Capítulo dieciséis

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16


ALANNA


«Presioné el oso de peluche sobre mi pecho. Las voces de papá y mamá no me dejaron dormir. Salí de la cama sin hacer ruido y cerré la puerta de la habitación para que ningún monstruo se colara en el interior. Al bajar las escaleras añoré la presencia de Jiang que siempre se encontraba aguardando la puerta de nuestro hogar. Los gritos aceleraron mis pasos, y una vez que llegué al comedor, me senté en el suelo. Oculta detrás del enorme sofá blanco, escuché la conversación de mis padres.

—¿Te has vuelto loco? —Preguntó mamá. —Acabarán con nosotros. No deberías de haber vuelto a casa.

—No pasará nada malo, Moira. Lo tengo todo bajo control.

—¡Y una mierda! —Exclamó ella. «Mamá tendrá que poner un dólar en el cerdito rosa.» -Pensé, e intenté no reír. —Me prometiste que este año sería mío. Mi candidatura. Mi felicidad. ¡Mi maldita vida! ¡Joder, Gael! No puedo criar a esa niña yo sola.

Papá estaba más calmado que su mujer.

—Alanna es mi hija —susurró. —No me alejaré de ella. No me alejaré de ti, Moira. Pero necesito desaparecer un tiempo hasta que Vikram deje de seguir mis pasos.

Un grito de dolor me puso el vello de punta. Miré al señor Osito e intenté acomodarme en su pecho hasta que mamá dejara de llorar.

—Te matarán...

Alcé la cabeza del peluche y el corazón me brincó. No quería perder a mi papá, así que grité al escuchar las últimas palabras de mi madre. Salí de detrás del sofá y corrí hasta resguardarme en los brazos de él. Me cogió en brazos y acarició mi cabello.

—Cariño, ¿qué haces despierta?

—No podía dormir —admití.

Mamá nos dio la espalda y se encendió un cigarro mientras que se sentaba.

—¿Leemos un cuento?

Asentí con la cabeza, mientras que marcaba una enorme sonrisa.

—¿Mamá? —Pregunté, esperando a que ella se reuniera con nosotros.

Ella gruñó.

—No. No me gusta leer cuentos.

Papá la miró.

Abracé con fuerza su cuello, y nos alejamos del comedor. Al subir los escalones, Jiang apareció de nuevo en la puerta principal. Lo saludé con la mano y éste me devolvió el gesto.

Me tumbaron sobre la cama y cubrieron mi cuerpo con la sábana que dejé tendida a los pies de la cama. Papá cogió un cuento de historia y se acomodó cerca de la lamparita de noche.

—¿El caballo de Troya?

—Sí —aplaudí. —¿Por qué los griegos asaltaron a los troyanos?

—Los griegos eran conscientes de las riquezas que tenían los troyanos. Así que el rey griego encargó a sus soldados robarles a sus enemigos todo el oro que tuvieran en su poder y conquistar la ciudad. Pero los troyanos fueron astutos, y cuando vieron todos los barcos de los griegos, se escondieron en su fortaleza. Sabían que estaban a salvo de cualquier golpe que dieran los griegos.

Secuestrada por el peligroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora