Los tonos del cielo

By Marisol711

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Novela sobre ascensión espiritual. A sus diecisiete años Cielo no ha hecho más que sumergirse en un mundo lle... More

Prólogo
Rojo
Naranja
Amarillo
Verde
Índigo
Violeta
Epílogo

Azul

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By Marisol711

—Así que ahora es azul.

Salió del callejón por quinta vez. Alzó la mirada hacia las enormes y reconfortantes nubes blancas. Definitivamente ya no era la misma persona de antes; esa dimensión la había ayudado a cambiar. «No me importa si tengo que experimentar todos los colores existentes, aunque sea doloroso seguiré avanzando». Recordó su nueva interacción con Mía y se sonrojó con ternura. «Vaya, entonces ahora nos tratamos así, qué bonito. Ella me ha ayudado mucho. Le demostraré que ahora soy una buena persona».

Recorrió la zona con tranquilidad, hasta que en un alto un carro se detuvo frente a ella. Adentro venían sus amigos de la prepa.

—¡Cielo, qué bueno que te encontramos! —excamó Lucía amigablemente desde el asiento del copiloto—. Sube, nosotros te llevamos a la fiesta.

—Sí, sube —apoyaron Isabel y Roberto, alegres. Él iba manejando y ella le acababa de quitar el seguro a la puerta.

Cielo dudó de ellos, recelosa.

—¿Fiesta? ¿Qué fiesta?

—Ya sabes, la que va a ser en el Jardín —aclaró Lucía.

«No tengo ni idea de qué hablan, pero bueno, supongo que es inevitable que vaya».

—Ah, sí, claro —replicó sonriente y luego entró al auto, sentándose junto a Isabel.

—¿Cómo has estado? —preguntó ella.

—Bien, y ¿ustedes?

—También bien —respondieron los tres al unísono.

—Qué bueno. —Se preguntó si aquellas versiones de sus amigos sabrían lo mismo que las reales, así que decidió averiguarlo—. Ay, Roberto, se me acaba de olvidar el nombre de la chica con la que sales, ¿cómo me dijiste que se llamaba?

—Se llama Paulina —rio él—. La vi hace rato.

—¡Superbien! ¿Cómo van las cosas con ella?

—Seguimos igual, aunque algo me dice que dentro de poco seremos novios —confesó, evidentemente enamorado.

—Ay, espero que sí —comentó Isabel—, es una buena chica.

—Esperemos que sí. —Cielo se dirigió a ella—. Y a ti ¿cómo te va con tus clases?

—¡Mejor! Ya sabe más rico lo que preparo. De hecho, traje unos pastelitos, están en la cajuela.

—Genial, ya se me antojaron —replicó alegre—. Y ¿Coco cómo está, Lucía?

—Ay, ese gato. Ya se recuperó por completo. Se la pasa de vago. Espero que aprenda para que no se vuelva a lastimar así.

Cielo se rio.

—Ojalá sí haya aprendido. Me alegra que ya esté bien. —«Pues al parecer sí saben lo mismo que mis amigos reales. Interesante»—. Ah, y ¿quién organizó la fiesta?

—Es un evento que organizó la ciudad y ya —contestó Roberto.

Siguieron conversando tranquilamente. Les tomó unos cuantos minutos más llegar al lugar que, como su nombre lo indicaba, se trataba de un jardín bastante amplio. Había puestos de comida y mesas de madera distribuidas por la zona, así como una banda local que se esmeraba tocando. Cielo se asombró al darse cuenta de que muchos de sus conocidos se encontraban ahí. No cabía duda de que los más relevantes no faltaban: hasta sus exparejas y sus padres estaban presentes. «Esto ya vuelve a parecer un sueño». Pensó con gracia. La única que faltaba era Mía.

Entonces, sus amigos de la secundaria se acercaron para recibirla. Fernanda corrió a abrazarla

—¡Cielo!

—Qué onda —saludó Alejandro—, qué bueno que llegas temprano.

—Amiga, ya te extrañaba — dijo Miguel, quien también la abrazó.

Se alegró de por fin sentir el afecto de todos sus amigos, aunque dudó que fuera a durar mucho.

—¿Cómo están, chicos?

—De maravilla porque la comida de aquí está buenísima —contestó Miguel y los demás concordaron sonrientes.

Cielo se dirigió a los de la prepa.

—Voy a estar un rato con ellos, ¿sí?

—Está bien —respondió Lucía, apuntando una mesa—, nosotros nos vamos a sentar por allá.

—Oh, pero primero agarra uno de mis pastelitos. —Isabel abrió la cajuela, sacó uno y se lo dio.

Cielo sonrió.

—Muchas gracias, se ve muy lindo. En un ratito lo pruebo.

—Sí, gracias. —Isabel señaló una mesa de botanas y les dijo a los recién llegados—: Los voy a poner por allá, por si ustedes también quieren.

—¡Gracias!

«Esto es tan bonito y pacífico. Procuraré que no suceda nada malo».

Cielo y sus amigos de la secundaria fueron a sentarse al lado de un puesto de malteadas.

—¡Ah! —exclamó Fernanda de repente—. Oye, no lo vas a creer: Alejandro por fin tiene novia.

—Guau, ¿en serio? ¡Ya era hora! Felicidades —añadió con una mirada sugestiva.

—Sí, bueno —replicó el chico—, no es como que no hubiese tenido pretendientas antes.

Se rieron mientras Miguel bromeaba:

—Pues con la actitud mamoncilla que puedes llegar a tener, no es tan fácil de creer.

El otro chico se encogió de hombros.

—Pocos están a mi altura.

Fernanda le dio un pequeño golpe en el hombro, burlona.

—Ay, cálmate.

—Y ¿cómo se llama? —preguntó Cielo con curiosidad. Si realmente se encontraba en una especie de sueño, aquello no debía de tener importancia, pues la chica probablemente era una ilusión y no existía en la realidad. Pero simplemente no pudo evitar interesarse.

—Mariana. La conocí en mi optativa de música.

—Y ¿va a venir?

—No —respodió con tristeza—. Saldrá con su familia.

—Bueno, hombre —animó Miguel—, lo importante es que por fin son novios. Ya no están en su etapa de cortejo que parecía interminable.

—En eso tienes razón —rio él.

—Oh, mira, Miguel —intervino Fernanda—. Allí está Dan, vamos a saludarlo.

—Va. Ahorita volvemos, chicos.

—Mmm, y ¿él quién es? —le preguntó Cielo a Alejandro una vez que se alejaron los otros.

—Es un amigo de su optativa de danza.

—Oh, y ¿tú no has hablado con él?

—Algo, pero la verdad no me termina de convencer.

—Mmm, entiendo.

Guardaron silencio. Entonces, él le lanzó una mirada gélida.

—Sabes, en realidad tú tampoco me terminas de convencer.

La chica se tensó. Ya le parecía que todo se estaba desenvolviendo demasiado bien para ser verdad. Miró a su alrededor, preocupada, pero todo parecía estar en harmonía. Cuando los demás regresaron, Alejandro los recibió con una sonrisa calmada. Cielo prefirió no tocar el tema y mejor se comió el pastelito, el cual no le gustó porque estaba salado.

Justo entonces, Isabel se acercó por detrás y la tomó de los hombros.

—¡Así que ya lo probaste! ¿Te gustó?

Titubeó. No quiso que la sonrisa de su amiga desapareciera, por lo que rio nerviosamente y mintió:

—¡Sí, está rebueno!

—¡Me alegra! —exclamó ella antes de irse.

Cielo dirigió su atención a un puesto y vio a un hombre con la intención de robar una bebida que estaba por ser entregada pero habían dejado sola. Finalmente, el hombre la agarró y salió del evento. Ella decidió no decir nada, pensando que solo era una bebida que se podía volver a hacer fácilmente. Además, si decía lo que había visto, muchos podrían alertarse y la paz se esfumaría.

En ese momento, una mujer, al parecer la organizadora, se colocó en medio del jardín y alzó la voz.

—¡Bien, ya es hora de empezar las actividades! ¡Que alguno de los seleccionados pase al frente, por favor!

—¿Actividades? ¿De qué habla? —preguntó Cielo, desorientada.

—Se harán cuatro actividades —explicó Miguel—, y quien haya propuesto la más creativa ganará un premio. Si las actividades son de competición, los que ganen obtendrán comida gratis de algún puesto. Los que propondrán las actividades fueron seleccionados por sorteo. Yo soy un seleccionado, de hecho —confesó—, pero mejor pasaré hasta el final.

—Oh, y ¿qué actividad propondrás?

—Es un secreto —rio.

Un chico serio y sin muchas energías se acercó a la organizadora y, aunque era evidente que no quería, agarró el micrófono.

—Solo jugaremos a la mímica. Los que quieran participar, pónganse en equipos de siete.

—Pues se nota que el primero no quiso ser muy creativo —murmuró Cielo.

Se puso en equipo con sus seis amigos. Se formaron además otros cuatro equipos. El primero con el que compitieron estuvo conformado por sus exparejas, incluyendo Francisco, y sus padres. Todos la saludaron alegremente con la mano y ella suspiró. «¿Por qué esto tiene que ser tan extraño? En fin, ya me esperaba algo así».

Fue la primera en participar. No sintió vergüenza, pero se molestó al ver que Fernanda, Alejandro, Isabel y Roberto se burlaban un poco. Los ignoró, suficientemente satisfecha con que hubiesen adivinado sus personajes. Cuando ellos pasaron al frente no le pareció que hicieran una buena interpretación; de hecho, por eso mismo perdieron, pero no dijo nada al respecto.

La siguiente actividad fue voleibol. Al fondo del jardín había una pequeña cancha. Como el equipo tenía que ser de seis, Isabel pidió ser quien se saliera.

Esta vez todos jugaron suficientemente bien. A Cielo le sorprendió demostrar tanta destreza, pues ella no era especialmente buena en los deportes. «Seguramente se debe a lo que experimenté en la dimensión roja». Reflexionó. Sin embargo, en algunas ocasiones los pases de Alejandro no fueron correctamente efectuados y pareció que la que había arruinado la jugada había sido ella.

Por otro lado, se veía que los equipos contrarios estaban llevándose de maravilla, por lo que Cielo prefirió quedarse callada cuando estuvo segura de haber anotado un punto y ellos pensaron que había sido fuera. Finalmente, un equipo con conocidos lejanos ganó.

Al terminar de jugar, le dolían la garganta y los oídos. Pensó que quizá podría deberse al ejercicio.

La siguiente actividad consistió en construir un gran rostro en el piso utilizando materiales que tuvieran a la mano. Los equipos otra vez fueron de siete.

—Vaya, hasta que surgió una actividad novedosa —comentó Fernanda—. ¿Cómo le haremos?

Lucía propuso:

—Creo que lo mejor sería que cuatro buscaran los materiales y tres construyeran la cara.

—Suena bien —dijo Cielo—. Entonces los más adecuados para construirla serían... ¿Alejandro, Isabel y tú?

Los demás estuvieron de acuerdo.

Al comenzó la actividad, corrieron en busca de materiales, pues tenían un límite de quince minutos. Roberto actuó de manera extraña, tomando los materiales que Cielo tenía en la mira y entregándolos en su lugar, haciendo que pareciera una inútil. Como a ella no le molestó mucho la situación, solo lo ignoró.

Lograron finalizar justo a tiempo. Estaba segura de que ganarían, pero le otorgaron la victoria a otro equipo. Se aguantó bastante las ganas de reclamar. «Da igual, lo único que importa es que nos divirtamos. Además, no creo que a Mía le guste verme quejándome por algo tan simple». Después de este pensamiento, le dolió todavía más la garganta.

Todos fueron a descansar un rato, como era común al terminar cada actividad. Viendo que estaba sola, sus padres aprovecharon para acercarse.

—Hola, Cielito —saludó su mamá.

—Amor, lo estás haciendo muy bien —alentó su papá.

Los miró un poco incómoda. Le pareció gracioso que estuvieran sonriendo, pues su madre casi siempre estaba enojada y su padre usualmente solo pensaba en el trabajo; pero más gracia le dio verlos juntos, ya que hacía mucho que no los veía ser simpáticos el uno con el otro.

—Este, gracias, papá.

—Qué raro que no estés pasando el rato con Fran —comentó su madre—. ¿Se pelearon?

—Ah, no, no es eso.

De no ser porque sus padres eran homofóbicos, les habría contado sobre Mía. Ante ellos, siempre mantenía en secreto sus relaciones con chicas.

—Se ve que es buen muchacho—dijo su padre—; trabajador, que es lo que más importa. Me da gusto que estés bien encaminada. La otra vez vi a una pareja de chicas de tu edad en la calle y me molestó. Pero tú nunca harías algo así, ¿verdad?

Cielo tragó saliva, sumamente incómoda.

—No, papá.

—Bien. Ve con tus amigos, parece que te esperan.

Se retiró cabizbaja, sintiéndose culpable. «Perdóname, Mía, sé que entenderás. En otra ocasión se los diré. Si se los dijera ahora sería un desastre y realmente no quiero arruinar el momento».

Se sorprendió al sentir una mano sobre su hombro. Era Francisco. Lo vio articulando palabras, pero no lo escuchó decir nada. Tampoco escuchaba la música. Nunca había experimentado ese tipo de silencio, de vacío. Le pareció atormentador.

Después de unos segundos, por fin recuperó la audición.

—¿Todo bien, Cielo? ¿No me pudiste oír?

—No, no podía... Sí, todo bien.

—Bueno, te decía que escuché que hablaban de mí. Sí que les caigo bien a tus padres, ¿eh?

Francisco la rodeó con un brazo, sonriente. Ella continuó abatida, por lo que él tomó su barbilla para levantarle la mirada y dijo:

—Oye, es cierto que me gustas, pero también sé cómo eres. Sé que realmente no te intereso y que probablemente ya te fijaste en alguien más. No tienes que ocultarlo, ¿sabes?

No supo qué responder, solo suspiró.

En ese momento, la organizadora anunció el comienzo de la cuarta actividad. Le dio el micrófono a Miguel, quien anunció:

—Bueno, yo les enseñaré a andar en mi motocicleta, los dejaré dar una vuelta con ella. —Señaló el vehículo que estaba estacionado en la entrada—. Los que estén interesados, tomen un papelito de la caja para ver si son uno de los diez afortunados en participar.

Cielo se dirigió a tomar uno, pensando que la actividad le serviría para distraerse. Le sorprendió ver que Lucía también quería participar.

—Este tipo de cosas me gustan, aunque no lo parezca —aclaró su amiga—. De hecho, un amigo ya me enseñó a conducir. Más que nada, quiero probar el modelo que tiene Miguel porque se ve superbonito.

—Oh, ya veo, genial. Tienes razón, su moto está bonita.

Ambas abrieron el papelito al mismo tiempo. A Cielo le tocó el número dos y a Lucía el tres.

—Qué suerte tenemos —dijo su amiga, sonriente.

Esperaron su turno charlando un rato. En esta ocasión no parecía que Lucía fuera a comportarse maliciosa, lo cual le causó alivio. Cuando terminó con el primer participante, Miguel se les acercó.

—Te toca a ti, Cielo. Vamos.

Aprendió bastante rápido y dio su vuelta sin ningún problema. Sin embargo, en la última mitad del camino, escuchó un sonido extraño provenir de la motocicleta.

Miguel la recibió de regreso.

—¿Qué tal te fue?

—Bien, se sintió muy suave.

—Genial. No te falló, ¿verdad? Espero que no porque me saldría recaro arreglarla y ahorita no tengo dinero.

Cielo pensó en el sonido que había escuchado, pero como no le pareció que se tratara de gran cosa y no quería desanimarlo, le aseguró que todo estaba bien. Entonces, el chico hizo un ademán llamando a Lucía.

—Yo ya sé andar, Miguel —informó ella al acercarse—, así que podemos saltarnos la parte en la que me enseñas. ¿Qué te parece si en su lugar doy una vuelta más? —sugirió, procurando no mostrar demasiado entusiasmo.

—Oh, claro —respondió él, complacido—. Que la disfrutes.

La vieron partir. Ciertamente se notaba que ya sabía cómo manejar la motocicleta. De pronto, Cielo vio que sus padres se aproximaban, así que huyó a dar una vuelta por los alrededores. Conforme más se alejaba, menos gente veía y más le dolían la garganta y los oídos.

Estaba a punto de regresar cuando vislumbró humo a lo lejos. Corrió hacia su origen. Su mayor preocupación se había hecho realidad: Lucía se había accidentado y yacía en el piso empapada en sangre. La moto se encontraba destruida al lado de un carro que había recibido el impacto. «No, no, fue porque no le comenté a Miguel sobre el sonido que escuché. Si tan solo le hubiera dicho... Maldición, soy una idiota».

Desesperada, volteó en todas direcciones en busca de ayuda. No halló a nadie. Quiso llamar a la ambulancia, pero cuando atendieron la llamada fue incapaz de pronunciar una palabra.

—¿Bueno? ¿Hay alguien allí? —preguntaron al otro lado de la línea.

Por más que intentó hablar, le resultó imposible. Soltó un grito silencioso de frustración y salió corriendo hacia el jardín.

Al llegar, ya tampoco podía escuchar. Los demás la observaron preocupados y confundidos. Intentó escribir en su celular lo que había ocurrido, pero no encendía. También fue inútil intentar escribir en papel porque no había con qué. Tampoco sirvió hacerle señas a los demás para que le prestaran sus celulares, pues no terminaban de entenderle. Se exasperó tanto que le quiso arrebatar el celular a la primera chica con la que chocó, pero esto solo logró que todos la vieran como si estuviera loca.

Lo único que le quedó fue empujar insistentemente a Miguel para que la siguiera de vuelta a la zona del accidente. Corrieron lado a lado, pues quería asegurarse en todo momento de que su amigo estuviera siguiéndola. Al llegar, él de inmediato palideceó y le marcó a la ambulancia. Cielo se alivió al verlo articular palabras, aunque no escuchara nada de lo que le decía a la operadora. Afortunadamente, la ambulancia no se tardó y pronto llegó para llevarse a Lucía. Después de eso, Miguel solo observó su moto, sintiéndose terrible.

Cuando regresaron al jardín, él le contó la situación a los demás. De inmediato el ambiente tan pacífico y armonioso que caracterizaba a aquella reunión se tornó sumamente denso. Además, debido a sus incapacidades sensoriales, Cielo se sentía en una burbuja, por completo relegada. Era como si una parte de ella hubiese dejado de existir.

Se sintió tan mal que prefirió alejarse de los demás. Se dirigió al fondo del jardín porque le habían comentado que si seguía caminando recto se encontraría con una hermosa laguna. Al llegar ahí, le ardía tanto el cuello que lo primero que hizo fue arrodillarse en la orilla, tomar agua y frotárselo con ella. La quinta vez que agarró agua se sorprendió al encontrar una gema azul en sus manos. Con suavidad, la colocó junto a su cuello y se sintió mejor. Sus oídos también mejoraron.

«Por fin encontré una gema. Pero ¿qué pasa? ¿Qué se supone que tengo que hacer? ¿Qué es lo que tengo que resolver?». Repasó su comportamiento y lo relacionó con sus áreas afectadas. Finalmente, sus ojos se iluminaron. «Por supuesto. Seguramente todo esto se debe a que no he sido honesta. Pensé que quedándome callada o diciendo mentiras "blancas" todo permanecería en paz, pero lo único que conseguí fue dañarme a mí misma y causarle un accidente horrible a Lucía».

De pronto, recuperó parcialmente el oído. Escuchó en lapsos el cantar de los pájaros. Intentó pronunciar algunas palabras y lo consiguió a medias. Se puso de pie con esfuerzo, dispuesta a regresar a donde se encontraban todos.

Cuando llegó al jardín, la recibieron con una mirada de desasosiego. Le generó incomodidad saber que de cierta manera solo llegaría a fastidiar más la situación, pero aun así decidió decir todo lo que se había estado guardando. Se adentró más al lugar y tomó el micrófono que reposaba sobre una mesa. Lo prendió y observó a sus espectadores.

—Hola, necesito que me presten atención, por favor. —Con esta frase, finalmente fue capaz de escuchar y hablar con fluidez. Sujetó con más fuerza el micrófono—. He estado siendo deshonesta porque no quería arruinar el evento, pero ahora voy a hablar con la verdad.

Los que habían sido crueles con ella pusieron expresiones de disgusto.

—Para empezar, me pareció haber visto que un hombre robó una bebida de aquel puesto —reveló, señalando el lugar afectado.

—¿Ves? —le reclamó un chico a una chica; ambos llevaban el logo del puesto en sus camisas—. Te dije que sí la había preparado y que alguien seguramente se la había llevado.

Cielo se alivió de haber aclarado un malentendido.

—También —siguió—, cuando jugaba volei, estoy segura de que metí puntos que fueron considerados como fueras.

Otras personas que habían presenciado el juego asintieron con la cabeza, dándole la razón.

La chica se dirigió a sus amigos.

—Y ahora: Isabel. La verdad es que no me gustó tu pastelito, me resultó salado. Pero creo que solo es cuestión de que arregles ese detalle para que sepa muy bien. —Isabel bajó la vista al piso, avergonzada—. Alejandro: no me agradó que hicieras ese comentario en la situación en la que estábamos; hay ciertas cosas que se deben decir de ciertas maneras y en ciertos momentos. Además, ¿qué fue eso de mandarme mal los pases en los partidos? Y tú, Roberto: ¿qué con eso de agarrar justo antes que yo los materiales para la construcción de la cara? ¿Querían hacerme quedar mal? También los vi burlarse de mí junto con Isabel y Fernanda en la mímica. ¿Qué se creen? ¿Niños? Ustedes ni siquiera hicieron bien su interpretación y no por eso me burlé. —Los cuatro evitaron su mirada, incómodos—. Ah, y sinceramente creo que nosotros debimos haber ganado esa competencia de la cara.

De nuevo, ciertas personas asintieron. Acumulando fuerzas, la chica volteó a ver a sus padres y a Miguel para las declaraciones que más le inquietaban.

—Papá... mamá... ¿saben qué? No, Francisco no me interesa de la manera que creen. Estoy enamorada de otra persona: de una chica. Se llama Mía, es fantástica y no la dejaré ir solo porque ustedes no estén de acuerdo con nuestra relación.

Sus padres se horrorizaron. No creyeron lo que les estaba diciendo. Finalmente, Cielo se dirigió a Miguel.

—Y por último, noté que la moto sonaba extraño. Si lo hubiera mencionado, Lucía no estaría en el hospital ahorita y tu moto no se habría destrozado. Lo lamento, Miguel.

Una vez dicho todo lo que se había estado guardando, salió corriendo hacia el hospital.

—¡Cielo! —le gritó su padre, furioso—. ¡Ven para acá! ¡Cielo!

La chica lo ignoró y continuó.

No muy lejos del jardín, un carro se detuvo a su lado. Era Miguel.

—¡Oye, sube! Yo te llevo.

La chica ingresó al auto.

—Ay, cuánto te lo agradezco...

—Oye, tranquila. Sí habría sido mejor que me dijeras lo de la moto, pero no es tu culpa que se hubiese averiado, así que no lo pienses mucho.

—Sí. Gracias por comprender.

En poco tiempo llegaron al hospital. Una enfermera les informó que Lucía ya había sido atendida y se encontraba bien. Ambos se tranquilizaron.

—Voy a pasar a verla —avisó Cielo.

—Okey, yo esperaré aquí.

Subió al segundo piso y entró a la habitación de Lucía. Se hallaba sentada; tenía vendajes en la cabeza, el hombro y el costado, y su expresión era de resignación. Cielo le sonrió afectuosamente, intentando levantarle el ánimo.

—Hola, ¿cómo estás?

—Bueno, evidentemente esta no es una situación muy bonita, pero agradezco que no me haya pasado algo demasiado grave. —Lucía suspiró y devolvió la sonrisa—. Podría decir que estoy bien.

Cielo se acercó a ella.

—Eso me alegra. Realmente me alegra que estés bien. —Tragó saliva y enderezó la espalda—. Yo... yo escuché que algo extraño le pasaba a la moto antes de que te subieras. Debí haberles dicho. Lo siento, en serio lo siento.

Lucía observó a su amiga, quien intentaba controlar el temblor que le provocaba su arrepentimiento, y negó con la cabeza.

—No es tu culpa, Cielo. La motocicleta simplemente se descompuso. Además, yo también debí haberme detenido cuando empecé a escuchar ese ruido, pero preferí no darle importancia. Claro que es importante que menciones esas cosas cuando las notes, pero tampoco pienses que fuiste culpable.

—Sí, tienes razón. —Al ver a su amiga en esa condición, no pudo evitar ser más honesta con ella—. Sabes, yo siempre te he envidiado. Es que eres tan perfecta: bonita, responsable, inteligente, amable y ágil en prácticamente todo lo que haces. La verdad es que varias veces te deseé lo peor, lo cual lamento mucho. —Su mirada reflejó cierta vergüenza—. Pero ahora te juro que ya no siento eso; ahora realmente soy capaz de apreciar tu amistad porque sé que, de mis amigos, tú eres quien más se ha preocupado por mí. Aunque varias veces no te gustó mi actitud, siempre intentaste guiarme por el buen camino y eso te lo agradezco. Eres una persona bastante madura y admiro eso de ti, Lucía. Espero que sigamos siendo amigas por mucho tiempo más.

Los ojos de su amiga se tornaron llorosos. Su expresión cautivada fue tan genuina que Cielo incluso sintió que aquella era la Lucía real.

—Claro que seguiremos siendo amigas. Gracias por expresarte y por esforzarte en ser la mejor versión de ti misma.

Mientras se sonreían cálidamente, el ambiente empezó a iluminarse con un tenue azul que lo acaparó todo.

*

En un parpadeo, Cielo se encontró de pie sobre un océano que reflejaba el cielo diurno. No muy lejos, Mía la esperaba sobre una de las varias rocas que sobresalían del agua. La recibió con alegría.

—¡Vas superbien, Cielo! Te felicito.

Contenta, se aproximó a Mía, creando ondas espirales con cada paso.

—Gracias, aunque todavía no entiendo de qué va todo esto.

Se sentó a su lado y la tomó de la mano, notando que había varios caracoles sobre las rocas.

—Pronto lo entenderás. Podrás pensar que a estas alturas ya has cambiado mucho, pero lo que viene te hará cambiar más de lo que puedes imaginar. —Elevó la mano de Cielo y la acarició suavemente con su mejilla, como si con eso quisiera darle fuerzas para lo que se avecinaba.

Cielo murmuró pensativa, mirándola con cariño y curiosidad.

—¿Será que... despertaré?

La otra chica sonrió.

—Así es.

Tras reflexionar, se entristeció ligeramente.

—Y cuando eso suceda, ¿nos separaremos?

—Sí y no. Te aconsejo que no te preocupes por ello.

—Bueno. —Para cambiar de tema, sacó la gema—. ¿Cuál es su nombre?

Mía lanzó unas piedritas al agua, pretendiendo que se siguieran formando espirales.

—Es una turquesa —respondió—. Dime, ¿esta vez qué aprendiste?

—La importancia de decir la verdad.

La observó con atención para que continuara.

—Antes pensaba que las mentiras eran algo simple que no causaba mucho daño —explicó Cielo—, pero ahora logré reconocer que pueden cambiar drásticamente la realidad. Incluso las mentiras que nos parecen buenas no son del todo buenas. Lo mejor es siempre decir la verdad.

Asintiendo, Mía complementó:

—Las mentiras no son más que una ilusión. Los que solo mienten están muy alejados de conocerse a sí mismos y a la realidad. Cuando no expresamos lo que sentimos estamos desconectando nuestra razón de nuestro corazón, lo cual nos lleva a la incertidumbre. Los que aceptan su verdad y la comunican son capaces de obtener certeza para vivir firmemente. —Dicho esto, se puso de pie—. Ven conmigo.

La acompañó a unas rocas que formaban un círculo. En su interior había una substancia luminosa color turquesa que nunca había visto. Era como una mezcla entre agua y gas. Mía se sentó, sumergió las piernas y la invitó a hacer lo mismo.

—Guau, guau, qué extraño se siente —exclamó mientras se sumergía, pero se relajó cuando empezó a sentir cómo aquella substancia la sanaba.

—Se llama éter. Es el quinto elemento. Se encuentra en todas partes y se encarga de transmitir cualquier tipo de energía.

Mía tomó su mano y recargó la cabeza en su hombro. Plácidamente, Cielo recargó la suya en la de ella.

—Vaya, no tenía idea de que existiera un quinto elemento. Es genial.

—Sí... Por cierto, fue lindo lo que le dijiste a tus padres sobre nosotras. Lo aprecio mucho.

—Si por mí fuera, lo diría muchas veces más —rio antes de besar su cabeza.

Descansaron acurrucadas por un tiempo, hasta que un delfín saltó en su dirección y, cuando se acercó a ellas, asomó su cabecita amigablemente. Cielo lo acarició contenta durante un rato y luego el maravilloso animal decidió nadar hacia otra parte. Escuchó su cantar como si todavía estuviese a su lado; su audición había incrementado significativamente. Tras respirar profundo, se giró hacia Mía.

—Oye... te has convertido en alguien bien especial para mí, en serio. Gracias por ayudarme tanto. Ni siquiera se me ocurre cómo agradecértelo.

Ella se rio conmovida.

—Tú también eres muy especial para mí y, aunque no lo creas, tú también me estás ayudando, así que no te preocupes... Bueno, hora de despedirnos de nuevo. Ánimo.

Plantó un beso en la mejilla de Cielo y, finalmente, otro en su entrecejo.

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