Calor de oriente

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Nunca había sido una muchacha de muchas luces, pero entendía muy bien el giro que había dado su vida. Lo había comprendido en ese último adiós con el que la había despedido su padre, desesperanzado e irremediable, como estuviese embarcando en la barcaza de Caronte y no en el tren a Oriente. El desolado e interminable llanto de Caroline, su cuñada que tanto la había ayudado desde que había caído en desgracia, le anunciaba su fatalidad.

Pero el mal augurio que se les había vaticinado en esa despedida no había sido más que un mal sueño, ya lejano y olvidado. Su situación en la lejana Indochina resultaba, en realidad, inmejorable. Empoderada en su rol de esposa de uno de los Jefes de Servicio del Consejo, Sophie se hallaba feliz y a sus anchas en su nueva vida. Agradecida del giro que habían tornado los acontecimientos para llevarla hasta donde se hallaba, apenas mantenía contacto con su pasada vida. Infaltables, por supuesto, eran las cartas que escribía a su padre y su querida cuñada cada mes para relatarles las novedades y dar luces sobre su nueva vida. Y claro, a la única amiga que le había quedado en Londres. Parecía mentira, pero la única que se había dignado a ayudarla en el peor momento de su vida había sido justamente Honoria Berkeley. Si no fuera por Honoria y su tía, no habrían conseguido el empleo de Gustave ni se habrían marchado de Londres, al fin juntos, solos, felices. Con mucho menos frecuencia que a su familia, de vez en cuando también dedicaba algunas líneas a Honoria, a modo de agradecimiento. Le había informado de su llegada sanos y salvos a Camboya, del traslado e instalación a Annam y luego de pasado un buen tiempo, una que otra misiva para contarle de lo bien que iban las cosas en su nueva vida.

Nunca regresaría a Londres. Muy probablemente, nunca volvería a ver su padre con vida, y seguramente tampoco se reuniría alguna vez con su hermano y su cuñada. Ahora solo tenía a Feraud. El resto de su vida, solo tendría a Feraud y no se arrepentía de nada. Al despedirse de su familia, había bastado una de sus encantadoras sonrisas para armarla de valor cuando ya partía el tren en el primer tramo de el que sería un larguísimo y agotador viaje. No solo había sido la huida de los amantes de Londres, sino que también sería a la vez su viaje de bodas, por lo que decidieron disfrutarlo al máximo. Se tomaran su tiempo, no escatimaron recursos y no dudaron en efectuar las correspondientes paradas para descansar, realizar visitas turísticas, comprar alhajas, sedas y probar los más exóticos tragos y alimentos. El Expreso de Oriente, los había llevado hasta su última estación, en Estambul. Desde allí, habían continuado en el Bagdad Railway hasta la capital del imperio Otomano, el corazón del mundo árabe. Una vez allí, y tras unos buenos días de descanso, cenas y fiestas en uno de los más lujosos hoteles de la zona, habían continuado a carruaje hasta el puerto de Basora en el Golfo Pérsico. Recorrieron por barco la Costa India desde el Mar Arábico hasta el Golfo de Bengala, para al fin arribar a puerto en Chittagong, en Birmania. Si el viaje hasta allí había durado meses, la parada en Birmania se extendió un par más. Agotados, y con Gustave especialmente hastiado con el calor, decidieron asentarse con calma un par de semanas en el barrio Inglés de la zona, para disfrutar de los que pensaron serían sus últimos días de civilización, antes de adentrarse directamente en la profundidad de indochina.

Pero aún quedaba muchísimo por avanzar. Pasado el tiempo acordado y recuperadas las fuerzas, se despidieron de las nuevas amistades forjadas con promesas de reunirse algún día, y se embarcaron nuevamente, esta vez para cruzar el estrecho de Malaca, y al fin adentrarse así en el Golfo de Siam, desde donde debieron cambiar del lujoso barco en el que zarparon a una embarcación más pequeña a fin de avanzar río arriba el Río Mekong, hasta los rápidos de Kratié en la zona de Camboya. La belleza del lugar era brutal y extraordinaria, y cargada de nuevas experiencias y conocimientos. Sophie aprovechó la parada que hicieron en esa pequeña ciudad, de muy pocos habitantes y que giraba en torno a un mercado central rodeado de edificios franceses con poca arquitectura, para abastecerse de las frutas más sabrosas que nunca hubiera probado. Se trataba de un poblado naciente, que pujaba en medio de un entorno exótico y salvaje de la zona centro de Camboya. Hermoso, pero nada cómodo o sencillo. El calor, la humedad, los mosquitos y los insectos resultaban tan agobiantes que poco la hicieron desear renunciar y regresar a Londres. O al menos a Birmania o Estambul. La humilde cabaña en la que se hospedaron las primeras noches y una comunidad local cerrada y hostil que les dieron una fría bienvenida, por poco la hacen desear regresar, pensando que se hundiría en una terrible soledad. El contraste con la zona de control británico en la que se habían hospedado en Chittagong, que tan bien los había acogido, le había golpeado. Ella, una muchacha refinada, hija de un marqués, ahora estaba aislada en un confín del mundo que poco importaba, cubierta de picaduras dolorosas y ahogada al respirar el aire caliente y húmedo. Veía claramente ante ella las consecuencias de sus actos. Fugarse aquella noche con Gustave para casarse a escondidas la había llevado hasta allí. Había llorado incansablemente. Nuevamente fue Gustave quien la llenó de esperanzas. Ciertamente, no sería sencillo adaptarse a su nueva vida, pero su amado la alentaba y la trataba con tanto fervor, que confiaba en que lo lograrían. El panorama se veía difícil, pero prometedor.

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⏰ Last updated: Feb 16, 2023 ⏰

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