12. Dos pares muy dispares

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¿Has tenido alguna vez la sensación que puedes tocar los olores y los colores? Levantas la mano y acaricias la brisa marina; palpas las estrellas que centellean al ritmo de las lluvias de febrero; hueles la luna, una mezcla de tierra mojada y días...

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¿Has tenido alguna vez la sensación que puedes tocar los olores y los colores? Levantas la mano y acaricias la brisa marina; palpas las estrellas que centellean al ritmo de las lluvias de febrero; hueles la luna, una mezcla de tierra mojada y días cortos de invierno. Todo te cala, haciéndote cosquillas, hasta el lugar más profundo de tu ser. Ese que ni siquiera sabías que existía.

Así me sentía yo en ese momento mientras observaba a Alek. La luz de su mirada chispeaba bajo las farolas mientras hablaba.

— Los únicos que te dicen la verdad se llaman tiempo y destino — sonrió. Un pequeño hoyuelo se le marcó en el rostro.

Negué efusivamente con la cabeza.

— El destino no existe. Somos nosotros mismos quienes creamos un camino, a partir de probar y errar. Las personas que piensan que existe el destino es porqué se creen incapaces de cambiar el futuro.

Di un sorbo al vaso rojo que sujetaba. La espuma de la cerveza me provocó un cosquilleo en los labios, dejando un rastro burbujeante y amargo por mi garganta. Prefería mil veces los tés de eucalipto con limón que preparaba mi abuela Pilar, y no esa bebida perjudicial para la mente y los secretos.

La fiesta se había desenfrenado hacía horas. No había vuelto a ver a Oliver, así que me había quedado con Alek. Tampoco es que tuviera más opciones. Habíamos acabado en unos columpios en el patio trasero de la casa, escurriéndonos del ruido embriagador. Nos balanceábamos lentamente, degustando las corrientes heladas del invierno. El vaho salía de nuestros labios cada vez que hablábamos o cantábamos a pleno pulmón las canciones que sonaban por todo la vivienda.

No tenía ni idea de cómo, pero habíamos terminando discutiendo sobre si el destino existía o no. Bebí un trago cuándo miré de reojo a Alek. Su piel dorada se sumergía bajo las farolas, dónde pequeñas luciérnagas parecían bailar salsa. Él se mordía el labio, pensando en mi contestación; yo quise que mordiera el mío. Culpemos el alcohol.

— No tengo palabras — contestó al final. — Tú ganas, pero sólo esta vez señorita Rose.

— Qué te lo crees. Lena Rose siempre gana — sonreí exultante.

Di un brinco cuándo se acercó a mí y me dio un golpecito en la nariz.

— ¿Sabes bailar? — preguntó.

Abrí mucho los ojos. La melodía de una canción de Ed Sheeran envolvió el ambiente.

— Si bailar significa que tus pies se enzarcen entre ellos, entonces sí. Sé bailar muy bien.

Me cogió de la mano y estiró de mí, como si fuera un simple pétalo en el viento. Dejó los vasos encima del columpio, me cogió de la cintura y comenzamos a girar a cámara lenta. Su olor cítrico se enredó en mi mente.

— Sólo por qué no sepas bailar, no significa que no debas bailar — me susurró en la oreja, mi piel se erizó.

— ¿Y esta frase tan célebre de quién es? ¿Tuya? — puse los ojos en blanco, luchando contra el pensamiento de esconder mi rostro en el hueco de su cuello.

Hasta que dejemos de ser Idiotas ✔️ | EN FÍSICO CON MATCHSTORIESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora