T/N es una joven que desde muy pequeña soñó con ser un guardia real, protegiendo al Rey y a la Reina de todo mal. Su sueño se cumplió, llegó a ser un caballero, protegiendo y sirviendo a la nobleza de cerca, pero cuando la reina murió y el Rey Blanc...
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Esta es la isla de los cuentos de hadas, una tierra mágica de príncipes y princesas, brujas y monstruos, donde los accidentes por sucesos extraños ocurren todo el tiempo, es entonces cuando la gente nos llama. Los Siete Intrépidos; grandes héroes de la isla de los cuentos de hadas, en especial yo, Merlín.
Pero todo cambió, el día que derrotamos a un dragón y salvamos a una princesa, creímos haber salvado una bruja así que la atacamos, pero... nos equivocamos. No era una bruja, era una princesa, no solo eso, era un hada también, ¿cómo íbamos a saberlo? Parecía una bruja, y todo el mundo sabe que una princesa no luce como una bruja, de todos modos, ella quería darnos una lección, así que nos lanzó una maldición, una muy horrible y desagradable que nos convertía en pequeños y feos monstruos verdes cada vez que la gente nos miraba, y la única manera de romper la maldición era recibiendo un beso de la mujer más hermosa de todo el mundo, esto tiene que ser una broma ¿Con está cara?!
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Ya había pasado más de un año desde que el Rey desapareció y también la princesa. No tenía idea de donde comenzar a buscar, tampoco es que la reina me dejase buscarla, ya que según ella "Esa princesita ya se la comieron los lobos"... espero y no sea así.
Las campanas comenzaron a sonar y pude ver como el árbol que Regina había hecho que crezca en el estudio del Rey Blanco, empezaba a dar su primer fruto, o bueno, frutos, dos manzanas.
— Oh, mira T/N —me llamó un osito mientras señalaba las frutas del árbol mágico—. Son muy rojas, ¿no lo crees?
Yo simplemente asentí y seguí limpiando, enseguida escuché como las cerraduras de la puerta eran abiertas, dando pasó a una Regina mucho más anciana que antes, no tarde en colocarme a un lado de los pequeños ositos de madera quienes al ver a la reina dejaron de hacer sus tareas de limpieza y comenzaron a saludarla.
— Oh, hola su majestad —habló la osita más grande con algo de temor.
— Buenos días señora —hablé al uniso con el osito más pequeño de los tres.
