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Anahí acarició su abultado vientre y suspiró mirando una foto del amor de su vida, tocando su rostro sonriente con uno de sus dedos. Alfonso Herrera, de treinta y dos años cuando había sufrido un mortal accidente con el coche cuando volvía de camino a casa después de un largo viaje de trabajo. Ni siquiera le había podido decir que iba a ser padre por primera vez, y con ella. Se enteró a los pocos días de la partida de Alfonso y, sonrió emocionada pensando en cómo se lo iba a contar cuando volviese a abrazarlo fuerte. Pero eso nunca pasó. Ese día se había levantado por las náuseas matutinas que había empezado a sufrir la semana anterior, y por lo que decidió comprarse una prueba de embarazo. Miró el reloj después de lavarse los dientes y sonrió al espejo pensado en empezar a preparar una sorpresa para él. Pero, unas horas después, su teléfono sonó y, llevándose la mando a su vientre de forma inconsciente, lloró cuando le dieron la notica.

Su marido, Alfonso Herrera, estaba muerto.

Muerto.

Ni siquiera le había podido dar un último beso, no había tenido la oportunidad de tocar su cabello, negro y sedoso, una última vez, de reír con él, ni de compartir su gran noticia. Ni de decirle cuánto lo amaba, ni cuánto le echaría de menos. Alfonso se había salido de la carretera, al parecer se había quedado dormido, e iba a tal velocidad que, al colisionar con un gran muro que había a la derecha de la carretera, el coche había explotado, quedando el cuerpo de Alfonso reducido a cenizas.

Lloró durante semanas, sin importarle nada más, hasta que su cuñada, Dulce, se enteró de que estaba embarazada. Dulce se había portado como una verdadera hermana, y en el fondo ambas se sentían así, porque, en su boda, fue su dama de honor y le confesó que gracias a que Alfonso la había encontrado, había ganado una hermana de por vida. Dulce se parecía mucho a Alfonso, tenían los mismos ojos, sonreían igual y siempre intentaban hacer sentir bien a los demás. Las diferencias más visibles entre ellos siempre habían sido la estatura, la nariz y el pelo, ya que Alfonso lo tenía negro como su padre y Dulce lo tenía de un color caoba tirando a rojizo, como su madre. Ella fue la que se encargó de que tomara las medicinas, fuese a las consultas y comiese como era debido. Se habría muerto si no fuese por ella. Por ella y por Christopher Von Uckermman, el mejor amigo de su marido, el cual había estado a su lado en todos los momentos importantes. Cuando Alfonso y ella se conocieron, cuando empezaron a salir, cuando se comprometieron, en su boda... los había acompañado en lo bueno y en lo malo, y ahora, en lo peor para Anahí, también estaba, y ella lo agradecía, de verdad, incluso el día que le contó que, poco antes de que Alfonso muriese, ella se había enterado que serían padres pronto.

- ¿De cuánto estás ya? - le preguntó, con los ojos muy abiertos.
- De unas doce semanas, casi trece - Christopher la miró sin entender - unos tres meses, más o menos desde dos semanas antes del... - se quedó callada, todavía no aceptaba que su marido no fuese a volver, con todo lo que les quedaba por vivir, con todo lo que ella le amaba.
- ¿Por qué no me lo dijiste antes? - dijo, sacándola de sus pensamientos.
- Bueno, como te he dicho... lo supe pocos días antes de... de... bueno, de eso. Y, hasta que Dulce no lo descubrió, cuando vio la prueba en mi baño, yo no tenía fuerzas para nada. Y lo hemos mantenido en secreto hasta que fuese seguro, hasta que el médico me confirmase que el bebé estaba bien asentado y fuerte en mi interior.

Se acarició el vientre, bajo la atenta mirada de Christopher, que parecía que por primera vez se había dado cuenta de la realidad. Anahí era de esas mujeres que siempre usaban ropa que se marcaba a su perfecto cuerpo, tacones y pelo perfectamente peinado. Pero la Anahí que tenía delante de él era totalmente lo opuesto. Iba con unas deportivas, unos leggings negros y una camiseta amplia y larga, seguramente de Alfonso. Aunque ahora que la miraba, ¿cómo no se había dado cuenta antes? Las señales estaban ahí, pero, él estaba tan embobado con su belleza, que ni siquiera se había dado cuenta de cómo su vientre se había ido hinchando poco a poco. Anahí miró su vientre, quería tener a este bebé. Sería algo suyo, suyo y de Alfonso, la prueba del amor que se habían tenido el uno por el otro. Suspiró.

- Poncho estaría tan feliz...

Otra vez ese apodo. Él lo había llamado así durante años, largos años en los que se habían llevado tan bien como se podían llevar dos niños de cinco años, asustados y tímidos, abandonados en un internado por unos padres que sólo le preocupaban de sus cosas. Habían crecido juntos en ese internado. Habían hecho trabajos juntos, habían estudiado juntos, se habían saltado alguna que otra clase... Pero Alfonso siempre era el ganador, el guapo, el atractivo, el que se llevaba todo y no le dejaba nada. Volvió a mirar a Anahí, era tan hermosa... y ahora, con el embarazo, se lo parecía incluso más. Sonrió más ampliamente y se acercó a ella, rodeándola con sus brazos y acariciando su espalda.

- Si ninguna duda. Además, hubiese querido que yo no te dejase sola en ningún momento. Por eso - se separó de ella, mirándola a los ojos - ¿te casarás conmigo? Alfonso querría que ese bebé creciese rodeado de amor, con un padre y una madre. Y para mi sería un honor cuidaros. A ti y al pequeño, o pequeña, que está en camino. Haré lo que esté en mi mano para que no os falte de nada, como Alfonso habría hecho.

Siempre he estado aquí Where stories live. Discover now