Capítulo 8: "El canto de los gallos"

7 0 0
                                    

Érase una vez en un rincón de Madrid un hombre con resaca. Algunas copas de más. Un fracaso que pesa más que todo el alcohol. La alargada sombra de Tony, el relaciones públicas tan majo que se dedicó a invitarme cada poco. Por eso hoy me cuesta ser persona y funcionar como tal.

Mi Nochebuena fue ayer. Si no llega a ser por la grandísima hija de puta conocida como La Kinder, hubiese sido una noche excepcional. Pero siempre hay algo o alguien que te jode la noche. O la vida.

Esta noche es cuando Papa Noel reparte regalos a todos los niños que han sido buenos. Cada día se reducen más las distancias entre Estados Unidos y España. Este año tampoco he sido un niño bueno, pero espero que mi regalo me llegue antes que al resto.

Me conformo con un par de listas de llamadas a los teléfonos móviles que encontré. Recibidas y enviadas, eso sí, que es navidad y es la época en la que te conceden los deseos. Antes de que cierren las tiendas para preparar la misma obra de teatro de todos los años me voy en busca de algo de porno con el que chantajear a mi conocido en Telefónica.  Mi amigo pajero. El rey de la zambomba, sobre todo en estas fechas.

Al pobre le da vergüenza comprar porno, intentar ligar, chatear, hablar con compañeras de trabajo… vivir le avergüenza. Hace mucho que no sé qué es eso. De hecho no tengo la más mínima idea del concepto “vergüenza”.

Anoche me reboté, me enfadé, fracasé…pero no me dio vergüenza. Antes de arrancar el día, a más de la una de la tarde, tengo que levantarme el ánimo. Eso sólo lo consigo con un porrito, un vaso de chamsky y algo de música chorra. Me desnudo y abro la carpeta del ordenador dónde escondo la banda sonora de mi vida. Pico al azar y aparece “Libre” en versión de El chaval de la peca.

Recordando sus actuaciones me pongo a correr igual que él por todas partes, con la única diferencia de que el iba vestido y a mí me toca aguantar los rebotes que se generan al correr y los golpes en mis partes. No se puede tener todo. Corro, salto, canto, tarareo la música e imito todo lo que sé. El único objetivo es hacerme sentir feliz.

Incumplido.

Ni siquiera todo el mueble bar de David Hasselhoff podría hacerme feliz hoy. Anoche besé a un tío. Lo peor es que me gustó, hasta que supe que era un tío. Bueno, besé a dos. Aunque con uno tuve algo más que besos. Menos mal que la sorpresa apareció a tiempo, lo que me extraña, conociendo el tamaño de la susodicha polla, es qué no hiciese su aparición estelar mucho antes. Puede que la tenga amaestrada.

Con una agrupación de tamborileros ensayando dentro de mi cabeza y unos superhombres en mi estómago empujando para que toda la comida que entre salga al poco rato me voy a la calle. En algún momento hay que morir. Entro a ver a Joaquín para comprarle unas cuantas cosas. Es muy cómodo tener una tienda abierta siempre que necesitas cualquier cosa.

-        Buenas, Joaquín.

-        Buenas, jefe, ¿cómo están esos problemas? Ya sabe que Xiao Kim está dispuesto a ayudar…

-        Sí señor, lo sé, pero de momento creo que no es necesario. Se te agradece, Joaquín, se te agradece.

-        Jefe es mejor cliente y Xiao Kim sabe agradecer.

-        ¿Sabes si los de Telefónica trabajan hoy? Los de oficina, no los del mil cuatro.

-        Supongo que sí, todo el mundo en trabajo hasta la hora de comer.

-        Perfecto.

Voy en busca de tabaco, whisky, champán y diferentes películas porno. El tío maneja todos los palos del género, así que le compro desde las cosas más normales hasta algunas que harían vomitar al propio Nacho Vidal. Animales, embarazadas, abuelas, jovencitas, lluvia dorada, sitting y otras cosas que es mejor no mencionar.

El cazador de ososWhere stories live. Discover now