Auroras

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Condenadas auroras, con su obligada tarea de surgir cada mañana, tan ajenas a los problemas de la gente

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Condenadas auroras, con su obligada tarea de surgir cada mañana, tan ajenas a los problemas de la gente. Quiebran la negrura reinante con total impunidad, irrumpiendo cual visita indeseable a través de ventanas y párpados de la pereza.

¿Y qué sucede entonces? Que se despierta la calle, ensordecedora y maquiavélica, sin duda planeando un modo nuevo de entretenerse a costa de los viandantes, quienes fingen aislamiento a propósito, ajenos a dichas y dolores; al margen de la vida y la muerte.
Corren días de angustia, de guerras y soledades, aunque la gente no parece preocupada. Enfocan sus delgadas ilusiones en domingos sueltos y alguna que otra moneda. Me pregunto si las auroras son conscientes de este hecho, si saben de antemano que al salir serán cómplices de ese alimento cruel, de la promesa vacua que convence a los esclavos a seguir saliendo, día tras día, a enfrentarse al huracán del odioso asfalto.

¿Sabrán acaso ellas que interrumpen el sueño para tornarlo en pesadilla viva? ¿Sabrán que su belleza crepuscular esconde una guadaña afilada?

La acuarela amarilla vuelve a besar el horizonte y yo, criatura del desvelo, me resigno ante su turbadora luz. Y me duele ver, ahora claramente, el abismo que me separa de la noche sagrada, cada vez más lejana y borrosa. De nuevo la arena me cubrirá hasta los ojos, y yo trataré, mientras haya luz alrededor, de sacar la boca a la superficie, luchando por respirar hasta que la noche vuelva a salvarme.  

Mis insolencias (Retratos y latidos)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora