Prólogo.

270 9 0
                                    

AXEL

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.

AXEL.

  La oscuridad de la noche pronto se hizo presente en las calles de Virginia y el frío empezaba a ser desgarrador. Aun así, no me impidió seguir caminando hasta la entrada del cementerio.

El sonido de mis botas sobre la arena era el único sonido que podía escucharse en aquel lugar. 

Di un largo trago a mi fiel compañera, una botella de vodka. Justo en ese instante me percaté de la sangre que descendía desde mis nudillos. El dolor era inexistente para mí, mi cuerpo no era capaz de sentir nada.

Fui adentrándome en lo más profundo del oscuro lugar, con cuidado de no tropezarme por la falta de luz y porque ya me encontraba un poco mareado. Tras caminar durante unos minutos que para mí fueron eternos, pude ver su nombre grabado en la lápida.

— Mi nombre debería estar aquí y no el tuyo — pasé mis dedos por aquella fría piedra imaginando cómo sería abrazar su cuerpo una última vez.

Tomé asiento frente a su tumba porque todo a mi alrededor daba vueltas, pero necesitaba seguir bebiendo. Tenía que olvidar ese tormento que no me dejaba respirar. 

Unos pasos se hicieron presentes cada vez más cerca. Intenté ignorarlos porque no tenía fuerzas de lidiar con nadie en aquel momento. Continué bebiendo de mi botella hasta que la voz de una mujer, resonó por todo el cementerio.

— ¿Te crees que por emborracharte hasta perder el juicio va a regresar? — levanté la mirada de la piedra para distinguir la silueta de mi madre parada frente a mí —. Sé que esto está siendo duro también para ti cariño, pero ahora más que nunca necesitamos estar unidos.

— Deberías irte por donde has venido. Yo no necesito a nadie.

— He estado dando muchas vueltas sobre todo lo sucedido y ambos merecemos empezar una nueva vida. Intentar alejarnos de esto por un tiempo — mi madre estiró su mano para acariciar mi rostro, pero me aparté de inmediato. 

— ¡¿Empezar una vida nueva!?  — me reí — ¡¿Te quieres olvidar de que ha existido!? — me levanté furioso provocando que mi madre tuviera que retroceder unos pasos.

— ¿Cómo es posible que digas eso? — sus ojos se llenaron de lágrimas —. Tenemos que sanar de alguna manera y en Virginia nunca lo podremos hacer.

— Mírate. Eres patética. Te piensas que por huir de aquí todo va a volver a ser como antes — pasé por su lado para irme de allí. No quería seguir con aquella estúpida conversación. 

— No quiero perderte a ti también, Axel — me agarró del brazo impidiendo que pudiera seguir mi camino —. Cuando fallecieron los abuelos, heredé su casa del pueblo, así que nos mudaremos allí en unos días. 

— ¿Te has detenido a preguntarme a mí qué es lo que quiero? ¡Eres una puta egoísta! ¡Estoy harto de que tomes las decisiones que te salgan de los cojones sin consultarme! — lancé la botella al suelo, provocando que se hiciera añicos —. Si piensas que podrás ser feliz allí, estás muy equivocada. Yo mismo me encargaré de que no sea así.

ROMA.

Odiaba los días nublados. Miraba por la ventaba de mi habitación, encontrándome las calles de Chapell Hill, desiertas. Era como teletransportarme a aquellos momentos que me provocaron tristeza alguna vez. 

Lo único que deseaba ante estos días era arroparme hasta la cabeza y escuchar música durante horas. El problema estaba en que era domingo. Y como todos los domingos, me tenía que preparar para hacer una visita a mis abuelos. Ellos vivían en un pueblo cercano, así que debíamos tomar el coche para poder llegar.

— ¡Roma! ¡Tengo que pasar antes por la gasolinera! ¡Date prisa! — gritó mi padre desde la puerta de mi cuarto.

— ¡Sólo me queda ponerme las deportivas! — mentí. Todavía me encontraba con mi pijama de Homer Simpson puesto.

Rebusqué entre la cantidad de ropa de mi armario, un chándal gris que había comprado hace poco. No me demoré mucho tiempo. Ni siquiera me maquillé ni me eché crema en la cara como debería hacer a diario, pero a veces, era demasiado despreocupada.

— ¿Sabéis si vendrán los primos? — pregunté cuando me encontré con mis padres en la cocina.

— Lo dudo. Nate tenía partido de fútbol con el equipo del colegio — lancé un suspiro de alivio puesto que mis primos pequeños eran peor que un huracán.

Fuimos hasta el garaje para montarnos en el coche y en seguida, me adueñé del control de la música. A pesar de que el trayecto era corto, necesitaba escuchar algunas canciones para alegrar el día tan gris que hacía. En cuando los primeros acordes de Poison Girl de Him comenzaron a sonar, mi madre se empezó a quejar.

— No entiendo cómo te puede gustar este tipo de música, me levanta dolor de cabeza — bajó el volumen haciendo que el sonido fuera apenas audible. 

— Eva, cariño, nuestra hija ha heredado mi buen gusto — me defendió mi padre — ¿O no recuerdas que fingiste ser una rockera para conquistarme? 

Tuve que reírme porque aquello dejó a mi madre sin contestación.

Me centré en mirar por la ventana, viendo cómo la lluvia se iba haciendo cada vez más presente a medida que avanzábamos, provocando que los árboles apenas se pudieran distinguir en la carretera.

Estábamos llegando a la gasolinera cuando sentí una pequeña humedad en mi cuerpo. Maldije en voz baja porque la visita del mes acababa de llegar para hacer que me quisiera extirpar los ovarios.

Nada más detenernos para repostar, fui en busca del baño de la gasolinera. Busqué alguna señal que me indicara dónde se encontraban los servicios de mujer, pero para mi mala suerte, eran mixtos.

Al abrir la puerta, me encontré con el cuerpo de un chico vestido de negro por completo. Estaba haciendo sus necesidades en los urinarios. En el instante en que sus penetrantes ojos azules se posaron en mí, se me congeló hasta el alma. Nunca había visto nada semejante. Brillaban con tal intensidad, que parecían dos hermosos zafiros. Sus facciones endurecidas no le restaban ni una pizca de belleza. Todo él parecía haber sido tallado por los los mismísimos ángeles.

— Parecer ser que tus pantalones se han sonrojado al verme — su voz ronca erizó toda mi piel. Miré mis pantalones completamente avergonzada por la mancha roja que éstos tenían ahora — ¿No te han dicho que es de mala educación invadir la intimidad de la gente?

Sus palabras terminaron de hacerme más diminuta a su lado. No era capaz de responderle porque la ansiedad se había apoderado de mi cuerpo. Quería gritarle, insultarle y golpearle, pero el hecho de que su mirada no se apartara de la mía, no me permitía hacerlo. 

— No sabía que en este estúpido pueblo las chicas fuerais tan directas, pero lamento comunicarte que no eres mi tipo. Si querías echar un polvo en los lavabos, puedes buscarte a otro — me guiñó un ojo antes de pasar por mi lado para salir por la puerta. 

ALMA INFERNALWhere stories live. Discover now