02. En nombre de Vanihèn | Parte 1

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En más de una ocasión soñó que las llamas la cubrían y lenguas de fuego de cada tonalidad de Alkaham danzaban a su alrededor. Entonces, cuando el calor intenso se llevaba cada pelo de su cuerpo, la piel se desintegraba y algunas escamas se distinguían por su brillo. Y despertaba, siempre despertaba en el mismo cuerpo incapaz de cambiar y con la misma llama tenue en su pecho.

Salió de su habitación y llamó a la puerta de la de su hermano. Cuando entró, vio a Jouko tendido sobre la cama, sacando provecho él también de que, por primera vez en años, no había nadie en la casa a quien tuvieran que ocultarle su naturaleza.

Adaptaciones del aniah a las lenguas seldámine —leyó desde la puerta. Su hermano cerró el libro sin quitar los dedos de la página que leía para comprobar el título—. ¿No es una especie de broma de mal gusto hablar de lenguas seldámine?

—«El rey no vuela, las hijas no hablan» —citó él. Dejó el libro en el suelo, cerrado—. Dicen que el llanto de Sypssyaen al caer del cielo fue tan desgarrador que sus hermanos no permitieron que su creación pudiera emitir sonido. Las seldámine fueron condenadas al silencio.

—Condena, todo es condena con los dioses. Me pregunto si quienes aún viven en Alkaham reciben alguna gracia que los beneficie. —Notó el cansancio en su voz y le supo a derrota.

—Ven aquí —la llamó su hermano. Hizo un espacio en la cama para ella y Senna se recostó junto a él—. No estás condenada —le aseguró con fervor.

—Entonces, ¿por qué me siento cada día más débil si trato de mantener mi llama limpia y pura? ¿Por qué no puedo alinearme con la región a la que debería proteger si viviera del otro lado de los portales? —Su voz era un susurro entrecortado. Había perdido toda intensidad—. ¿Por qué, por más que lo intente, no puedo purificar mi alité?

—No todo es purificación de tu alité, Senna. El aliklivá no es la salvación, es una rutina saludable, nada más. —Extendió un brazo hacia ella y la rodeó. Senna pudo sentir el calor de su cuerpo y que su llama se conservaba allí, eterna, con el fulgor rojizo con el que nunca brillaría la suya—. Dime qué pasó esta mañana, con Ensio.

La joven se incorporó sin mirarlo y le dio la espalda. Comenzó a quitarse el suéter.

—Lo que iba a pasar cualquiera de estos días —respondió—. Me pidió que volviera a ejercitarme, a limpiar mi alité, que lo mantuviera en condiciones hasta que papá regrese. Ensio me preocupaba por la mañana, pero no ahora.

Debajo del suéter llevaba una camisa negra. Comenzó a desabotonarla.

—Senna...

—No me sentía bien después del almuerzo, así que fui a casa de Janna. Ella lo descubrió.

La camisa cayó sobre las sábanas. Sobre su espalda, a cada lado de la columna vertebral, nacían finas líneas violáceas que insinuaban ramificaciones en los extremos. Y en cada nodo parecían palpitar.

Jouko mantuvo el silencio durante unos instantes y la distancia entre los dos pesaba.

«Di algo —imploró Senna—, lo que sea».

—¿Duele?

—Un poco, sí. —Volvió a colocarse la camisa y giró medio cuerpo para encontrarse con la mirada culpable y perdida de su hermano. Ahora que sus ojos lo encontraban, veía que la preocupación se leía en cada músculo tenso de su rostro, en cada fina arruga alrededor de sus párpados, en la posición recta y tirante de sus cejas—. Me mantendré como hasta ahora —le aseguro—, no volveré a entrenar hasta que papá regrese y discutamos con él las posibilidades, pero si antes me costaba explicarle a Ensio que lo hacía porque te lo había prometido, más me costará ahora esconder estas marcas.

Susurro de fuego y sombras (Legados de Alkaham #1)Where stories live. Discover now