Prólogo

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     Allí no había nadie más: sólo ellos dos.

     Se esforzaban encima de un cadáver.

     No quedaba nada de la chica que ambos habían amado, excepto esos restos quebrantados, ensangrentados y desfigurados, que no bastarían para lograr traerla a la vida otra vez.

     Jacob supo que era demasiado tarde y que había expirado cuando notó que la atracción había desaparecido. No encontró razón alguna para seguir junto al cuerpo ahora que ella ya no lo habitaba, pues esa carne ya no podía atraerlo. La absurda necesidad de estar cerca de Bella había desaparecido.

Tal vez desaparecido no era la palabra exacta. El tirón de la atracción se había desplazado, y ahora lo empujaba en dirección opuesta. Lo instaba a bajar las escaleras y salir por la puerta. Sintió el anhelo de irse de ahí para siempre, para no volver jamás.

—Vete, pues — le espetó Edward, con la voz fría y con el filo del más mortal de los cuchillos, pero escondiendo en ella la agonía más profunda.

Volvió apartar de un golpe sus manos del cuerpo de Bella para sustituirlo, siguiendo con su intento en vano de traerla de regreso. Genial, pensó Jacob, le había roto ahora tres dedos.

Los estiró con cierta torpeza, sin importarle las punzadas de dolor.

El vampiro masajeaba el corazón detenido de Bella más deprisa que el licántropo.

—No está muerta –gruñó con decisión –. Se va a recobrar.

Jacob no estaba muy seguro de que le estuviera hablando a él, pero el dolor de su voz le instó a huir aún más.

Se dio la vuelta y fue por la puerta con paso lento, muy lento pues no era capaz de arrastrar los pies más rápido.

Entonces ese era el océano de dolor y esta, la orilla del otro lado de las aguas que borboteaban, tan lejana que había sido incapaz de verla e imaginarla. El dolor por perderla.

Se sintió vacío ahora que había perdido todo objetivo en la vida. Salvar a Bella había sido su propósito durante mucho tiempo, y ahora no podía ser salvada. Ella se estaba sacrificando voluntariamente para que esa bestezuela la rasgara en dos. Había perdido la batalla y la guerra había acabado.

Mientras bajaba la escalera, sufría escalofríos cada vez que oía el sonido procedente de arriba, el de un corazón quieto al se le quería obligar a funcionar a golpes.

Que no habría dado el por poder verter lejía en su cerebro hasta consumir todas las neuronas y quemar con ellos los minutos finales de Bella. Aceptaría las lesiones cerebrales si así lograba librarse de esos recuerdos: los gritos, las hemorragias, los crujidos y los chasquidos mientras el monstruo la desgarraba desde dentro para salir.

Su deseo habría sido salir corriendo bajar los escalones de diez en diez y cruzar el umbral de la casa como una bala, pero los pies le pesaban como si fueran de plomo y nunca había estado tan agotado. Bajó la escalera arrastrando los pies.

Tomó un respiro en el último escalón, haciendo acopio de las últimas fuerzas que tenía para salir por la puerta.

Rosalie estaba de espaldas a él, sentada en la esquina del sofá blanco. Sostenía en brazos a la criatura, envuelta en una manta, al tiempo que la arrullaba y le hacía mimos. Sintió una repulsión tal que le dieron arcadas. Rosalie debía haberlo oído detenerse al pie de la escalera, pero optó por ignorarlo, entregada al goce de una maternidad robada. Tal vez fuera feliz ahora que tenía lo que quería y Bella jamás vendría a quitarle a la niña. Jacob se preguntó si no sería eso lo que había estado esperando esa arpía rubia todo ese tiempo.

Ruptura del equilibrio- Edward x Jacob/ Rosalie x LeahDonde viven las historias. Descúbrelo ahora