Irresistible Error. [+18] ✔(P...

Von KayurkaRhea

75.1M 3.5M 13.6M

《C O M P L E T A》 ‹‹Había algo extraño, atrayente y oscuramente fascinante en él›› s. Amor: locura temporal c... Mehr

Irresistible Error
ADVERTENCIA
Capítulo 1: La vie en rose.
Capítulo 2: La calma antes de la tormenta.
Capítulo 3: In vino veritas.
Capítulo 4: Rudo despertar.
Capítulo 5: El placer de recordar.
Capítulo 6: Podría ser rabia.
Capítulo 7: La manzana del Edén.
Capítulo 8: Mejor olvidarlo.
Capítulo 9: Tiempos desesperados, medidas desesperadas.
Capítulo 10: Damisela en apuros.
Capítulo 11: Bona fide.
Capítulo 12: El arte de la diplomacia.
Capítulo 13: Leah, eres un desastre.
Capítulo 14: Tregua.
Capítulo 15: Provocaciones.
Capítulo 16: Tentadoras apuestas.
Capítulo 17: Problemas sobre ruedas.
Capítulo 18: Consumado.
Capítulo 19: Conflictos.
Capítulo 20: Oops, lo hicimos de nuevo.
Capítulo 21: Cartas sobre la mesa.
Capítulo 22: Efímero paraíso.
Capítulo 23: Descubrimientos.
Capítulo 24: Compromiso.
Capítulo 25: El fruto de la discordia.
Capítulo 26: Celos.
Capítulo 27: Perfectamente erróneo.
Capítulo 28: Salto al vacío.
Capítulo 29: Negocios.
Capítulo 30: Juegos sucios.
Capítulo 31: Limbo.
Capítulo 32: Rostros.
Capítulo 33: Izquierda.
Capítulo 34: Bomba de tiempo.
Capítulo 35: ¿Nuevo aliado?
Capítulo 36: El traidor.
Capítulo 37: La indiscreción.
Capítulo 38: Los McCartney.
Capítulo 39: Los Colbourn.
Capítulo 40: Los Pembroke.
Capítulo 41: Mentiras sobrias, verdades ebrias.
Capítulo 42: El detonante.
Capítulo 43: Emboscada.
Capítulo 44: Revelaciones.
Capítulo 45: La dulce verdad.
Capítulo 46: El error.
Capítulo 47: Guerra fría.
Capítulo 48: Cautiva.
Capítulo 49: Aislada.
Capítulo 50: Puntos ciegos.
Capítulo 51: La lección.
Capítulo 52: Troya.
Capítulo 53: Deudas pagadas.
Capítulo 54: Caída en picada.
Capítulo 55: Cicatrices.
Capítulo 56: Retrouvaille.
Capítulo 57: Muros.
Especial de Halloween
Capítulo 58: Punto de quiebre.
Capítulo 59: Resiliencia.
Capítulo 60: Reparar lo irreparable.
Epílogo
AGRADECIMIENTOS
EXTRA: La elección de Alexander.
EXTRA: Vegas, darling.
EXTRA: Solo para tus ojos.
ESPECIAL 1 MILLÓN: El tres de la suerte.
EXTRA: El regalo de Leah.
Extra: Marcas de guerra.
ESPECIAL 2 MILLONES: Waking up in Vegas.
ESPECIAL 3 MILLONES: The burning [Parte 1]
ESPECIAL 3 MILLONES: The burning [Parte 2]
ESPECIAL 4 MILLONES: Entonces fuimos 4. [Parte 1]
ESPECIAL 4 MILLONES: Entonces fuimos 4 [Parte 2]
ESPECIAL 5 MILLONES: Ámsterdam [Parte 1]
ESPECIAL 5 MILLONES: Ámsterdam [Parte 2]
ESPECIAL 5 MILLONES: Ámsterdam [Parte 3]
LOS VOTOS DE ALEXANDER
COMUNICADO IMPORTANTE
Especial de San Valentín
Especial: Nuestra izquierda.
Especial: Regresar a Bali
¡IMPORTANTE! Favor de leer.

EXTRA: El balance de lo imperfecto.

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Von KayurkaRhea

«La luz cree que viaja más deprisa que nada, pero se equivoca. Por muy rápido que vaya la luz, siempre se encuentra con que la oscuridad ha llegado antes y la está esperando.»

──── ∗ ⋅◈⋅ ∗ ────

(Alexander)

Jarrel extendió sus diminutas manos para recibir el peluche que Leah le tendía, arrebatándoselo con tal determinación que me hizo sonreír.

Conocía esa mirada de memoria, era la protagonista de mis mejores fantasías y mis peores pesadillas.

—¡Jarrel!—lo reprendió ella, pero el pequeño la ignoró con una altivez que competía con la de su madre y le dio la espalda aferrándose al juguete para admirarlo.

—¿Ya estás enseñándole cómo ser un dolor en el culo?—me burlé.— Es demasiado pequeño para que aprenda tus malas mañas.

—Cállate, Alex—divisé a Leah a través de la pantalla del móvil, el ángulo de la cámara extraño mientras intentaba que nuestro hijo no se soltara de su agarre a la primera oportunidad.— Lo primero que tú le enseñaste fue cómo huir de mí.

Reí.

—Las habilidades básicas son primero, princesa.

Enfocó su rostro por un segundo para lanzarme su mirada matadora que era su marca registrada.

—¿Y cuál habilidad básica es ésa, según tú?

Le dediqué el amago de una sonrisa.

—La de autopreservación.

Puso los ojos en blanco y lanzó un quejido de estrés.

—Muy gracioso—dijo sarcástica, luchando contra Jarrel para quitarle el juguete y mostrármelo.— Tu hijo estuvo tres minutos enteros llorando para que entráramos a esta librería solo por esta cosa.

Contemplé el extraño muñeco de color claro con un raro traje verdoso, acompañado de un sombrero al estilo de Robin Hood.

—No pensé que insistiría tanto luego de verlo en el aparador, pero parece que le gusta—cambió la cámara para que pudiera contemplar a Jarrel extendiendo sus regordetes brazos hacia arriba en un fútil intento por rescatar al muñeco de las garras de su madre.— Aunque no entiendo porqué, es feo.

Una comisura de mi boca se elevó cuando hizo un mohín. Eran los gestos más simples los que más me embelesaban.

—Veo porqué le gusta, tiene potencial.

Bufó, enfocando su rostro de nuevo, permitiéndome contemplarla.

—Tienes unos gustos muy raros, ¿sabías?

—Por eso mismo me gustas tanto, Leah—espeté sin perder la oportunidad, su boca levemente abierta por la impresión.

—Solo tú puedes halagarme e insultarme al mismo tiempo, Colbourn.

—Te dije que tenía muchas habilidades ocultas.

Rio abiertamente mientras deambulaba por un pasillo lleno de libros coloridos y la imagen resultó cautivadora de una manera extraña; se desvaneció entonces para ser reemplazada por una mueca de preocupación.

—Te veré luego, ¿si? Tengo que correr detrás de Jarrel antes de que rompa algo—la cámara se movió errática al compás de su trote.— ¿Quién diría que un niño de año y medio podría caminar tan rápido?

—Eso de huir lo heredó de ti.

—Por favor, no discutiremos esto otra vez. Te veremos en casa—sentenció antes de regalarme una sonrisa fugaz y cortar la comunicación al segundo siguiente.

Ni siquiera tuve tiempo de bloquear el móvil cuando alguien tocó la puerta de mi despacho. Le permití el paso a mi secretaria enseguida.

—¿Qué pasa?—inquirí con un toque de impaciencia cuando se congeló en el marco de la puerta.

Era eficiente, pero a veces tenía una especie de apagones cerebrales, como si su sistema se reiniciara cada cierto tiempo.

—El señor McCartney está aquí para verlo.

Reprimí el impulso de poner los ojos en blanco. Era una reacción natural a cada uno de ellos.

—Hazlo pasar.

Asintió y mentalmente me pregunté cuál sería la siguiente cosa con la que me fastidiaría Leo. Era algo así como su puta tradición familiar.

—Colbourn—saludó apenas entró.

—Erik—lo miré desde mi lugar enarcando una ceja, sorprendido.—¿Qué haces aquí?

Esbozó una sonrisa ladina que distaba mucho de parecerse a la de Leo, pero decidí obviarlo.

—¿Leah no te dijo que vendría?

—No. Asumí que tendría que negociar con el demonio mayor.

Puso los ojos en blanco.

—Recuérdame porqué dejé a mi hermana casarse contigo—se acercó al escritorio, las manos en sus bolsillos con un porte que me recordaba al de su padre.

Me encogí de hombros y apoyé mi cuerpo contra el respaldo, un tobillo sobre mi rodilla.

—Por segunda vez, debo decirte. Supongo que ustedes los McCartney sí tienen buen gusto después de todo.

Soltó una risita al tiempo que admiraba el resto de la estancia en un rápido escaneo.

—¿Así eres en casa con mi hermana y mi sobrino?

—¿Así de encantador?

—Así de insoportable.

—¿Qué te puedo decir? Tu hermana sí puede seguirme el ritmo—me acomodé mejor en la silla y recliné mi cuerpo al frente, apoyándome sobre mis brazos.— Y no solo hablo de mi actitud.

—Alex, por Dios, son las nueve de la mañana—dijo dándose por vencido.— Sería bueno que Leah me pasara el truco para lidiar contigo.

Reí bajo. Sacar a Erik de quicio era más sencillo que hacerlo con el resto de su familia. Lo era tanto que casi no resultaba divertido, pero la manera en que se crispaba siempre con mis comentarios lo compensaba de maravilla.

—Bueno, para empezar, tu hermana tiene otros métodos para lidiar conmigo.

—No quiero saber—hizo una mueca y puso una mano al frente para después apoyarse sobre el respaldo.—Prefiero hablar de algo que sí sea de mi incumbencia.

Le hice una seña para que tomara asiento.

—Y yo que pensé en pedirle a Jenna una taza de té y ponernos al día con nuestras vidas, tan tonto de mi parte—me burlé.

Ignoró mi comentario.

—He traído a alguien con quien hemos comenzado a hacer negocios recientemente. Le pedí que nos reuniéramos aquí.

El cosquilleo de la curiosidad me asaltó enseguida.

—¿Un nuevo socio?

Asintió.

—Aún no lo conocemos del todo, pero hemos investigado un poco y sus industrias son legítimas. Pensamos que podría ser un buen contribuyente.

Lo observé con atención, debatiéndome entre darle la razón o poner en duda su dicho.

—¿Y tu padre quiere mi aprobación para incluirlo?

Volvió a asentir solemne.

—¿Desde cuándo a tu padre le importa lo que yo piense?

—Eres socio mayoritario después de todo, ¿no?

Empujé la lengua contra mi mejilla, dubitativo.

—De acuerdo, hazlo pasar.

Erik dijo algo más que no pude definir, salió un momento de la oficina y regresó acompañado de un tipo alto, delgado y larguirucho con una escueta pelusilla de barba oscura, los ojos como pozos adornados por ojeras y el rostro fino.

Parecía un adicto al crack. O al trabajo.

Me puse en pie para recibirlo.

—Señor Colbourn—estiró el brazo y le estreché la mano con decisión, la presión de su palma fuerte sobre la mía.— Soy Behar Fejzo, un gusto.

Fue como recibir una descarga eléctrica de mil voltios. No, joder, fue como estar sentado en una silla eléctrica para recibir el último electrochoque destinado a parar mi corazón y acabar con mi vida. Así de horrible se sintió escuchar ese nombre, contemplar esos ojos, esa cara que portaba el apellido de un demonio del pasado.

Sentí mi boca secarse y una sensación de vértigo me invadió por la velocidad con que el millar de imágenes relacionadas con ese maldito nombre se agolparon al frente de mi memoria.

—Señor...

Volví en mí al escuchar su voz y me di cuenta entonces que aún sostenía su mano con demasiada fuerza.

—¿Estás bien, Alex?—percibí la mano de Erik sobre mi hombro, su rostro compungido en una mueca de preocupación.

—Sí, sí. Estoy bien—me recompuse rápidamente y escudriñé al hombre con mayor atención.

Quizás era mi paranoia, el montón de cosas atroces que ese nombre traía consigo, pero no podía evitarlo.

—¿Hice algo mal, señor Colbourn?—inquirió con deje inquieto nuestro invitado, sus orbes fijas en mí.

—No, es solo...—busqué las palabras correctas.— Tu apellido me pareció familiar—farfullé a regañadientes.

Su rostro se iluminó y me dedicó una sonrisa.

—Me imagino. Fejzo es un apellido muy común en Albania.

—¿Albania?

—Sí—afirmó, tomando asiento seguido de Erik, obligándome a sentarme también.— Pero no debe ser una persona muy agradable si puso esa cara de susto al escucharlo.

Intenté sonreír, pero la impresión pesaba aún sobre mis hombros.

Tomé aire e hice un esfuerzo descomunal por tranquilizarme. Quizás tenía razón y el apellido era común. Yo solo estaba siendo paranoico.

—¿Y bien? ¿A qué ha venido, señor...?

—Oh, puede Behar si mi apellido le incomoda.

No solo era su apellido el que me inquietaba, sino el deje oscuro que enmarcaba el gesto de su sonrisa.

Detuve el tren de mis pensamientos otra vez y luché contra la paranoia.

—De acuerdo.

Se aclaró la garganta y comenzó a hablar.

—Estamos aquí porque la compañía a la que represento le interesa iniciar un proyecto en conjunto. Una convergencia de ambas industrias con la nuestra—expuso con diplomacia y estreché los ojos con recelo.— Nuestro giro comercial es la energía.

—Nosotros no trabajamos solo un giro, nos concentramos en la explotación de recursos y no creo...

—Lo sé—me cortó con decisión.— Pero el señor McCartney está de acuerdo en que sería bueno apostar al nicho de la energía por lo redituable que resulta hoy día.

—Él tiene razón, Alex—lo apoyó Erik.— Son una empresa nueva, pero sus ingresos han sido bastante buenos a pesar de ello.

—¿Nueva?—enarqué una ceja, suspicaz.

Behar soltó una risita nerviosa.

—Tenemos poco más de tres años en la industria enérgica, y aunque nuestro mayor mercado está en Albania y el este de Europa, la inversión en sus empresas podría ser de gran utilidad para ustedes y un enorme progreso para nosotros en nuestra expansión.

—Son ganancias mayores al cuarenta por ciento anual—informó Erik.— Si lo miras con atención, los números crecerán rápidamente si empleamos los instrumentos de papá y permitimos que construyan establecimientos energéticos en tus propiedades estratégicas.

—No lo sé—dije dudoso.— Podría resultar, pero al tratarse de una empresa nueva, me cuesta creer que números tan altos permanecerán.

Ése era el truco del mercado: fluctuaba tanto que una empresa de nueva constitución podía estar por las nubes con números positivos un día y encontrarse hasta el cuello con números rojos al siguiente. Se requería de cierta cimentación, avaluó y garantía para iniciar con una empresa que, además de ser extranjera, era prácticamente novata.

No era normal que despegara de esa manera en los primeros tres años, se necesitaba de una inversión descomunal para absorber gastos y amortiguar pérdidas.

—Solo digo que es una buena oportunidad, no deberíamos desaprovecharla, siendo objetivos creo que...

—¿Es su esposa?—dejé de concentrarme en Erik cuando el tipo raro volvió a hablar y me percaté que miraba el retrato que tenía de Leah y Jarrel sobre el escritorio.

Asentí con el cuello rígido. No me gustaba la manera en que la admiraba, porque parecía estudiarla más bien.

«Quizás sí deberías dejar la paranoia a un lado. Fejzo desapareció, no tiene nada qué ver contigo ahora.» Me recordó mi conciencia y reprimí el impulso de arrebatarle el marco de Leah y Jarrel cuando lo tomó entre sus manos.

—Es preciosa—me miró por un segundo, sus orbes oscuras reluciendo de manera escabrosa y el pálpito de la incomodidad aumentando.— Y éste debe ser su hijo.

—El pequeño Jarrel—dijo Erik feliz, completamente ajeno al pandemónium que se desarrollaba en mi cabeza.

—A ella la he visto en muchos lugares. Hace cosas increíbles con su institución de beneficencia. Oh, ¿y no tuvo la portada de jóvenes empresarias en Forbes hace apenas un mes?

—Sí, lo obtuvo en la campaña que hizo la revista para enaltecer el empoderamiento femenino—el tono de mi cuñado estaba tildado de orgullo.— Se lo otorgaron por las ganancias que generó y donó a un programa de educación en India.

Behar silbó.

—Es impresionante. Hermosa y además proactiva. Podría ganar fácilmente un concurso como Miss Universo. ¿Nunca lo habían pensado?

Erik soltó una risa.

—No creo que a mi hermana le agraden ese tipo de cosas.

—No tiene nada qué probar a nadie—lo corté, irritado por el comentario y la manera extraña en que admiraba a mi mujer. Orgullo o posesividad, no tenía idea de lo que fue, pero le arranqué el marco de las manos.— Leah sabe lo impresionante que es, la única a la que debe probárselo es a ella misma.

Behar me miró con la boca abierta como un pez, pero no me detuve. No me gustaba su presencia en mi oficina, y paranoia o no, quería ese jodido nombre fuera de mi vida y de la vida de mi familia.

—Además, ella ya tiene el universo en sus manos. No necesita que un par de jueces dentro de un concurso le entreguen lo que ella es capaz de conseguir por sí sola.

Podía ser que estuviera actuando de manera errática, grosera e irracional, pero me importaba una mierda. Solo quería que Behar se largara, se metiera su jodido apellido por el culo y se lo llevara consigo.

Erik me dedicó una ojeada de perplejidad antes de aclararse la garganta de nuevo.

—De acuerdo...¿por qué no continuamos discutiendo los términos de la operación? Es un proyecto bastante redituable y convincente, Alex, deberías darle una oportunidad.

—Sí, de hecho, tengo los planes de proyección del próximo año y...

—No—lo corté seco y me miró como si lo hubiera abofeteado, cosa que, extrañamente, me moría por hacer.— Tengo una reunión en cinco minutos—mentí.— ¿Por qué no envías las proyecciones a mi secretaría? Ella me los hará llegar.

El hombre de cabello oscuro se removió, aparentemente luchando por no parecer ofendido.

Erik, por otro lado, tenía sus jades llameando.

—¿Por qué no la cancelas?

—Porque no puedo.

Ni quiero omití.

Me acribilló pero lo ignoré.

—Entiendo—el hombre se puso en pie con lentitud, la boca tensa.— Le haré llegar las proyecciones.

Me puse en pie también y asentí. Hizo el ademán de tenderme la mano, pero por su expresión, pareció pensarlo mejor y se lo agradecí.

—Estaremos en contacto entonces—finalizó. Dio la vuelta y salió de mi oficina dando zancadas.

Por mi bien, esperaba que no volviéramos a vernos. No me gustaba lo que su presencia transmitía.

—¿Qué mierda fue eso?—siseó Erik con el rostro pálido por la cólera.

—¿Qué fue qué?—me senté haciéndome el desentendido.

—¡Fue una grosería!—vociferó.— ¿Cómo mierda logras cerrar tratos si eres así de mierda con tus clientes?

—No con todos—dije con desinterés, acomodando de nuevo el retrato de Leah y Jarrel sobre el escritorio.— Aquellos que no se lo ganan tienen la mejor versión de mí.

—¡El tipo representa una gran inversión para nuestras empresas!—rebatió airado, sus orbes flameando.

—¿De verdad?—dije sarcástico.

—¡Sí!

—Qué bien, aunque no pregunté tu opinión—acoté colectado, sosteniéndole la mirada sin inmutarme.

—Por Dios—se pasó una mano por el cabello color arena y por un momento fue como ver un fantasma de Louis. Se posó frente a mí, señalándome con un dedo.— Hablaremos con él y lo convenceremos para firmar. Te lo advierto, Alex, no arruines esto.

Enarqué una ceja.

—Déjame ponerla junto al montón de advertencias que me han hecho tu hermana y tú.

—¿Qué?

—¿Quieres saber dónde me guardo tus advertencias, McCartney?—me incliné sobre el escritorio, retándolo.

Comprendió al instante porque su semblante se llenó de ira.

—Vete a la mierda, Colbourn. Eres imposible algunas veces.

Salió de mi oficina como una exhalación sin mirar atrás y dio un portazo que me hizo vibrar, pero no por el estruendo, sino por el mal sabor de boca que me dejó ese raro encuentro.

Había algo en Behar que no me gustaba en absoluto.

¥

—¡Mierda!

Dejé la gabardina sobre el perchero de nuestro recibidor y fui casi a trote hasta la cocina cuando la escuché maldecir, mi estómago hecho un nudo, pero me sentí repentinamente estúpido por encontrarla peleando con el grifo móvil del lavaplatos.

—Leah, ¿qué haces?

Soltó un chillido por la impresión, una mano en el pecho y la otra empuñando una llave inglesa como si fuese un cuchillo. Tenía el rostro pálido, la postura defensiva y la mirada de una desquiciada.

—Baja el arma, loca—pedí con las manos al frente a modo de escudo, reparando a la vez en la enorme mancha de agua que humedecía su blusa azul, la pegaba a su cuerpo y remarcaba a la perfección sus redondos pezones contra la tela. Tuve que reprimir el impulso primario de pellizcarlos.— Vas a lastimarte.

—El plan era lastimarte a ti—aclaró, relajándose.— ¿Por qué tienes que aparecer de la nada? Casi me matas del susto.

La miré como si fuera idiota.

—¿Tengo que tocar la puerta en mi casa?

Se quitó un mechón del rostro que salía del despreocupado moño hecho sobre su cabeza y negó.

—No—secó una de sus manos sobre la tela de una falda que me pareció vagamente familiar.— Pero no creí que llegarías tan pronto.

Estreché los ojos y me crucé de brazos.

Había una sensación ajena asentada en mi pecho. Intenté ignorarla el resto del día, pero permanecía latente bajo mi piel, como el sonido de una alarma distante pero constante. Sentía la imperante necesidad de comprobar que era todo producto de mi paranoica mente y cerciorarme que Leah y Jarrel estaban sanos y salvos en casa, lejos del pútrido apellido de Fejzo.

—Terminé antes hoy—me excusé restándole importancia.— ¿Qué demonios haces tú? ¿Planeando una competencia de camisetas mojadas?

Rocé uno de sus pezones a modo de juego y ella me dio un manotazo.

Se concentró entonces en el grifo del lavaplatos, que no dejaba de chorrear agua a montones.

—Intentaba arreglarlo—confesó apenada.

—¿Amenazándolo con la llave inglesa?—se la arrebaté sin mucha delicadeza.— ¿Qué eres ahora, Bob la constructora?

Me dio un empujón a modo de reprimenda y esbocé el amago de una sonrisa. Desabotoné mis mangas y las doblé lo suficiente para no mojarlas mientras inspeccionaba el desastre que mi esposa había provocado. Leah era, en definitiva, un peligro en la cocina.

—Bob hace casas, no lavaplatos. Jarrel estaría decepcionado de que no lo supieras.

—Mmm...ya veo porqué no pudiste solucionarlo entonces.

—Ay, cállate.

—¿Dónde está Jarrel?—inquirí sin despegar la vista del grifo, intentando encontrar la raíz del problema. Un pinchazo de consternación emboscándome cuando no lo vi correr hacia mí apenas entré en casa.

— Oh, Claire estuvo aquí. Está con ella y sus hijos ahora.

La miré solo un segundo antes de seguir con la faena.

—¿En serio?

—Sí—recargó su cuerpo contra la encimera de la cocina, los brazos cruzados sobre el pecho, remarcando sus senos y mirándome trabajar con atención.— Erik también estuvo aquí. Dijo que habías actuado extraño hoy en la oficina con un cliente—cuando levanté la vista hacia ella, tenía el ceño fruncido en clara perplejidad.— ¿Qué pasó?

Me planteé seriamente contarle mis paranoicas teorías, antes de caer en cuenta de que eran solo eso, teorías paranoicas, y no tenía sentido preocuparla con algo que carecía de fundamento.

—Nada, el tipo era un imbécil. No me agradó, eso es todo.

—Pero Erik dijo...

—Hay una diferencia entre tu hermano y yo, Leah—la corté exasperado por zanjar el tema, irguiéndome para observarla desde mi altura.— Él solo conoce la amabilidad. A mí no me importa mandar a la mierda a un tipo con quien no tengo interés en negociar. Nos ahorro tiempo a ambos.

Me sostuvo la mirada con dureza, sin doblegarse.

—Olvidaba lo imbécil que eres algunas veces.

Sonreí mientras cerraba la llave por fin y el flujo de agua cesaba.

—¿Qué hacías en la cocina de todos modos? Creí haberte dicho que tenías el paso restringido a esta zona después del desastre con el pollo el mes pasado.

Sus orejas enrojecieron como torretas y me lanzó una toalla para secarme con desdén.

—Estaba pensando en preparar la cena para ambos.

La miré genuinamente sorprendido.

—¿Tú? ¿Cocinando?—dije asaltado por la impresión.— ¿Ganamos la lotería o algo? No, espera, ¿te golpeaste la cabeza?

Intenté tocarla, pero de nuevo me alejó con un manotazo.

—Sé que fue un fracaso, ¿de acuerdo? Pero quería hacer algo normal para ambos por primera vez en la vida.

Incliné la cabeza a un lado, mirándola con atención. Me gustaba cuando usaba el cabello de esa manera, con algunos mechones oscuros enmarcando sus bonitas facciones. A mi polla, por otro lado, le encantaban ese tipo de atuendos y podía notar su afición por la manera en que se presionaba contra mi pantalón, casi de la misma forma en que sus pezones erectos se tensaban contra su blusa.

La arpía estaba haciéndolo a propósito, estaba seguro.

—¿Cuándo hemos hecho algo normal en la vida?

Sonrió.

—Nunca. Nada que tenga que ver contigo puede serlo.

—No me gusta lo convencional, por eso estoy contigo.

Bufó.

—No me digas.

—Ah sí, esa combinación de neurosis y determinación puede volver loco a cualquiera. En más de un sentido.

Soltó una risotada y me dejé llevar por ese pálpito de plenitud que me invadió.

—También pensé que podríamos salir a cenar—siguió.—Pero con esta tormenta...

—El cielo está cayéndose. Solo a ti se te ocurriría salir así. Nos ahogaremos antes de llegar a algún restaurante.

Frunció los labios, sus delgados dedos entrando en contacto con la mano que apoyaba sobre la encimera. El contraste de sus fríos dígitos con mi piel erizó los vellos de mi brazo.

—Por esa razón es que estaba pensando en que podíamos ordenar comida china para llevar. ¿Qué opinas?—batió sus pestañas, como si no supiera que le daría el sí solo por hacer ese gesto.

—Me encanta la idea.

Sonrió, sus bonitos ojos brillando.

—Genial, déjame limpiar este desastre y llamaré, ¿de acuerdo?

Asentí y la observé trabajar en silencio, sus manos rápidas en lavar los pocos trastes. La imagen casi me hizo sonreír, una ola de añoranza inflándome. Conocía ese atuendo. Era como ver a la Leah de algunos años atrás ayudándome a limpiar mi departamento después de mi primer juego con Louis. La situación era completamente diferente y había transcurrido casi una década de ese entonces, y a pesar de ello, ahí estábamos los dos, ahogados hasta el cuello con sentimientos hacia el otro y con un hijo de por medio.

La vida era una hija de puta. Si me hubiesen preguntado cinco años atrás si yo vislumbraba alguna posibilidad de recuperar a Leah, seguramente me hubiese reído por decir tantas estupideces, y aun así, aquí estábamos ambos, contra toda probabilidad y apuesta.

—¿Te sientes nostálgica?—hablé de pronto, impulsado por el halar de la necesidad.

—¿Qué?

Me coloqué detrás suyo, mi cuerpo pegándose a su espalda por inercia y mis dedos colándose bajo su blusa para ascender por su estómago, la piel de sus pechos erizándose cuando los acuné en mis manos, arrancándole un suspiro de satisfacción.

—Sabes, si tanto lo quieres, solo tienes que pedírmelo—presioné mi turgente erección contra su bonito culo, su boca rápida en gemir ante la sensación.— ¿Creíste que no lo notaría?

—¿Qué cosa?—jadeó cuando halé de un pezón mientras removía el otro entre mis dedos.

—Lo que haces—susurré contra su oído, mi cara escondiéndose en el hueco de su hombro para dejar sobre su cuello besos húmedos que la hicieron vibrar.— Usar esto—abandoné uno de sus pechos para rozar uno de sus muslos con delicadeza, su piel reaccionando al tacto de inmediato mientras ascendía más allá del dobladillo de su falda y estrujaba una de sus bonitas nalgas.— Conozco esta falda.

—¿En serio?—habló apenas, su espalda arqueándose y su trasero pegándose a mi entrepierna cuando jugué con el borde de sus bragas.

—Era bastante práctica cuando la usabas en la universidad.

Rio, el sonido interrumpiéndose cuando pellizqué un pezón y lamí su cuello con lentitud, llenando mis pulmones de su aroma.

—No creí que lo notarías—confesó con tono afectado por mis atenciones, su espalda arqueándose más cuando quité el tirante y besé su hombro.—En esa época te odiaba tanto que no podía siquiera decir tu nombre.

—Mmm...no podías decirlo y ahora te encanta gemirlo—susurré contra su piel, su cuerpo contorsionándose por mis atenciones, derritiéndose contra mí.— Y a mí me encanta escucharlo.

Azoté una de sus nalgas, vibró por el impacto y mi polla punzó con necesidad dentro de mis pantalones. Inspiré de nueva cuenta su aroma, impregnando mis sentidos de ella. Leah estaba en todos lados, incluso enterrada profundo dentro de mí.

—Lo haces a propósito, ¿no es así?—gruñí contra su piel, caliente y tersa.

—Puede ser. Me gusta ver cómo pierdes el control.

Arremetí contra su culo sobre la ropa, arrancándola un gemido que embriagó mis sentidos.

—Aunque también pudo ser solo una coincidencia—rebatió moviendo su hombro para removerme de su cuello y mirarme.— El mundo no funciona alrededor de tu polla, Alex.

Tomé su mentón con rudeza, obligándola a girar aún más su rostro para encararla, el azul abarcado por el negro, profundo y denso.

—Tal vez tengas razón, pero sé perfectamente lo que quiero alrededor de mi polla en este momento—acerqué mi rostro al suyo, sus ojos cerrándose en automático esperando por un beso que nunca llegó.— Suena como tu nombre y se mira justo como tu bonita boca.

Gimió cuando acaricié su labio inferior con mi pulgar, sus orbes clavados en mí, desafiantes, flameantes y amenazando con hacerme reventar.

—Abre—exigí y ella obedeció al instante, sus labios rápidos en cerrarse alrededor de mi dedo, succionándolo con apetito, lamiéndolo con esa determinación que me volvía loco.

Sus ojos voraces, capturando los míos como jaulas de hierro mientras chupaba con viveza, como si su vida dependiera de ello y joder, el gemido de placer que emitió vibrando contra mis dedos y rompiendo los últimos vestigios de control.

Tomé su mandíbula sin delicadeza y la besé con necesidad, mis labios rozando la desesperación por poseer cada parte de su cavidad, mi lengua rápida en conquistarla, caliente y demandante contra la suya.

Dejé de besarla para recuperar la respiración, su cuerpo dando un respingo cuando el resonar de un trueno inundó la estancia, recuerdo inequívoco de la tormenta que caía fuera de casa.

—Mierda, lo siento—se disculpó jadeando cuando se percató de que me había pisado.

Intentó salir de la fortaleza que eran mis brazos, antes de presionarla contra el lavaplatos.

—¿A dónde vas?

Jadeó alto al sentir lo duro que estaba. No iba a ir a ningún puto lado mientras yo tuviera esa erección. Tenía que encargarse de ella ahora.

—La comida, tenemos...—estrujé sus pechos sobre la blusa, mis labios derritiéndose como cera contra su punto de pulso, robándole las palabras.— Cerrarán si no...si no...

—Que cierren, primero voy a comerte el coño.

Arqueó la espalda cuando succioné una parte sensible cerca de su oreja, mis manos acariciando apenas sus muslos.

—¿Sabes en qué me hace pensar esta falda?—murmuré contra su piel, haciéndola estremecer.— Que debí follarte más dentro de la universidad.

Jadeó colocando su mano contra la que apresaba su pecho, su pezón erecto e hinchado entre mis dedos.

—Debí follarte en los baños, en los privados de estudio, en el cuarto de aseo—gruñí magreando una de sus nalgas antes de azotarla.— Debí tenerte de rodillas en el último pasillo de la biblioteca con mi polla llenando tu insolente boca.

—No sabía que fantasearas tanto conmigo en ese momento—dijo casi sin respiración.

—Ni te lo imaginas—subí su falda lo suficiente para admirar su culo en todo su esplendor, la visión de sus bragas endureciéndome más si era posible.— Debí tener mi cara enterrada entre tus piernas debajo de una mesa de la biblioteca mientras te las arreglabas para hablar con Edith o Jordan, luchando por no correrte sobre mi lengua.

—Joder—suspiró cuando colé una mano dentro de su ropa interior, un sonido gutural vibrando en mi garganta cuando percibí lo húmeda que estaba.

—Me habría encantado tenerte a metros de distancia en la cafetería, sentada en la misma mesa, fingiendo que no me dirigías la palabra mientras mi semen chorreaba por tus bonitos muslos bajo tu falda porque apenas había terminado de follarte.

Deslicé mis dedos por sus pliegues, húmedos por sus fluidos y pude percibir la vibración de su cuerpo por la sensación. Tomé el moño que era su cabello, su cuello arqueándose para mí y mis labios deseosos por marcarla.

Me detuve un segundo, un quejido de desaprobación brotando de su boca antes de convertirse en un gemido cuando introduje dos dedos en su interior, bombeando con firmeza mientras mi palma continuaba masajeando su clítoris.

Se retorció contra mí, pegándose a mi pecho por la estimulación que recibía. Moví su nuca para obligarla a mirarme un momento, sus orbes abarcados por la lujuria, su boca abierta para respirar y su cuerpo concentrado en absorber todas las sensaciones.

Se tensó, el sonido de la humedad amenazando con hacerme perder la razón mientras sus piernas se endurecían en un preludio indudable del orgasmo. Nada importaba en ese jodido instante, solo la liberación de Leah que se encontraba a un par de embates y palabras más de distancia.

—Debí...

—Dios—lo hizo sonar como una maldición antes explotar sobre mis dedos, su cuerpo apoyándose en su totalidad contra el mío mientras era arrollada por la dureza de su orgasmo.

Permanecí con mi mano dentro de su ropa interior mientras mi mujer luchaba por recuperar la respiración, su latir acelerado y perceptible en la curvatura de su cuello.

—Eres un pervertido, Alex.

—Mmm...—musité contra su oído retirando los dedos de su jodido sexo.— Creí que era tu rasgo favorito de mí.

Soltó el suspiro de una risa antes de abrir la boca de nuevo para permitirme colar los dígitos dentro de su boca, sus ojos cerrados mientras se probaba a sí misma.

Mi polla protestó al sentir la rugosa textura de su lengua contra mi mano. También quería enterrarse en su garganta.

—¿Te gusta cómo sabes?

—He probado cosas mejores—murmuró mirándome por el rabillo del ojo.

—Permíteme discrepar, princesa, pero lo mejor que he probado en mi puta vida es tu coño. Podría vivir solo de comerte.

Sonrió con los ojos presos por la lujuria.

—¿Ves? Eres un pervertido.

—¿Es una queja?

Se giró para encararme.

—Es una bendición.

Tomó mi cara entre sus manos para inclinarme y reclamar mi boca llena de posesividad, mis dientes hincándose en su labio inferior con dureza; su lengua implacable contra la mía, sus brazos envueltos alrededor de mi cuello para mantenerme en el lugar mientras me besaba sin tregua. Ella era la más sedienta de besos y yo adoraba complacerla.

Mis dedos se deslizaron por su espalda con lentitud, las yemas recorriendo la piel erizada que mi tacto había provocado. Se separó para mirarme por dos segundos antes de sonreír contra mi boca y besarme de nuevo, succionando mi labio entre los suyos. Una de mis manos abandonó su espalda para retirar la goma que sostenía su cabello en un moño, cayendo en algún lugar que no me molesté en registrar y suspiré contra su boca cuando el aroma de su shampoo asaltó mis sentidos.

Era un contraste claro a comparación de la rudeza que nos abarcó momentos atrás, pero no pude reprimir el atisbo de felicidad que me invadió por tenerla contra mí, su boca explorándome, aprendiéndome y tomándome de todas las formas que conocía y que aún necesitaba conocer.

Se separó para terminar de abrir mi camisa, mi cerebro registrando apenas lo que sus dedos habían estado haciendo contra mi pecho momentos atrás. Sus orbes repletos de deseo, fiereza, y quizás me conocía demasiado bien porque a juzgar por su actitud, Leah sabía que estaba a punto de llevarla por un viaje de sensaciones donde la barra de la cocina no sería el lugar apropiado para tenerlo.

—Leah—la llamé con voz grave, rebasado por las sensaciones de su boca contra mi cuello, mi mano enterrada en sus mechones.

—¿Mmmm?—musitó explorando mi pecho con sus manos, sus dedos en combinación con su lengua jugando con mi racionalidad.

—Leah—la llamé de nuevo, separándola solo un segundo de mí y sonreí por su mueca de protesta.

La besé rápidamente en los labios antes de acercarme al grifo de agua que llevaba cerca de cuarenta minutos abierto.

Me gustaba cuando la distraía lo suficiente para que se olvidara de cosas tan simples como aquella, o cuando se olvidaba de todo, excepto de mí. 

—Lo siento—se disculpó.— Lo olvidé. Fue mm...

Sus palabras se perdieron cuando succioné de nuevo su cuello e hizo un sonido de satisfacción que podía conseguir solo cuando besaba esa parte trasera de su oreja, mis dedos circulando el borde de sus bragas antes de alzar la cabeza para regalarle una sonrisa perversa. Leah odiaba ese sonido, decía que la hacía parecer un gato. Lo más normal habría sido dejar de tocar esa zona que lo provocaba, ¿pero cuándo había dejado de hacer algo que molestara a la arpía?

Se estiró, su cuerpo de puntillas para besar mi mentón, determinada en hacerme olvidar a mí también. Gruñí por la sensación y porque sabía que ella disfrutaba de percibir la vibración a través de mi piel.

Incliné la cabeza a un lado apenas sentí sus labios moverse a mi hombro, mis manos concentradas en despojarla de la jodida blusa cuando se escuchó un fuerte estruendo, el sonido retumbando en las paredes, arrancándole un grito a Leah y sumiéndonos momentos después en una oscuridad profunda.

Se arrebujó contra mí, mis sentidos rápidos en adaptarse al vacío. Mis pupilas delinearon las siluetas de todo a nuestro alrededor. Un relámpago iluminó todo a través del ventanal del comedor y distinguí el pequeño cuerpo de Leah contra mí, un brazo fuera de su blusa mientras el otro permanecía dentro.

—Diablos—maldijo, temblando aún por el susto.

Agudicé el oído en espera de otro trueno más, pero solo escuché la lluvia torrencial golpeando contra el cristal y el techo de casa.

—¿Estás bien?

—No...sí...

—¿Segura?

A Leah no le aterraba la oscuridad per se, sino que la inquietaba todo aquello que la hacía evocar.

Asintió, mis palmas acariciando sus brazos para tranquilizarla.

—¿Qué crees que te haga gritar más, la oscuridad o yo mientras te follo?—solté de pronto para romper la tensa atmósfera y como esperé, funcionó.

—Alex, por Dios.

Se quejó, pero levantó sus brazos para que terminara de quitarle la molesta blusa.

Contuvimos la respiración por unos momentos más, ambos inmóviles mientras escuchábamos el soplo del viento contra los ventanales, aullando furioso junto a la lluvia, esperando por el regreso de la luz.

—Está oscuro.

—Gracias por la observación, Capitana Obviedad.

Me dio un empujón, pero me pegué a ella de nuevo, sus pezones erectos rozando mi pecho.

—Cállate, pensé que me había quedado ciega por un momento.

—¿Y perderte la oportunidad de contemplarme? Qué desgracia, Leah.

Ignoró mi comentario, una palma contra mi estómago, como si buscara cerciorarse que seguía junto a ella.

—¿Tenemos velas?—susurré.

No tenía idea de porqué murmuraba. Quizás era por la oscuridad, porque era sinónimo de silencio, escondite, secretos. Tal vez era solo algo inherente a los humanos, que solíamos bajar el tono cuando la oscuridad nos rodeaba. Algo relacionado con la suavidad de la oscuridad o la manera en que solía ocultar rostros.

—Creo que no—respondió con un hilo de voz.

Otro trueno rasgó el aire y Leah saltó pegándose a mi cuerpo por la impresión, mis dedos acariciando su espalda desnuda. Mi entrepierna punzó por el nuevo escenario, oscuro, discreto e incierto.

—Alex, ¿te has calentado por el apagón?—susurró al sentir la clara manifestación de mi entusiasmo contra su vientre.

—No, ¿cómo crees? Es mi cartera.

Rio. Solté el suspiro de una risa cuando besó mi mentón creyendo que era mi boca. Incliné mi rostro y trazó un camino por mi mejilla hasta mi nariz. Permaneció cerca, pero tuve que moverme para que pudiera encontrar la comisura de mi boca, mis labios rozando los suyos mientras jugaba de nuevo con sus pequeños botones entre mis dedos.

Presionó sus labios con mayor fuerza contra los míos, demasiado impaciente para más juego previo. Hubo otra pausa cuando resonó otro estruendo, pero su boca se volvió indómita al segundo siguiente, tomando la mía con decisión, mis caderas moviéndose contra su vientre en reacción.

Continué besándola buscando ser una distracción, porque sabía lo nerviosa que Leah se ponía cuando era engullida por una oscuridad tan densa como esta. Un tipo de oscuridad que había conocido solo durante su tortura en la casa de Louis. Tenía el corazón latiendo a mil por hora y sabía que era miedo; miedo combinado con excitación.

Mi esposa se presionó contra mí, escapando de la oscuridad y sus pensamientos. Por la manera en que me tocaba, sabía que se concentraba en la forma en que se sentía mi piel bajo sus palmas, la dureza de mis músculos reaccionando a su tacto, el rápido latir de mi corazón contra su boca.

Mis dedos acariciaron los costados de su cuerpo, delineando su pequeña cintura y me pregunté cuánto la conocían mis manos. La cicatriz que corría de aquí a...aquí, la curva de su culo que terminaba...aquí, la tensión de sus músculos cuando presionaba...aquí, el lunar que estaba...justo aquí, esa parte de su espalda que amaba morder...aquí...gimió y apreté mi agarre en sus nalgas mientras la pegaba más a mí.

Sonreí, satisfecho de saber que reconocería el cuerpo de Leah incluso estando ciego.

Ella era una de mis materias favoritas y la había estudiado tan duro, y Dios, se había dejado aprender tan bien.

Cerré mi boca en torno a un pezón, deleitándome en la forma en que sus uñas aruñaron mi cráneo, pero tomó mi cara entre sus manos para besarme antes de comenzar a bajar, sus dedos en la pretina de mi pantalón, trabajando diligentes en abrirlo.

Emití un sonido de queja cuando su culo quedó demasiado abajo para tocarlo. Mi estómago dejó de moverse al percibir sus labios sobre mi abdomen. Bajó el cierre y se deshizo de mis pantalones con rapidez.

Jaló de mi ropa interior, mi polla palpitando por atención de su boca, su mano, su coño. Sentí su aliento caliente cerca y suspiré con alivio, solo para pasar mi falo de largo y besar un lado de mi cadera.

—Tramposa—me quejé, enredando mis dedos en su cabello.

—¿Mmm?—musitó. Halé de sus mechones dándoles un rudo jalón antes de alejarme un paso, quitarme el resto de ropa e hincarme frente a ella en el duro suelo.

Busqué su nuca a tientas, ayudado por la luz del relámpago que se coló a la cocina y me apoderé de sus labios con fervor. Mi lengua demandante, como si clamara la propiedad de su boca y no importaba cuánto intentara negarlo, sabía cuánto le gustaba esa faceta.

Presioné su cuerpo hasta recostar su espalda contra el suelo, mis manos hábiles en deshacerse de sus bragas y su falda. Me alejé unos pasos, privándola por completo de mi tacto.

—¿Alex?—susurró con un atisbo de preocupación.— ¿Te desmayaste o algo?

No respondí, pero aproveché la luz fugaz que me obsequió un relámpago para deslizar mi boca con su estómago. Gimió, sus caderas alzándose para recibir mayor contacto antes de alejarme otra vez.

Era una combinación anticipación, excitación y miedo que dotaba la oscuridad por sí misma y la utilizaría para probar sus límites. 

Contuvo la respiración, expectante, pero no la toqué hasta que soltó un quejido de exasperación, mi lengua lamiendo el monte entre sus pechos. Percibí sus brazos moverse buscando capturarme y me alejé antes de que pudiera conseguirlo.

Siseó un segundo después, cuando percibió mi boca descender por su estómago.

—Alex—gimió, arqueando su cuerpo.

Silencio y después...

—¿Mmm?—musité, acariciando el interior de su muslo con mis labios.

Jadeó, su cuerpo doblándose para alcanzarme cuando mi mentón rozó contra el costado de su seno, mi boca besando sus costillas.

La oscuridad había sido siempre una ventaja, pero nadie dijo jamás que servía solo para concretar malas intenciones. Eran maquiavélicas, sí, pero ello no significaba que fuesen malas.

Volví a alejarme cuando su palma rozó mi cabello.

—¿Sabes qué, Alex? Eres un...

Siseó cuando enterré mi cara entre sus piernas, mi lengua lenta en recorrer su entrada.

—¿Un qué?—susurré cerca de su clítoris, acariciándolo apenas con mis labios, sus piernas estremeciéndose por la sensación.

—Un...ah—emitió un largo gemido al compás de mi boca tomando su sexo.— Bien, okay, de ac...

Volví a alejarme y lanzó un quejido de reproche. La besé encima de la rodilla, mi piel rozando la suya y mi lengua muy a la derecha para lamer su pezón. Lo noté y lamí mi camino de vuelta, circulando el erecto botón lentamente con la punta.

Logró tomarme del cabello en esa ocasión, solo el tiempo suficiente para halarlo antes de dejarme ir, mi rostro siguiendo la dirección de mi mano entre sus piernas.

La estancia se iluminó un momento, su intimidad reluciendo brillosa por sus fluidos, amenazando a mi polla con hacerla explotar. Posé sus piernas sobre mis hombros y en un sencillo movimiento, la hice girar para sentarla sobre mi cara.

—¡Mierda!—no supe si fue un tono de sorpresa o reproche, pero apostaría más por el último a juzgar por el golpe seco que registré.— Me he golpeado la cabeza con la gaveta. ¿Quieres matarme acaso?

Reí aferrando mis brazos a sus piernas para prevenir que se levantara.

—Sí, de placer.

Di un par de lamidas largas a su sexo, certeras y profundas, dibujando caminos a través de sus pliegues, figuras e imprimiendo mi nombre en su coño con cada letra. Jadeó, sus dedos aruñando mi cráneo y las piernas tensándose a ambos lados de mi cara anunciando su orgasmo.

—Alex, voy a...voy...

Me detuve entonces, una idea nueva plantándose en mi mente e impulsándome a levantarla sobre sus rodillas.

—Gírate.

—¿Qué?—susurró intentando mover mi cabeza para enterrarla otra vez donde más la necesitaba, pero se lo negué.

—Gírate, Leah.

—Pero...

—Ahora.

Siseó su inconformidad pero obedeció, su coño encarándome desde esa nueva posición y su culo expuesto para mí. Jugué con sus pliegues por un momento, humedeciendo mis dedos, su cuerpo moviéndose al compás de mis dígitos para no perder el contacto y conseguir por fin su liberación.

—Quiero correrme. Por favor—suplicó y supe que la había empujado al filo de su paciencia por esa simple oración.

Leah podía seguirme el ritmo sin flaquear, le gustaba que tomara mi tiempo trabajándola hasta el punto de quiebre; pero cuando me rogaba para que le diera su orgasmo, cuando suplicaba, significaba que había perdido cualquier rastro de paciencia y estaba al filo de la incoherencia; en su lugar quedaba solo la necesidad imperante y apremiante.

—Solo dejaré que te corras si no pierdes la concentración.

—¿Qué?

—Si dejas de chupármela, también me detendré. No tendrás tu anhelada liberación.

Bufó.

—Estás bromeando, ¿no?—se burló, pero suspiré con satisfacción cuando sus dedos se cerraron en torno a mi polla, que moría por su tacto.

—¿Cuándo he bromeado en torno al sexo?

—¿Cuándo no?—se acomodó mejor sobre mi cuerpo y besó mi glande, arrancándome un gruñido de alivio al percibir su lengua bajar por el tallo, turgente y ansioso por enterrarse en su boca.

Circuló la punta un par de veces más con su lengua, creando un camino húmedo que encendió todas mis terminaciones y la tomó en su boca ganándose una maldición de mi parte.

Miré el techo a través de la penumbra disfrutando de las exquisitas sensaciones que proveían sus dedos y su boca antes de comenzar a lamer su coño también. Gimió con mi pene aún en su boca, el sonido provocando que mis caderas arremetieran contra ella.

Era una posición sucia y jodidamente placentera; mentiría si dijera que no era mi favorita para poner a prueba la concentración de Leah—un rasgo que ella en definitiva no poseía cuando se trataba de sexo. Practicarme sexo oral mientras yo le hacía lo mismo era algo imposible para ella, pero era tan orgullosa que su férreo sentido de la competitividad luchaba contra su deseo de liberación, enzarzándose en una pelea donde la lujuria y la determinación me habían regalado los mejores orgasmos.

Delineé siluetas, creé figuras y escribí mi nombre en su coño un millón de veces para recordarle que era mío, mío, mío. Mío para comérmelo como me diera en gana, cuantas veces quisiera y donde quisiera.

Anclé mis manos a sus mejillas para abrirlas y tener acceso libre a todo su canal. Su cuerpo tensándose igual que una cuerda, su sexo igual que una caldera chorreante, caliente y palpitante, amenazando con explotar en cualquier segundo.

Gruñí cuando introdujo mi polla en su cavidad por completo, el sonido de su boca trabajando sobre mí enloqueciéndome y disparando a mil mi errático latir.

Recorrí su sexo como quien conquistaba tierra nueva; lo exploraba, aprendía sus caminos, esquinas y recovecos de memoria y lo conquistaba otra vez con cada recorrido nuevo que hacía sobre él.

Era irónico que las cosas más sucias fuesen las que más se asemejaran a una bendición, porque sí, mi polla en su boca y su coño en mi cara eran una maldita bendición.

Sus piernas se tensaron de nuevo, duras y férreas ancladas a cada lado de mi cara mientras la devoraba sin tregua. Dejó de chupar para gemir alto, mis atenciones volviéndose más intensas y mi lengua inclemente mientras el crescendo del orgasmo se construía dentro de ella al compás de la tormenta, volviéndose un fenómeno torrencial a punto de estallar.

Pensé en detenerme, pero con una mierda si no quería que se corriera en esa posición.

Arqueó su espalda, sus caderas moviéndose erráticas contra mi rostro y el orgasmo golpeándola al fin. Jadeó por aire, gimió y se mantuvo en su lugar mientras caía por una pendiente sin freno hacía lo más profundo.

Retiré sus fluidos con mi lengua, los movimientos lánguidos y suaves.

—Lo siento—se disculpó retirándose con movimientos temblorosos.— No pude seguir.

Busqué su brazo a tientas y coaccioné su cuerpo hasta que estuve seguro que sus rodillas y brazos se apoyaban contra el suelo, la vista fugaz que el relámpago me ofreció de ella en esa posición tan vulnerable empujándome casi al borde.

—Lo sé, no tienes concentración—palmeé una de sus mejillas, el azote resonando en la estancia con la misma potencia que un trueno. Palpé su humedad, llenando mis dedos de ella y cuando estuve satisfecho, punteé su entrada con mi sexo.— Por suerte para ti, apenas estás comenzando.

—¿A qué?

—A compensarme.

Me enterré en su interior con una estocada certera, ambos gemimos y joder, era mi lugar favorito en toda la puta Tierra.

No había un mejor lugar para mí que aquél.

¥

—Buenos días para ti también, hermanita.

Leah gruñó mientras caminaba por la estancia a paso lento con los restos del letargo impresos sobre su rostro.

—¿Qué haces aquí tan temprano?—se quejó arrebujándose más en su bata de dormir, no sabía si en espera de cubrir las marcas que había sobre su pecho o para abrigarse del frío que la lluvia había traído consigo.

—¿Temprano?—se burló Erik desde su lugar.— Son casi las doce del día. Creí que este troglodita te había hecho algo cuando no te vi, iba a entrar a su habitación pero...ew—dijo haciendo una mueca y mi esposa le lanzó un cojín, robándole a Jarrel una risa infantil.

Tomé la pelota que mi hijo me tendía con ilusión y se lancé para que pudiera atraparla a poca distancia.

—Podrías haberme despertado.

—No quería encontrar algo indecente.

—¿Por quién me tomas?—dijo sentándose en el sofá frente a nosotros con las piernas cruzadas, ofendida.— Jamás haría algo indecente.

La miré de manera significativa al tiempo que desviaba su atención.

—Confío en ti, no en él.

—Y haces bien.

Mi esposa me dedicó una mueca de reproche, pero su postura se relajó cuando le guiñé un ojo a modo de juego, una perezosa sonrisa extendiéndose por su rostro.

Jarrel se levantó rápidamente al escuchar a Claire entrar en la estancia junto a Nathan y Harry.

—Buenos días—apretó el hombro de Leah con afecto y procedió a sentarse junto a ella.— Pensé que no te vería antes de irme. ¿Pudieron dormir ayer en la tormenta?

Leah me escrutó con complicidad, compartiendo un chiste que solo nosotros comprendíamos. 

No habíamos dormido, pero nuestro insomnio no era producto de la tormenta.

—Dormimos bien, gracias, es solo que...suelo dormir mucho, en general.

—Oh—se arregló la falda en forma de campana y ridículo estampado floral.— Lamento que Jarrel no haya dormido en casa ayer, la tormenta fue horrible.

—¿Aquí no hubo un apagón?—preguntó Erik.

Leah se removió incómoda y la miró como una niña que hubiesen atrapado haciendo una travesura.

—Sí, no tuvimos luz por dos horas—respondí, apiadándome de ella.

—¡Qué horror!—exclamó Claire con la mano en el pecho.— En casa también se fue por unos minutos, los niños no dejaban de gritar.

—Leah tampoco.

Me acribilló con la mirada apenas hablé, pero nuestros invitados parecieron no captar el doble sentido en mis palabras.

—Me imagino—Erik sonrió.— Desde niña ha odiado la oscuridad.

—¿En serio?—fingí sorpresa, cruzando los brazos sobre el pecho y clavando mis orbes en los de mi esposa.— Ayer se adaptó bastante bien, incluso podría decir que disfrutaste del apagón, ¿no es así, princesa?

Y ahí estaba de nuevo. El semáforo en que se convertía su cara siempre que lanzaba esos comentarios. Reprimí la risa y ella carraspeó.

—¿Qué hicieron mientras tanto?—inquirió Claire y Leah hizo un puchero de súplica para que me callara.

—Nosotros...

—Charlamos—dije con tono casual, jugando con la pelota de Jarrel entre mis dedos.— Bastante.

—Sí, charlamos.

—Y jugamos algunos juegos de mesa.

Me miró perpleja, pero no desistí en mi tarea de hacerla desatinar. Era uno de mis mayores placeres en la vida.

—¿Sin luz?—Erik frunció el ceño.—¿Qué juegos?

—Twister.

—Scrabble.

Su hermano le dedicó a su esposa una mirada que no comprendí, pero lo dejó pasar.

—¿Cuánto tiempo se quedarán?—cuestionó Leah recuperándose de mis comentarios y sonriendo.— Podemos acompañarlos a visitar la ciudad. Hay lugares increíbles aquí en Londres.

—¡Me encanta la idea!—Claire aplaudió ilusionada.— Tengo una lista de tiendas de té que quiero visitar, también podemos llevar a los niños a algún parque. Nathan y Harry se mueren por ello.

—Suena bien—Leah se concentró en mí, inquisitiva.— ¿Podrías tomarte el día libre hoy?

Asentí luego de considerarlo un momento. Había un cúmulo de cosas por hacer en la empresa, pero quizás pasar un poco más de tiempo con Leah y Jarrel me aclararía la cabeza de estupideces.

—Sí, claro. Podemos comenzar visitando el Big Ben o...

Me corté cuando sentí mi móvil vibrar dentro de mis pantalones. Lo extraje y fruncí el ceño al leer el nombre de mi padre, brillando en la pantalla. No solía llamarme a menudo, al menos que se tratase de algo que no podía esperar.

Alex—me recibió del otro extremo, su voz ronca.

—¿Qué?—inquirí poniéndome en pie para escuchar mejor lejos del alboroto que los niños hacían en la sala.—¿Estás bien?

Sí...sí...—dijo distante.— Hay algo que necesitas saber.

El pálpito del miedo volvió a asentarse en mi pecho con vitalidad renovada, constriñéndolo.

Era curioso, la manera en que las peores noticias se recibían siempre en los que parecían ser los mejores días.

¥

Continuaba lloviendo de manera torrencial mientras el funeral seguía su curso.

Cuando muera,

Llora por mí un poco,

Piensa en mí algunas veces,

Pero no demasiado.

La muerte siempre había tenido ese impacto. Ese poder de ralentizar el tiempo y detener todo a nuestro alrededor para concentrarnos solo en los bordes más dolorosos y agudos de ese fenómeno.

Mientras el sacerdote continuaba recitando el fúnebre poema, observé el ataúd cerrado de mi abuelo.

Una sensación extraña me estranguló mientras volvía en mí y colocaba todo—interior y exterior— en una esquina de mi mente.

La muerte tenía ese poder, ese montón de caras que se manifestaban ante nosotros una a una mientras vivíamos el duelo. Impactaba al inicio, pero el verdadero dolor se presentaba solo cuando nos enfrentábamos a la ausencia de esa persona.

Dolía de mil maneras distintas.

Era un sentimiento ajeno que había permanecido enterrado desde lo sucedido con Michael años atrás, escondido pero latente; ahora me había encontrado de nuevo, y me rodeaba, engullía y apresaba. Había luchado contra él, peleado por evitarlo, pero al final me había rendido ante él.

No, no era miedo.

Era el inminente cambio que la muerte traía consigo, materializado en ausencia.

Se trataba de un dolor agudo, aplastante y asfixiante que llenaba de impotencia, porque claro, los seres humanos luchábamos hasta el final contra la muerte. Primero la vida a la resignación.

Escuché el trémulo sollozo y no tuve que levantar la vista para saber que se trataba de Chelsey. Ahora no solo su casa estaba vacía, su vida lo estaría también.

Vagamente me pregunté si Jarrel percibía la misma sensación que experimentaba yo en ese momento cuando soltaba su mano mientras se las ingeniaba para permanecer erguido y caminar sin caer.

Así se sentía la ausencia de mi abuelo. Mi padre siempre sería mi padre, pero había algunas figuras que eran verdaderas manifestaciones paternales, verdaderas guías. Parte de mí creía fervientemente que si yo sobreviví al vertiginoso vaivén que fue la relación de mis padres fue gracias a su presencia.

Si yo era la persona que era hoy, era todo gracias a él.

Ahora estaba inmerso en el vórtice sin fin que era nuestra errática existencia.

Nunca fui bueno lidiando con los duelos, con la muerte en general. Lo había experimentado con Michael, con Leah y solo sabía una cosa: que no quería experimentarla una tercera vez y sin embargo, estaba allí, frente a otro ataúd vacío de alma y repleto de un cuerpo hueco.

A diferencia de la muerte de Michael, el mundo no se había teñido de negro. No, no era negro. Era una mezcla de colores desenfocados, como una combinación de sombras en un caballete, el mismo efecto de la pintura en contacto con la trementina.

Registré piel entrando en contacto con la mía, apenas un roce contra mis dedos. Pensé que había sido mi imaginación, hasta que la sensación persistió, inmutable. No despegué mi vista del ataúd, sabía perfectamente quién era. La conocía, conocía sus manos.

No iba a luchar contra ella en esa ocasión, no como había sucedido con Michael.

Entrelacé sus dedos con los míos, sus manos diminutas en comparación con mi palma, pero mucho más firme que la mía mientras me sostenía.

Le di un apretón. Sus ojos ya estaban fijos en los míos cuando bajé la cabeza para mirarla, y justo como había sucedido con Michael, el mundo ya no era un tumulto desenfocado de colores o un denso negro.

Una vez más, el mundo estaba envuelto en sombras grises y azules.

¥

—Lo siento—Sabine me abrazó con toda su fuerza, su cuerpo pegándose al mío para transmitirme confort.

Tenía los ojos rojos e hinchados de tanto llorar. Conocía a mi abuelo desde que era una niña y, aunque no representaba con la misma magnitud una figura paterna como era mi caso, lo apreciaba como lo que en realidad era, un abuelo.

—Vine en cuanto me enteré—se limpió las lágrimas con el dorso de la mano, su esbelta figura engullida por un sobrio vestido negro.— Nicholas está encargándose de los niños, pero llegará de Australia mañana. No me lo esperaba.

—¿La muere es algo que podemos anticipar?—inquirí suspicaz.

Intentó esbozar una sonrisa que no llegó a sus ojos.

—Sabes a lo que me refiero. Quería verte, pero no en estos momentos. Estaba planeando visitarte, y al abuelo y Chelsey y...—hipó, limpiándose otra rebelde lágrima.— Me habría encantado conocer a Jarrel en otras circunstancias. Es igual a ti, ¿sabes?—giró el rostro y seguí la dirección para encontrar a mi hijo tomando la mano de Leah sin entender nada mientras su madre recibía condolencias de extraños.— Pero también tiene rasgos de ella.

—Supongo.

Apretó mi brazo para transmitir sosiego.

—Al menos conoció a tu hijo—soltó el suspiro de una risa.— Sé que era algo que anhelaba.

Asentí solemne.

Permanecimos en silencio en el cementerio, Sabine mirándome sin emitir palabra, apresando el mango del paraguas para no empaparse con la lluvia torrencial.

Yo ya estaba mojado hasta los pies. No buscaba ser dramático, simplemente había olvidado llevar un paraguas y buscar uno a esas alturas me resultaba absurdo.

—¿Por qué no vamos con los demás?—sugirió.— Te hará bien estar acompañado.

Observé el tumulto de gente que se congregaba a la orilla de la tumba, todos escudados con sus paraguas oscuros y ocultos de la insulsa vista de los demás. El único que parecía realmente afectado además de Chelsey y Leah era papá, cuya mano estaba presa en la de Charlotte.

Chasqueé la lengua y negué. Quería quedarme un poco más. No era bueno con las despedidas.

—Te alcanzo en un momento.

Asintió y me dio un último apretón antes de retirarse junto a los demás.

Permanecí frente a la tumba recién cavada, buscando una mota de vida que quizás nunca encontraría.

No era bueno con los funerales.

—La muerte es una mierda, ¿no?—habló alguien a mi lado y levanté el rostro con lentitud para ser recibido por una cara que amenazó con drenarme a mí de todo resquicio de vida.

Lo miré perplejo, el miedo seco y contundente dentro de mi garganta.

—Tú, ¿qué mierda haces aquí?

Fejzo acomodó el mango de su paraguas para protegerse mejor de la lluvia, sus facciones justo como las recordaba, el aura siniestra rodeándolo.

—Vine a presentar mis condolencias.

Fruncí el ceño. La impresión dando paso al miedo y simultáneamente a la ira.

Di un paso al frente, amenazador.

—¿No te bastó con que te partiera la cara más de una vez?—siseé, iracundo.— No tienes nada qué hacer aquí.

—Es un evento público, ¿no? Vi el obituario en el diario—torció una sonrisa.— Es el funeral de un hombre de la realeza, ¿cuál era su título? ¿Henry Séptimo? ¿Tú eres el noveno? ¿O lo es tu hijo?

Mi corazón se compungió ante la mención de Jarrel.

Tomé otro paso, imprimiendo tanto veneno en mi tono como me fue posible.

—Escúchame y hazlo bien, porque no voy a repetirlo. Te quiero lejos de aquí y a kilómetros de distancia de mi familia, ¿entendido? Te mataré yo mismo si no lo haces.

Los ojos pardos de Fejzo relucieron siniestros.

—No he venido a molestarte. Ya te lo dije, solo vine a presentar mis condolencias, ya sabes, como una atención por los buenos tiempos juntos.

—Vete a la mierda.

—Ése es el Alex que conozco—sonrió.— La paternidad no te ha cambiado, ni el matrimonio. Veo que te casaste con la chica.

—La misma que casi muere por tu culpa.

—¿Mi culpa?—se señaló, ofendido.— Yo me mantuve al margen de todo.

Resoplé.

—Tan al margen que sabías todo lo que sucedía pero no me dijiste un carajo, te callaste mientras a ella la torturaban.

Suspiró dramático, el gesto acentuando las arrugas en torno a sus ojos y enalteciendo su vejez.

—Son las pruebas que algunos deben superar.

—Lárgate de una puta vez, no quiero partirte la cara en el funeral de mi abuelo. Le debo respeto.

—Claro—concedió sereno.— Como tú digas, chico. Por cierto—acotó, moviendo por fin el brazo que mantenía oculto tras su espalda y tendiéndome un objeto que me heló la sangre.— Vi que a tu hijo le gustó este muñeco el otro día. Pensé que sería buena idea comprárselo, su madre decidió ignorar sus alegatos.

Alcé los ojos hacia él, perplejo, sin tocarlo.

—Tómalo—insistió férreo y lo hice a regañadientes.— Espero volver a verte pronto, Alexander.

Se giró con parsimonia y comenzó a andar hacia el borde de las tumbas, lejos del centro del cementerio.

La muerte cambiaba la vida.

Pero también lo hacían los vivos.

¥

No hablé mucho durante los siguientes días.

Era todo un ciclo idéntico desde el anuncio de la muerte de Henry Colbourn mayor. Papá estaba encargándose de los trámites referentes a su testamento mientras vivía su duelo; Chelsey era un constante mar de lágrimas que se había negado a salir de casa desde entonces, pero había encontrado cierto consuelo en sus amigas y Leo, que no se quedó mucho tiempo después del funeral. Jarrel no entendía un carajo, así que seguía intentando jugar conmigo como todas las noches.

Leah era una historia diferente. Había permanecido junto a mí en un solemne silencio y se lo agradecí. Yo no era como ella. Lo mío no era explotar de inmediato con mis emociones. Prefería reprimirlas dentro hasta que se acumulaban lo suficiente para implosionar.

Sin embargo, la muerte de mi abuelo no era la razón del insomnio vivido los últimos días. No podía deshacerme de esa inquietud que me cosquillaba tras la cabeza y me repetía incesante, como un presagio inminente, que algo malo sucedería si no tomaba cartas en el asunto de Fejzo.

No era imbécil, era obvio que Behar era solo un vocero y su aparición en mi empresa era un mensaje claro de incursionar en mis negocios. ¿Por qué? ¿Por qué después de tantos años? ¿Qué pretendía lograr acercándose a mí?

El sabor del miedo se ancló a mi lengua y supe de manera inequívoca que sería otra noche en vela.

Estaba atascado en una batalla campal entre los demonios de mi pecho y mi cabeza. Sabía que no tardaría en explotar porque estaba pendiendo al filo del borde.

—¿Cómo estás?—di un leve respingo cuando noté su mano sobre mi hombro.

Miré a Leah desde mi lugar en el sillón de mi despacho.

—Creí haberte dicho que quería estar solo.

—Bueno, tu tiempo solo acaba de expirar.

—¿Cómo entraste?—inquirí confundido, porque estaba seguro de haber puesto el pestillo a la puerta.

Me tendió un pequeño vaso con licor dentro, lo tomé con recelo y negué con la cabeza.

—Ah, cierto. La gran Leah McCartney no sabe respetar límites.

Flexionó una pierna bajo su cuerpo al tiempo que se arrebujaba más contra su suéter ancho y oscuro, los retazos de una blusa blanca asomando por el cuello. Dio un sorbo pequeño a su bebida. A juzgar por el olor, era ginebra.

—Si estás intentando iniciar una pelea conmigo para descargarte, haznos a ambos un favor y abstente—dijo con dureza.— Sé por lo que estás pasando.

Detallé la manera en que se mordió el interior de la mejilla, la preocupación escrita sobre su bonita cara.

—Sé que para ti es vital usar de máscara de apatía hasta que lo peor del duelo cese, pero no tienes que usarla conmigo. Te he visto, verdaderamente, y tú me has visto a mí, sin máscaras ni pretensiones—inclinó su cabeza ligeramente, sus orbes repletos de sinceridad.— No tenemos nada qué esconder del otro.

Una punzada de culpa me invadió.

Yo estaba ocultándole una faceta, otra vez.

—Sé que es duro, la muerte siempre lo es, pero son los retos los que contribuyen a moldearnos como mejores personas, ¿no? Los enfrentamos y los superamos. Puede que no lo sientas así ahora, pero después, tal vez.

Las últimas palabras pendieron en el denso aire entre nosotros. Tal vez.

Leah lo usaba como una palabra que denotaba esperanza; yo como una que representaba incertidumbre. Nuestra vida estaba llena de tal vez. Nuestra relación ciertamente estaba cimentada a base de tal vez.

—Sé lo cansado que es.

—¿Qué cosa?

—Usar esa máscara.

Resoplé por la metáfora. Parecía que podía desvelar todos mis secretos solo con mirarme.

—Piénsalo un momento. La muerte es algo que nos puede suceder a todos, en cualquier lugar. No lo entendemos, mucho menos lo asimilamos. ¿Qué le habrías dicho a Jarrel de haber muerto yo en el parto?

La miré con reproche por plantear algo así, mi corazón estrujándose ante la perspectiva de perderla definitivamente, a aquél tal vez tan enorme y singular que era Leah en el complejo entramado de enigmas que era mi existencia.

Suspiré, porque comprendí a dónde iba todo aquello, mis orbes sin abandonar los suyos.

—Le habría dicho que tu vida fue la mejor parte de la mía.

Sonrió con afecto infinito.

—Sé que piensas lo mismo sobre tu abuelo. ¿Lo ves ahora? La manera en que recordamos a los que amamos es como ellos viven en nosotros.

Fruncí los labios con displicencia. Miré el jarrón sobre mi escritorio mientras bebía un sorbo del fuerte licor, degustándolo en mi boca antes de tragar y responder.

—Nada puede ser tan sencillo. Todo en la vida necesita de balance.

Arrugó el ceño, sin comprender.

—Proporciones iguales, Leah. Es igual a cuando saltas a una piscina directo al fondo. Cuando te sumerges, toda el agua que estaba donde acabas de aterrizar es ahora expulsada hacia afuera para cederte el espacio. Lo que se eleva iguala tu masa corporal. El mundo se ajusta así. O debería hacerlo, al menos.

—¿Qué tiene que ver eso con la muerte?

—Es lo mismo. Vida por muerte, aunque aplica para todo en realidad—argumenté severo.— Si tienes mucho miedo en tu vida, también deberías tener la misma seguridad. Debes tener algo para balancearlo.

—Entonces dices que todo debe balancearse...

—Estoy diciendo que eso es el deber ser. Todo debería venir en partes iguales para obtener balance. El sol, la luna; la tierra y el cielo; los tipos buenos, los tipos malos; odio, amor...

Rio.

—Ya. Como el Ying y el Yang, dos piernas, dos brazos, dos almas gemelas...

Me hizo sonreír con eso último por lo tonto que sonó.

—Claro, olvidaba lo romántica que eras.

—No te burles. Encaja con tu teoría. Existe un balance en la conexión entre dos personas...¡no te rías!—no pude evitarlo y me eché a reír, aunque sus ojos brillaban aliviados.

—Suenas tan ridícula. Nunca me hago a la idea de que eres ese tipo de mujer.

Puso los ojos en blanco, su cabeza apoyada en una mano sobre el respaldo.

—Cualquiera que sea mi tipo, es tu tipo, así que eso no habla muy bien de ti, señor Apatía.

—Mmm...—dije poco convencido, solo para molestarla.

—Pero escúchame—insistió.— Romántica o no, creo que aplica a tu teoría del balance.

—¿En serio?—enarqué las cejas, incrédulo.— Por favor, ilumíname.

—¿Qué es aquello que equilibra realmente a otra persona?—comenzó a replicar y sí, ahí estaba la Leah que yo conocía, la que no aceptaba las cosas sin luchar por ellas primero.— No puedes crear más aburrimiento para compensar el drama en tu vida, y no siempre puedes tener la misma cantidad de momentos felices para compensar los tristes.

Se pasó la lengua por los labios, su mirada llena de determinación mientras luchaba por aplastar mi teoría.

—¿Pero el amor? Cuando tienes amor, Alex, no necesitas ser perfecto. No tienes que tenerlo todo equilibrado o compensar todo lo que hiciste en el pasado. No necesitas arreglar cada pequeña cosa en tu vida. Eres una persona jodida, incompleta, desbalanceada, todos lo somos, y aun así, existe alguien que amará esa persona incompleta que eres, justo como yo te amo a ti, y tú me amas a mí a pesar de todo el daño que nos hicimos antes y eso, eso, es balance.

Permanecí en silencio, mirándola impresionado.

Leah era la única persona capaz de dejarme sin palabras.

El discurso resonó en mi mente como un pútrido recordatorio de la traición que ejercía sobre su confianza al ocultarle lo de Fejzo, pero no sabía si quería compartir con ella esa carga tan pesada.

—Alex, ¿estás muriendo?

Volví en mí al escuchar aquello.

—¿Acabas de preguntarme si estoy muriendo?

—Sí—se removió en el asiento, acercándose más a mí.— O tal vez estás enfermo y no me lo has dicho.

Parpadeé un par de veces, confundido. Olvidaba lo rara que era Leah algunas veces.

—No estoy enfermo ni estoy muriendo, ¿por qué demonios preguntas eso, mujer?

—¿Entonces qué es lo que no me estás diciendo? Algo ha estado rondando tu mente los últimos días. Incluso creo que Jarrel se ha dado cuenta—su tono se tornó crudo.— Tomó mucho tiempo reconstruir la confianza entre nosotros, no lo arruines ocultándome cosas.

Era una jodida bruja.

—No es algo importante.

—Mentiroso—reprochó con dureza.

—Leah, no estoy diciéndote nada porque no hay nada qué decir—la mentira me escoció la lengua.

Estrechó los ojos como hacía con Jarrel y habló en el mismo tono que usaba con él.

—Sabes que noto cuando me estás mintiendo, ¿no?

—No sé de qué hablas—espeté irritado antes de levantarme y salir del despacho. No quería lidiar con ella ahora.

Esperaba que el mensaje hubiese sido claro, pero quizás era demasiado optimista para pensar que Leah desistiría de algo que se había plantado en su mente.

—Me gustaría que confiaras en mí una vez en tu vida—continuó con su letanía pisándome los talones mientras cruzaba el recibidor, subía las escaleras y entraba a nuestra habitación.— Siempre hablas de confianza, de cómo quieres que yo confíe en ti, pero cuando se trata de algo tuyo, entonces eres una fortaleza.

Me giré justo en la puerta del baño y la encaré, exhausto.

—Sí confío en ti. Te confío a nuestro hijo, no hay mayor confianza que ésa. Confío en ti lo suficiente para dormir junto a ti, en la misma cama, rodeados de un montón de objetos con los que podrías cortarme el cuello, incluso después de discutir.

Parpadeó, la molestia cediendo ante la consternación.

—Quiero que me confíes tus problemas también. Cualquier cosa que sea, quiero saberla.

Miré sobre su cabeza con exasperación.

—Ya tienes suficiente con lo que cargas.

—¡Ajá!—gritó y me señaló con un dedo como si me hubiese pescado con in fraganti.—¡Así que sí hay algo!

Puse los ojos en blanco.

—Leah, acabo de sobrevivir al velorio de mi abuelo, ¿podrías esperar unos días más para atacarme directo al cuello?

Pareció comprenderlo porque su semblante se relajó.

—Supongo—bajó todo su arsenal.— Es solo que odio cuando me ocultas cosas.

Gruñí con fastidio.

—Hay un cúmulo enorme de preocupaciones en mi mente siempre—espeté arisco.— No necesito preocuparte a ti con cada una de ellas. Tengo demasiadas cosas que manejar además de ti preocupándote por mí.

Lanzó un quejido de indignación.

—Tranquilízate, ¿quieres? No te estoy pidiendo que me confieses tus miedos más oscuros...—se detuvo para pensarlo mejor—, aunque estoy aquí si me necesitas para ello también. Solo quiero saber aquellos problemas que son relevantes para la familia, soy responsable por nosotros también—la decepción se reflejó en el hierro de sus ojos.— Se supone que somos un equipo.

—Hay cargas que no deben ser tuyas—la corté seco.— Es todo lo que diré al respecto.

Sus orbes llamearon entonces.

—¡Esto es como lo ocurrido con Louis y Rick otra vez! ¡Jamás me dijiste el peligro en el que estábamos hasta que estuve hasta el cuello!—siseó furiosa, dolida.

Un escalofrío recorrió mi columna cuando dio justo en el clavo.

—¡Eso era porque literalmente no podías mantener tu culo lejos del peligro! ¡Decírtelo era lo mismo que entregarte a esos imbéciles yo mismo!

—¿Porque pensabas que no te apoyaría en tus decisiones?

—¡Porque eres vulnerable, Leah!—exploté por fin, alzando la voz.— ¡Porque podrían haberte hecho cosas peores de saber que tenías información!

—Soy más fuerte de lo que crees.

—¿Si?—dije con sarcasmo, iracundo.— Hicieron de todo hasta romperte. Ni siquiera podías mantenerte en pie cuando te sacamos de esa puta casa del infierno—tomé un paso más cerca de ella, intimidándola.— No permitiré que te expongas a algo remotamente parecido nunca más, y antes muerto que dejar a mi hijo ver a su madre pasar por algo así otra vez. En el caso de que guardara secretos de ti, ¡créeme que tendría toda la puta razón del mundo para hacerlo!

La observé palidecer bajo la tenue luz de nuestra recámara. Estaba usando un tono poco común para hablarle, mucho más frío, duro y poco tolerante.

Pero a ella pareció no doblegarla.

—Cuida el tono con el que me hablas, Colbourn—posó las manos en su cintura, desafiante.— Soy tu esposa, no tu empleada. Además, eso no es justo. No uses lo que me pasó para mantenerme en la ignorancia.

—Lo haré si creo que es lo correcto. Eres un jodido imán para el peligro y no correré el riesgo de perderte, no otra vez. Deja de intentar salvarme o al mundo entero. No todos pedimos tu salvación.

—¡No estoy intentando tal cosa!—espetó alterada.— ¡Solo me preocupas!

—Bien, ¡pues no necesito que te preocupes por mí!

—¡Lo hago porque te quiero!—insistió con exasperación y cerré la boca ante esa confesión.— Lo hago porque te amo, imbécil.

—Eso no tiene nada qué ver.

Dejó escapar el aire, incrédula, dolida, antes de soltar una risa.

—¿Qué es tan divertido?

Se pasó una mano por el cabello, estresada.

—Eres el hombre más inteligente y a la vez más idiota que conozco.

La miré ofendido antes de pasarla de largo golpeándole el hombro a propósito y me encaminé al umbral. Lo mejor sería dormir separados esa noche.

—Hablaremos mañana—sentencié sin mirarla.

Una habitación de huéspedes no sonaba tan mal.

No terminé de dar el tercer paso cuando algo golpeó mi nuca con fuerza, el sonido de un silbato inundando la estancia cuando miré el patito de hule en el suelo, cerca de mis pies.

—¿Acabas de golpearme con el juguete de baño de Jarrel?

Lo siguiente que esquivé fue su esponja en forma de nube.

—¡Deja de lanzarme mierda!

—¡Deja de tratarme como una niña!

—¡Entonces deja de comportarte como una, por Dios!

—¿Por qué no simplemente me lo dices?—chilló, lanzándome una de las pelotas de Jarrel que atrapé con una mano.

—¡Leah!

—¡Dime!

—¡Vi a Fejzo en el funeral!—bramé por fin, mi voz resonando en las cuatro paredes de nuestra habitación y petrificándola.

—¿Qué?—murmuró bajando el dinosaurio de plástico que planeaba usar como otro misil.— ¿A qué te refieres con que lo viste?

Me pasé una mano por el rostro, estresado.

—Justamente eso. Hablamos. Un hombre con su apellido se presentó en mi oficina cuando Erik estuvo aquí y...—cerré los ojos, las palabras pesadas sobre mi lengua.— No sé qué pretende, no sé qué espera, pero sé que nos está vigilando, a todos.

—¿Qué? ¿Cómo puedes estar tan seguro?

Miré el miedo, crudo cincelado en sus facciones.

—En el funeral...me entregó el horrendo muñeco que viste junto a Jarrel en la librería.

Abrió la boca, impresionada.

—Puede no significar nada. Quiero decir...

—Puede, pero no confío en él. No lo quiero cerca de ustedes.

—No, no. Está bien—recorrió la distancia que nos separaba, una mano sobre mi pecho en un gesto conciliador.— Resolveremos esto, ¿si? Siempre lo hacemos.

Hice una mueca de desacuerdo.

—No quiero que nada malo les suceda. No a ustedes.

—Estaremos bien. Él no tiene nada contra ti, no le debes nada. Alex, estaremos bien.

La miré con una punzada de aprehensión sofocándome el pecho, la idea de perderlos enfermándome. Rodeé su cuerpo buscando sosiego y la estreché contra mí como si se tratase de mi propia bolla de salvación.

—Está bien—murmuró con la cabeza apoyada contra mi pecho.— Está bien, estamos aquí.

Inspiré contra su cabello, su aroma terapéutico, desvaneciendo todos los demonios, al menos en ese momento, en ese lugar que era nuestro santuario.

—Estaremos bien—susurró abrazándome también, negándose a dejarme ir y manteniendo a raya todas mis preocupaciones.

¥

¡Hola mis niños!

¿Qué les pareció?

Es un extra agridulce, me gustó mucho escribirlo.

Es un final abierto en este extra, solo porque sí, aunque no se asusten, sabemos que Leah y Alex son felices y no hay, en el futuro, más demonios que los atormenten.

Este extra no tendrá continuidad, aunque habrá más extras relacionados con el nacimiento de Jarrel, el nacimiento de Hayley y la primera vez que Leah y Alex se casaron en Las Vegas.

¡Disfruten!

Con amor,

KayurkaR.

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