De otro planeta [Jenlisa]

بواسطة loscachetitosdenini

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Jennie no sabe que su mundo está a punto de cambiar cuando el destino la cruza por error con Lalisa. √Jenlisa... المزيد

Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo Final

Capítulo 13

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بواسطة loscachetitosdenini

Jennie se despertó temprano. Era lunes por la mañana y tenía que ir a la oficina, pero le pesaban los párpados y le faltaba motivación. Tomó una ducha rápida para entrar en calor. Se había despertado una mañana nublada, aunque sabía que las nubes no permanecerían demasiado tiempo en el cielo. Tan pronto avanzara el día se irían disipando, cediendo ante los rayos del sol. «Mañanitas nubladas, tardecitas de paseo», solían decir las abuelas coreanas cuando el día se despertaba encapotado.

Lalisa ya estaba despierta cuando abrió la puerta de su habitación y se la encontró en el salón. La noche anterior tampoco habían hablado de su futuro. Adónde iría, cuándo, con qué propósito, hasta qué fecha podía quedarse haciendo uso de su colchón inflable. Jennie lo había intentado, pero siempre acababa posponiendo la conversación o distraída con otras cosas.

A veces le molestaba ser tan floja y despreocupada. Su madre solía aconsejarle que se centrara en sus objetivos e impidiera que otros asuntos la distrajeran. Jennie se preguntaba hasta qué punto su actitud con Lalisa obedecía a su tendencia a procrastinar o a una inconsciente necesidad de compañía, pero hasta el momento no había encontrado solución a esa adivinanza.

—Buenos días —le deseó un poco soñolienta; tenía los ojos hinchados.

—Buenos días, Jennie. ¿Has dormido bien?

—Mejor que ayer, eso está claro. Ni rastro de Darth Vader.

—¿Darth quién?

—No tiene importancia. He dormido bien, gracias. ¿Y tú? ¿Has descansado algo?

—Un rato.

—¿Media hora?

—No, esta vez ha sido una hora. No sé qué me pasa, en la Tierra siento ganas de dormir más. Creo que aquí tengo paz —le comentó Lalisa.

Jennie se sentó a desayunar con ella. Si estaba en casa siempre desayunaba lo mismo: un café con leche bien cargado y un puñado de galletas, pero hoy tenía poco apetito. Apenas le dio un mordisco a una galleta y dejó las otras a un lado.

—Escucha, Lalisa, en algún momento tenemos que hablar de tu situación. ¿No crees?

—Sí, me parece bien.

—¿Y qué piensas hacer? —se interesó mientras comprobaba por el rabillo del ojo la hora en un reloj de pared. Se le hacía tarde. Quizá no era momento para mantener esta conversación, pero no estaba de más pergeñar un preámbulo. Ya lo resolverían si acaso después, cuando regresara de trabajar.

—He intentado contactar de nuevo con mis hermanos, pero por ahora, nada.

—Ajá —dijo Jennie sorbiendo su café—. Bueno, a lo mejor es cuestión de seguir intentándolo, ¿no crees?

—Sí, eso creo.

—Mira, ahora me tengo que ir a trabajar, pero después podemos hablarlo tranquilamente. Volveré tan pronto pueda, ¿te parece? Intenta no meterte en líos mientras estoy fuera. ¿Me lo prometes?

Lalisa asintió y le regaló una sonrisa para desearle que tuviera una bonita mañana. Jennie se fue un poco más tranquila, ahora que por fin había planteado el tema que ocupaba sus pensamientos. No obstante, yendo montada en su bicicleta de camino al trabajo, no pudo evitar que le asaltara la desazón, una especie de premonición de que algo se iba a torcer.

Llegó a las puertas del edificio de su oficina, colocó el candado a su bicicleta y deseó en silencio estar equivocada. ¿Qué podía salir mal, a ver?

*

*

Los lunes por la mañana Jisoo se sentía más perdida que cualquier otro día de la semana. No era que para ella tuvieran ninguna diferencia significativa, sino que suponían un nuevo comienzo, una semana más en paro, otros siete días sin saber qué hacer con su vida. Al menos, los viernes, sábados y domingos eran diferentes. Siempre había gente con la que quedar y cosas que hacer, pero de lunes a jueves Jisoo deambulaba por su barrio creando un triángulo de la muerte entre la casa de sus padres, el gimnasio y los bares de la zona, en donde ya casi conocía a todos sus camareros.

Ella había perdido su empleo unos meses antes, el único que Jisoo había tenido, y todo porque un día se le ocurrió llegar un poco bebida a su turno de tarde. Aborrecía aquel trabajo, pero le proporcionaba ingresos seguros y un lugar al que ir cuando los demás estaban ocupados. Como consecuencia de su despido, había perdido las ganas de buscar algo en lo que ocupar su tiempo.

«Piensa en lo que te gusta, habrá algo que puedas hacer», le recomendaba siempre Jennie. Pero por más vueltas que le daba, no conseguía encontrar ningún punto fuerte, nada en lo que tuviera destreza o por lo que sintiera pasión. Había llegado a la conclusión de que lo suyo era pasárselo bien, y no conocía ninguna profesión en la que te pagaran por ello.

Así que durante la semana lectiva, sus días solían ser calcos, momentos de aburrimiento en los que Jisoo se encontraba sola porque todos sus familiares y amigos tenían cosas que hacer, obligaciones a las que atender. Los lunes era el peor de todos. Los lunes siempre le recordaban que algo no iba bien en su vida, hasta el punto de que podía llegar a estar dos horas ininterrumpidas en la piscina de su gimnasio, haciendo largos sin parar solo para quemar la ansiedad que su situación personal le producía.

Ese lunes, no obstante, se dijo a sí misma que por fin podría ocupar su tiempo en algo más interesante que estar a remojo. Jennie había decidido extender la estancia de la supuesta extraterrestre en su casa y Jisoo estaba decidida a aprovecharse de esta circunstancia. La compañía de Lalisa le evitaría tener que pasar la mañana sola, por lo que tan pronto estuvo vestida para salir a la calle se dirigió hacia la casa de su amiga y llamó al timbre, confiando en que Lalisa le contestara.

Pulsó el botón del telefonillo hasta cuatro veces y esperó pacientemente. Por desgracia, no parecía haber nadie en casa. Estaba a punto de darse media vuelta cuando Lalisa por fin contestó.

—¿Quién es?

Escuchó su voz, aunque muy lejana, como si estuviera hablando desde el otro extremo de la habitación.

—Lalisa, soy yo. Jisoo.

—Ah, ¡hola!

—Ábreme la puerta, por favor.

—Sí, espera. Voy.

Jisoo intentó empujar la puerta de entrada, pero esta permaneció cerrada. No se escuchó ni siquiera el mecanismo que la activaba y unos ruidos intermitentes le indicaron que Lalisa se había dejado el telefonillo descolgado. Volvió a intentarlo una vez más. Pulsó de nuevo el botón y al cabo de un rato la voz de Lalisa se escuchó, de nuevo lejana.

—Lisa, si no me abres la puerta no puedo entrar.

—¡La he abierto! ¡Está abierta pero no te veo, Jisoo!

Jisoo puso los ojos en blanco. Acababa de comprender que Lalisa había abierto la puerta de la casa, pero no la del portal.

—Lisa, ¿ves un botón al lado del telefonillo? Tiene que haber uno. Púlsalo. Estoy en la calle y tienes que pulsarlo para abrir la puerta de aquí, no la de la casa.

Lalisa no contestó. De nuevo transcurrieron unos segundos silenciosos en los que Jisoo no acababa de comprender cuál era el problema.

—¡Lisa, el botón! Púlsalo. Tiene que estar ahí —repitió, avergonzada a causa del extraño modo en el que la miró una pareja que pasaba por allí.

—¿Qué botón?

—El que hay al lado del telefonillo. Tiene que haber uno. Tú solo púlsalo y podré entrar. ¿Me estás escuchando, Lisa?

—Suenas muy lejos.

—Tienes el auricular puesto en la boca, ¿verdad? Porque a lo mejor no estás agarrando bien el telefonillo. Tú… solo dale al botón, ¿vale?

Jisoo esperó un poco más, hasta que por fin escuchó que el mecanismo se activaba y la puerta se abría. Después de todo, parecía que Lalisa había conseguido encontrarlo.

Tal vez no fuera la mejor de las ideas pasar una mañana con alguien tan pintoresco como Lalisa, pero realmente ¿qué opciones tenía?, se dijo a sí misma mientras entraba en el ascensor.

Lalisa la estaba esperando con la puerta abierta cuando se acercó a la entrada del apartamento.

Llevaba una toalla enroscada en la cabeza, aunque su pelo parecía estar seco. Jisoo prefirió no hacer preguntas. Por ella como si la recibía con una alfombrilla de baño atada a la cintura, le daba igual. Había tenido suficiente sobresalto con el asunto de la puerta.

—Te ha costado, ¿eh?

—Estos aparatos son muy extraños. Son tan antiguos para mí que me cuesta trabajo entenderlos.

—Creo que deberíamos comprarte un móvil. ¿Qué te parece si nos lanzamos a la calle a por uno?

—¿Lanzarnos? ¿De manera literal? —se extrañó Lalisa, frunciendo el ceño y mirando con desconcierto la barandilla que daba a la corrala del edificio.

—No, lanzarnos…. Como, ya sabes, echarnos a la calle, salir, ir a comprar un móvil para que no estés incomunicada y podamos llamarte. Todo el mundo tiene uno estos días, así que, ¿vamos? ¿Estás vestida?

—Sí —asintió Lalisa con la cabeza.

Jisoo se encendió un cigarrillo y aspiró el humo. Luego dijo:

—¿Pero vas a ir con eso? —Señalando la toalla. Lalisa se sonrojó, como si no entendiera qué estaba haciendo mal—. ¿Sabes qué? Da igual. Si me ve alguien contigo puedo decir que eres musulmana y que te has olvidado el turbante en Burkina Faso o algo así. Venga, salgamos a la calle. Estar en casa es de lo más aburrido, ¿no crees?

*

*

Quedaba poco tiempo para que Jennie concluyera su jornada laboral, pero el día había sido de lo más improductivo. Para empezar, no podía concentrarse porque estaba todo el tiempo pensando qué hacer con Lalisa, de qué manera podía ayudarla sin involucrarse demasiado. Y para seguir, la idea de consultar su caso a su padre seguía rondándole la cabeza, pero cada vez que pensaba en ello, le entraban escalofríos.

Él era un reputado psiquiatra y parecía claro que podía ayudarla, pero al mismo tiempo estaba convencida de que si se enteraba de los delirios de Lalisa, acabaría internándola sin dilación. Y no estaba segura de querer someterla a algo así. En consecuencia, se había pasado toda la mañana en Internet buscando síntomas de delirios psicóticos, trastornos de la personalidad, esquizofrenias y patologías varias, mientras evitaba la mirada de halcón de Yang, que pasaba a menudo por detrás de su ordenador para comprobar qué estaba haciendo. Jennie se había convertido en una experta en minimizar la pantalla para fingir que trabajaba duramente.

—¿Todo bien, Kim?

—Todo bien.

—Aplicando ya los conocimientos que adquiriste en el congreso, espero.

—Por supuesto —mintió.

Ni había aprendido nada nuevo en el congreso ni estaba avanzando en el proyecto que le había asignado. Tenía que entregar el desarrollo de una aplicación muy compleja para iPhone en pocos días, y allí estaba ella, preocupada por los delirios de una desconocida y revisando información psiquiátrica en Internet.

El delirio es un trastorno que afecta al funcionamiento del pensamiento. Las ideas se vuelven confusas y no se corresponden con los hechos objetivos. La percepción de la realidad está completamente alterada. El delirio psicótico es un delirio crónico. La persona afectada se desconecta de la realidad y su percepción de la vida cambia. Sus juicios se vuelven incorrectos y el paciente no es consciente de que padece este trastorno.

Hasta aquí, todo bien. Podía encajar perfectamente con el cuadro clínico de Lalisa. Sin embargo, seguía habiendo detalles que no casaban, como por ejemplo que las alteraciones del comportamiento solían venir asociadas a desorientación, sentimiento de euforia, delirios sobre ser perseguido e incluso megalomanía.
Lalisa no parecía sufrir nada de esto. Sus síntomas no se correspondían con ninguno de aquellos artículos médicos y sus delirios no eran paranoides, sino que se centraban en algo muy concreto. Ella simplemente creía ser extraterrestre y ya está. Salvando esta rareza y que asegurara desconocer objetos básicos para un ser humano (como, por ejemplo, el funcionamiento de un microondas o su extraña percepción de la moda), no había nada en ella fuera de lo normal. Ningún comportamiento maníaco u obsesivo. Al menos en su presencia no los había tenido. ¿Y si los problemas empezaban cuando estaba sola? ¿Y si había sido un error dejarla en casa?

Jennie tomo su teléfono móvil temiéndose lo peor. Estaba mal visto hacer llamadas en la oficina, pero en los años que llevaba en la empresa apenas había utilizado el teléfono un par de veces, así que dudaba que su jefe se atreviera a reprenderla por ello. Marcó apresuradamente el número de su propia casa. Un tono, dos tonos, tres tonos… esperó hasta que se acabaron. Nada. Lalisa no contestaba (o bien no sabía cómo hacerlo). Probó de nuevo bajo la atenta mirada de su compañero Jimin.

—¿Va todo bien? —se interesó él—. Pareces preocupada.

—Todo bien, tranquilo —dijo Jennie con el teléfono todavía pegado a la oreja.

Fingió teclear algo en el ordenador, pero solo se le ocurrió poner contestacontestacontesta. Y de nuevo no hubo respuesta. Algo le decía que Lalisa no estaba en el apartamento y esto la preocupó. Si se hubiese tratado de otra persona, alguien más previsible, le habría dado igual. Pero con ella nunca se sabía, los días podían ser auténticos caballos de Troya, plagados de incómodas sorpresas. Tras un tercer intento fallido, se quedó mirando fijamente la pantalla de su ordenador, sin saber qué hacer, a quién recurrir. Le quedaba todavía una hora para salir de la oficina y sabía que si se quedaba esperando la ansiedad le destrozaría los nervios. Entonces tuvo una idea. Se lanzó de nuevo sobre su teléfono y respiró con más tranquilidad cuando escuchó su voz:

—¿Chu?

—¡Hey! ¿Qué haces llamándome a estas horas? ¿No estás en el trabajo?

—No está. Se ha ido. A lo mejor le ha pasado algo —le explicó Jennie con desesperación.

—¿Quién? ¿De quién me hablas?

—¡De Lalisa! ¿De quién va a ser? —Jennie se encogió para ocultar el móvil con su cuerpo. No quería que Yang ni ninguno de sus compañeros se enterara de la conversación—. ¡Se ha ido! ¡He llamado a casa y no está!

Jisoo suspiró hondamente al otro lado de la línea.

—¿Me estás escuchando? ¿Qué hago? ¿Crees que debería llamar a la policía? ¿Crees que se habrá metido en líos?

—Lo que creo es que eres una paranoica y tendrías que mirártelo —le respondió Jisoo, muy calmada—. Está aquí conmigo, joder. Nos hemos ido a dar un paseo.

—¿Contigo?

—Sí, conmigo. ¿Por qué te sorprende tanto?

—¿Qué has hecho, Chu?

—¡Nada! ¿Qué voy a hacer?

—¡Es una enferma mental! ¡Tiene trastorno paranoico! Créeme, lo he mirado o, bueno, eso creo, la verdad es que no estoy segura —le informó mientras se sujetaba la frente con la mano—. Mira, da igual, no espero que lo entiendas. ¿Dónde están? Voy para allá. Mándame un mensaje con tu ubicación que salgo ya.

Jennie no le dio pie a que dijera nada más. Colgó el móvil, apagó el ordenador y se puso el abrigo en una exhalación. Tenía que salir de la oficina cuanto antes.

Conocía a Jisoo, la adoraba, de hecho, pero también la temía. A saber en qué había empleado todo el día con Lalisa, ya no se fiaba. Se imaginó un garito oscuro y lleno de humo que desprendía olor a marihuana. O una fiesta clandestina en la que voluptuosas camareras ataviadas con lencería de encaje despachaban drogas y alcohol en lujosas bandejas de plata. Vinieron a su mente imágenes de burdeles y de sex shops, de películas porno y de cualquier depravación. Jisoo era una experta en corromper la inocencia de la gente y Jennie sudaba solo de imaginar los lugares a los que habría llevado a Lalisa, la pobre enferma mental.

—¿Te vas? —le dijo Jimin, sorprendido.

No era para menos. Jennie no se había ausentado del trabajo jamás. En cinco años nunca había empleado un día en asuntos personales ni solicitado una baja.

—Sí, tengo algo urgente que solucionar. ¿Le dirás a Yang que me he ido?

—Tranquila, yo te cubro. Tiene reunión ahora. Ni se enterará.

—Gracias, Jimin.

—Nada. Y que vaya todo bien.

—Sí, eso espero —replicó antes de enfilar la puerta de la oficina.

Jennie salió a la calle envuelta en una gran nube de ansiedad. Se sentía tan nerviosa que no atinaba con los semáforos. Cruzó un par de ellos en rojo con su bicicleta, le pitaron los coches, se exaltaron los peatones, estuvo a punto de arrollar a una frágil anciana. Y le dio prácticamente igual. Su objetivo era llegar cuanto antes donde estaban.

Jisoo había cumplido y le había enviado la ubicación exacta, pero por más que lo intentó, no recordaba qué había allí. ¿Una tienda erótica? ¿Un bar? ¿Un bingo?
Podía ser cualquier cosa. Aceleró, haciendo girar los pedales de su bicicleta a toda velocidad. Se adentró por calles concurridas pero más angostas. Iba tan rápido que en pocos minutos ya había llegado a la zona donde desembocaba la calle que le había indicado Jisoo. Aparcó su bicicleta de cualquier manera y decidió caminar los últimos metros a pie.

—¿Dónde? ¿Dónde están? —la llamó cuando se encontraba cerca.

—Aquí. Te estoy viendo. Gírate y me verás.

Jennie se giró, pero en principio no fue capaz de verla. «¿Dónde, exactamente?», repitió, ansiosa.

«Jen, aquí, justo detrás de ti, mira hacia el local que tienes a la derecha». Así lo hizo hasta ver a su amiga, saludándola con la mano desde el interior de un establecimiento. Se precipitó hacia allí. Su amiga la recibió con los brazos en jarra:

—¿Estás segura de que la del trastorno paranoide no eres tú? ¿A qué viene esto?

—Pensé… pensaba… ¿Dónde estamos?

—¡En una peluquería! ¿Dónde te creías?

Jennie se ruborizó profundamente ante la mirada inquisitiva de su amiga, cuyos ojos se habían convertido en dos dardos que amenazaban con empalarla contra la pared.

—Yo… no sé. Me dijiste que estabas con ella y…

—¿Y qué? ¿Ya pensaste que me la iba a llevar de putas?

—Tampoco es eso, mujer, mira que eres bruta —se defendió Jennie, sentándose en una de las butacas de la antesala de la peluquería—. Chu, tienes que reconocer que a veces haces cosas raras y pensé que, bueno, que te la habías llevado a algún sitio de los tuyos. Vale, lo siento. No me mires así. ¿Qué hacen aquí, de todos modos?

Jisoo se encogió de hombros.

—Le sugerí a Lisa un cambio de look y le pareció buena idea. Nos hemos pasado toda la mañana dándonos tratamientos y cosas así. Ven, que me voy a fumar un cigarro. —Le indicó la puerta de la peluquería.

Jennie se mostró un poco reticente, no quería alejarse demasiado, pero la siguió al exterior de igual manera. Estiró el cuello para ver si así podía ver a Lalisa por el escaparate de la peluquería, pero no fue capaz de encontrarla. Imaginó que estaría en alguna cabina del interior.

—Está a punto de salir, relájate. Pareces su guardaespaldas, joder. Venga, toma un poco el aire. Respira. ¿Qué te pasa?

—No lo sé. Solo sé que me preocupa que le ocurra algo.

Jisoo se llevó un cigarrillo a los labios y chasqueó su mechero.

—Estás super estresada con Lisa y te aseguro que puede cuidar de sí misma. A lo mejor incluso más que tú y que yo.

Jennie se daba cuenta de que sus reacciones no eran normales en lo referente a Lalisa. La trataba como si fuera una niña o una persona desvalida y no había motivos reales para ello. Pero su carácter era así, en verdad. Tendía a preocuparse en exceso y solía ser ella quien cuidaba de la gente, no era nuevo, aunque con Lalisa su instinto de protección se multiplicaba sin lógica alguna. Se palpó las mejillas con las manos y suspiró.

—Estoy empezando a pensar que lo llevo en los genes, ¿sabes? A fin de cuentas, mi padre es psiquiatra.

—¿Y crees que eso te puede estar influyendo?

—Puede ser. Con Lalisa me siento a veces como si tuviera que cuidar de ella. Como si fuera una persona desvalida.

—Pero no lo es. De hecho, se trata de alguien súper interesante —le informó Jisoo—. Te animo a que la conozcas un poco más. Hoy hemos estado tomando un café y yo he alucinado, ya te digo. Estará loca, pero es una loca con la cabeza muy bien amueblada.

Eso no le sorprendía en absoluto. Puede que Lalisa fuera torpe con los aparatos eléctricos o que una toalla enredada en la cabeza le pareciera el culmen de la elegancia. Pero su charla era rica, interesante y estaba segura de que hasta podría aprender muchas cosas de ella si tuviera la paciencia necesaria para pasar por alto sus locuras.

Jisoo estaba en lo cierto, a lo mejor había estado tan preocupada que, sin proponérselo, la estaba minusvalorando.

Se encontraba meditando sobre ello, ya casi al final del cigarrillo de su amiga, cuando el peluquero asomó la cabeza por la puerta.

—Ya está lista —dijo.

—¿Ya? —se entusiasmó Jisoo.

Él asintió y su amiga le hizo un gesto para que volvieran al interior. Lalisa las esperaba, completamente cambiada. Parecía otra persona. O mejor dicho, una persona. Ya no había ni rastro de su pelo extrañamente largo y cortado, del tono bicolor ni de su maquillaje excéntrico o del lápiz de ojos negro con el que solía pintarse la cara. Era otra. No mejor, sino cambiada. Estaba peinada con su habitual flequillo, su cabello era ahora corto y parecía suave y brillante, de un tono negro casi azulado que le hacía parecer diferente.

También la habían maquillado un poco, solo un poco, pero lo suficiente para que sus preciosos ojos avellanas resaltaran como nunca.

—¿Qué tal? —preguntó Lalisa mordiéndose el labio inferior con nerviosismo—. ¿Parezco una humana?

Los tres la miraron con los ojos muy abiertos, hasta que Jisoo dijo:

—¿Humana? No, nena, tú no eres de este planeta. Las chicas se van a abalanzar sobre ti cuando te vean.

Jennie todavía no había articulado palabra sintiéndose incapaz, pálida, bloqueada. La persona que tenía delante no se parecía en absoluto a la mujer que había asistido en Seúl en una noche lluviosa.

No es que antes Lalisa no tuviera su atractivo, porque a su manera, rara y extravagante, sí lo tenía, sino que por primera vez la estaba contemplando y no veía en ella a una niña, sino a una mujer.

—A Jennie… ¿le gusta? —escuchó que le preguntaba entonces.

Se ruborizó, sin saber muy bien por qué. ¿Cuál era la respuesta correcta? ¿Sí? ¿Mucho? ¿Ohh?
No lo sabía.

Para su fortuna, Jisoo enlazó un brazo con el suyo y dijo:

—Sí, le encanta.

Tal vez su amiga volviera a tener razón.

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