34. Perderse duele una vida

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*Id preparando los pañuelos*

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*Id preparando los pañuelos*.

— ¡No me podéis hacer esto! — chillé por el altavoz. Mi voz estaba ronca.

— Lo sentimos muchísimo Lena, de verdad. Pero en estas condiciones no puedes participar — me volvió a decir Ricky, mi compañero del club de letras. Sólo tenía ganas de coger una de mis enciclopedias catalanas y pegarle un buen golpe en la cabeza —. Tienes que entenderlo. Es el primer año que el instituto va a las nacionales.

— Joder, ¡nos hemos esforzado mucho! — me dio un ataque de tos. Un poco más y casi saco los pulmones.

— No te preocupes. Va a participar Alek en tu lugar, se presentó voluntario.

Lo maldije de las dos cientos veinte y una formas que conocía. El pelinegro conseguiría lo que se propuso: arrebatarme todos los méritos por los que había luchado. Todo por culpa de un simple resfriado.

Habían pasado cuatro días desde que habíamos ido al Tibidabo y se ve que bañarse con la ropa puesta jamás era una buena idea. Noel no estaba mucho mejor que yo. Ricky me colgó y yo, indignada y dramática, llamé a mis amigos para que vinieran. Ambos me dijeron que sí. Además, necesitaba que estuvieran todos juntos para explicarles sobre la beca de París. Ya era hora.

Me pegué una ducha rápida quitarme el dolor de pielque me provocaba la fiebre, y me puse un chándal cómodo de Mickey Mouse. Cogí a Hei-Hei, que me gruñó porque estaba hecho una bolita encima de mi cama, y me dirigí al comedor.

Astrid Ocaña, la madre de Jolene, se había quedado a pasar la noche aprovechando que mi madre tenía una semana de fiesta. Estaba en la cocina, ayudando a mí hermano con unos deberes de matemáticas. Doña Cecile estaba haciendo un sudoku.

Astrid, últimamente, venía bastante . Todo y tener un casoplón en el barrio rico de Barcelona, decía que nuestra casa era más familiar. No le faltaba razón.

Jolene se había quedado alguna que otra noche. Dormíamos juntas en mi habitación y, aunque me costaba aceptarlo, las noches de chicas con ella eran divertidas. Sobre todo, cada vez que chillaba por culpa de cualquier ruido. No estaba acostumbrada a vivir en un piso de sesenta metros cuadrados.

— Te prometo que no soy idiota — refunfuñó Marcos mientras se alborotaba el pelo con las dos manos, exasperado —. Se me daban bien las mates, al menos hasta que lo jodieron todo mezclándolas con el alfabeto.

Ellos dos empezaban a llevarse bien. Se notaba que Astrid era profesora de secundaria. Sonreí mientras cogía una taza para hacerme un batido de chocolate. 

— ¿Cómo te encuentras? —mi madre vino corriendo. Me puso el dorso de la mano en la frente —. ¿Tienes fiebre? ¿Te has tomado la pastilla? Pero primero tienes que comer algo. ¿Has comido alguna cosa? Necesitar comer. Te voy a hacer unas crepes de fresas. Son tus favoritas, ¿no?

Hasta que dejemos de ser Idiotas ✔️ | EN FÍSICO CON MATCHSTORIESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora