Siempre me he preguntado a dónde van a parar todas las cosas que pensamos y nunca llevamos a cabo. ¿Qué lugar escogen esos planes perdidos, los propósitos cobardes? ¿Acaso terminan ocultos en el país de los «quise y no pude»? ¿O más bien en la frontera de los «pude y no me atreví»? Supongo que permanecen dentro de nosotros, imaginando cruelmente que algún día saldrán al mundo.
Lo mismo sucede con las palabras. Uno hace el esfuerzo de escoger el verbo preciso, la frase perfecta para lograr ciertos objetos. Pero a menudo limitamos su avance hasta la boca y las obligamos a volver a su origen, forzadas a desaparecer en una estela de vergüenza y arrepentimiento. Palabras que se nutren de la nada. Palabras que se pudren sin remedio.
Y las rumiamos en silencio, resignados a soportar su peso y el desorden que provocan. Son fantasmas heridos que deambulan sin consuelo por los pasillos del alma, esperando una libertad que nunca llega.
Entonces surgen los corazones rotos y las entrañas vacías; ruido blanco en el entusiasmo; la pataleta de un espíritu quejumbroso y enfadado con el mundo. Es cuando la torpeza va de la mano del desencanto en un residuo tan nocivo como irremediable, con la consecuencia de seguir almacenando más palabras y planes de los que podemos contar.
Sueños y palabras que se pudren en el rincón más opaco que albergamos... ¿Quién puede vivir con eso dentro?
Sólo un muerto.
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Mis insolencias (Retratos y latidos)
PoetryEl mejor retrato de una persona se obtiene al atender a cada locura que surge de su boca, tal vez a base de imprecaciones y verbos con vida propia. A veces sólo basta con dejar que el individuo divague unos minutos, incluso es posible que las insole...