó un cero. Su expresión solo me hacía querer reír sin parar. No sabía con qué clase de gente él me estaba confundiendo, parecía que olvidaba que "Tiago" no era cualquier persona.

—Hasta aquí llego contigo, maldito desequilibrado mental. Trato de ayudarte, pero intentar razonar contigo es como hacerlo con nadie. Espero que mamá no le dé un infarto y muera cuando le dejen tu cabeza en bandeja de plata —siseó señalándome con un dedo.

Entrelacé mis manos y apoyé los codos de mis rodillas mientras me inclinaba hacia delante.

—Yo sé lo que hago, Tialess. Y mi cabeza se vería mejor en una bandeja de oro —puntualicé con una sonrisa burlona.

—Solo te lo advierto, porque si eso pasa te saco de la tumba, te revivo y te vuelvo a matar.

Mi hermano solo sabía decir estupideces.

—Sí, Tialess. Ya vete, si no lo has notado, tengo muchas cosas que hacer —comenté señalando toda la habitación manchada de sangre, las armas que utilicé, el baúl que debía desaparecer y otras cosas que no mencionaré.

Mi hermano observó el lugar con desprecio, me miró de arriba hacia abajo y negó. Su actitud me daba unas inmensas ganas de reír, cuando se metía en papel lo interpretaba muy bien.

—Sí, por favor. Nunca creí decir que amaba tu obsesión por lo perfecto, pero al parecer hoy todo se ha volteado, ¿eh? La gente parece zombi en la calle.

Arrugué las cejas. Al escuchar lo último que dijo solo un nombre vino a mi mente: Adelin.

—No me digas que eso tiene que ver con él.

—Tú deberías saberlo más que yo. —Sonrió de costado.

Debía dejar de hablar estas cosas con Tialess, no sé qué estaba planeando, pero no podía seguir permitiendo que se metiera en mis asuntos.

—Los murciélagos salen de noche, estoy seguro que te informas muy bien —rematé. 

—Solo ten cuidado, Tiago. No vaya a ser que a tu damisela le vaya a pasar algo.

Lo miré seriamente antes de levantarme con rapidez y acorralarlo contra la pared.

—Le haces algo y juro que te vuelvo un Henrrik.

—Ya cálmate, fiera.

—Déjate de jueguitos —le dije dándole un golpe en el pecho con mi antebrazo. 

Escuché mi teléfono sonar y fui inmediatamente hacia la mesita para contestar. 

—¿Sí?

—Tenemos un problema —avisó el dueño de la ambulancia que contraté—. Alguien se nos adelantó. 

En ese momento sentí como la ira se apoderó de mi cuerpo dándome un sacudón. Apostaba que era la gente de Henrrik, el idiota ni muerto dejaba de joder. 

—Síguelos —logré decir antes de lanzar el teléfono contra la pared.

Y como si fuera poco el enojo que cargaba dentro, alguien llevaba varios minutos tocando la puerta como si de eso dependiera su vida.

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