Introducción

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La sangre que traía en mis manos no era más que las consecuencias de mis actos. Todo ha sido mi culpa. Yo deje que esto pasara. Había creído que el mundo daba vueltas entorno a mí, entorno a mi nuevo poder obtenido gracias a la ciencia. Ahora lo veo con mis ojos llenos de furia y agonía.

Me había convertido en él. Me había convertido en lo que no habría querido mi madre. Me había convertido en un monstruo de poder y ambición que acompañó siempre a mi padre. Aquel monstruo había sido culpable de dos pérdidas muy significativas para mí, y ahora él regresó para transformarme en ese ser. Todo este tiempo estuvo persiguiéndome, pero nunca había tenido la oportunidad perfecta para convertirme en lo que había sido hasta ahora. Aquel incidente fue el momento perfecto para meterse dentro de mi alma y convertirme en una pesadilla para mi familia, mis amigos y mis grandes compañeros de trabajo que nunca había podido tener en mi otra vida. Todo aquello que había sido imposible de obtener fue deshecho con mucha facilidad por mi egoísmo, por mi idiotez y por no darme cuenta de la maldad que me consumía hasta volverme un ser que funcionaba por la conveniencia y no por los sentimientos.

Todo este tiempo no había distinguido la felicidad de la tristeza, la vida de la muerte, la satisfacción del dolor y la necesidad por la ambición. Estaba dentro de un espejismo que consideraba perfecto: imponía respeto con mucha facilidad, todos temían de mi nuevo poder, el mundo estaba a punto de arrodillarse ante mí. He sido un tonto como para imaginar eso. Ahora me debía arrodillar ante el mundo, ante ellos, ante esas bestias que se hicieron pasar por personas vulnerables y estúpidas. Lo tenían todo planeado esos bastardos. Sabían cuándo me iría, sabían a qué hora salía de mi trabajo, sabían de mi vida privada. He sido el responsable de que ocurriera lo inimaginable. Mi contraparte no quería esto, deseaba que no interviniera y quería compartir este cuerpo conmigo. Yo lo ignoraba, yo lo mantenía adentro de las profundidades de mi mente, yo lo golpeaba hasta que no pudiera argumentar una vez más. Él había tenido razón, él sabía esto sucedería.

Mi vida, mis sueños, mi nueva familia desaparecerían por culpa mía. Jamás debí acercarme a ellos, jamás debí acercarme a aquellas personas que me traicionarían, jamás debí arrebatarles ese poder propio e inseparable de ellos. Me tenían en la mira. Querían acabarme. Querían verme sufrir.

Tanto lo deseaban y terminaron por hacerlo. Acabaron con la vida de ella, la persona que me había ayudado en cada ardua y dura situación, que siempre había estado allí para rescatarme de mis crisis, que me amaba a pesar de no ser tan perfecto como otros. Yo no había sido así como ella me estaba viendo ahora, yo era todo lo opuesto a mi pasado.

Podía sentir como su cuerpo se enfriaba más, como temblaba de miedo. Su piel estaba tan pálida como la nieve de cada invierno alemán. Rechazaba cerrar sus ojos. «¿Acaso quería ver al culpable que acabó con nuestra vida o ver al más grande amor por última vez?», pensé. Sentí como pasaba su mano por el lateral izquierdo de la máscara que ocultaba el rostro dejado por el experimento que cambió todo mi destino.

«Te amo.», lo dijo con una sonrisa leve pero que significaba mucho para mí. Aún me amaba, todavía quería disfrutar aquellas tardes en los jardines, todavía quería disfrutar la vida conmigo y con nuestro hijo. Después de esa palabra, después de esa última palabra, ella perdió su vista sobre mí y su mano caía como una hoja en otoño.

Los escuchaba. Escuchaba esas pisadas fuertes que venían hacia nosotros. Podía oír a la perfección la pisada de esos traidores. Me lo quitaron todo: mi estatus, mi vida, mis amigos, mi hijo y...mi esposa.

Habían llegado. Sabía que me estaban apuntando con esas armas de bajo coste. Estaban listos para masacrarme y ver mi cuerpo tirado en un baño de sangre. Estaban allí para terminar conmigo y por fin irse a descansar en paz y recibir un merecido sueldo de aquellas sucias manos. Mi cuerpo temblaba; pero no era por el frío que sentía o el miedo de ser asesinado, sino por la ira que contenía, la furia que recorría por toda mi sangre y los deseos de venganza que estaba experimentando. Ellos me lo arrebataron todo. Nunca debí darles mi confianza. Nunca debí haberlos ayudado.

Me di la vuelta. Podía ver como temblaban ante mi poder, ante lo que en realidad había ocultado ante sus ojos. Allí estaba uno de sus comandantes. No podía sujetar bien su pistola. Temblaba como todos los demás. Jamás les perdonaré por lo que hicieron. Les había dado todo: conocimiento, inventos, armas, una mejor calidad de vida. Mis dos personalidades están de acuerdo: ellos debían pagar. Debían pagar el precio de su mayor error: acabar con todo lo que amaba.

Continuará...

LOS TRES IMPERIOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora