Transalterna

By Hitto_

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Maya y Sophie son la misma persona viviendo dos vidas diferentes. ¿Ambas vidas son reales?¿una es un sueño? E... More

Intro
Scielo1
Almarzanera
El chico nuevo
Un tatuaje gratis
Respuestas por parte de un odioso
Mirar alrededor
El fantasma del depósito
Tarde de playa
El ritual de cumpleaños
La fiesta de Maya
Gente indeseable
Guerra en la familia
Secretos íntimos
No salgas del círculo
Estar como en un sueño
El proyecto Transalterna
Un día espectacular
La peor espía
El chico más peligroso del pueblo
La primera misión
Lazos fraternos
Revelaciones en la montaña
Descubriendo una verdad
El misterio del culto
La cacería
Acechando en la oscuridad
Marcus
La primera cita de Ian
La verdad sobre Marcus
Confesiones entre hermanas
El misterio de Anelise
El espacio interdimensiones
Noche en el Spice club
El nuevo Ian
Consiguiendo justicia
La mansión del círculo
El certificado de pureza
Niña buena
La verdad sobre Dylan
Rescatando a Ian
Saltar de un risco
El secreto de Grecia
El nuevo Aaron
Un giro del destino
Las jóvenes del Círculo
Mis dos padres
Familia
Cómo ocultar un crimen
Thaly
La dimensión T50
Dos años de cambios
La estrella Polar
La partida inconclusa
Alguien en quién confiar
La luna roja
Shifting
Epílogo
Transalterna 2
Guía de entes
Guía de personajes

En la fila del desempleo

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By Hitto_

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Llegar a casa y que mi madre me recibiera con los brazos abiertos era algo a lo que no podría acostúmbrame. A la ley del hielo que mis hermanas me habían impuesto: sí.

—¿Cómo te fue? Vamos, muéstramelo. —Mi madre estaba tan emocionada que la sonrisa no le cabía en la cara. Tardé un momento en darme cuenta de a qué se refería. Saqué el anillo de mi mochila y su sonrisa desapareció—. ¿Por qué lo llevas en la mochila? Eso debes llevarlo puesto siempre.

—Fui a la playa y tenía miedo de perderlo —mentí.

—No seas absurda. No vuelvas a quitártelo.

Volqué los ojos sin que me viera y me coloqué el anillo de nuevo. Mi madre era una pesada. No necesitaba ir mostrando mi anillo de compromiso a todo el mundo.

Daria y Coral abandonaron el comedor pasando por mi lado como si no existiera. Mi madre se hizo a la loca. Ella era perfectamente consciente del conflicto que tenía con ellas. Pero mi compromiso con Steve valía más.

Esperamos a que Tiago llegara y abrimos nuestros regalos de la fiesta. Algo relajado y emocionante por fin me sucedía. Recibí montones de peluches, perfumes y libros de mis amigas más cercanas que sabían que me gustaba leer. El regalo de Grecia fueron unos hermosos chocolates artesanales en forma de mariposas. A diferencia de los que mis abuelos me habían regalado, esos tenían el valor de haber sido hechos a mano por ella.

Noté la tristeza en el rostro de Tiago cuando los vio. Según me había explicado en un mensaje, esa misma tarde la había acompañado a su casa y ella la había vuelto a rechazar.

Por un momento consideré decirle la verdad respecto a Liam, luego lo pensé mejor. Si se lo decía, él perdería el tiempo peleando contra él por el afecto de Grecia, en lugar de enfocarse en ella. Así que al final, la mentira de Aaron me ayudó en mi estrategia.

******

Me sentía igual a que me hubiesen metido a una bolsa de basura y luego apaleado. No es que alguna vez me hubiera pasado eso, pero de seguro era similar.

Rodé apenas fuera de mi cama. Caminé hacia mi espejo. Como estaba casi desnuda, me fue sencillo revisar mis heridas. Tenía un enorme morete en la espalda, además de heridas que lucían como arañazos. Eso seguro por haber sido arrastrada por el pavimento. Mis manos estaban lastimadas también. Me había raspado la piel de las palmas y el de las puntas de los dedos.

También tenía raspones en mi trasero y mi muslo izquierdo. A excepción de mis manos, todo podía ser ocultado por la ropa. Al frente no se veía nada... menos en mi cuello, donde tenía dos enormes chupones que la criatura no me había causado. Ian era el responsable. Sí que se había pasado.

Tomé mi teléfono y entré en pánico al ver la hora. Ya eran las siete. Había perdido el tren. También tenía varios mensajes de Claudia, preguntándome si todo estaba bien, algunos de Evan y Alan, y llamadas perdidas y mensajes de Ian, avisándome que estaba en la puerta de mi casa. El último mensaje era de una hora atrás. Seguro ya se había ido.

Podía comenzar a correr para tratar de llegar lo más pronto al trabajo, o podía solo aceptar mi destino y tomar todo con un poco de calma. Me metí a darme una ducha rápida y fue una mala idea. Las heridas me ardían un montón, así que salí casi de inmediato.

Me puse una cantidad muy generosa de maquillaje sobre los chupones y una camiseta de cuello alto para doble precaución. Si estiraba bien mis mangas, las heridas en mis manos tampoco se notaban.

Quise ir a revisar cómo se encontraba papá y no fue necesario, me lo encontré en la cocina, preparando el desayuno como siempre.

—Qué haces levantado. Debes descansar —lo regañé. Lucía bien, mas sus movimientos eran lentos.

—No necesito descansar echado. Ya estuve un día entero en cama y necesito moverme. Por cierto, el chico ese que aseguras no muestra ningún tipo de interés en ti vino esta mañana. Te trajo eso —me señaló la enterada con la boca.

Ahí estaba el estuche de mi guitarra. Ian se había tomado la atribución de recuperarla. Luego le diría unas cuantas cosas.

—Ah, sí, lo siento, me llamó, pero no escuché el teléfono. Ayer me hizo el favor de guardarla —le mentí, me apresuré a recibirle el plato con huevos revueltos.

—Oh, ¿te la guardó en la casa de empeño? —me preguntó con sarcasmo—. Olvidó quitar la boleta. —Me mostró el papel que tenía en la encimera junto a la cocina—. Sophie, no debiste empeñarla.

—Papá, no tenía opción.

—Lo sé —suspiró—. Lo siento tanto. No deberías andar sacrificando tus cosas por mí. Ya hablé con Amanda. La próxima vez que me suceda algo, está prohibido llevarme al hospital. Solo cubre la cama con bolsas plásticas para que sea más fácil levantar mi cuerpo.

—¡No digas estupideces! —lo regañé de nuevo—. Si tengo que vender mi alma para que estés bien, lo voy a hacer.

—Sophie, yo soy quien debería traer dinero a casa, comprarte cosas bonitas y llevarte a la playa. Siento que no te di la vida que te mereces.

—Papá, ya trajiste dinero a la casa, me compraste cosas bonitas y me diste la infancia más hermosa del mundo. Y créeme que no necesito ir a la playa.

—Sophie... —Quiso reprocharme, lo corté y no lo dejé continuar.

—Papá, estoy muy tarde para el trabajo. Así que debo irme. Tú descansa. Mira televisión y no pelees con gente en internet.

Le di un beso y recogí el estuche de mi guitarra para guardarlo en mi habitación. Lejos de su mirada, la abrí y como sospechaba, en una bolsa de tela, estaba el collar de mamá.

Por lo menos papá no se había dado cuenta que lo había empeñado también. Me lo coloqué y salí hacia la calle.

***

—¡No! Olvídalo. Tú ya no trabajas aquí. El viernes llegaste tarde, ayer ni viniste y hoy tienes más de una hora de retraso. —Will aseguraba que estaba despedida. Yo lo perseguía por toda la tienda, fastidiándolo hasta que me regresara mi empleo.

—Voy a remplazar esas horas y todo el día de ayer. Vendré el domingo y no cobraré doble jornada como debo hacer.

—No, eres muy problemática.

—Will... por favor. —Lo tomé del brazo y utilicé mi último recurso. Lo miré a los ojos y me mordí el labio de forma seductora—. Sabes que me necesitas aquí.

—¿Qué rayos intentas? —arrugó su entrecejo y me miró con algo de asco—. ¿Coquetearme? No te va a funcionar, sabes que soy proculsexual.

—¡Ay vamos Will! Sabes que no puedes solo despedirme. Hay mucho trabajo aquí. —Le mostré la fila que se había formado de clientes, a los que Claudia y Mariel atendían como podían. —¿Quieres arriesgarte a que baje la productividad y el gerente lo note?

Él lo reconsideró. Cruzó los brazos y me miró con fastidio.

—A la más mínima falla ¡te vas!

Corrí de regreso a mi puesto de trabajo. Debía olvidar el dolor de mi cuerpo y poner todo de mi para no ser despedida.

—Sophie, ¿todo está bien? ¿Qué te paso? —cuando Will regresó a comer sus cheetos al cuarto de cámaras, Claudia aprovechó de preguntarme.

—Sí, papá ya está mejor y esto...—miré mis manos—. Me caí en la calle.

—Pobre, lamento no haberte podido ayudar. Pero aquí cubrí tu puesto y arreglé los celulares que tenías.

—Gracias Clau, eres lo máximo. —La abracé rápido sin ser descubierta por Will. Ya nos habíamos deshecho de la fila de clientes y la tienda estaba tranquila. Solo había un sujeto revisando los estantes.

Puse mi adolorido cuerpo en una silla. Estaba mejor. El moverme y mantenerme ocupada sirvió para ir curando.

La paz se vio interrumpida cuando Ian entró a la tienda. Caminó directo al mostrador. No me explicaba cómo sabía dónde trabajaba; apostaba mis manos a que no era una casualidad.

—Hola Ian —Claudia lo saludó con alegría. Yo le comuniqué con un gesto que no era el momento ni el lugar para verme.

—Hola Claudia, ¿Sophie? —dijo mi nombre.

—¿Qué haces aquí? —le reclamé

—Vine a comprar algo, yo que sé. Es una tienda ¿no?

—Los artículos de venta están por allá, aquí damos servicio técnico. —Le señalé los estantes y me fui hacia mi estación de trabajo. Si Will me descubría conversando me iba a despedir.

Tomé mis herramientas y abrí uno de los teléfonos pendientes para el día siguiente y lo hice caer cuando sentí la respiración de Ian en mi mejilla.

—¿Qué haces?

—¡¿Tú qué demonios crees?! —le grité recogiendo la carcasa del teléfono—. Trabajo. Ahora vete, está prohibido que los clientes pasen el mostrador.

—Quién es ese —Will justo apreció.

—Un amigo de Sophie. —Ian respondió como si nada.

—No, ¡no es un amigo! Es solo un loco que se metió aquí sin permiso, ni lo conozco.

—No te creo. Te dije que una más y te despedía. —Will me amenazó.

—Solo pasé a saludarla. —Ian se dirigió a Will. Mi jefe lo ignoró. Volteó hacia mí.

—Despedida.

—¡No! Will, ¡no seas así! —le rogué.

—Sí, espera, no puedes despedirla. —Ian se puso delante de mí y le habló a Will. Él quiso responderle de forma alevosa, pero al ver que poniéndose de puntas no le llegaba siquiera al cuello, decidió retroceder un paso.

—Claro que puedo. Ya cometió muchas faltas, estaba a prueba y falló.

—No puedes despedirla porque ella renuncia.

—¡¿Que?!—Esta vez yo me puse frente a Ian para confrontarlo—. No hables por mí, claro que no renuncio.

—Ten un poco de dignidad. Este lugar es aburrido y tu jefe es horrible.

—¡Espera! —Will reaccionó—. Yo la despedí antes. No puede renunciar si ya la despedí.

—Cálmense todos. —Mariel y Claudia intentaron intervenir.

Los humos bajaron cuando sonó una alarma. Will reaccionó dirigiéndose hacia el cuarto de atrás donde revisaba las cámaras.

—¡Ja! ¡Lo tengo!—todos lo seguimos. Se sentó justo frente a la pantalla y los demás nos pusimos detrás de él.

—Ian ya vete. —Al darme cuenta que él también curioseaba la pantalla lo empujé. Me estaba causando muchos problemas. Luego lo buscaría para matarlo.

—No, déjalo. —Will me ordenó—. Mejor si hay testigos. Puse una cámara con detector de movimiento en el depósito y captó algo. Esta vez tenemos pruebas de que hay algo paranormal ahí. —Retrocedió la filmación y todos presenciamos el momento en que una de las cajas de tarjetas SD salía disparada sin explicación del estante superior. De inmediato crucé miradas con Ian. No lo había pensado, pero de seguro en el deposito estaba una de esas criaturas interdimensionales.

—¿Lo vieron? Todos lo vieron ¡¿verdad?!—Will levantó las manos festejando su victoria, tras meses por fin lograba tener pruebas fehacientes de lo que se ocultaba en el depósito—. Lo estoy subiendo a internet. Rápido, todos entren a mi canal y compartan, debemos hacerlo viral—. Volteó la silla hacia mí—. Compártelo, comenta y lárgate.

—¿Qué? —Ya estaba por rogar y de nuevo Ian se metió.

—Ya renunciaste, vámonos.

—¡No renuncio! ¡Deja de decir eso!

—Sophie, este lugar está embrujado. Quiérete un poco. —Me tomó de la mano y me jaló fuera, yo intentaba frenar con los pies, pero era inútil, solo resbalaba por el suelo de baldosas—. Adiós Claudia, si Sophie dejó algo olvidado aquí por favor cuídaselo. —Ian se dirigió a mi amiga mientras me seguía arrastrando hacia la salida.

Afuera, en el pasillo del centro comercial tuve que respirar varias veces para no gritarle de manera histérica.

—¡¿Cómo pudiste hacerme eso!?—dije guardando toda la calma que me fue posible. No quería hacer una escena pública.

—¿Hacerte qué? ¿Sacarte de ese horrible lugar donde te explotan y te gritan por tener a tu padre en el hospital? Te hice un favor.

—¡¿Un favor?! ¿Tú cómo crees que voy a pagar mis deudas, o comer o vivir? No es fácil encontrar un empleo con sueldo estable como éste.

—Un empleo que te consume la vida y te causa más de una migraña. Seguro que la criatura que está en el depósito lo trajiste tú, ahora debemos ir a solucionarlo antes que el video se haga popular.

—Ni pienses que te devolveré el dinero de la guitarra y el collar. Después de esto tendré que empeñarlos de nuevo.

—Deja esa manía de empeñar tus cosas. —Volvió a tomarme de la mano y me llevó al elevador—. No necesitabas devolverme nada de todas maneras.

—¿No? ¿Cuántos tatuajes debes hacer para recuperar esos cincuenta y cinco mil? —le dije con alevosía.

—En realidad fueron setenta mil, el tipo de la casa de empeño estaba por vender tu collar a una señora, tuve que ofrecerle más. Y lo de los tatuajes solo es un hobby.

—¿Un hobby?, nadie aquí trabaja por hobby.

—Yo sí porque me relaja. Ahora deja de ser tan fastidiosa con el tema y concéntrate. Llévame al depósito que vimos en cámaras.

Si una criatura como la de la noche anterior estaba en esa bodega, sí debíamos deshacernos de ella. Seguramente yo la había traído y me daba miedo pensar que Claudia o Mariel corrieran peligro. O Will, aunque no me importaría que a él se lo llevaran a un limbo de oscuridad eterna.

Dirigí a Ian hacia la entrada de las bodegas. Había cámaras y no tenía mi pase de empleada. Ya iba a explicarle que entrar sin ser vistos sería imposible, cuando me jaló contra una pared, fuera del alcance de la cámara de la puerta. Abrió su mochila y sacó un aparato similar a un teléfono. No sabía qué iba a hacer. Solo noté que apretaba botones.

Las luces se apagaron por un segundo. Volvieron a encenderse e Ian se levantó. Me rodeó con sus brazos y aparecimos del otro lado de la puerta.

—Hay cámaras aquí adentro —le advertí.

—Ya lo sé, ya desactivé todas. Tendrán la imagen congelada por unos minutos. ¿Cuál es el deposito que buscamos?

Le señalé cuál. Él volvió a transportarnos ahí. Era raro y al mismo tiempo ya se me hacía costumbre.

Con las manos en los bolsillos inspeccionó el lugar. Con disimulo me puse detrás de él. No quería otro ser extraño intentando devorarme.

Tomó su mochila y sacó una bolsa. Me la extendió.

La abrí y descubrí como medio kilo de sal.

—¿Hago un círculo? ¿Para qué es eso?

—No es necesario. Asegúrate de hacer una línea que cubra bien la puerta. A las entidades no les gusta algunos elementos químicos de nuestra realidad. Como la sal o la plata. Poniéndote en un círculo de sal puedes protegerte y cubriendo las rendijas evitamos que escape.

Le obedecí, sabía poco o nada sobre esos seres así que no podía discutirle nada. Realicé una línea de sal en el suelo frente a la puerta que era el único ingreso.

Igual que en la noche, Ian sacó una pequeña esfera y la lanzó. De ella empezó a salir un humo blanco creando una cortina delante de los estantes. Empecé a tensionarme y a respirar agitada, volví a ponerme detrás de Ian y me aferré a su brazo.

—Tranquila, este no es como el de anoche. —Me señaló al frente con un dedo, la niebla provocada por su bomba de humo se disipaba—. Ahí está.

—¿Qué cosa? —le pregunté. Trataba de vislumbrar algo, más no notaba nada, solo el galpón con estantes ordenados llenos de cajas blancas de diferentes tamaños.

—¿En serio no lo ves? —volteó hacia mí.

Un gran estruendo llamó nuestra atención. Una enorme caja había caído del estante de más arriba. Otras le siguieron, una a una fueron cayendo al suelo, como si algo las tumbara a su paso.

—¡No escapes! —Ian corrió siguiendo la línea del desastre por el medio de dos pasillos. Yo permanecí en mi lugar. Ian saltó hacia adelante, como queriendo capturar algo y desapareció en el aire.

Mi corazón tuvo un sobre salto. Corrí en esa dirección, no había rastro de mi acompañante. Retrocedí y mi espalda chocó contra algo. Un escalofrío recorrió mi cuerpo. No quería voltear. Algo sostuvo mi hombro y solté un grito.

—Oye tranquila. —Ian se reía de mí.

—¡Casi me matas de un susto! ¿Qué pasó? ¿dónde se fue la cosa esa?

—La cosa esa ya está de regreso en su lugar. Vámonos antes que las cámaras vuelvan a funcionar.

Con calma levantó su mochila del suelo, me agarró y esta vez aparecimos en un callejón detrás del centro comercial.

—¿Eso fue todo?

—Pues sí, ¿qué querías?

—No sé... algo como lo que pasó ayer. Ahora no pasó nada. Solo que Will estará en problemas cuando vea todo tirado.

—Era un... fantasmita. Una entidad nivel dos. Solo tiran cosas y como mucho te muerden. Tranquila, te prometo llevarte a situaciones más peligrosas, que te generen mucha más emoción—dijo de manera sugerente poniendo un mechón de mi cabello detrás de mi oreja. Le volqué la cara.

—No volverás a tener esa suerte —afirmé.

—Ya veremos.

— Bien, ya que solucionamos eso. Más te vale enseñarme cómo teletransportarme para que empiece a robar bancos, ¡dado que me acabas de dejar sin empleo! —Ya era el momento oportuno para regresar a los reclamos.

—Deja de lloriquear por eso. Voy a darte un empleo mejor. Por eso vine.

—¿Haciendo qué? ¿Barriendo el suelo del estudio de tatuajes?

—No, algo mejor. Solo vamos.

—Más te vale que gane igual o mejor que antes, o voy a hacerte ambas vidas miserables.

Me volcó los ojos con exasperación. No quiso darme detalles. Subí a su moto y avanzamos en dirección a los primeros distritos de la ciudad.

Casi nunca iba a ahí, de hecho, no recordaba la última vez que había estado más allá del área diez.

En la ciudad había ochenta y siete de ellas, que crecían en forma radial. Scielo 1 era una ciudad creada y planeada setenta años atrás. No se trataba de una ciudad que había crecido de manera exponencial al pasar el tiempo.

En el universo T52, Almarzanera había sido fundada por migrantes españoles e italianos en la isla de Seaborga, cuya capital era Valermo. Mientras que en la dimensión T51, Seaborga era una isla semi desierta, comprada por grandes consorcios empresariales dedicados a la ciencia, que construyeron la ciudad para ser la capital tecnológica del mundo. Y era ahí, en Scielo1 y Scielo2 donde se desarrollaban la mayor parte de aparatos electrónicos del mundo

Mientras más lejos estabas del centro, más grande era el distrito. Del uno al cuatro estaban los rascacielos más altos, donde se manejaban las principales corporaciones. Del cinco al diez eran áreas residenciales donde vivía la gente más rica de la ciudad, dueñas de esas corporaciones. Del once al sesenta estaban las áreas comerciales y era donde vivía la gente de clase media y baja, la clase proletaria que trabajaba en las fábricas. Del sesenta y uno al ochenta y tres, eran las zonas fabriles, donde el aire era irrespirable y la gente más pobre buscaba sobrevivir en las calles juntando chatarra. Los últimos distritos eran campo. Donde se cultivaba y criaba animales. Alguna vez había ido con fines didácticos con mi colegio y me sorprendió el contraste de las granjas de Scielo 1 con las de Almarzanera. Después de esa traumática experiencia, fue que no volví a comer carne en esa ciudad.

El viaje parecía no terminar. Cuando llegamos al área cuatro, Ian tuvo que mostrar un pase que acreditaba que tenía autorización para acceder a esa área. Solo quienes trabajaban ahí podían entrar.

Cruzar hacia esa zona creaba un gran cambio frente al resto de la ciudad. El pavimento no tenía baches, el aire se sentía más limpio. Abundaban las zonas verdes, por primera vez vi palmeras en Scielo1 y aves. Los edificios eran hermosos, tan altos que daban la impresión de desaparecer entre las nubes. Llegaban mucho más arriba que el muro que rodeaba la isla y desde ahí seguro se podía apreciar el mar.

Descendimos a un túnel y acabamos en un sótano cerrado. Bajamos de la motocicleta y en seguida una plataforma se elevó y guardó la moto en una torre donde había otras motos y autos de lujo bien acomodados.

—¿En dónde estamos? —le pregunté a Ian mientras nos dirigíamos al ascensor del fondo.

—En la torre cinco de "3IE"— respondió despreocupado, mandando un mensaje a alguien por su celular.

Las puertas del amplio ascensor se abrieron y nos recibió un ascensorista. Oficio que creía ya no existía en la época actual.

—Señor Key, ¿su acompañante tiene autorización? —le preguntó mirándome de pies a cabeza. Escuchar ese apellido me causó un micro infarto. Caí en cuenta que recién me enteraba del apellido de Ian en ese mundo.

—Sí, tiene la autorización de Solange —le respondió al muchacho, quien solo le creyó y tras pasar una tarjeta por el sensor, presionó el número ciento diecisiete.

—Espera... ¿Key? ¿Apellidas Key? —lo interrogué.

—Sí —respondió sin ganas.

—¿Por qué no me lo dijiste?

—Porque no me preguntaste.

Me quedé callada un rato, con el estómago subiendo hasta mis pulmones por la velocidad a la que iba ese ascensor. Ni siquiera me detuve a ver el paisaje que se podía apreciar por las paredes de cristal.

La familia Key era una de las dueñas de "3IE", la mayor marca de teléfonos celulares, computadoras y básicamente cualquier aparato electrónico en el mundo.

—Y pensar que te iba a devolver el dinero de la casa de empeño. Debes ser millonario.

—Sí, algo así. —Volvió a responder sin ganas, concentrado en su teléfono.

—Técnicamente tú eres el jefe de Will —consideré.

— En realidad mis hermanos.

—Bueno, da igual. Tu familia es dueña de media ciudad. ¿Vas a darme trabajo aquí, en la central? —Me emocioné. Ya trabajaba para uno de los servicios técnicos de esa compañía, pero trabajar en su central era un sueño. Solo imaginaba ir al distrito uno cada día aunque tuviese que despertar una hora más temprano.

—No. —Ian acabó con mis ilusiones. Salimos del elevador y avanzamos por un estrecho pasillo, completamente vacío. Era extraño, lucía como un piso abandonado. Al caminar se escuchaba el eco de nuestros pasos y al final había una puerta de metal, con un escáner facial al lado.

—¿Entonces qué voy a hacer? —Volví a interrogar al chico, quien escribió un número de seguridad que activó el scanner. Una luz verde rastrilló su rostro y la puerta se abrió.

—Vas a trabajar en un área especial de la compañía. Bienvenida al proyecto Transalterna.


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Ya empieza lo bueno?? para quienes me preguntaban por qué el titulo del libro, pues ya lo saben XD o algo así.

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