En todas las mesas hay velas, pero no son más que decorativas, las luces son LED y de un color sepia que le da al ambiente un aire cálido. En el fondo se encuentra una de las entradas a la cocina, donde se encuentra una barra de última generación hecha de vidrio y adornada con luces rojas y azules.

Cerca de las ocho, los clientes comienzan a llegar paulatinamente, todos van con elegantes trajes y las mujeres con vestidos brillantes de seda.

Es decir, todo grita lujo.

De todas maneras, no es como si me entretuviera mucho, estaba allí para hacer mi trabajo con un objetivo en mente: juntar todo el dinero posible y abrir mi propia cafetería.

Esa era la meta que quería en mi vida y sé que aunque sonara pequeño, para mí era un mundo entero.

—Mesa trece: bebidas. Xander, el chico de la barra te las dará, ya le he dejado lista la comanda.

La voz de Tatiana me saca de mis pensamientos, por lo que me apresuro a hacer lo que me pide, ya que si tardas un segundo más de lo debido es capaz de reprenderte frente a todo mundo. Lo sé de primera mano, ya que lo ha estado haciendo toda la noche, no solo conmigo, sino también con dos de mis compañeros.

Me dirijo hacia la barra donde se encuentra Xander, que es un chico más o menos de mi edad y se nota que lleva tatuajes, un piercing en el labio y es lindo a rabiar.

—¿Xander? —Pregunto y cuando levanta su mirada acaramelada hacia mí, agrego—: ¿Tienes lo de la mesa trece?

—Sí, cariño —me responde guiñándome el ojo con coquetería y deslizando una bandeja con bebidas hacia mí.

—Hum, disculpa, ¿puedo hacerte una pregunta? —Murmuro por lo bajo.

—Seguro dulzura, dime —responde sin dejar de lucir encantador y me esfuerzo por no rodar los ojos con exasperación.

—¿Cuál es la mesa trece?

—Tatiana te envió, ¿verdad? —pregunta, a lo que asiento—. Esa perra —farfulla por lo bajo antes de indicarme donde queda la mesa.

Me dirijo hacia la mesa apresuradamente, si bien puedo manejar una bandeja llena de bebidas, no quiero tentar a mi suerte que por lo general suele ser una mierda.

Confirmo mi teoría de mi suerte cuando llego a la mesa y me encuentro con una acalorada discusión. En la mesa se encuentra un hombre robusto de edad media, pero a pesar de la edad, es atractivo; el cabello rubio salpicado de canas y ojos celestes suaves. Frente a él se encuentra una chica que no puede tener más de dieciséis con la cara llena de maquillaje, sin despegar la mirada de su teléfono último modelo y ajena a la discusión que se lleva a cabo. Sin embargo, quien llama mi atención es el muchacho que se encuentra al lado de la adolescente.

«Dios, parece un ángel», pienso para mis adentros.

Su cabello es rubio, similar al del hombre que tiene enfrente, sin embargo, sus ojos son de color castaño claro y su rostro perfilado parece estar tallado por los mismísimos Dioses; ni el ceño fruncido por la discusión opaca su belleza.

—No me importa —sisea el muchacho bonito—. No va a ocupar el lugar de mamá.

—Estas siendo infantil, Dean —farfulla el hombre, ajenos a que estoy dejando las bebidas en la mesa y sintiéndome incómoda como la mierda.

—¿Ni siquiera le has preguntado a Mía qué opina al respecto? —murmura el tal Dean.

—A mí no me metan en sus asuntos, me importa una reverenda mierda a la puta que meta papá en casa.

Pecado con sabor a chocolate [+21] ©️ LIBRO 1Where stories live. Discover now