๐•๐š๐ซ๐ฃ๐š๐ค | John Shelby

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Prefacio
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Goliath y Bonnie Gold pelearían esa noche. La gente se aglomeraba en la entrada del lugar, esperando para poder entrar y comenzar a hacer sus apuestas. Aparte de ellos, se encontraba un grupo que se acercaba al local y comenzaba a acaparar todas las miradas. Ellos sabían, todos los presentes sabían quienes eran. Sus rostros eran conocidos, y su color una alerta que los instigaba a callar y temblar de miedo.

Pero esos detalles a los Scarlets no les interesaba, porque esa velada correría sangre y ellos estaban en medio.

Freya ingresó junto a Sienna, con los dos hombres tras ellas. Pronto se vieron en la cima de las escaleras que al descender las conducía hasta los asientos frente al ring. El grupo bajó admirando toda la estancia, ignorando las miradas de los hombres presentes, que devoraban con sus ojos a ambas damas, y que luego huían al ser descubiertos por Lance que poseía el don de matar con la mirada.

De inmediato se dispersaron, dejando a las dos mujeres sentadas en una esquina. Ambas permanecían quietas, atentas a lo que sucedía a su alrededor. Freya no se sorprendió cuando divisó a Arthur solo, inhalando el polvo blanco que ponía en el dorso de su mano. Se mostraba errático, observando cómo los hombres se preparaban en el ring. Se inquietó al encontrarlo así, como el perro loco que era. Arthur podía ser vulnerable e invencible a la vez, en ese estado nada era seguro.

Al menos no parecía estar ebrio.

Continuó mirando a su alrededor. Faltaban dos personas y eso la tenía preocupada. Necesitaba ver a John para estar completamente centrada.

El primer round comenzó y los gritos de la gente lograban aturdirla. Los hombres saltaban a su alrededor, agitando los brazos y gritando como bestias. Intentó con fijarse en la pelea, era lo último que le importaba. Necesitaba alejarse del caos y encontrar un sitio donde no fuera empujada cada dos segundos.

Su mirada se encontró con la de Joe quien estaba apartado de los demás, conversando con Lance de una manera sospechosa. Los observó con atención, esperando que tuvieran algo interesante que decir. Entonces recibió un asentimiento de su parte, y esa fue su señal.

—Están aquí. Debes estar atenta —gritó a Sienna, intentando hacerse escuchar sobre los demás. Recibió un apretón en su brazo junto a un asentimiento y eso bastó para que se levantara y se dirigiera a donde estaban los demás.

—Mira a esos hombres. No saben lo que están haciendo —escupió Joe mientras observaba a los hombres que atendían a Goliath. Ella lo notó también, pues no hacían bien su trabajo.

—¿Crees que son infiltrados?

—Es seguro. Si fueron circuncidados no hay forma de que sepan quienes son realmente.

Tenía razón. Aunque revisaran sus bolsillos y les quitaran las ropas no podrían darse cuenta de que eran enviados de Changretta. Eso revolvió su estómago aún más, ya que significaba que alguien que Tommy conocía lo había traicionado. ¿De qué otra forma pudieron entrar? Al menos esos hombres estarían desarmados así que no intentarían nada más que alertar a otros.

—Bien. Iré a dar una vuelta —anunció, mirando a todo aquel que pasaba junto a ellos.— No los pierdan de vista.

Dio un paso dispuesta para alejarse, pero antes de que siquiera pudiera pensar en otra cosa, escuchó la voz de Lance.

—Ten cuidado —dijo observándola con una seriedad distinta. Frunció el ceño al notar que la siguió con la mirada pero una vez lejos de él decidió ignorarlo. No sabía que le estaba pasando últimamente pero no tenía tiempo para preocuparse de eso.

Caminó por el pasillo tras los espectadores, allí solo pasaba uno que otro hombre pero nadie parecía sospechoso.

Mientras observaba cada fila y cada hombre que pudiera hacer movimientos sospechosos, comenzó a sentirse acalorada, sobre todo por la gente que se acumulaba y a veces no la dejaba pasar, aunque lo peor eran todos los gritos que hacían que doliera su cabeza.

Decidió ir al baño de mujeres, allí se encontraría lejos de todo el alboroto y podría refrescarse.

Abrió la puerta del lugar y al ingresar se sorprendió cuando se encontró con tres mujeres retocando su maquillaje mientras charlaban. Claramente su platica se detuvo en cuanto ingresó, y aunque se sintió fuera de lugar, el saludo de Polly la hizo sentir bienvenida.

—Hola, linda —saludó Polly mirándola de reojo con una sonrisa.— No esperaba verte por aquí.

—Necesitaba ver a dos hombres golpeándose —soltó con indiferencia, refiriéndose a lo que sucedía en el ring. No iba a decirles lo que hacía realmente allí.— Así no me ahogo en mis mierdas.

—Vaya, qué oscura suenas. Necesitas esto.—Polly le extendió una botella de alcohol transparente. Ella lo miró insegura pero la mujer insistió:— Un poco de ginebra para Ginebra.

Terminó por recibir la botella, ignorando lo último que había dicho Polly y el tono que había usado. Cuando la mujer decía su nombre no importaba demasiado, pero si lo dijera cierta persona... Bebió un gran trago para dejar de pensar, y entonces se dio cuenta de lo mucho que lo había necesitado.

Aún así prefirió devolver la botella antes de encontrarse bebiendo otro trago más. Entonces la puerta volvió a abrirse y allí apareció una cabellera rubia. La mujer que entró la miró de pies a cabeza y se dirigió al tocador para sacar un frasco con cocaína.

—Si buscas a John, es obvio que no está aquí.

Freya alzó una ceja. No había pasado por alto las veces que la había observado con desagrado. Dejó su bolso de golpe sobre la mesa y miró con furia contenida a la mujer de Arthur.

—Puedo vivir sin un hombre. De hecho, estoy libre de toda clase de vicios —soltó con malicia, mirando como la mujer inhalaba.

Polly se acercó a ambas y se inclinó sobre el espejo para luego mirarlas a traves de este. No iba a permitir que se pelearan ahí.

—Hay noticias —se corrigió:— Lizzie tiene noticias.

Freya volteó a ver a la mujer nombrada. Era Lizzie la mujer que hacía de secretaria de Tommy, aunque estaba claro que su relación iba más allá de lo profesional.

—Estoy embarazada —musitó ella, con un toque de orgullo en su mirada. Lamentablemente el comentario de Linda, cargado de veneno, logró opacar sus ojos brillantes.

—¿Y quién es el padre? Si es que lo sabes —soltó mirándola para luego enrollar un billete que la ayudaría a inhalar más cocaína.

—Sí, es de Tommy.

Freya que se había mantenido observando se dirigió a Lizzie y le dedicó una sonrisa.

—Felicidades. Supongo que eso te hace una Shelby.

—Tranquila, Gin —escuchó a sus espaldas la voz de Ada, quien sonreía con diversión.— Pronto serás también parte de la familia. El club de las mujeres Shelby se hace cada vez más grande.

Sintió la cara caliente y solo pudo responder con una sonrisa abochornada.

—Bien, damas, volvamos con nuestros caballeros —dijo Polly, cortando toda clase de tensión que se había generado con los diferentes comentarios.

—Polly —soltó Freya antes de que se fueran.— ¿Podemos hablar?

Esperaron a que las demás salieran y entonces cerraron la puerta. Polly la miró expectante a que hablara.

—¿Qué pasa, Ginebra? —preguntó, a lo que ella hizo un mueca.

—Ese no es mi nombre y lo sabes.

Polly rió.

—Claro que lo sé. No puedes esconderme nada. Eres un libro abierto, aunque no para John. Él sabe que eres algo misteriosa y aunque eso lo atrae bastante, lo tiene muy ansioso.

¿Ansioso? ¿Por qué...

Ah.

Por la misma razón que ella se siente nerviosa por contarle la verdad: sentimientos.

—¿Crees que debería decirle?

La gitana se acercó y la tomó cariñosamente por los brazos desnudos.

—No tienes porque esconderte de él.

¿Será cierto?, pensó Freya. ¿Él realmente la aceptaría?

Aceptarla...

Ni siquiera ella sabía a qué se refería exactamente con eso, pero esperaba mucho de eso. Su corazón agitado lo pedía a gritos.

—Te ves preocupada, linda —musitó Polly, a lo que la más joven no prestó atención.

—Quédate con las chicas, ¿si? —acarició las manos de Polly a medida que las alejaba lentamente. Entonces le dedicó una última sonrisa que no convenció para nada a la mujer.

◇◆◇

Vio a John acercarse desde el otro extremo de la estancia con la mirada fija en ella. Pronto comenzaría el siguiente round, pero eso no le importó, en cambio, le regaló una sonrisa amplia porque, aunque no fuera consciente de ello, había esperado con ansias verlo.

Respiró profundamente a medida que se acercaban. Se sentía nerviosa y con el estómago algo revuelto. Con cada paso derrumbaba cada muro impuesto por ella misma, por sus mentiras y por Tommy Shelby. De hecho ya no le importaba lo que ese hombre dijera, nadie le iba a prohibir acercarse a John. Iba a verlo, hablaría con él, lo vería sonreír y entonces podría sentir sus labios, lo tocaría, y podría sentir su cuerpo desnudo sobre el suyo...

Y también, sólo si él se lo permitía, podría abrir su corazón.

Porque así como hacía ahora caminando hasta ella, él sonreía de una manera muy especial. No era una gran sonrisa, en realidad sus labios cerrados se estiraban, a veces hacia un lado dando un toque más seductor, pero aún así lograba sentirse bien cuando la recibía con ese gesto.

Por más tonto que sonara, sentía que era una sonrisa solo para ella.

Y así como él le sonreía, ella deseaba mostrarle todas sus sonrisas. Todas las que podía hacer, para que pudiera calentar su corazón. Porque John necesitaba eso: sentir la calidez de la persona que quiere, quien desea y de quien... ama.

—Veo que no la acompaña su esposo —dijo apenas se encontraron.

Ella sonrió de pronto cohibida.

—Soy una mujer libre —respondió suavemente, esperando que entendiera sus palabras.

Y era verdad. Podía manejar la situación y a los Scarlets tal cual como había hecho hasta entonces. Además, como mujer libre, había decidido que desde ese momento sería transparente, partiendo con él.

—John, tengo algo que decirte...

Pero antes de que pudiera decir más, un hombre que pasaba apresurado la empujó tan fuerte que sintió que caería de cabeza de no ser por los brazos de John. La atrapó en el momento adecuado y dejó que se aferrara a él mientras la apartaba del camino.

—¡Ten cuidado, imbécil!

Esa acción, donde su rostro quedó apoyado en el pecho de John, hizo que su corazón saltara enloquecido. Estar entre sus brazos generaba una reacción que le recordaba vagamente de su adolescencia, cuando era una niña enamoradiza, aunque esta vez fuera distinta porque sabía bien que aquello distaba de ser un capricho.

Entonces alzó la vista para fijarse en el hombre que caminaba lejos. Sin embargo, lo que la exaltó realmente fue ver a Arthur seguir la misma dirección que este, hasta perderse en un pasillo. De no ser porque reconoció el peligro de esa acción, se habría perdido en la cariñosa mirada que John tenía sobre ella.

Pero esta vez pasó a segundo plano, porque un sudor frío cubrió su nuca anunciando un mal augurio.

—¿Gin? —la llamó al ver que se separaba repentinamente de él.

—John —lo miró con seriedad.— No vuelvas a llamarme así.

John frunció el entrecejo, sin comprender.

—¿Qué?

—Te lo explicaré más tarde. Ahora tengo algo que hacer.

Sus pies la alejaron de él antes de que pudiera preguntar. Se alejó de John lo más posible siguiendo el rastro invisible por el que su mente la conducía. Alcanzó a ver el pasillo que representó la boca del lobo cuando ella llegó a la entrada y se sintió como un pequeño conejito.

Adentrarse fue un error.

Eso fue lo que pensó cuando se encontró contra la pared mientras las manos de un hombre se enrollaron en su cuello. Este generaba presión a medida que ella perdía el aliento. Se sentía desesperada, aunque pataleara e intentara golpearlo nada podía hacer. La había sorprendido por la espalda y antes de que pudiera reaccionar la habían desarmado.

—S-suéltame —exigió mientras daba bocanadas de aire, por más inútiles que fueran. Lo único que recibió como respuesta fue una risa que le hizo hervir la sangre

Un disparo hizo eco en el pasillo. Freya miró aterrada el fondo de este, donde seguramente se encontraría Arthur.

«¡No te mueras, idiota!»

Entonces enterrando sus uñas en los brazos del sujeto, impulsó su rodilla para darle directamente en el abdomen haciendo que la soltara de inmediato.

Vio al hombre doblarse por el dolor y aprovechó el momento para revisar entre su escote el puño de hierro que envolvió rápidamente sus nudillos. Apenas se recompuso, su puño voló hacia su cara. Vio la sangre escurrir por la nariz rota, y lo empujó contra la pared.

Así fue como comenzaron los golpes y el forcejeo, hasta que fue lanzada al suelo. Entonces su repentino malestar le jugó en contra, haciendo que todo se moviera a su alrededor, y en consecuencia no pudo detener el golpe en su rostro.

Soltó un gritito de dolor mientras escondía la cara entre sus manos. Vio por el rabillo del ojo como el hombre sacaba una especie de alambre, un arma altamente peligrosa. Aquello no fue bueno para su estómago sensible, pero de no ser por la sombra que vio en el fondo, no se habría recuperado.

Presenció con sorpresa como el hombre fue derribado. Vio a John estrellar una silla contra la cabeza del sujeto haciendo que se desplomara en el instante como peso muerto. Entonces se permitió respirar con tranquilidad, comprendiendo que ya no corría peligro.

—¿Estas bien? —lo escuchó decir cuando estuvo junto a ella, ayudándola a levantarse.

Freya asintió, acomodando su vestido de la manera más sutil que pudo. Le ardía la cara pero lo más importante era encontrar a Arthur.

—Ese imbécil —se quejó cuando notó la herida en su pómulo. John rozó su piel enrojecida, se notaba lo furioso que estaba con solo ver sus ojos de un azul tormentoso.

El Shelby se permitió acariciar su mandíbula, con cuidado de no lastimarla. Había notado que no era el único sitio donde había recibido golpes.

—Creo que salvarte se está haciendo costumbre —susurró con burla, mirándola a los ojos.

—Creo que podía sola.

—Si, cariño, vi como le estabas ganando a ese tipo.

'Cariño'. Le había dicho 'cariño'. Freya sintió como su corazón se derretía.

Negó con la cabeza mientras se reía. Le dirigió una mirada, agradeciendo en silencio. Nunca lo diría en voz alta, pero le gustaba que John apareciera en el momento indicado. No iba a comportarse como una tonta y creerse invencible, si él no hubiera aparecido entonces estaría muerta.

John acarició un poco más, aprovechando de sentir su suave piel. Freya se dejó, sintiendo cosquillas justo donde él tocaba. No pudo evitar inclinar su cabeza a un lado, acurrucando su mejilla en la grande mano del ojiazul. Le encantaba estar así, en silencio, mirándose.

Vio cómo se inclinó sobre ella, acortando la distancia. Sabía bien lo que haría y estaba más que de acuerdo. Dejó que sujetara su rostro para atraerla hacia él, entonces sus labios se encontraron y besaron con paciencia y delicadeza.

Se alejaron pronto, era el beso pequeño que necesitaban para recargar sus corazones. Aún así se quedaron cerca, rozando sus narices de una forma cariñosa mientras mantenían los ojos cerrados.

Se sentía bien estar así, en su propio edén, un lugar seguro. Su pecho se estremecía cuando estaba entre sus brazos, tocándola con un cariño sorprendente. No podía evitar sentirse atraída cuando acariciaba con suavidad su cabello y mejillas, mientras la apretaba contra él, asegurando que no se escaparía de sus brazos aunque ella sabía bien que nunca se atrevería a rechazarlo. Mucho menos a alejarse.

Estaba perdida.

John había ganado...

No deseaba más que estar con él.

—¿Quién mierda es? —dijo cuando se apartaron.

Ambos miraron al hombre tirado en el suelo. No se movía para nada, aunque así lo preferían. Freya abrió los ojos de repente, recordando a lo que iba.

—Ay, mierda —soltó asustada.— Tenemos que ir por Arthur.

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