Epílogo

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Eljas tenía un paño embebido en agua fría cubriéndole los ojos

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Eljas tenía un paño embebido en agua fría cubriéndole los ojos. Las gotas heladas caían a los lados de su rostro sin que él les prestara atención ni hiciera el menor intento por secarlas; sus manos caían a los costados y él había escondido sus dedos bajo su abrigo para no mostrar la presión de sus puños. El sofá de Tuula era mullido y el cansancio de su cuerpo le exigía que se entregara al sueño, pero la voz de su tío era demandante en sus preguntas. No podría escapar de su interrogatorio por más que lo deseara.

—Es una isla —respondió en voz baja, casi inaudible.

—Sí, vimos la isla, pero ¿cuál? —El hombre perdía la paciencia mientras caminaba de un lado a otro. Sus pasos resonaban en la habitación—. ¿Cuántas islas hay en Finlandia?

Pilvi habría sido capaz de responder. Si su hermana hubiera estado allí, habría dado el número exacto como si se tratara de un examen. Pero ella se había quedado en su casa mientras él cenaba con Tanja, a pesar de que le había pedido que le permitiera acompañarlo, y no se verían hasta el día siguiente.

Pilvi habría sido más útil que él esa noche.

—No estaba tan lejos como para contar a todo el país —sugirió la mujer.

Estaban los tres en la sala, iluminados por la tenue luz de una lámpara. Las otras personas, los annoité que compartían morada con sus tíos, permanecían en el piso superior, atentos a su mente. La privacidad era una ilusión y, tras el paño húmedo, para Eljas, todo era oscuridad.

—Uusimaa entonces. ¿Cuántas islas hay en Uusimaa?

Pilvi también sabía esa respuesta. Era la primera alumna de su clase incluso sin su poder annoité. Cuando lo aceptara, no habría pregunta que no fuera capaz de contestar. Quizá supiera también por qué él estaba allí, sometido al escrutinio mental de desconocidos por temor a un dolor físico temporal. Quizá cuando ella le dijera que era un cobarde, no dolería tanto. Su hermana era la inteligente de los dos. Ella tendría que haber recibido su don antes. 

Alguien se sentó a su lado, en el sofá. Era Tuula. Notó la mano de la mujer sobre su brazo con un toque tan suave que no se asemejaba a la intrusión con la que hurgaba en su mente.

—Nuestra situación es más complicada de lo que parece, Eljas. No mantenemos contacto con ningún elekiená de la región, pero conocemos al líder. Tenemos una tregua y debemos ponerlo en aviso si alguien bajo su mando...

—Buscaremos el colgante por nuestra cuenta —sentenció su marido—. Nos pertenece.

—Será considerado traición al acuerdo. Los elekiená nos superan en número.

—Si tenemos el colgante, podemos contra ellos.

—¿Y cómo esperas que recuperemos el colgante? No podremos solos. Sin colgante, no podemos acercarnos a su isla, pero necesitamos acercarnos para tomarlo en primer lugar.

Susurro de fuego y sombras (Legados de Alkaham #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora