Un folleto escandaloso

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"(...) ¿Y es que acaso, no hay algo más racional que buscar los mejores medios para la subsistencia? ¿Mantenernos, asegurarnos un lugar, una posición en esta ingrata sociedad, que nos desecha tempranamente, para luego, obligarnos a luchar por asegurar una posición a nuestros hijos, y así, al morir el hombre que hemos conseguido atrapar por esposo, asegurarnos una vejez digna? ¡La lucha es a muerte!

Podemos ser la hija de un duque, o de un carpintero, pero en cuanto a nuestra subsistencia, los caminos son muy pocos. O un buen matrimonio, o ser la dama de compañía de otra mujer intolerable, posicionarnos como institutriz o nodriza, tal vez sirvienta en una casa decente o condenarnos a una dura vida nocturna en las calles de Whitechapel.

Sin lugar a duda, las damas de noble cuna contamos con una mejor posición que aquellas que han tenido la infortuna de nacer en hogares menos privilegiados. Es indesmentible, claro está, como en todo orden de cosas. Pero si observamos a las mujeres de nuestra propia clase, mis queridas señoras, ¿Es acaso falso que aún, las herederas más adineradas, deben dar ardua batalla en bailes y cenas para conseguir al mejor de los prospectos?

¿No es acaso cierto que debemos desvivirnos por complacer al género masculino, desde nuestra más tierna infancia? Nos enseñan cómo comportarnos, qué se espera de nosotras. Nos forman para cantar, y agradar así a nuestros oyentes. Nos enseñan la lectura de las obras clásicas, y con ello, a conversar y deslumbrar. Bordar, tejer y cocer, cantar y bailar.

Habilidades que requerimos para convertirnos en buenas esposas. ¿Qué hay de las matemáticas que aprendemos? Pues para administrar el hogar. ¿Y el estudio del latín, el griego, el francés? Para mantener fluidas conversaciones en los eventos sociales a los que tendremos que asistir, vestidas radiantemente para acompañar con una modesta sonrisa a nuestro amado esposo.

No opinaremos sobre leyes, aun menos sobre las condiciones sociales. No discutiremos de política, no es para lo que estamos hechas. No asistiremos a la universidad, ni a las mejores escuelas, no es para lo que estamos hechas.

¿Y para qué, entonces? ¡Pues claro!: Para ser madres, esposas, hijas devotas. No lo olvides. Para eso estamos hechas. No alces la voz, no te alteres, no te enfurezcas, no llores. No es para lo que nos han escogido de entre el montón de damas.

Otra mejor podría haber sido electa: Que no grite, que no opine, que no discuta...

¿No es acaso racional que todo esto nos moleste? ¿No parece lógico que nos rebelemos?

Joven, despierta: No seas arte de este circo. Búscate a ti misma y sé quién eres, no quién se espera que seas...(...)"


Lady Amelia Vernon nunca en su vida había leído algo tan escandaloso como aquello. Sus delicadas mejillas estaban sonrosadas de asombro.

Su padre jamás lo habría permitido, y la señorita Wilson, su anciana institutriz, lo habría quemado en la chimenea.  Por suerte, la institutriz se hallaba a kilómetros de distancia, en la residencia familiar de los Vernon, Sudbury Hall, en Uttoxeter. Y su padre, Lord Vernon, se encontraba ocupado participando de las jornadas parlamentarias, haciendo uso de su escaño en la cámara de los Lores.

Amelia y sus padres, así como todo miembro de la alta sociedad, se habían trasladado a Londres para la esperada temporada social.

Apenas hace unos días arribaron a la residencia que mantenía el Barón de Vernon en el prestigioso barrio de Mayfair, ubicada en Park Lane, apenas a una cuadra del popular Hyde Park, y que ofrecía una vista privilegiada de éste y de sus caminantes.

De ahí que su madre, Lady Vernon, tampoco se encontrara en casa para impedir que su hija leyese el ignominioso panfleto. Estaba ocupada, paseando por el parque en compañía de sus amistades, con las que se reunía a diario a comentar el escándalo social más jugoso del momento, manteniéndose así al tanto de cuanto ocurría en sociedad.

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