Perfect Blood: Lo que ocultan...

Da LennScritt

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P-A-U-S-A-D-A Un secreto puede desequilibrar los cimientos de una familia; una mentira, independiente de lo q... Altro

Prefacio
Dedicatoria
Epígrafe
ANTES DE LEER & REPARTO
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8-1
Capítulo 8-2
Capítulo 9
Capítulo 10
Visión

Capítulo 4

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Da LennScritt

Clarissa Van Houdret

— ¿Por qué es así?

— ¿Así? ¿Cómo?

— Así de aterradora, directa, orgullosa... —cada adjetivo lo enumeré con mis dedos mientras caminaba junto a Luis hacia el comedor, también estando acompañados por Samuel, quien afirmó haber terminado de hacer lo que le correspondía relacionado a la mudanza.

Aunque Samuel era más una sombra tras nosotros, guardando completo silencio, tanto que hasta momia parecía.

— Alguien de nosotros debería ser fuerte e imposible de dejarse amedrentar, ¿Sabes?

— ¿No era Milosh?

— Alguien de los pelinegros de la familia, además de ti, claro.

— Si, si. Como tú digas. —la conversación murió allí, puesto que llegamos al comedor y solo yo debía entrar allí para escuchar lo que mi padre tenía para decirme.

— ¿Quieres que te esperemos acá? —habló Samuel por los dos, abriendo la boca por primera vez en el día, al menos estando yo presente.

— Es nuestro padre, estaré perfectamente y vosotros debéis hacer otras cosas. —musité mientras abría las puertas dobles y pesadas que separaban la sala del comedor.

Entre, dejándolos afuera, solo para toparme con la mirada cansada de mi padre, la preocupación en las arrugas que se hacían en su rostro y el arrepentimiento que se veía en todo el, como si se tratara de un aura colorida y llamativa a su alrededor.

— Toma asiento, Clarissa. —señaló el asiento más alejado a dónde él estaba, y más cercano a la puerta que yo recién había cerrado.

Hice lo que me indicó, viendo con recelo un plato con comida que justo estaba en el lado de la gigante mesa para diez individuos donde él me había señalado para sentarme.

— Clarissa, no es el mejor momento para que te pongas en plan: no quiero comer, como una niña malcriada.

Papá lo sabía, todos lo sabían en esa casa porque no era un secreto. No estaba alimentándome como debía, solía comer alguna chuchería o fruta en la mañana y más nada, todo porque nada le apetecía.

— Padre... No tengo hambre.

Suspiró, mirando hacia la mesa antes de hablar, ignorando mi respuesta y sin decir nada al notar que yo no toque en ningún momento el plato de comida, aún cuando lo único que tenía en el estómago era una barra dietetica que había ingerido al despertarme, muchas horas antes.

— ¿Qué fue lo que Luis vio? ¿Que lo alteró de tal manera?

¿Acaso yo tenía cara de saberlo? ¡Luis no me había contado nada de nada en relación a su visión!

— No lo sé.

Padre se levantó, sin dirigirme la mirada, comenzando a caminar de un lado a otro.

— ¿Nada de nada?

Negué.

Suspiró y no dijo más, solo señaló el plato de comida con una ceja alzada, ejerciendo presión con su mirada, intentando motivarme a comer algo.

Sus intentos valieron la pena, pero solo un poco. Me forcé a levantar un cubierto, poniendo en él algo de comida, y llevarla a mí boca.

No mastique, solo trague, para luego repetir el procedimiento tres veces más.

— Hice que Milosh llevara todas tus cosas al Mercedes.

¿Qué?

Al Mercedes. —repetí incrédula. Padre solía comprar muchos coches, eso era cierto, en algún momento me había regalado incluso un Porsche, que había sido mi medio de transporte por mucho tiempo, hasta que Milosh se tomó el grandioso placer de volverlo cacharro irreparable.

Ese era el motivo de que Milosh solía llevarme todo el tiempo.

Desde que eso sucedió, no me habían dejado un coche de nuevo, aún cuando yo no era culpable del incidente.

— Tengo tiempo pensando en dejártelo a ti, ya que los gemelos insistieron en que no necesitaban más que un auto que podrían compartir entre ellos. —se volvió a sentar en su puesto, la cabecera contraria a donde estaba yo.

Lucien Van Houdret estaba inquieto, demasiado inquieto y era notable a simple vista, sus pupilas no se quedaban mirando un lugar ni por un segundo, y jamás me buscaban.

»Además, no creo que sea bueno permitir que sigas dependiendo de Milosh y Luis todo el tiempo, aún cuando sea mejor para tu seguridad.

— ¿Me vas a dar el Mercedes a mí? —todavía no lo captaba. No lo procesaba. Había pedido ese coche desde el momento en que Luis dijo que no lo quería y comenzó a usar el coche de Sam.

Por algún motivo, eso no me parecía verdad. Sentía como si, al usar ese coche y aceptar las palabras de mi padre, de Lucien Van Houdret, no haría más que ponerle fin a algo. Tenía esa sensación de final inminente desde el lunes por la madrugada, claro estaba, pero esa conversación con mi padre, me hacía sentir ya ese final en todas las células de mi cuerpo.

— Sí, Clarissa, ¿Estás prestando atención a lo que digo?

Asentí y me levanté. Dejé el cubierto en la mesa, ya había hecho más que suficiente intentando comer, no me forzaría más, no era esa mi mayor preocupación en ese momento.

Debía ir a preparar mis cosas, estaba más que segura de que al menos alguna de mis cosas debía de estar rezagada y, para el colmo, también debía cambiarme, el conjunto que llevaba no era nada cómodo para hacer un viaje largo. Tampoco era uno de mis preferidos, así que no lo usaría por más tiempo.

Mi padre leyó mis intenciones, por lo que me dejó ir sin problema, solo diciéndome: — Ven apenas termines, debemos contaros, a todos, cuales serán nuestros próximos movimientos.

Sí, olía a final inminente.

A cambio.

Pero no podría decir si el cambio sería para bien o para mal.

...

— ¿Mis armas?

—Están en donde siempre. —respondió Milosh mirando a la nada.

Todos habían estado haciendo algo, según Milosh había dicho.

Nuestra madre, Claudia, me había retirado del instituto. Siempre lo hacía, cada vez que debíamos huir como perros con el rabo entre las patas. Eso retrasaba mis estudios, por eso era que yo, a mis 19 años de edad, todavía seguía estudiando en un instituto.

Lizzie se había encargado de sus propios asuntos. Se había deshecho de sus alimentadores, alegando que en cual fuera nuestro destino encontraría a alguien dispuesto a darle su sangre a cambio de algo.

Era una mocosa inteligente.

Los gemelos se habían estado encargando de enviar al resto de alimentadores de la familia hacia nuestro destino, puesto que estos conducirían a una velocidad más precavida que nosotros y mientras las rápido estuvieran allá, era mejor.

Milosh también dejó escapar que ya los gemelos sabían hacía dónde iríamos, pero que eran tan idiotas como para no querer contarlo.

— ¿No dejaste absolutamente nada mío en mi propia habitación, más que la caja que Alair me obsequió y eso? —señalé el vestido azul, otro de los cuantos que tenía, que había en mi cama.

Asintió, con humor en su mirada.

— Por amor a Nyx.

— Ya deja el drama, que no es como si hubiera tocado tus hermosas dagas y cosas raras.

— No... ¡Pero si mi ropa íntima y otras cosas que ni deberías saber que existían, pedazo de idiota!

Tenía unas gigantescas ganas de matarlo por ello, ¿Acaso no se enteraban de que la privacidad existía y que yo, siendo mujer, tenía mis cosas que odiaría alguien más viera?

— No tienes nada que no haya visto antes, Rissa. —Sabrá Nyx el porqué, pero tales palabras me dolieron, mucho con demasiado para ser normal.

Le dí una sonrisa tensa, que me hacía doler las mejillas de lo falsa que era, cogí el vestido que en mi cama estaba, y me encerré en el baño. Allí me cambiaría, porque ganas de volver a dirigirle la palabra en un buen rato, justo no tenía.

— Rissa...

— Padre quiere hablar con toda la familia, nos espera en el comedor. —fue lo que dije, esperando hiciera uso de sus neuronas y se enterara de que mis ganas de saber de él, se habían ido con sus palabras.

Y tío, que ni Nyx o Aurora sabrían cuándo volverían y de dónde lo harían.

Sonó un portazo, respire en paz.

Vale, que la incomodidad allí seguía, pero al menos él no andaba cerca, y ya con eso, podía calmarme un rato.

...

La mesa estaba ordenada de una forma bastante peculiar; mi padre en su puesto de siempre, a la cabeza, con mi madre sentada a su izquierda. A su derecha estaba Lizzie, quién estaba seguida de Samuel.

Al lado de mi madre había un puesto vacío, y luego de ese estaba Alair.

Al lado de Alair Luis, frente a él, un puesto vacío. Y Milosh justo frente a Luis. Yo me senté al lado contrario de Padre, en la cabecera contraria, ese puesto que hacía pensar a una como una persona con influencia, poder y demás.

Todo lo que yo no tenía, en ese entonces. En conclusión, era un muy buen asiento, sin sentido que yo lo tuviera, pero buen asiento.

— Te estábamos esperando, Clarissa, eras la única que faltaba. —dijo Lucien apenas estuve frente a él. Mi madre le dirigió una mirada que hasta a mí me dio miedo y eso que estaba bastante lejos de ella.

— A diferencia de vosotros, yo soy humana. Aunque no suelo comer como alguien de mi especie, tengo necesidades de las que encargarme, padre.

Ante mis palabras todos los adultos de la mesa, excluyéndome a mí, se removieron un poco incómodos. Ellos también tenían necesidades, no más que yo, pero sabían por donde iba la cosa.

— Querido, al caso, por favor. —el tono encantador y meloso que mi madre usaba al dirigirse a mi padre, era algo hueco pero, como siempre, ¿a caso yo le prestaba atención a esas pequeñas señales que veía a diario?

No, no lo hacía. Ya luego, la vida o Nyx, se encargarían de hacerme ver cuánto había metido la pata por ello.

— Luis, cuéntanos sobre tu visión, por favor. —dijo Alair, mirando a la nada. Elizabeth intentaba llamar su atención con cada mínima acción que ejecutaba, pero no logró en ningún momento que Alair dirigiera la vista hacia ella o quitara su expresión de hastío y aburrimiento.

Luis suspiró y, por debajo de la mesa, su mano buscó la mía para aferrarse a ella y no soltarla.

— La vi morir.

Si, sin tacto ni nada. No se cortó la lengua para formular esa corta oración.

— ¡Eso es imposible! —Samuel exclamó. Ya como que se armaba la tercera guerra mundial por causa de esos inmortales que son gemelos y tenían dones similares.

Pero tenía sentido, Samuel era quien veía muerte y más muerte por todos lados, Luis quién lo veía todo, pero solo si se daban ciertas condiciones, su don enteramente ligado a disparadores que bien podían ser frases o acciones de quienes le rodean.

Enterarse de la visita inesperada del rastreador desconocido había sido el disparador para la visión que él había tenido, esa que según estaba contando, tenía que ver con mi muerte próxima, mi muerte a manos del príncipe de la noche eterna.

— ¡Silencio, Samuel! Tú, niño, ¿A qué te refieres con que la viste morir? ¿A mi hija?

Al menos madre ya no estaba tan indiferente a la situación.

— Todo es exactamente como lo he dicho. —apretó mi mano con más fuerzas, pero sin hacerle daño alguno.

Milosh buscó mi mano izquierda, la única que tenía libre, pero por encima de la mesa, puesto que él tenía sus manos sobre la misma y, para no incomodarme, la mía libre estaba también allí.

Eso ya era re incómodo, pero tampoco le negué el contacto.

— Vi a Clarissa, muerta, el príncipe de la noche manchado de sangre, antes de caer presa de la muerte, tal como ella.

Hala, que al menos yo no era la única muerta según lo que escuchaba.

Yo no pensaba nada al respecto, mi rostro debía ser, al igual que el de Alair, un fiel retrato del aburrimiento y desinterés por el tema.

¿Qué hacíamos allí, más que esperando mi muerte, que no estábamos ya en plan huida como siempre?

Cerré los ojos, ya cansada de fingir no estarlo, solo para toparme con algo nada grato de presenciar.

No vi la típica oscuridad falsa que debería esperarme al cerrar los ojos, digo falsa porque así se sentía al ver como la luz intentaba traspasar el grosor de mis párpados para penetrar en mis retinas. No, me topé con una oscuridad verdadera, solo rota por el brillo tenue de la luna, y el brillo escaso de dos pieles pálidas hasta lo inhumano.

Una de las figuras era femenina, fácil fue reconocer que se trataba de mí.

La otra, masculina y musculosa, era de alguien que solo conocía por ver su foto en los años de mi niñez. Lo habían presentado como mi enemigo, haciendo que a mis ojos, su inhumana belleza no fuera más que un arma, y cada una de las palabras que jamás debía dejar que penetraran en mi mente, en caso de que él llegara a formular alguna en mi dirección, no fueran nada más que artimañas de su parte para hacerse conmigo y lo único que debía importarle de mí: mi sangre.

Era nada menos que Flighliero, el príncipe de la noche, ese mismo que se había hecho con mi sangre y mi vida en eso que yo veía.

Era como si las palabras de Luis se hubieran vuelto una película en mi cerebro, esa que acabó apenas el cuerpo del Príncipe tocó el suelo, carente de toda vida, como yo, y yo abrí mis ojos de nuevo, completamente sobresaltada.

Milosh me miraba confundido, se había dado cuenta de que algo me sucedía porque estaba apretando su mano con demasiada fuerza.

Ups.

La solté al darme cuenta. Reacomodó sus dedos sin ninguna mueca pasar por su rostro, solo mirándome con la misma curiosidad, confusión y disculpa en su expresión.

Bueno, igual no es que siguiera enojada con él, pero aparte mi mirada de la suya para dirigirla a la otra víctima de mi apretón imposible de manos.

Haciendo eso, si me alarmé.

Lágrimas, lágrimas de sangre, corrían por sus mejillas. También estaba temblando y frío no había para que eso pasara. Ya, que él ni siquiera sufría de frío, ni lo sentía realmente. Luis estaba llorando y mi apretón no era el culpable de ello, la visión, quizá algún miedo que yo debía de sentir con respecto a mi posible pronta muerte y no sentía, eran los causantes de sus lágrimas derramadas.

—... su muerte. Es imposible que él afirme algo en lo que a eso respecta.

— Ella es un punto ciego para todos, ni Alair ni tú pueden leer en ella como lo hacen en tu padre, Lizzie o en mí. Lo sabes perfectamente, Samuel.

— Pero él afirmó haberlo hecho. —¿Seguían hablando de si era imposible ver mi muerte o no? ¡Por Nyx, no se cansaban nunca!

— Tu hermano siempre lo ha hecho, Samuel.

Las lágrimas seguían rodando sin pausa alguna, Luis no hacía ni un amago de limpiarlas y nadie más se fijaba en ellas, por lo que me levanté escandalosamente de lo asiento, me acerqué a él, abrazándolo y limpiando sus lágrimas antes.

Quizá el contacto físico lo anclara a la realidad, una donde su visión solo era eso y yo estaba perfectamente bien.

Mi padre puso una mueca de desagrado en su rostro, solo ponerse de pie en completo silencio y marcharse, pasando por detrás de Milosh, sin dirigirnos una segunda mirada.

Madre fue la siguiente. Samuel fue tras ella, de seguro para seguir la discusión sin sentido que había comenzado con respecto a mi posible muerte que le importaba tan poco como a mí.

— No se tarden, por favor. —dijo Alair también marchándose. Asentí, sabiendo que realmente estaba diciéndome que no importaba cuanto me tomara, que lo mejor era encargarme de que Luis se repusiera cuanto antes, pues con él estaba más que protegida.

— Ri... Clarissa, nosotros ya nos vamos... Luis sabe la dirección. —Milosh y Elizabeth abandonaron también el comedor. Nos estaban dando nuestro espacio, aún cuando a todos ellos, a excepción de Alair y Lizzie, la cercanía entre Luis y yo les molestaba.

Milosh era a quien más eso le fastidiaba y se había largado sin decir ni pío.

Por. Primera. Vez. En. Toda. La. Historia.

Por lo menos, allí no se había comportado como idiota descerebrado con celos carentes de sentido alguno.

Un papel que me gustaba en igual medida como me molestaba. Pero de que le quedaba bien, le quedaba.

— ¿Sabes? Siento, en una pequeña parte de mi ser, que todo esto es en vano— confesé, rodeando a Luis para sentarme en la mesa, frente a él. Tomé su rostro entre mis manos, y lo enfoque hacia mí. Las marcas en el camino que recorrieron sus lágrimas antes de caer a su camisa, seguían allí, dándole un aspecto algo macabro donde solía haber belleza impoluta, nada menos que perfección de inmortal. —Siento que él aparecerá en donde sea que vayamos, nos encontrará y le dará fin a algo.

»Solo que no sé si ese algo es mi vida, o otra cosa. Es un mal augurio tremendo, pero es lo que siento.

— Entonces no soy el único. —su voz estaba ronca, era tan grave y varonil como siempre, pero estaba ronca a causa de lágrimas contenidas que no debía dejar salir a menos que quisiera debilitarse.

Debilitarse más de lo que ya debía de estar, porque no le había visto alimentarse en toda la semana y además había derramado lágrimas que solo eran sangre de la que solía consumir.

Me extrañé. No entendí a qué se refería, más estaba segura de que se debía a que me había perdido en mi mente por culpa de su voz, tal como me pasaba con sus risas sinceras.

Eso y, que de alguna inexplicable manera, había terminado sentada sobre sus piernas, con las mías completamente abiertas, cada una hacía un lado.

Su rostro se hizo camino hacia mis hombros, mi cuello siendo su verdadero objetivo.

Mi mente entró en corto a causa de todo ello en conjunto, esa cercanía insana, su aliento chocando con mi piel descubierta, su calor...

Me perdí en una nebulosa, solo saliendo para preguntar sobre lo que no entendí.

— ¿A qué... A qué te refieres?

— Haré hasta lo imposible para protegerte, Clary.

— Lo sé.

— Sam irá con Lizzy. Milosh con Alair y yo iré contigo. Puedo conducir yo, ya que le tomé el atrevimiento de poner mis cosas en tu coche. — Luis hablaba desde la base de mi garganta, claramente haciendo caso omiso de mis palabras, de mis dudas.

No estaba incómoda, eso se debía a que estaba en una nebulosa, una que había perdido todo indicio de calma y se había vuelto un completo lío.

Había estado inhumanamente calmada, en ese momento comencé a sentirme desenfrenada y necesitada, una cercanía que me resultaba tan desconocida como atractiva de explorar.

— No hace falta que conduzcas, yo lo haré. Sé que estás agotado, sediento y también que los alimentadores ya están en Carolina. — dije intentando convencerle, intentando ignorar, en vano, la atracción cruda que se sentía a nuestro alrededor.

Porque bueno y cuerdo no era desde ningún punto de vista. Ni esa atracción, ni las ganas de meterme de lleno en lo desconocido que se cocían en mi interior, ni mucho menos la forma en la que ambos estábamos sentados, Luis aferrándose a mí y yo sobre él.

Éramos familia.

Así nos había hecho pensar y,teniendo eso en mente, todo lo que estaba pasando y todavía no había pasado en esa habitación, era nada menos que una aberración.

— No, yo conduzco. Tu eres humana y debes de estar mucho más cansada de lo que yo estoy, toda la semana yendo a clases y sin dormir mucho por causa de la "presencia", no dejaré que te agotes más de lo debido en un viaje que podrías aprovechar para descansar.

Tenía razón. Por mucho que fuera, él era inmortal y el cansancio no le afectaba como a mí, lo único que si le jodía en ese momento, era la sed que de seguro se traía encima. Eso podría ponernos en peligro de una o otra manera.

Y, para evitar cualquier incidente, ¿No era mejor prevenir que lamentar?

— Entonces bebe de mí.

— Es necesario que uno de los dos esté en todos sus sentidos y alerta, y creo que solo existe en este momento la opción de que el que esté activo de los dos seas tú. —alegué y le ofrecí mi cuello de forma instantánea, casi refleja en instintiva, para que se alimentara de mi.

El único cambio que hubo, fue el que su cabeza se alejó de dónde estaba.

Sería extraño y todo, pero yo sabía, perfectamente, que la única culpable de su sed era yo. No se había despegado de mí en toda la semana, más que cuando debía dejarme en el instituto.

Había tenido visiones que me incluían y se centraban solo en mi, todo el rato, todas menores a diferencia de la culpable del viaje, pero visiones al fin y, todos sabíamos, que él, cuando veía mi futuro, desperdiciada mucha más energía que lo normal. Su cerebro necesitaba mucho más alimento luego.

Lo cierto era, que él no había probado bocado alguno en toda la semana, ni siquiera de comida común para humanos.

Llorar, perder la poca sangre que en su cuerpo tenía, a causa de ver una muerte que evitaríamos con uñas y dientes, tampoco ayudaba una mierda.

—No ¿Estás loca? Me estacarías antes de que mis colmillos te tocaran— habiendo entendido mi indirecta muy directa. —, por otro lado, Milosh me mataría si te mordiera, claro, si nuestros padres no lo hacen antes. Además, si nos encontramos con el príncipe...

Allí estaban los peros, pero también estaba el deseo de hacerlo y no era el único que por él estaba haciendo y deshaciendo. Solo notar el blanco de sus colmillos extendidos y el negro se fue pupilas dilatadas, haciendo del verde esmeralda algo casi inexistente, me hacía notar que solo un poquito más de presión, lo haría sucumbir ante la oportunidad que le estaba dando.

Sí, yo podría terminar muriendo a causa de ello, si él perdía el control o mordía en el lugar equivocado, si nuestros padres no se tomaban bien el hecho de que sus hijos hicieran cosas raras...

— Solo aprovecha, Luis. No me estás obligando, no es en contra de mi voluntad, y nadie más que yo, puede decidir sobre a quien doy o no mi sangre. —era verdad, una completa verdad lo que yo estaba diciendo. Si a Claudia y a Lucien eso no les gustaba, podían ir a quejarse a Las Vegas, pues bastante mayorcita estaba como para que vinieran con su estupideces.

»Si yo no quiero darle mi sangre a Milosh hoy, así como no quise ayer y quizá nunca lo haré, no podrá decir nada, nadie debería hacerlo. Soy una sangre perfecta, sí, pero soy libre y tomo mis propias decisiones.

Esas palabras bastaron y sobraron para él. La duda desapareció de sus facciones, llevándose con ella también al nerviosismo.

Yo, que había erguido mi cabeza recta y hacia abajo, con tal de establecer contacto visual con Luis, volví a inclinar mi cabeza hacia un lado, con tal de hacer más cómodo el intercambio.

Porque en teoría debía ser solo eso: un intercambio de nada más que sangre, que me dejaría exhausta y a él con renovadas fuerzas.

Pero la teoría realmente era solo eso, teoría. Nunca podría haber estado preparada para eso, para lo que sentí, desde el dolor tan horroroso que me arrancó un quejido, hasta el placer indebido que vino después del primer contacto, de la primera succión.

...

El veneno de un vampiro, de un inmortal, podía tener múltiples efectos, dependiendo de la cantidad, del individuo y de los pensamientos y deseos del inmortal.

Podría transformarme con solo una mordida, pero no lo haría porque él no deseaba eso.

Sí, no era como en Crepúsculo, que con solo la ponzoña vampírica se podría crear un vampiro. En la vida real, la transformación dependía completamente de los deseos del vampiro. Si él quería, liberaría las toxinas que hacían que el cambio comenzara, sino, no sucedería nada.

Aunque en eso último estuve equivocada hasta más no poder. Si que sucedía algo, yo misma lo estaba experimentando.

Su veneno tenía algo que le hacía querer más, un deseo insano de llevarme no solo una mordida, sino el paquete completo.

Un gemido se escapó de lo más profundo de mi ser.

Eso no le detuvo.

Mi respiración era completamente irregular, entrecortada. Mis ojos, aún estando abiertos, no me permitían ver nada. Estaba perdida en alguna parte entre el tengo y el quiero.

Quizá más de un lado que del otro. Quizá tan ida que mi cordura ya era un mito.

Eso, a él, no le hizo detenerse, seguía extrayendo de ese líquido que, aún cuando ambos pertenecíamos a especies diferentes, presa y cazador, era tan vital para uno como para el otro.

Pero mi energía no menguó ni un poco. Seguía queriendo más, mis manos actuaron por cuenta propia, acercando su rostro más a mí, haciendo quizá un poco más peligroso ese intercambio tan placentero como peligroso. Quería más, mucho, pero mucho más y no lo obtuve hasta que sació su sed.

Esa mordida había despertado algo en mí, algo que debía seguir dormido, porque ahora sería cambio, y de los peligrosos, para nuestras vidas.

Nos estábamos condenando, el uno al otro. Y también a otros cuantos.

Posiblemente escuché el click.

El click de un cerrojo roto.

Pero, posiblemente, también lo ignoré. Y si él llegó a hacerlo, a escucharlo, no fui la única.

Cerró mi herida una vez sació su sed. Pero no se alejó, aún teniendo la fuerza suficiente como para quitarme de sobre sí, no lo hizo, sino que busco con sus labios, los míos.

Luis Van Houdret, el mismo que había rehuido a la idea de alimentarse de mí, pegó sus labios a los míos, me besó.

Tan ido en el placer de haberse alimentado estaba, tan perdido en la toxina de su propio veneno, para hacer tal cosa estaba. Y no podía recriminarle nada, porque yo también estaba así, ida, perdida, y deseando más, más y mucho más.

Le regrese el beso.

Seguí apretando las cadenas invisibles al rededor de nuestros cuellos.

Su beso no era tierno, no era cariñoso, tampoco era posesivo, era simplemente desenfrenado, ardiente e inesperado. Sus labios sabían a sangre, tenían ese gusto de óxido metálico que nada me disgustaba.

Era el sabor de mi sangre lo que sentía. Saber eso, no hizo nada más que hacerme desearlo más, no hizo nada más que encender ese punto en mi ser, que quería llegar todavía más lejos de lo debido.

Todo en ese momento eran nuestros roces, nuestros labios buscándose más y más, nuestras manos intentando fundir al otro a nosotros mismos. Estábamos ansiosos.

Y estaba mal.

Muy mal.

Pero eso no era traba alguna, era más bien, como si alguien hubiera movido los hilos para que ese encuentro sucediera.

Y nosotros dos, no lo desaprovechábamos en nada.

Mis manos dejaron de estar en sus cabellos, se mudaron a su camisa, para comenzar a desabotonarla.

Las suyas también dejaron de estar en mi cintura, donde habían estado antes, solo para mudarse más abajo.

Vale, estábamos idos, nuestra cordura, mucho más allá.

Y solo volvió cuando sus colmillos se volvieron a hacer presentes. Cuando respirar se hizo necesario de nuevo. Cuando, sin querer, sus colmillos rasguñaron mis labios y el olor de mi sangre volvió a protagonizar en ese lugar.

Nos separamos al instante.

Ambos jadeamos, posiblemente por culpa del esfuerzo que supuso crear distancia entre nuestros cuerpos, más que nada.

— Esto estuvo mal, Clarissa. —susurró apenas tuvo dominio de su voz de nuevo. Otra vez su voz era ronca, pero ahora poseía un matiz distinto: deseo. Él era ahora el culpable de la oscuridad en su tono ahora, la sed ya era cuento de otro momento.

— Y... y que lo digas. —Me levanté de su regazo sin prisas, no por gusto sino porque por un lado era consciente de que seguir allí, violando su espacio personal, solo haría que mis hormonas y todo lo que nos había llevado a tal punto de desenfreno, nos volviera a consumir.

Por otro lado, mi velocidad al levantarme era casi inexistente, solo por el hecho de que mis piernas temblaban como gelatinas, toda yo temblaba temblaba como gelatina inestable, y estaba segura de que me caería si me forzaba a moverme más rápido.

Aclaró su garganta, también poniéndose de pie, llamando mi atención.

— Iré a dar una vuelta. Te veo... —su voz perdió fuerza, aclaró su garganta antes de seguir.— Te veo en el coche.

Editado.
Lun, 05/06/2021

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