—Alex es mi amigo Polo, es normal que se preocupe por mí —rodé los ojos y apreté más fuerte mi manos en sus caderas. —Y sí, puede que te odie bastante...

—Mientras tú no me odies no me importa el resto —aseguré deslizando una de mis manos hasta su nuca para inclinar su rostro a mí. —¿Tú no me odias o sí?

—A veces lo hago —suspiró rozando su nariz con la mía. —Como anoche... cuando deseaba nunca haberte conocido. Cuando pensaba que antes no estaba bien, pero estaba y eso era lo importante. Pero luego tú irrumpiste en mi vida, me mostraste lo bueno que puede ser tener una relación sana y madura y luego

—Rompí tu corazón —suspiré con molestia levantando mis labios para rozar los suyos. —Y no hay nada de lo que me arrepienta más en la vida. Realmente lo lamento Ian, realmente lo hago.

—Quiero creerte —aseguró con impotencia dejando su frente en la mía. —Así como quería creer que un sujeto como tú podía quererme, pero

—Yo te amo —dije mirando sus ojos. Ian movió su mirada de inmediato. —No es una mentira. El plan de destruir a Carla dejó de ser importante casi en seguida Ian, tú lo sabes, yo sé que lo sabes. Además, qué sentido tendría seguir con todo. Yo podría ir y decirle a Carla, ella no es estúpida, sumaría dos más dos y mi objetivo estaría resuelto. Pero no quiero eso, te quiero a ti. Ella no me importa.

—Carla sabe lo que siento por ti —confesó con pesadez. —Me enfrentó ayer, me preguntó si eras tú el sujeto del que yo le había hablado y le dije que sí, porque ya no quiero mentir, pero le dije que no era mutuo.

—Pues vas mal en eso de mentir, porque es mutuo. Siempre fue mutuo.

—¿Siempre? —se rió. Lo atraje a mis labios y demandé una respuesta.

Tiré de su cabello con suavidad hasta que me permitió ingresar en su boca y me deleité con su sabor por varios segundos. Mordí su labio inferior y tiré de él logrando un melodioso jadeo.

—Siempre.

—Eres tan injusto —se quejó volviendo a mi boca para conducir un beso más profundo.

Cambió de posición con un rápido movimiento poniéndose a horcajadas sobre mí y se presionó con fuerza contra mi entrepierna. Mis traicioneras manos se afirmaron en su trasero y mis dientes cayeron directamente en su clavícula haciendo lo que tanto había deseado hacer desde esa mañana.

El gemido que escapó de los labios de Ian fue todo para mí. Hasta ese momento sabía que lo extrañaba, tanto que dolía, pero allí, con él en mi regazo, prendiéndose por mí, me demostró que no me había dado cuenta que era incluso más de lo que me había percatado.

—Te extrañé —gruñí contra su piel mientras sus manos hacían un desastre de mi cabello. —Te extrañé demasiado Ian.

—Nosotros todavía no estamos bien —dijo con voz ronca y baja, pero no se alejó cuando mis manos se deslizaron por debajo de su camiseta hasta sus omóplatos.

—Haré todo lo posible para remediar eso —aseguré levantando la prenda para tirar lejos y llevar mis besos a su pecho. Su piel cálida y suave estaba haciendo cosas divertidas en mi parte baja.

Sus carcajadas burbujeantes me derribaron por completo. Me puse de pie con él en el aire y casi corrí a la habitación para dejarlo en su cama y posicionarme sobre él. Ian tiró de mí para regresar al beso y apresuró sus manos a mi ropa superior. Lo dejé, por supuesto, yo quería sentir mi piel contra la suya, y así lo hice. Me presioné contra él moliendo nuestras caderas juntas y luego comencé a descender mis fuertes besos por su pecho.

Yo sabía, siempre sabía la presión exacta para dejar una marca pero que no fuera dolorosa, y sabía también que a Ian, eso lo encendía, sus claros jadeos me lo demostraban todas las veces.

—Si quieres que pare ahora, es el momento para decirlo —susurré con mis manos al borde de sus pantalones tragando saliva antes de levantar mis ojos a los suyos. Ian no me diría que lo haga, su mirada vidriosa, cargada de deseo, no podía significar un "hasta aquí".

—Continúa —casi gimió levantando su trasero para que me deshiciera de su pantalón y su ropa interior.

Él estaba duro. Su miembro pedía atención urgente, quizás tanto como el mío. Y eso hice.

Hasta ese momento yo nunca le había dado una mamada, no me había atrevido, pero en realidad lo había pesado incontables veces. Me había preguntado que se sentía y si podría hacerlo, me había imaginado haciéndoselo, había imaginado sus gemidos, sus jadeos, pero nunca pensé que fueran tan estimulante.

Ian se deshizo en un gemido fuerte y sentí que estuvo a punto de correrse, pero no lo hizo, se resistió clavando sus manos en las mantas y mordiendo con fuerza su labio inferior. Desde mi posición lo veía completamente al borde y me felicité mentalmente por eso: lo había sorprendido, y para bien.

Cuando logró controlarse, un poco, deslizó sus manos a mi cabello y marcó el ritmo. Yo no sabía si lo estaba haciendo bien, pero lo estaba intentando con mucho esfuerzo, como había visto cada vez que él me daba una de esas. Deslicé mis labios con cuidado, con delicadeza, y me ocupé de acariciarlo con mi lengua. Al parecer todo iba bien porque Ian no dejaba de jadear y decir mi nombre con pasión desbordada.

Lo dejé un momento sólo para buscar el lubricante que rogaba que estuviera en la mesa de noche. Ian se quejó por eso robándome una sonrisa.

Nunca lo había preparado tampoco, él siempre lo había hecho por su cuenta, pero ese día quería ser yo y él me dejó. Sí lo había visto, varias veces le había pedido que lo hiciera porque era excitante como los mil demonios pero nunca me había animado a hacerlo. Así que le pedí instrucciones hasta que estuvo listo y rogando por mí.

No tardé demasiado, quería y necesitaba unirme a él.

Ian jadeo con fuerza cuando ingresé en él. Lo hice suave, siempre era suave la primera vez aunque tuviera que contener mis instintos salvajes, pero luego, cuando él estaba listo para recibirme mejor, la cosa se volvía más interesante y él rogaba por más.

No tardé en encontrar su punto dulce y comencé a moverme como yo sabía que a él le gustaba. Busqué sus labios y los besé con exigencia antes de concentrarme en su cuello para succionar con fuerza, para marcarlo y que todos supieran que lo nuestro seguía firme y fuerte.

Ian siempre se había se había sentido más que bien y odiaba eso porque no podía resistir tanto como me hubiera gustado, ni él tampoco, por supuesto. Llevé mi mano a su erección y trabajé en ella hasta que llego al orgasmo apretándose contra mi cuerpo y llevándome a mí también.

Me desplomé sobre él entre desmedidos jadeos y me concentré en su posesivo agarre en mi espalda, igual al que me daba antes de enterarse de la verdad. 

Ian me quería. Aún quería intentarlo conmigo.

AtemporalWhere stories live. Discover now