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Después de una larga reflexión, mi madre entro en mi habitación y me dijo que me fuese preparando para ir al edificio cilíndrico que estaba situado en el centro de la ciudad, donde se reunían aquellos que habíamos sido elegidos. Me di una larga ducha de quince minutos y al salir me quede mirándome al espejo. No era el típico adolescente delgaducho, en vez de eso estaba bastante musculado lo cual me hizo pensar que la fuerza podría ayudarme a pasar las pruebas, en el caso de que fuesen físicas. Mis ojos castaños oscuros eran exactos a los de mi padre. Aunque lo que más me gustaba de mi era mi pelo castaño. Siempre tenía el mismo peinado y nunca lo había cambiado. Me gustaba tenerlo un poco alborotado y echado hacia un lado. Cuando deje de hacer el idiota frente al espejo me vestí. Llevaba una camisa marrón a cuadros metida en unos pantalones negros vaqueros y unas botas marrones. En cuanto estuve listo, baje al salón para que mis padres me llevasen al edificio cilíndrico. Estaban sentados, juntos. Mi padre tenía el brazo detrás de mi madre, rodeándola y ella tenía su cabeza apoyada en el pecho de mi padre.

-Ya estoy listo. Nos podemos ir cuando queráis.

Ambos se levantaron sin decir ni una palabra y nos dirigimos al coche. Mi padre fue quien condujo, lo cual no me hacía mucha gracia ya que estos coches  no tenían ruedas e iban propulsados y mi padre cuando conduce va a una velocidad descomunal.

Cuando llegamos al edificio cilíndrico pude ver a una docena de chicos entrando en el edificio junto a sus padres. Mientras caminábamos hacia el lugar, mi madre me agarro de la mano y me apretó tan fuerte que pensaba que cuando me soltase la mano no la iba a sentir. Ya estábamos frente la puerta y me pare. Un miedo inmenso invadió mi interior paralizándome totalmente. Supuse que fue gracias a lo que mi madre me conto. Respire hondo varias veces. Me arme de valor y cruce la puerta.

Nunca había visto absolutamente nada tan bello como aquel lugar. La recepción ere un enorme círculo con decenas de luces en el techo y una araña preciosa que brillaba intensamente con las luces. En el centro del suelo había una alfombra enorme bordada con la bandera de Sincom. La bandera era de color gris claro y tenía el dibujo de tres pájaros blancos alzando el vuelo, creando así una especie de triangulo. Las paredes eran de un color dorado intenso con ventanas panorámicas de dos metros y medio y el suelo era pura tarima. Había unas escaleras de caracola que tanto subían como bajaban. En el centro de la sala, pero sin tapar la bandera del país, había una pequeña recepción en la que se hallaba una mujer de cabello rubio  con un vestido azul y unos tacones que la hacían crecer unos siete centímetros. A partir de ahí tenía que dejar a mis padres y continuar solo.

-Estamos orgullosos de ti, hijo. –Dijo mi padre con los ojos vidriosos. –Quiero darte uno de mis consejos de padre que se que tanto odias. Cuando estés haciendo las pruebas procura no caerles mal a los creadores de esta estupidez.

-Lo intentare papa. –Dije y le di un fuerte abrazo.

Mi madre ya había roto a llorar mientras hablaba con mi padre.

-Jordan, mi niño, te quiero mucho, jamás lo olvides. Y te lo pido por favor, vuelve a casa sano y salvo. –Dijo entre lágrimas.

-Eso hare mama.

La abrace y por segunda vez en ese día mi madre volvió a empaparme con sus lagrimas. Cuando te despides de tus padres, ellos deben salir del edificio. En cuanto se fueron avance seguro de mí mismo hacia la recepcionista.

-Hola. ¿Podrías decirme tu nombre?

-Jordan, Jordan Everston

-Perfecto. –Tecleo unos datos en el ordenador. –Jordan, por favor, serias tan amable de subir esas escaleras. Te están esperando arriba. –Dijo señalando a las escaleras.

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