15. Dejar ir para encontrar

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La noche había sido larga

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La noche había sido larga. Tal vez, habría sido mejor no haber vuelto a casa. Dormir en un parque en pleno invierno me parecía más apetecible que seguir oyendo los gritos de mi padre; cada palabra tiene una consecuencias, cada silencio también.

Había llegado a las seis de la mañana a casa, me había dado una ducha de agua fría y me había estirado en mi cama con los auriculares. Una canción de 5 Seconds of Summer sonaba en ese mismo instante. Seguí mirando el techo, cómo si allí estuviera la solución a mis problemas.

Cómo más abría los ojos, más se me cerraba el corazón.

Y así estuve hasta bien entrada el alba, sin dormir y con un sabor agrio en mi garganta. O en mi alma. Ya no lo sabía. Eran las diez de la mañana cuándo picaron varias veces en mi puerta.

— ¡¿No piensas hacer nada de provecho en toda la mañana?! — gruñeron desde el otro lado. Otra tanda de gritos y golpes en la puerta prosiguieron su voz.

Me levanté de la cama, me pesaba el cuerpo. Arrastré mis pies hasta la puerta y abrí. Un hombre más alto que yo me miraba con el ceño fruncido y los ojos encendidos. Los mismos ojos que yo había heredado y que tanto odiaba.

— ¿Qué quieres que haga? — suspiré, sin fuerzas para discutir.

— ¡A mí no me hables así, pedazo de inútil! ¡Por alguna cosa soy tu padre! Ayuda a tu madre — vociferó antes de coger su chaqueta de cuero e irse de casa dando un portazo.

Habría dicho que cada día me destruía más, pero no sé hasta qué punto se puede destruir a una persona. Me puse un chándal negro y me dirigí a la cocina, dónde mi madre limpiaba. Quise murmurar unos buenos días, sin embargo, las palabras murieron en mis labios.

— Deberías descansar — me sorprendí de mis propias palabras. — Ya limpio yo.

Ella iba a abrir la boca, horrorizada. Negué con la cabeza.

— Él no se va a enterar, mamá. Volverá tarde. Limpio yo — cogí la escoba de entre sus manos y me puse a barrer la casa.

Ella no se apartó de mí durante la hora que estuve limpiando el pequeño apartamento. En ningún momento medió palabra, pero el silencio tiene su propio lenguaje, la entendí. Fregué el suelo una y otra vez, como si de esta manera pudiera purgar el odio que había quedado arrinconado entre las paredes. Hacía mucho tiempo que esa casa ya no era un hogar.

— Deberías ir a dar una vuelta — dijo mi madre antes de irse a regar los Geranios de todos los colores que tenía en el balcón.

No me quedaba otra opción. Envié varios mensajes a Cristian, desde la noche anterior no daba señales de vida. Resignado, me puse las deportivas. Necesitaba correr, porqué cuándo el cuerpo corre la mente olvida.

Cuando vi el ascensor se me formó un nudo en el estómago de procedencia no identificada y, sin pensarlo dos veces, me encontré apretando el botón para subirme en él. El corazón se me aceleró cuándo las puertas se abrieron, el nudo en la garganta era cada vez más inevitable. Estaba vacío. Me resbaló una lágrima; no de aquellas que sale del lagrimal y patina por el rostro, sino de las que se resbala del corazón en silencio y llega hasta el alma. De las que duelen. Me sentía solo.

Hasta que dejemos de ser Idiotas ✔️ | EN FÍSICO CON MATCHSTORIESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora