Capítulo dos: Letras sin traición.

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Atreus ayudó al sacerdote cuando le vio pujar para cargar un gran libro que no había visto antes. Lo puso sobre una de las mesas de lectura que había ahí. Estaba empolvado e increíblemente conservado.

— ¿Cómo está Diana? — Pronunció con inocencia el viejo. Atreus hizo una mueca de desagrado al escuchar su nombre, pues, veía a Leona en sus pensamientos. Triste, molesta y desilusionada.

— No hemos sabido de ella. Sólo nos bloqueó el paso a las montañas, donde aguardan los territorios fronterizos de su templo.

Percibía la congoja del hombre, por lo que trató de medir sus palabras.

— Atreus, hijo. — Le dijo con calma. — Vos sabéis que en nuestra religión, hay varios temerosos de aceptar a los Lunari como propios. Es por ello que, hemos decidido separadnos de ellos. — Atreus pareció confundido.

— No he escuchado ningún anuncio que lo confirme.

— Porque se está pensando. — Prosiguió, deslizando su mano en el anverso del libro, librándole del polvo que dificultaba ver su estampado. Atreus estaba asombrado al verlo. — Nosotros, los Ra'Horak no queremos y no aceptamos esta creencia. Debe ser separada.

— Leona no me dijo nada de esto. — Dijo, acariciando la luna creciente fijada en el libro, pulidamente ornamentada en plata.

— Porque no lo sabe. Ella no lo aceptaría, pensamos en decretarlo sin decírselo. Podría provocar la guerra si no procedemos de manera apropiada.

— ¿Pensáis traicionar a Leona? — Expuso, molesto. — ¿Aun sabiendo que es la elegida del Sol?

— Es por ello que necesito que leáis esto, Atreus. — Señaló el libro. — Ella tiene un destino... y dudo que queráis aceptarlo.

— ¿Y qué me pueden proporcionar esos escritos?

— La verdad sobre Diana. — Inclinó su mirada a la mano posada en la mesa. — Y el destino de Leona con ella.

— Yo sé que una tiene que morir, Lys. Dudo que sea Leona quien lo haga.

— No necesariamente, hijo mío... Por favor. Estúdialo.

Fueron sus últimas palabras antes de abandonar a Atreus en el gran salón. Respiraba con dificultad y sentía su pecho encogido por aquel encuentro.

"¿Debería decirle a Leona?" Pensó, mientras hallaba asiento en la larga mesa con el único libro que ahora le acompañaba. Lo contempló por instantes, titubeando en abrirlo o siquiera verlo tan fijamente. Resbalaron nuevamente sus yemas por el ornamento en plata y finalmente accedió a abrirlo.

Primeramente, no vio nada, más que la primera página en blanco; dio una vuelta más, teniendo cuidado de no maltratar las delgadas hojas. Esta vez, divisó un pequeño escrito, con impoluta caligrafía.

"De Lunas para estrellas".

Acarició su barba, dudando en si leerlo justo en aquel momento o simplemente llevárselo, puesto que Lys no le había prohibido sacar nada de ahí. Al menos no de cuando era niño. Cerró la reliquia y la sostuvo en sus manos con cuidado, subiendo las escaleras para abandonar la biblioteca. Ahora la duda que rondaba su mente era la situación de su líder.

[...]

El Sol brillaba calurosamente, casi a punto de caer, mientras el viento danzaba en los cabellos de la Solari. Escapar de las adversidades es muestra de cobardía para su gente, pero para ella, que no conocía de marchas hacia atrás, era descanso. Leona contemplaba el templo desde el pico del monte, perdida de su sendero.

Cenizas de la Luna. [Diana/Leona]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora