—Esta bien, gracias —respondo, caminando hacia dicho lugar.

Estoy nerviosa como pocas veces lo estuve en mi vida, sin embargo no puedo evitar sentirme emocionada por la oportunidad que se me presenta y todo parece a propósito, teniendo en cuenta que los postres y todo lo que tenga que ver con ello es mi pasión.

Tony —el hombre robusto y de acento marcado—, se acerca unos minutos después para explicarme los postres que suelen salir más, como debo hacerlos y emplatarlos —aunque agrega con un deje de ironía que debería saber eso— y me hace saber que se mantendrá cerca —solo por esta vez— por si necesito ayuda.

La hora del servicio llega cuando menos me lo espero, pero lejos de sentirme nerviosa, la adrenalina del momento me hace actuar con calma.

Para trabajar en una cocina —aún más con una de esta magnitud—, trabajar bajo presión es algo rutinario y no siempre es fácil, pero puedo decir que esto me gusta y que lo disfruto y es algo que elegiría siempre y si bien la presión por momentos suele ser abrumadora, la mayoría de las veces me mantengo en calma.

Me mantengo tranquila mientras voy preparando los postres que se solicitan, algunos son bastante comunes, siendo solo helado, o ensaladas de fruta, sin embargo tuve que sacar algunos postres más elaborados, como una Praliné de almendras o una Tarta Sacher —que lleva una cantidad exorbitante y exquisita de chocolate—.

Tony viene cada algunos minutos, pidiéndome que me apure o cerciorándose de que todo marche bien y por más que no lo diga, sé que se sorprende de mi manejo con esto y si tengo que ser sincera, también estoy un poco sorprendida de mi misma, teniendo en cuenta que casi no cometí errores.

«Casi»

Cada vez que el caramelo se me pasaba por un segundo o caía una gota de helado que no iba, Tony farfullaba por lo bajo en italiano cosas que agradecí no entender.

No tengo idea de que hora es o cuánto tiempo he estado aquí trabajando, las primeras horas lo mío fue bastante tranquilo ya que salían solo los platos principales y yo simplemente ayude con las ensaladas, sin embargo a sido un borrón desde que comenzó el servicio de los postres.

Suspiro mientras paso una servilleta de papel por mi rostro, los fogones a mi alrededor más el ajetreo de los últimos minutos han hecho que se me llene la frente de sudor.

—Minerva, ¿dónde está ese crepe? —me exige Tony, acercándose hacia mi puesto mientras ultimo los detalles del postre. Al ver que ya lo tengo terminado y obviando que debe salir, pregunta—: ¿Dónde has aprendido a cocinar así?

—Mi abuela me enseñó —respondo con una media sonrisa.

Bufa a modo de asentimiento a mi corta respuesta antes de tomar el plato, no sin antes contemplar minuciosamente si está bien elaborado y emplatado. Lo deja sobre la mesa en la que los camareros entran a buscarlos.

—Buen trabajo —farfulla Tony por lo bajo y sé que no recibiré más eso de él por hoy.

«Y tal vez nunca vuelvas a verlo» murmura la voz indeseada en mi cabeza. «Van a echarte nada más descubran lo que hiciste, nunca volverás a pisar una cocina después de esto» sacudo la cabeza cuando aquellos pensamientos comienzan a abrumarme y me percató de que el mismo muchacho que me indicó mi lugar de trabajo, está mirándome fijamente.

—Disculpa, ¿me dijiste algo? —Pregunto, un poco avergonzada.

—¿Qué tal el primer día? —Pregunta el muchacho de regreso, con una enorme sonrisa en el rostro.

—Pudo ser peor —respondo, devolviéndole la sonrisa.

—Soy Dante —se presenta él, luego de limpiarse las manos en su delantal.

Pecado con sabor a chocolate [+21] ©️ LIBRO 1Where stories live. Discover now