Capítulo Cinco

6.3K 718 192
                                    

Jennie

Puedo sentir sus ojos en mí durante la clase. Mis normalmente bajos ojos tienen que luchar para quedarse de esa manera, porque quiero mirarla. Intento concentrarme en lo que el profesor dice y lo sigo mientras elabora un problema de matemáticas en la pizarra. Pero solo me las arreglo para copiar su trabajo de la pizarra digital en mi papel, todas sus palabras entran por un oído y salen por el otro.

Me rindo y echo un vistazo a Lisa, y me dirige una media sonrisa, mostrando sus dientes perfectos. Vuelvo mi cabeza de golpe hacia mi papel y todos los números en la página parecen un jodido desastre. La oigo mover su pupitre un poco más cerca de mí. La cosa deja escapar un gemido y tengo que morder mi labio para evitar sonreír. No estoy segura de cómo encaja en el.

Lisa no es pequeña para nada. No se ve como una estudiante de escuela secundaria, aunque todavía tiene un poco de suavidad en su rostro. Sé que es la misma chica de la que Krystal y Luna estuvieron hablando en la oficina esta mañana. La que tiene una beca de fútbol y de la que todas quieren un pedazo. Definitivamente luce como si perteneciera al campo de fútbol, partiendo a gente en dos y arremetiendo contra muros de cuerpos, pero incluso con su tamaño, por alguna extraña razón, no me intimida. De hecho, me hizo sentir cómoda cuando se ofreció a acompañarme a mi siguiente clase.

Cuando la campana finalmente suena, me levanto y pongo todo en mi mochila, preguntándome qué hacer después. Sé que necesito encontrar la biblioteca. Echando un vistazo, veo a Lisa hacer lo mismo, pero baja la mano y toma mi abrigo.

—¿Almuerzo? —pregunta. Extiendo la mano para tomar mi abrigo de sus manos, pero niega, entonces toma mi mochila también.

—No, no voy a almorzar —protesto, queriendo ir a la biblioteca en su lugar.

No me gustar gastar mi dinero en comida si no tengo que hacerlo. El almuerzo es una comida que puedo saltarme. Tengo que encontrar algún tipo de trabajo o algo. Intento
quitarle mi abrigo, dando un pequeño tirón. Solo hace que me sonría aún más. Sus ojos marrones oscuros están llenos de humor y puedo decir que está pensando. De ninguna manera voy a quitarle esta cosa a menos que quiera entregarla.

La miro fijamente, sin un poco de incomodidad dentro de mí, incluso con ella empequeñeciéndome.

—Tienes que comer. Eres diminuta.

Mis mejillas arden, sintiendo un poco de vergüenza por ser criticada. Es algo a lo que debería estar acostumbrada para ahora, pero todavía duele.

—No me refiero a eso. Solo quiero decir que eres pequeña y no puedes hacerte más pequeña —tartamudea—. Mierda. No quería decir eso tampoco. Sonríe ante cuán nerviosa se pone. Me encojo de hombros e intento explicar:

—Estoy segura de que comes lo que yo en una semana entera —me burlo, sabiendo que no estaba intentando ser grosera con su comentario. Quiero que sepa que está bien. No creo que esté acostumbrada a la incomodidad. La incomodidad es la historia de mi vida. Siempre me siento así.

—Vamos. —Me toma de la mano, envolviendo sus dedos con los míos y sacándome de la clase. Camina un poco demasiado rápido para mí, así que tengo que acelerar para no tropezar.

—¿Dónde está tu taquilla? —pregunta mientras intento mantener su paso.

Mira hacia atrás hacia mí, desacelerando y murmurando una disculpa. No suelta mi mano, sin embargo. De hecho, aprieta su agarre. Tengo que extender mis dedos para encajar entre los suyos.

—Me van a buscar una. —Se detiene de repente y casi choco con ella, pero lo evito en el último segundo.

—Lo siento. Tengo que ser más cuidadosa contigo. —Lo dice como si pensara que puede romperme o algo—. Esta es mi taquilla. Nuestra taquilla. ―Suelta mi mano, arrancando algunas decoraciones de fútbol del frente del vestuario antes de hacerlas una bola y lanzarlas a una papelera al otro lado del pasillo.

—Veinte, treinta y cuatro, diecisiete —me dice mientras gira la esfera, luego abre la puerta. Pone mi abrigo dentro y me mira—. ¿Algo más que quieras meter? ¿Aligerar tu mochila? No importa. Solo la cargaré. ¿Recuerdas el número? —Me mira y la observo. Es absorbente y es diferente tener a alguien cuidándome. O, al menos, así se siente lo que está haciendo. Cuidándome en mi primer día en una nueva escuela—. Olvídalo. Estaré contigo. No necesitas recordar la combinación.

—Veinte, treinta y cuatro, diecisiete —repito—. ¿Siempre contestas tus propias preguntas?

Mis palabras le sorprenden.

—No. —Ladea su cabeza como si estuviera pensando. Entonces me toma de la mano de nuevo, tirando de mí hacia ella—. ¿Tus manos están calientes ahora? —Su pulgar acaricia mi mano como si probara la temperatura ella misma.

—Estoy bien.

—No deberías caminar hacia la escuela. Un buen viento podría tumbarte.

—¿Cómo sabes…? —Mi voz se desvanece cuando me doy cuenta de que ahora estamos en el comedor.

Los estudiantes se giran para mirarnos. La gente susurra y un nudo se forma en mi estómago. No me gusta cuando la gente mira fijamente. Siento mi respiración atorarse e intento retirar mi mano de la de Lisa, pero su agarre es irrompible.
Me lleva a una mesa.

—Siéntate aquí, iré por nuestra comida. —No hay pregunta en sus palabras.

Deja caer nuestras mochilas en el suelo junto a mí y se gira para irse. Echo un vistazo alrededor de la habitación, viendo a todo el mundo todavía mirando, los susurros se hacen más altos. Alzo la mano y echo mi cabello a un lado para que cubra mi cicatriz, asegurándome de que nadie la vea. Debato sobre agarrar mi mochila y salir corriendo de aquí.

Shelding Jennie (Adaptación)Where stories live. Discover now