Pecado con sabor a chocolate...

بواسطة DeBeLassal

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Minerva es una joven llegada hace poco tiempo a la ciudad de Nueva York, con la ilusión de trabajar para uno... المزيد

SINOPSIS
PRÓLOGO
CAPÍTULO UNO
CAPÍTULO DOS
CAPÍTULO TRES
CAPÍTULO CUATRO
CAPÍTULO CINCO
CAPÍTULO SEIS
CAPÍTULO SIETE
CAPÍTULO OCHO
CAPÍTULO NUEVE
CAPÍTULO DIEZ
CAPÍTULO ONCE
CAPÍTULO DOCE
CAPÍTULO TRECE
CAPÍTULO CATORCE
CAPÍTULO QUINCE
CAPÍTULO DIECISEIS
CAPÍTULO DIECISIETE
CAPÍTULO DIECIOCHO
CAPÍTULO DIECINUEVE
CAPÍTULO VEINTE
CAPÍTULO VEINIUNO (PARTE DOS)
CAPÍTULO VEINTIDÓS
CAPÍTULO VEINTITRÉS
CAPÍTULO VEINTICUATRO
CAPÍTULO VEINTICINCO
CAPÍTULO VEINTISÉIS
EXTRA ISABELLA
CAPÍTULO VEINTISIETE
CAPÍTULO VEINTIOCHO
CAPÍTULO VEINTINUEVE
CAPÍTULO TREINTA
CAPÍTULO TREINTA Y UNO
CAPÍTULO TREINTA Y DOS
CAPÍTULO TREINTA Y TRES
CAPÍTULO TREINTA Y CUATRO
CAPÍTULO TREINTA Y CINCO
CAPÍTULO TREINTA Y SEIS
CAPÍTULO TREINTA Y SIETE
CAPÍTULO TREINTA Y OCHO
CAPÍTULO TREINTA Y NUEVE
CAPÍTULO CUARENTA
CAPÍTULO CUARENTA Y UNO
CAPÍTULO CUARENTA Y DOS
CAPÍTULO CUARENTA Y TRES
CAPÍTULO CUARENTA Y CUATRO
CAPÍTULO CUARENTA Y CINCO
CAPÍTULO CUARENTA Y SEIS
CAPÍTULO CUARENTA Y SIETE
CAPÍTULO CUARENTA Y OCHO
CAPÍTULO CUARENTA Y NUEVE
CAPÍTULO CINCUENTA
EPÍLOGO
AGRADECIMIENTOS Y AVISO IMPORTANTE

CAPÍTULO VEINTIUNO (PARTE UNO)

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بواسطة DeBeLassal

ANNALISE BONHEUR





Estoy sentada en la oficina de mi jefe, de brazos cruzados mientras él no quita los ojos de encima mío, haciéndome sentir incómoda y no de esa manera que suele hacerme sentir incómoda.

Genevieve por su parte parlotea sin parar, comentando la cantidad de tiempo que hace que no ve a la mamá de Pierce, preguntando cómo está ella y su padre, y contando anécdotas que a nadie le interesan.

—Genevieve, creo que deberías callarte —la corto, porque sé que Pierce no va a hacerlo.

—¿Por qué? —Pregunta ella, haciéndose la desentendida. —Ustedes desde que entraron a la oficina solo se han mirado fijamente, alguien tenía que romper el tenso silencio.

Por Dios.

—Tal vez deberías quedarte callada —digo, enojada—, de no ser por tí, no estaríamos metidas en este lio.

—¿Qué lío?

—Encima tienes el descaro de desentenderte —la acuso, ofuscada.

—En algún momento tenía que saberlo, esto es una enorme farsa, Annalise —responde ella.

—No me llames por ese nombre —respondo.

—Pues, ese es tu nombre —rebate ella.

—Ya no lo es —respondo, comenzando a respirar con pesadez—, no más —agrego y se hace un tenso silencio cuando la voz se me rompe al final.

Genevieve —mi abuela, por si aún no te diste cuenta de quien es— me mira por unos cuantos segundos, como si se hubiera dado cuenta de que si seguía tirando de la cuerda, esta iba a romperse.

—Necesito saber que demonios es lo que está pasando aquí —dice Pierce, luego de un suspiro cansado.

—¿Que de todo? —Respondo, solo para hacer tiempo.

—La verdad, Minerva —dice él, mi nombre saliendo lentamente de sus labios. —Quiero la verdad.

—Es una larga historia —respondo.

—Tengo todo el tiempo del mundo.

—Pues a Genevieve se le pasa su hora de dormir —rebato yo, porque a decir verdad tuve suficiente por una puta noche, solo quiero que este dia termine—, de hecho, ya se tomo su pastilla.

—¿Qué pastilla? —Pregunta ella. —Yo no tomo pastillas para dormir —agrega.

—Si lo haces, no mientas —la contradigo, porque es la verdad.

—Está bien —murmura Pierce, poniéndose de pie.

¿Tan rápido se dió por vencido? A decir verdad creí que insistiría un poco más.

—Andando —le digo a mi abuela, antes de que Voldemort se arrepienta.

—No, Minerva —dice él, deteniendo mi huida—. Tu te quedas aquí.

—Pero...

—Señora Bonheur —dice, poniéndose de pie y acercándose hacia donde mi abuela se encuentra—, es un gran placer conocerla finalmente, mi madre estará encantada de saber de usted nuevamente —agrega, mientras la toma de la mano y le sonríe con dulzura—, quiero pedirle disculpas que mis platos no hayan sido de su agrado, me gustaría poder recompensarla de alguna manera.

Por la mirada que le larga mi abuela, me imagino cómo es que quiere que Pierce la recompense y aquello no hace más que hacer que mis mejillas se coloreen con vergüenza.

—Será un placer —responde ella, coqueta y pestañeando varias veces.

Vieja sin vergüenza.

—Me aseguraré de hacerle llegar una invitación con su nieta —dice y mis mejillas vuelven a colorearse, aunque esta vez no sé muy bien porque.

—Arthur debe estar cansado de esperar —dice ella a modo de despedida, refiriéndose al joven chofer.

—Te acompaño —digo, porque quiero escapar de allí.

—Minerva —me detiene Pierce, y cuando mis ojos se encuentran con los de él, no hay mucho que pueda decir, sé que quiere hablar conmigo y no habrá manera en el infierno de escapar de ello.

Asiento, resignada, mientras camino con Genevieve tomada de mi brazo.

Volvemos a bajar las escaleras que llevaban a la oficina de Pierce —ya que fue allí donde nos llevó luego de que se enterara de quién soy realmente—, por lo que todos nos observan con curiosidad cuando nos ven bajando así a Genevieve y a mi. De todas maneras los ignoro a todos y cada uno de ellos, no tengo tiempo para habladurías, así que solo me concentro en caminar en silencio, sintiendo la mano cálida de mi abuela cerrada en mi brazo.

El restaurante se encuentra prácticamente vacío, así que no es mucho lo que voy a poder postergar la charla con Voldemort.

—Espero no haberte causado muchos problemas —dice Genevieve a modo de disculpa. —Pierce parece una buena persona.

—Lo es —respondo con un suspiro.

O eso creo.

—¿Vendrás esta noche al hotel? —Pregunta ella, con un brillo esperanzado en el rostro.

—No lo creo, Gen —digo y cuando va a rebatir algo, agrego: —Mañana es mi día libre, puedo ir temprano para que tengamos el desayuno y el resto del día juntas, ¿te parece?

—¿No me estarás mintiendo?

—Por supuesto que no, lo único que quiero es estar contigo, nunca dudes de eso, ¿si?

—Jamás dudaría de ello, mi niña —dice, dándome una caricia en la mejilla.

La veo subirse al coche, despidiéndose con la ventanilla baja antes de perderse por entre el tránsito de Nueva York.

La loca idea de parar un taxi y escaparme para evitar hablar con Pierce viene a mi cabeza, sin embargo la descarto y vuelvo a entrar al restaurante.

«Enfrentar tus problemas, Minerva» me murmura mi conciencia. «Debes enfrentar tus problemas»

—¿Se puede saber que demonios fue lo que pasó, Wilson? —Ataca Tronchatoro nada más verme llegar.

Cierro los ojos y suspiro con fuerza, el dolor de cabeza va a matarme.

—Tengo que terminar de atender las mesas —es todo lo que respondo, intentando pasar de ella.

—Wilson —dice, deteniendo mi andar. —Deberías estar despedida despues de como trataste hoy a una figura como la señora Genevieve Bonheur —agrega y tengo que apretar los dientes con fuerza para tragarme todo lo que quiero decirle—, este es un restaurante de primerísima calidad, nunca jamás pasó algo como lo de esta noche...

Gracias al universo, quien llega a detener su odioso balbuceo es Pierce, que alterna la mirada entre ella y yo.

—Nadie irrespetó a la señora Bonheur —dice a modo de explicación—, fue solo un mal entendido, Katherine —dice, zanjando el tema. —Termina de atender tus mesas y dirígete a mi oficina cuando termine el servicio —agrega en mi dirección.

Y aquello es lo que hago, termino de atender las mesas —aunque la mayoría ya se retiraron—, me disculpo con la gente por los inconvenientes y converso de como estuvo la comida.

—¿Estás en problemas? —Murmura Dean cuando le llevo la cuenta.

—¿Quieres saber un secreto? —Le susurro, tanto a él como a Mía—. Yo siempre estoy en problemas —es todo lo que respondo, haciéndolos sonreír a ambos.

—Espero que Pierce no sea muy duro contigo —murmura él.

Mal pensé cuando la palabra Pierce y duro, estuvieron en una misma oración.

Carraspeo antes de responder:

—Eso espero —digo, con una sonrisa tensa. —Nos vemos luego —agrego a modo de despedida, alejandome.

Así es como los pocos minutos que tengo para que se termine el día, pasan volando, por lo que antes de lo que espero, estoy en los cambiadores, guardando mis cosas en mi locker y preparándome mentalmente para hablar con Pierce.

—Hey —murmura Isa, poniéndose a mi lado. —¿Estás bien? —Agrega, su ceño fruncido con preocupación.

—Si —respondo, escueta. —Solo ha sido una mala noche.

—¿Quieres hablar? —Murmura, de repente la preocupación viéndose reflejada en su rostro.

—Ahora no puedo, debo reunirme con Pierce —digo y nada más aquellas palabras salen de mi boca, me arrepiento, ya que Isabella hará conjeturas que no son reales.

Bueno, por lo menos por ahora.

—¿A esta hora? —Pregunta, sospechando.

—Si —digo—, en cuanto pueda, voy a contarte, ¿vale? —Digo, cortando sea cual sea su pregunta. —Ahora debo irme.

Sin esperar a que me responda, dejo un beso en su mejilla y me alejo de camino a la oficina de Pierce.

Cuando llego, la puerta se encuentra abierta, por lo que termino asomándome y encontrándome con mi jefe bromeando con su amigo Dean, sin embargo una vez que se percatan de mi presencia, ambos se quedan en silencio.

—Lo siento, puedo venir más tarde —digo a modo de excusa.

—Está bien —dice mi jefe, deteniendome—, íbamos de salida.

Frunzo el ceño por que no entiendo a que se refiere con ese "íbamos de salida"

¿Íbamos quienes? ¿Ellos? ¿Acaso se olvidó de nuestra charla? Mejor para mí.

—¿Íbamos? —Pregunto, en un susurro un tanto asustado.

—Si —dice él, acercándose e invitándome a avanzar.

—Pero..., pensé que íbamos a hablar —digo, negandome a avanzar y sintiendo mis mejillas calientes por la vergüenza.

—Hablaremos, pero no aquí —es todo lo que responde él.

—¿Y donde hablaremos? —Pregunto, confundida porque esté diciendo frente a su amigo que vamos a irnos juntos.

Que a ver, sé que vamos a hablar, pero..., eso Dean no lo sabe y no me malinterpreten, pero es que me parece raro que a Pierce no le moleste que piensen que follamos, más aún con la manera en como se comporto.

De todas maneras no se por que doy por hecho de que Dean va a pensar eso.

—Todavía no lo decido —dice y me larga una mirada que hace que tenga que apartar la mía con vergüenza ya que muchas cosas pasaron por mi cabeza por la manera en la que dijo aquello.

Salimos del restaurante por la puerta trasera, dirigiéndonos a la cochera que hay al lado y donde supongo que ellos tienen sus autos. Mía camina a su lado en silencio, mientras ellos van charlando de algo que creo tiene que ver con el trabajo de Dean y yo, joder, yo estoy tan malditamente incómoda, que siento como mis manos comienzan a transpirar, como los latidos de mi corazón comienzan a ser cada vez más rápidos, mientras siento que el aire comienza a faltarme.

Agradezco cuando Dean se despide con un ademán de su mano, mientras yo hago una mueca que intentaba ser una sonrisa, de todas maneras el mareo que comienzo a sentir debido a mi errática respiración, hace que prácticamente me deje caer sobre el costado del auto de Pierce.

—¿Minerva? —Escucho a Pierce que me dice.

De todas maneras no respondo debido a que no puedo, estoy a punto de tener un ataque de pánico y solo si me concentro en respirar y repetirme a mí misma que estoy bien, podré salir de él.

Llevo mis manos a mis rodillas, intentando respirar hondo, pero joder, no lo estoy logrando y la desesperación que comienzo a sentir está haciendo que todo se vuelva más difícil.

"Soy Minerva Wilson, tengo veinticuatro años y estoy a salvo" me repito aquellas palabras que siempre logran calmarme.

Las repito una y otra vez.

Una y otra vez.

Sin parar.

Por favor, aire, entra en mis pulmones.

Por favor.

Por favor.

Por favor.

—¡Minerva! —Medio grita Pierce.

Cuando abro mis ojos, sus enormes manos están en mis mejillas, limpiando las lágrimas que comenzaron a salir a borbotones.

—Respira, joder, respira —dice.

Sin embargo lo intento, joder, lo estoy intentando pero no puedo, siento que me ahogo.

"Soy Minerva Wilson, tengo veinticuatro años y estoy a salvo"

"Soy Minerva Wilson, tengo veinticuatro años y estoy a salvo"

"Soy Minerva Wilson..."

"Soy Annalise, demonios, soy Annalise Bonheur y estoy tan jodidamente rota..."

"Soy Annalise, esa chica que no era suficiente para nadie..."

"Soy Annalise, esa que sus padres nunca quisieron..."

"Soy Annalise, esa chica que él decía amar y solo se encargó de destruirla..."

"Soy Annalise, y nadie puede salvarme..."

Los pensamientos, aquellos pensamientos autodestructivos me invaden como si de gritos se trataran en mi cabeza y ya no puedo alejarlos, ya no puedo hacer nada más que caer en este abismo de negrura y...

—Eres Minerva, joder..., eres Minerva —escucho una voz entre toda aquella bruma espesa que me invade. —Eres Minerva, una cocinera excelente, una chica un tanto despistada y por momentos creo que estás un poco loca, pero siempre terminas por parecerme ardiente como el infierno...

Abro mis ojos, empañados por las lágrimas y me concentro en sus ojos color turquesa, tan distintos a aquellos verdes, y simplemente fijo la mirada en ellos, dejando que la seguridad que siento cuando estoy a su lado me envuelva.

—Eres Minerva —repite él, todavía con sus manos en mis mejillas—, eres Minerva Wilson, tienes veinticuatro años y estás a salvo ahora, estás a salvo porque estoy aquí contigo y porque no voy a dejar que nada malo te pase.

Un sollozo se escapa de mi boca cuando aquellas palabras salen de él, porque se nota a leguas que lo dice con sinceridad y yo simplemente me dejo caer sobre él, sobre su cuerpo, dejando que me envuelva entre sus brazos, por que a decir verdad, estoy tan cansada, estoy tan cansada de ser siempre yo sola, de tener que cuidar siempre de mí, de no tener a nadie con quien contar.

Estoy cansada de mi soledad.

Cansada de mi pasado.

Cansada de tener que afrontar todo por mis propios medios.

—Por favor —digo, cerrando mis manos fuertemente sobre su camiseta. —Por favor, no dejes que me tenga de nuevo —murmuro.

—No lo haré —responde él, paseando sus manos por mi espalda, en un vago intento de calmarme. —No dejaré que vuelvan a lastimarte.

Y así es como Pierce logra calmar mi ataque de histeria, no siendo muy consciente de lo que eso significa para mí, lo mucho que significa que ahora sepa la verdad.

Lo mucho que ahora esto cambia las cosas.






Cierro las manos alrededor de mi enorme taza de té, mientras soplo el contenido dentro y doy un pequeño sorbo.

Pierce se encuentra sentado en una silla delante de mi cama —que es donde me encuentro yo—, con una taza de café en su mano, mirándome fijamente y dándome el tiempo necesario para que empiece a hablar.

Después de que lograra volver a respirar con normalidad, Pierce me obligó a subir a su camioneta y manejo hasta mi departamento sin que ninguno de los dos dijera nada.

Las lágrimas habían cesado en el camino de regreso, sin embargo cuando baje del auto y me guió dentro de mi departamento, simplemente no supe qué hacer.

Pimienta se escondió dentro del armario cuando me vio llegar con él, y hasta ahora se niega a salir de su escondite.

Le ofrecí a Pierce una taza de café, solo por educación, ¿si saben? Pensé que en realidad se iba a negar y me iba a dejar por fin en paz, lamiendo mis heridas en soledad, pero no, me dijo que si, entro a mi departamento y fue él quien puso a calentar el agua.

Sé que estoy dilatando muchísimo el momento de contar la verdad, en serio, lo sé y quiero pedirles disculpas, pero..., esta es mi historia y las cosas se saben cuando yo lo decida.

Y también porque sino no habría el drama que tanto les gusta.

Se preguntaran quién demonios es Annalise Bonheur, pues esa soy yo, si, Minerva Wilson en realidad no es Minerva Wilson.

Menudo rollo. 

—Te escucho, Minerva —dice Pierce, sacándome de mis pensamientos.

—¿Qué es lo que quieres saber? —Pregunto en su lugar.

—¿Cómo es que en todos los medios se dijo que habías muerto y estás aquí ahora?

—Por que para el mundo entero, Annalise murió —murmuro.

—¿Qué demonios fue lo que pasó, Minerva? —Pregunta él, ladeando su cuerpo hacia delante.




Annalise Bonheur era la hija de Adrien Bonheur y Nala Rinaldi. Ambos padres se conocieron en una fiesta, una noche de verano en algún antro perdido de Europa, donde entre besos, drogas y alcohol, la concibieron. Ambos tuvieron un romance fugaz, de esos que parecen intensos y apasionados, de esos en los que se asemejan al amor verdadero. De todas maneras, no fue así, ya que su padre se desentendió de ella nada más enterarse de su existencia y su madre, aunque la amaba, no pudo hacer mucho cuando prefería más las fiestas, las drogas y el alcohol, en lugar de estar con su pequeña hija y las responsabilidades que aquello conllevaba.

Annalise creció fuera de un ambiente familiar convencional, ya que la mayoría de las veces estaba con niñeras y cuando tuvo la edad suficiente, simplemente tuvo que arreglárselas sola, ya que las niñeras eran algo que no podían permitirse. La madre de Annalise se encargó de hacerle saber que fue un error, el error más grande de su vida y en determinado momento, cuando ya no podías seguir cuidandola sola, cuando las cuentas se volvieron elevadas para el estilo de vida que quería llevar su madre, decidió que era un buen momento para dejarle ese problema llamado hija que tenía, a su padre.

Sin embargo su padre tampoco quería hacerse cargo de ella, aquel muchacho al que le quedaban muchos años para madurar, viviendo del dinero y trabajo que había ganado su madre con años de trabajo y esfuerzo.

De esa manera fue como una Annalise de nueve años fue dejada en un lujoso departamento, con una mujer llamada Genevieve, que no tenía idea de su existencia hasta ese momento y mucho menos sobre cómo criar a una niña de esa edad, sin embargo su abuela la amo, la amo como nunca antes había amado, amo toda aquella dulzura que tenía esa niña tan acostumbrada a ser ignorada y Annalise, presa de una clase de atención a la que no estaba acostumbrada tampoco, solo pudo estar agradecida por ese amor que nunca nadie le había brindado.

Annalise estaba acostumbrada a comer comidas congeladas o chatarra de rotiserias, por eso su mundo dio un giro enorme cuando vivió con Genevieve, cuando la vio preparar el plato más simple y hacer que fuera algo increíblemente maravilloso. Su abuela lloró la primera vez que la vio comer, lloró por que mientras Annalise engullía un plato lleno de espaguetis, lloraba, pero lo que su abuela no sabía, era que ella lloraba de felicidad, porque nunca había tenido la dicha de probar algo tan maravilloso como lo era la comida hecha en su casa.

Así fue como Genevieve y Annalise se hicieron completamente inseparables, su abuela encontró una compañía a quien enseñarle todos sus secretos de cocina y Annalise por fin tuvo a alguien con quien contar, a alguien que le de amor.

Viajaron juntas por todo el mundo, conociendo lugares mientras su abuela era contratada para los eventos más lujosos.

Así fue como en uno de esos viajes, donde Annalise solo tenía catorce años, que su abuela cocinó para gente importante del senado de Estados Unidos, y allí mismo se encontraba el dueño de una de los institutos de Élite más prestigiosos de América del Norte.

Entre conversaciones, terminaron convenciendo a Genevieve de que lo más sano para su nieta sería estudiar en él, con otros chicos de su edad

Annalise odio aquello, odio a esa gente por querer separarla de su abuela, pero de todas maneras la terminó complaciendo, porque Annalise estaba agradecida por todo aquello que Genevieve había hecho por ella, y si su abuela quería que ella estudiara en ese estúpido instituto, lo haría, aunque la idea de que su abuela se hubiera cansado de ella como se habían cansado sus padres, la atormentaba cada noche.

El instituto estaba lleno de lujos y la gente de allí era agradable, pero nada más. Lo que más le molestaba a Annalise, era que había veces que tenía que dormir allí, porque su abuela debía viajar y ella ya no podía acompañarla.

Para que el tiempo pasara más rápido, Annalise encontró un lugar donde el tiempo parecía volar, porque lo mejor que había en ese instituto, era la enorme biblioteca con la que contaba.

Había más libros de los que ella nunca había visto jamás.

Asique Annalise pasaba sus días allí, encerrada haciendo sus tareas y cuando las acababa, adelantaba las de las próximas semanas y cuando las terminaba, simplemente se quedaba allí leyendo.

Ella estaba agradecida de que no la molestaran como hacían con otros chicos, generalmente si eras muy estudioso o no hablabas mucho como ella, te molestaban, ya sea a la hora de la comida o de camino a clases, pero con ella siempre habían mantenido las distancias.

Sabía el porqué de que no la molestaran, esa razón tenía nombre y apellido: Harold Leahy.

Lo había conocido en aquella fiesta y si bien ella no había hablado mucho, el muchacho se había encargado de nombrarle a cada uno de los que allí estaban y susurrarle cosas graciosas sobre ellos y más de una vez la había hecho sonreír, algo que solo lograba Genevieve.

De todas maneras, el muchacho —desde que ella había comenzado en ese instituto— no se había acercado a ella, ni hablado, ni sonreído.

Y a Annalise aquello le molestó, por eso también se dedicó a ignorarlo cada vez que lo descubría mirando en la distancia y si lo cruzaba de frente, ella giraba y caminaba en la dirección contraria.

Un día, Annalise tenía un horrible dolor de cabeza, tan intenso que por un momento creyó que el dolor la haría llorar, sin embargo se aguanto, se aguanto hasta que un leve mareo la sacudió y su profesora de algebra la envió a la enfermería, indicandole a uno de sus compañeros para que la acompañara.

Ese compañero fue nada más y nada menos que Harold, que caminó en silencio a su lado todo el tiempo, sosteniéndola por el codo para mantenerla estable.

Annalise quería decirle que ella podía sola, que no necesitaba su maldita ayuda, sin embargo se contuvo de decir nada, porque no sabía si las palabras le saldrían.

Se sentía realmente mal.

Cuando llegó a la enfermería le indicaron que se sentara en una camilla y le inyectaron algo que no supo que era para aliviar el dolor.

Harold en todo momento sostuvo su mano.

No tuvo idea de que fue lo que pasó después de allí, porque la fiebre llegó y ya no fue muy consciente de lo que pasaba a su alrededor.

Lo que le había agarrado a Annalise, había sido una terrible gripe que la había dejado en cama por una semana entera.

Recordaba como Harold había sostenido su mano en todo momento, dejando leves masajes con su pulgar y cada vez que aquel pensamiento llegaba a su cabeza, parecía como si cientos de mariposas hicieran estragos en su estómago.

Malditas mariposas.

Harold era el chico estrella del instituto, el más popular y a decir verdad, era bastante guapo, por no decir muy guapo.

Su cabello era del color del trigo y tenía los ojos de color verde mar, era por lo menos dos cabezas más alto que ella y estaba segura de que tenía un año más, solo que había perdido el curso el año que su madre murió.

Harold era hermoso y Annalise recordaba haberlo visto con Lisa, que era preciosa tambien, sin embargo desde hacía un tiempo que solo los veía pelear.

A veces deseaba que se separaran de una vez por todas. 

Sacudió la cabeza cuando aquel pensamiento llegó, no podía gustarle Harold, ella tenía que enfocarse en Genevieve, que había tenido que volver de Roma por la urgencia de su llamado, aunque si tenía que ser sincera consigo misma, agradecia a aquella enfermedad, porque había pasado un tiempo desde que había visto a su abuela.

De todas maneras, llegó el momento de volver y Annalise estaba más nerviosa de lo que había estado nunca, aunque no estaba muy segura del porqué.

Cuando llegó al instituto se sorprendió de que todos la miraran de manera extraña y susurraran por lo bajo cuando ella pasaba.

Los ignoró, como había hecho siempre y siguió a su camino, sin embargo se sentía observada y si había algo que Annalise odiaba, era ser el centro de atención.

De todos modos, su día dio un giro inesperado cuando a la hora del almuerzo, cuando se había sentado en la mesa más alejada de todas, Harold hizo acto de presencia, primero llamando la atención de todo mundo cuando discutió con su novia y luego cuando ignorando lo que la muchacha farfullaba por lo bajo, fue y se sentó en su mesa, apoyando primero la bandeja de comida, luego su mochila y al final él, dejándose caer en el asiento de enfrente a ella.

—¿Q-qué estás haciendo? —Pregunto Annalise con nerviosismo, luego de unos tensos minutos en silencio donde todo el mundo los observaba.

—Comer ,y tu deberías hacer lo mismo, sino volverás a enfermarte.

—Vete —se atrevió a decir ella, haciendo que por primera vez, Harold levantara sus enormes ojos verdes hacia los de ella.

—No —fue todo lo que respondió él y volvió a comer en silencio, pasando de ella.

Y así fue como la vida de Annalise dio un cambio radical, ya Harold se sentó cada día con ella, camino a su lado a cada clase que tenían juntos y la ayudó con sus libros a la biblioteca. 

En un principio Annalise huía cada vez que lo veía, pero él siempre lograba alcanzarla, por lo que en determinado momento se resignó a que Harold fuera su sombra, pero aquello no evitó que hiciera como si él muchacho no existiera y eso no hacía otra cosa más que exasperarlo.

Annalise se acostumbró a su presencia con el pasar de las semanas, sin embargo nunca se había animado a preguntarle por qué, exactamente, él se había pegado a ella de aquella manera.

De todas maneras no dijo nada, sino que se limitó a dejarlo permanecer allí, porque si tenia que ser completamente sincera, le gustaba la atención de Harold, le gustaba que a veces cuando se perdía en sus propios pensamientos, él muchacho la observaba fijamente, como si fuera un enigma que tuviera que descubrir. Y le gustaba también observarlo cuando lo veía hacer su tarea, la concentración en su rostro y el mohín que hacía con sus labios le resultaban adorables.

Más de una vez Harold la había sorprendido observándolo y cuando la enganchaba haciendo aquello, sus mejillas se encendían y aquello no hacía otra cosa más que divertir al muchacho.

—¿Por qué me miras de aquella manera? —Dijo él un día. Ellos rara vez hablaban. —¿Acaso te gusto?

—Por supuesto que no —respondió ella, observando a su alrededor para descubrir si alguien los había escuchado.

—¿Seguro? —Preguntó él, ladeando su cuerpo hacia delante. —Por que tu si me gustas, por eso te miro.

Annalise ese día abrió los ojos como platos, primero por la impresión y segundo por que nunca jamás se imagino que Harold diría algo así a ella, justamente a ella, teniendo en cuenta que Annalise creía que su novia, Lisa, era preciosa.

—No es para que te pongas así de roja —dijo de repente Harold, carcajeándose—, solo estoy bromeando —agregó.

Algo dentro del pecho de Annalise dolió, sin embargo le saco la lengua al muchacho en un gesto que le resultó infantil y siguió leyendo su libro de ciencias, aunque por el resto del día no pudo concentrarse en más nada que las palabras que le había dicho él.

Las semanas después de eso pasaron, y si bien no era mucho lo que ellos conversaban, Annalise se acostumbró a su presencia, se acostumbró a que él estuviera allí, compartiendo sus silencios y Annalise también se dio cuenta de lo sola que se había sentido siempre y como ahora tenía a alguien con quien contar.

Annalise se dio cuenta de que quería que Harold siempre estuviera allí para ella...



Para cuando llego a esa parte, estoy llorando de nuevo, lloro por esa muchacha ingenua que creyó encontrar el mundo con él.

Pierce sigue allí sentado, en silencio, el café frio abandonado en la mesa detrás de él.

Agradezco que no haga preguntas, agradezco que me deje ir a mi ritmo, por que no existe nada más difícil para mí que hablar de esto, de ese pasado, de esa niña y ese niño que se amaron como solo dos niños pueden hacerlo y como aquello, con el paso del tiempo, termino por enfermarse.

Pimienta está acurrucado en mi regazo ahora, mientras dejo caricias distraídas en su pelaje y él ronronea complacido.

—Yo... —susurro—, no sé en qué momento todo entre nosotros enfermó...

—Sigue contándome tu historia, Minerva... —dice Pierce.

Y eso hago...



***

HOLA HOLA HOLA MIS BELLAS PECADORAS Y POR AHI PECADORES

¿QUE TAL ESTÁN? 

ESPERO QUE SUPER. 

WELL, AQUÍ OTRO CAPÍTULO MÁS, QUE ESTARA DIVIDIDO EN DOS YA QUE SINO SERIAN LARGUISIMOS. 

OK, LOS LEO CON TODA ESTA INFORMACION DADA. 

¿QUE OPINAN?

POR OTRO LADO CONTARLES QUE ESTOY MUY CONTENTA CON TODO LO QUE CRECIÓ LA HISTORIA, EN SERIO, LLEGAMOS A 5K EN CUESTION DE DÍAS Y AQUELLO NO HACE OTRA COSA MÁS QUE PONERME MUY FELIZ. 

AHORA, EL TEMA VOTOS, MK, NO LES CUESTA NADA DARLE A LA ESTRELLITA, ASIQUE AHORA TODXS LOS QUE NO VOTARON, SE ME VAN PARA ATRAS Y VOTAN CADA CAPÍTULO QUE NO VOTARON. 

POR OTRO LADO, LES COMENTO QUE SI TIENEN GANAS DE LEER ALGO DISTINTO, EN MI PERFIL ESTÁ PUBLICADA MI HISTORIA DE FANTASÍA (POR AHORA SON DOS LIBROS Y ESTÁN TERMINADOS)

LES PROMETO QUE ES UNA HISTORIA COMPLETAMENTE DIFERENTE A TODO LO QUE LEYERON EN CUANTO A HOMBRES LOBO, CON SU DOSIS PERFECTA DE ROMANCE, ACCIÓN Y AVENTURAS, LES PROMETO QUE NO SE VAN A ARREPENTIR. 

COMO LXS CONOZCO, LA SEGUNDA PARTE DE ESTE CAPÍTULO SERÁ PUBLICADA MAÑANA, SOLO SI ME LLENAN DE COMENTARIOS EL CAPITULO. 

A REH 

MENTIRA, LXS AMO, MAÑANA ACTUALIZO DE NUEVO. 

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GRACIAS POR ESTAR AQUI CARACOTAS 

DEBIE 

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