Transalterna

By Hitto_

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Maya y Sophie son la misma persona viviendo dos vidas diferentes. ¿Ambas vidas son reales?¿una es un sueño? E... More

Intro
Scielo1
Almarzanera
El chico nuevo
Un tatuaje gratis
Respuestas por parte de un odioso
El fantasma del depósito
Tarde de playa
El ritual de cumpleaños
La fiesta de Maya
Gente indeseable
Guerra en la familia
Secretos íntimos
No salgas del círculo
Estar como en un sueño
En la fila del desempleo
El proyecto Transalterna
Un día espectacular
La peor espía
El chico más peligroso del pueblo
La primera misión
Lazos fraternos
Revelaciones en la montaña
Descubriendo una verdad
El misterio del culto
La cacería
Acechando en la oscuridad
Marcus
La primera cita de Ian
La verdad sobre Marcus
Confesiones entre hermanas
El misterio de Anelise
El espacio interdimensiones
Noche en el Spice club
El nuevo Ian
Consiguiendo justicia
La mansión del círculo
El certificado de pureza
Niña buena
La verdad sobre Dylan
Rescatando a Ian
Saltar de un risco
El secreto de Grecia
El nuevo Aaron
Un giro del destino
Las jóvenes del Círculo
Mis dos padres
Familia
Cómo ocultar un crimen
Thaly
La dimensión T50
Dos años de cambios
La estrella Polar
La partida inconclusa
Alguien en quién confiar
La luna roja
Shifting
Epílogo
Transalterna 2
Guía de entes
Guía de personajes

Mirar alrededor

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By Hitto_

—Maya, tenemos invitados. —Mi madre señaló lo obvio.

—Sí, hola —saludé al invitado agarrando el único asiento vacío que quedaba en la mesa, justo al frente suyo.

—Esas no son formas de saludar Maya —Me reclamó.

—¿Y cómo quieres que lo salude? Está en mi clase, se sienta al lado mío, lo acabo de ver.

—Con la educación que te dimos en esta casa. —Ella mantenía su tono severo. Mi padre no sabía si intervenir. Mis hermanas por supuesto estaban de lado de mi madre y Tiago y Aaron se aguantaban de reír.

—Buenas tardes, señor Hyde —dije con el tono más hipócrita que me fue posible.

—Buenas tardes señorita Dumas, es un placer que me reciba en su hogar —me respondió con el mismo tono.

—Aaron, ¿hace cuánto que viniste a vivir aquí? —mi padre se apresuró a decir antes de que mi madre hiciera otro comentario.

—Llegué recién hace un par de días —respondió con mucha cordialidad, el incómodo momento ya quedaba olvidado y todos comenzábamos a comer.

—¿Tus padres se mudaron aquí por algún motivo? ¿Trabajo? ¿A que se dedican? —mi madre se mostró interesada, ella necesitaba conocer a todos en el pueblo, en especial a quienes se juntaban con sus hijos.

—No tengo padres. —Aaron respondió con tanta naturalidad que volvió a crear un silencio incomodo—. Vine con mi hermano. Nacimos aquí, pero cuando mis padres murieron nos fuimos al extranjero con un tutor. Ahora que voy a acabar el colegio decidí regresar al pueblo y estudiar en su prestigiosa escuela de medicina.

—Oh... lamento escuchar lo de tus padres, ¿dices que vivían aquí?

—Sí, mi padre fue psiquiatra en el hospital.

—Espera, apellidas Hide ¿verdad? —mi padre se sorprendió—. Por supuesto, lamento no haberme dado cuenta. Tu padre era una eminencia en su rama, llegó al hospital hace años y lastimosamente él y su esposa fallecieron en un accidente. Yo fui quien los atendió en cuanto llegaron a emergencias, lamento que fuera tarde. Fue una perdida enorme para la comunidad médica.

Me costó tragar el bocado que me había metido a la boca. No sabía que los padres de Aaron habían fallecido.

—Sí, yo no me estoy especializando en esa rama, pero igual estudiamos con muchos de sus libros e investigaciones. Es una leyenda —Steve habló con entusiasmo. Mis hermanos también lo miraban con atención, se veían igual de ridículos que las chicas del colegio.

—¿Vas a seguir su legado? —mi padre preguntó regresando a cortar su filete.

—No, voy a especializarme en pediatría.

—¿Te gustan los niños? Seguro serás un buen padre. —Coral intervino por primera vez, estoy segura que si no hubiese sido porque Aaron era menor que ella, que a esas alturas habría intentado conseguir su número como fuera.

—¿Y qué hay de tu hermano? debiste invitarlo también, Tiago. —Mi madre seguía su interrogatorio en paralelo, queriendo saber sobre la vida privada de Aaron.

—No se preocupe, se fue a la casa de una amiga, seguro lo están alimentando ahí.

Decidí concentrarme en mi comida, escuchaba como todos los miembros de mi familia interrogaban a Aaron. Por momentos levantaba la vista en dirección a Steve, él parecía igual de interesado en el invitado como los demás.

Debido a la charla, la cena se extendió bastante, a la hora del postre mi madre lanzó su típica indirecta, mirando su reloj y asegurando que el tiempo había volado, para que Aaron se retirara. Él entendió a la perfección, se despidió de todos con extrema educación.

—Buenas noches Maya, nos vemos mañana —finalizó conmigo. Tiago lo acompaño a la salida y yo me fui a mi habitación. Esperaría despierta unas horas a que Steve me visitara como cada noche cuando se quedaba.

Me distraje haciendo la tarea y de rato en rato anotaba en un papel las preguntas que tenía que realizarle a Aaron... o en realidad a Ian al día siguiente. No quería olvidar nada, así que después de escribir todas las memorizaría para reescribirlas en Scielo1 al despertar.

Unos ligeros golpes en la puerta llamaron mi atención. Era temprano, pero me emocioné pensando que era Steve. Le dije que pasara y me di cuenta que se trataba de Tiago.

—¿Qué pasó?—pregunté decepcionada.

— ¿Me perdí de algo?

—De qué hablas?

—De Aaron y de ti.

Tragué saliva.

—¿De Aaron?

—Sí. Llegó al colegio ayer, ni le hablaste y de repente hoy se andan mandando mensajes en clase y se reúnen a la salida del colegio.

—¿Cómo sabes eso?

—Te seguí al viejo mirador, vi que te reunías con él y me fui; eso me dejó más dudas. Le pregunté a Aaron, pero esquivó mi pregunta. ¿Se conocen de antes o algo así?

—No, claro que no. Solo... ayer vi que dibujaba muy bien y hoy le pedí que me enseñara —mentí. No había alguna manera de explicarlo. En Almarzanera a Aaron solo lo había visto en clases dos veces, mientras que Scielo1 lo tuve por casi una hora respirándome en la nuca mientras me hacía el tatuaje.

Él no estaba convencido con mi respuesta. Así que decidí cambiar el tema.

—¿Y qué pasa contigo y Grecia? ¿Desde cuándo la andas vigilando?

—No... no la vigilo, de dónde sacas eso. —Se sentó a mi lado en la cama y bajó el tono de voz, de pronto se había puesto nervioso.

—Es obvio que te gusta y tú le gustas a ella. ¿Por qué no se lo dices?

—No me gusta. Es decir, sí, obvio me gusta, a quien no le gusta, es hermosa. Pero tener algo con ella sería un suicidio social.

—¿Eso qué se supone que significa?

—Que está en quinto.

—¿Y qué?

—Que en julio iré a la universidad. Estaré rodeado de cientos de chicas hermosas y no puedo ser el matado que tiene novia en el colegio y no pude salir con ninguna.

—Vaya... tienes razón. Grecia no puede estar contigo, no la mereces.

—Solo soy sincero.

—Entonces díselo, ella esta ilusionada contigo, córtale las alas y deja de recibirle comida gratis.

—Yo no se la recibo, ella insiste. Y no le doy alas, no es mi culpa que ella piense que va a tener algo conmigo.

Tenía ganas de matar a mi hermano. Se perdía de estar con la chica más linda e interesante de todo el pueblo solo porque no podía mantener el pene tranquilo por un año.

—Estúpido —fue lo único que atiné a decirle mientras lo golpeaba con una almohada, se había salvado de que no tenía algo más duro a mi alcance—. Estoy segura que la amiga que está alimentando bien a Liam es ella. Te la va a ganar y cuando te arrepientas será tarde.

La puerta se abrió y ambos tuvimos un sobre salto. Tal vez habíamos hecho mucho ruido.

Steve se petrificó al ver a Tiago y balbuceó una excusa que no llegué a entender. Me levanté y lo hice pasar.

—Tranquilo, Tigo sabe sobre nosotros.

El pasó la mirada a ambos.

—No voy a decir nada, porque no me importa. —Tiago se levantó y nos hizo a un lado para salir—. Voy por comida antes de dormir. ¿Necesitan algo? ¿Agua? ¿lo que quedó del pastel? ¿un preservativo? —De inmediato lo empujé fuera.

—Vete —le ordené entre dientes.

—Oye, solo te estoy ayudando.

Terminé de empujarlo y le cerré la puerta en la cara. Puse el seguro para que no volviese a entrar y voltee nerviosa hacia Steve.

—No le hagas caso —me disculpé.

—Tranquila, entiendo el humor de tu hermano.

Me olvidé de Tiago y me abalancé a los labios de Steve. Estaba ansiosa porque llegara el lunes y no tuviésemos que estarnos ocultando. Aunque también había pensado que cuando mis padres se enteraran de mi relación con él, no lo dejarían dormir en casa de nuevo, o me cerrarían la puerta con llave para evitar que nos viéramos a escondidas, tal como estábamos haciendo.

Después de un rato, nos separamos y empezamos a conversar. Steve me contaba sobre su día, sobre sus clases y la universidad. Cuando hablaba de ello me emocionaba un poco. Me faltaba poco para ir yo también. Quería las experiencias y debía admitirlo, estudiar medicina no era algo que me emocionara demasiado, mas era lo que debía hacer. No solo por cumplir las expectativas de mis padres en Almarzanera, también por mi padre en Scielo1. Si bien no podía traspasar objetos de una dimensión a la otra, sí podía pasar el conocimiento. Hasta pensaba hacer una carrera paralela en farmacología.

—Mira, busqué mis apuntes sobre el Doctor Hide —me enseñó el libro que traía entre manos—. Este libro estuvo muy cerca de hacerme cambiar de opinión e ir por psiquiatría. Este tipo era un genio, en especial en trastornos de personalidad, atendió los casos más interesantes. —Y tenía que hacerlo... Sacar el tema del padre de Aaron. En tan solo dos días, ese chico se había convertido en el centro de atención de todo el pueblo. Primero los chicos del colegio, luego mi familia y ahora mi novio. Hasta mis amigos de Scielo1 parecían fascinados con él.

Steve no paraba de hablarme sobre ese doctor, y varias cosas que no me interesaban. Fingí que lo escuchaba, me recosté en la cama acariciando a Tea, que había entrado por la ventana. De pronto abrí los ojos y reconocí mi habitación en Scielo1, o la dimensión T51, como la llamaba Aaron.

Con la visita de Tiago y de Steve no había podido memorizar las preguntas. Saqué un cuaderno del cajón de mi velador y anoté lo que me acordaba a tiempo que me alistaba para salir.

—Buenos días papá. Estoy un poco tarde. —No me senté a la mesa, tomé mi café y lo vacié en un termo, desparramando el líquido por todos lados y quemándome la mano. Mi padre se acercó con una servilleta, iba a ayudarme cuando vio mi tatuaje.

—Sophie, ¡¿qué demonios hiciste?!

Por instinto lo cubrí con mi mano, pero ya era tarde.

—Un tatuaje...

—Ya veo que lo es, pero cómo pudiste ser tan irresponsable. Olvida el trabajo, vamos ahora mismo a un centro de salud a que te den un retro viral.

—Papá...—Lo detuve cuando iba por su abrigo. —No me lo hice en el barrio. Fue en un lugar en el área cincuenta y ocho, limpio y seguro, con agujas nuevas, en uno de esos estudios caros, te lo juro y no me costó nada, fue regalo de un amigo. —Él no lucía convencido—. Soy yo, ¿crees que sería imprudente con esto? —lo miré a los ojos.

—Está bien. —Tiró el abrigo sobre la silla—. Solo no te tomes esto de cumplir dieciocho tan en serio. Sigue siendo mi niña.

—Ya sé. —Me tomé un segundo para darle un beso en la mejilla y retomé la carrera, con el café en una mano y el cuaderno con mis preguntas en la otra.

Salí casi chocándome con Amanda, nuestra vecina. Una mujer de mediana edad que sin ser de mi familia nos había ayudado a mi padre y a mí siempre.

—Tranquila Sophie —me detuvo tomándome con cuidado de los hombros—. Esta mañana te leí las cartas y vi cosas buenas si te tomas el tiempo de mirar a tu alrededor.

—Sí, claro, pero nada bueno va a pasarme si pierdo el tren. Vigila a mi papá por favor.

—Por supuesto cariño, le haré el almuerzo.

—¡Gracias!—le grité subiendo al asesor. Sin recordar qué me había dicho sobre mirar a mi alrededor. Esa señora siempre decía cosas así, se creía una especie de bruja, tarotista, algo así.

Llegué a la estación a tiempo para tomar el tren de las siete, pero estaba muy atrás en la fila. No iba a conseguir asiento. Pensarlo me empeoraba la migraña que había empezado al salir de casa. Tanto en mi vida como Maya y en la de Sophie, era una persona saludable. Mas en ambos lugares tenía migrañas con frecuencia. Ni siquiera mi padre en Almarzanera había conseguido curarme y ya solo había aprendido a vivir con ellas, o a evitarlas. Me surgían en momento de mucho estrés, y el dolor causado por las ajugas del tatuaje la noche anterior seguro habían tenido algo que ver. Otro motivo más para reclamarle a Ian.

El vagón iba tan lleno que no tenía ni de dónde agarrarme. Trataba de mantener el equilibrio agarrando mis cosas. Estaba tan concretada en no caerme que no vi cuando alguien me empujó contra la puerta. Iba a entrar en pánico cuando reconocí los tatuajes en el brazo de Ian.

—Qué haces —le reclamé.

—Te vas a caer, o van a manosearte—. Me miraba de frente, pero sus dos brazos a mis costados evitaban que cayera. Era mejor que nada, al menos tenía las manos libres para abrir mi cuaderno.

—Bueno. —Revisé mi cuaderno, pensando cuál pregunta formularle primero—. Esas estelas que dices, ¿las ves todo el tiempo? ¿No es algo molesto?

—¿Qué? ¿Vas a seguir con eso?

—Claro que sí. Es el único momento que te veré en el día. En la noche tengo ensayo con la banda de Evan. Así que tenemos como diez minutos para que me respondas lo más posible.

—Eres muy fastidiosa.

—Tú no has visto lo fastidiosa que puedo llegar a ser, así que responde. O en cualquier momento me tendrás en tu estudio de tatuajes gritando que me contagiaste VIH.

—No, no las veo todo tiempo, solo me concentro para verlas. Tal vez por eso tú no las ves. Debes tener algún tipo de déficit de atención.

—No tengo nada. ¿Y las otras personas? ¿Se conocen? ¿Tienen contacto?

—Sí, tenemos un club, nos reunimos martes y jueves, tomamos el té y esta semana me toca llevar las galletas —respondió con sarcasmo.

Le iba a responder cuando el tren dio una sacudida. Las luces se apagaron y por la oscuridad noté que estábamos en un túnel.

—"Estamos experimentando problemas técnicos, demoraremos de diez a treinta minutos" —se escuchó por el alta voz.

—¡No, no, no! —Me desesperé y me di la vuelta. No estaba muy lejos de mi estación, podía llegar corriendo—. No puedo llegar tarde —intenté abrir las puertas del vagón, de manera inútil, obviamente no iba a poder abrirlas. La gente reclamaba y se movían impacientes empujando a Ian, quien hacía fuerza en los brazos para no aplastarme. Volví a voltear hacia él y noté un gesto raro en su cara—. ¿Estás bien? Te agarraron el trasero ¿verdad?

—Algo más que solo eso—dijo en un resoplido—. Me harté.

En cuanto dijo eso, me es imposible explicar que pasó. Se acercó más, puso su cuerpo contra el mío y de golpe ya no estábamos en el tren, sino afuera, en el túnel.

—¿Qué pasó?

—Se abrió la puerta —respondió subiendo hacia la vereda. Me jaló del brazo para ayudarme a subir y prendí mi celular para iluminar el camino.

—Si se abrió la puerta ¿por qué nadie más salió?

—Por tontos.

La vereda que usaban los trabajadores del tren era muy angosta así que caminaba detrás de él. Pasando junto al tren detenido en completa oscuridad, con las luces de los celulares de los pasajeros viéndose por las ventanas. Estábamos a pocos metros de mi estación. Miré la hora. Podía quedarme a seguir interrogándolo, o llegar a tiempo al trabajo. Tenía prioridades, así que me fui corriendo hacia la calle, segura que Ian mentía y me ocultaba más cosas de las que sospechaba.

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