Flores para Mary

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La hija de un jardinero y una cocinera no tenía el futuro comprado como la hija de un Lord.
Muy por el contrario, para asegurarse un buen pasar no bastaba con comprometerse con un joven afable y trabajador, si no que además, y antes de siquiera pensar en ello, debía buscarse un trabajo decente que le permitiese subsistir dignamente y ayudar a sus padres. Por suerte para Mary, sus padres habían conseguido, antes de contraer nupcias, muy buenas colocaciones en Penshurt's Place , un antiquísimo castillo en Kent regentado por la familia Hardinge.

El barón de Penshurt de entonces, había sido un hombre sosegado y calmo, pero que exigía de su servicio únicamente el mejor de los desempeños. Su esposa, la baronesa, había sido una dama seria y respetable, preocupada de cada detalle de los cuidados del castillo, los jardines que le rodeaban y el bosque. Así, el padre de Mary nunca se había visto falto de trabajo, ya que se dedicaba con esmero al cuidado de los muy extensos jardines de la finca, manteniéndolo al gusto de su ama. La madre de Mary, por su parte, había llegado a al castillo como una simple asistenta de la cocinera, y había logrado ganarse la confianza de la señora de la casa con rapidez, por su empeño en el buen trabajo, su buena mano con la comida, y su extrema pulcritud. En esas circunstancias, la cocinera y el jardinero se habían conocido y enamorado en los jardines del castillo, a la sombra de lo que ocurría en la casa principal.

Sus señores, tan buena estima y tan buenos amos, incluso les habían proporcionado de una buena casita en Tonbrige, el pueblito aledaño a la finca, para cuando la madre de Mary comenzó a quedar encinta y decidiera finalmente, dedicarse a la crianza de sus retoños.

Mary había sido la quinta hija del humilde hogar, en el que si bien nunca echaron en falta la comida, tampoco crecieron con lujos, institutrices ni tutores. ¡Ni pensar en bailes, chales de cabritilla, guantes de seda turca o vestidos de finísimo encaje!

Sus hermanos mayores supieron labrarse camino en la vida: El más mayor, partió a Londres siendo aun muy joven y se enlistó en la marina. Ahora se hallaba destinado en algún exótico paraje del territorio del imperio, en algún rincón de Indochina. Solo sabían de él por las cartas que, sin falta, enviaba a su madre dos o tres veces al año.

El siguiente de los hermanos consiguió trabajo en las oficinas de correo de Tonbridge, y aunque siguió viviendo con sus padres hasta su matrimonio, se las arregló para arrendar un decente apartamento en el pueblo una vez se hubo comprometido.

Su hermana, la tercera de ellos, se había desposado con un sastre local. Trabajaban arduamente y vivían en el segundo piso de la trastienda en la que recibían a los clientes para tomar medidas y cocer los trajes, por lo que, a punta de trabajo y esfuerzo, también gozaba de un buen pasar.

El menor de los varones, en cambio, decidió seguir los pasos de su padre, de quien había aprendido el oficio desde pequeño. Colocándose primero como asistente de jardinero, y luego como el jardinero oficial, fue el reemplazo natural de su padre cuando ya este estaba muy viejo y cansado.

Cuando Mary cumplió los catorce años, encantada con las historias que su padre y hermano le habían contado toda su vida sobre los bellísimos jardines y el castillo, rogó a su madre que la ayudase a conseguir un puesto en la casa. Estaba dispuesta a hacer lo que fuere necesario: limpiar chimeneas, bañar niños, lavar ropa, cuidar de los jardines, lo fuera que pudiera hacer.

Su padre, tras explicarle que habían ciertas labores destinadas a las jovencitas como ella y otras a los varones como su hermano, le prometió que intercedería en su favor lo mejor que pudiese. No fue una sorpresa que a la semana, su padre regresara de Penshurt's Place con una oferta de trabajo para su pequeña hija, y con gran agrado comunicó el puesto que le ofrecían: Requerían de una doncella.

BREVES RELATOS DE AMORWhere stories live. Discover now