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Las personas deberíamos tener alas, podría moverme a todos lados sin tener que usar mis piernas.

—Espera, espera. Ya no puedo. —me doblé y coloqué mis manos sobre mis rodillas, mi respiración estaba entrecortada.

—Que poco aguantas.

—¿Es que tu estás...? —sentí que me faltaba el aire.

—¿Guapo? Ya lo sé. —me guiñó un ojo

—Loco. Tú estás loco.

—Te acabo de salvar y me dices loco. ¡Wow!

—¡Sí! No veo la necesidad de huir, no hicimos nada malo.

—Lo sé, pero es más divertido.

—¿Divertido? ¡Ja! ¡¿Te parece divertido arrastrarme contigo?! La policía ahora sí va a creer que hicimos algo malo. —miré a mí alrededor, no sabía en qué calle estaba— Y ni siquiera te conozco.

—Oh, tienes mente de Dory. —sonrió— Me llamo Kai. —me extendió su mano.

—No estoy para juegos, debo irme.

Sacudí un poco mi ropa y empecé a caminar.

—¿A dónde vas?

—A mí casa, muy lejos de ti.

—Que extraño. Normalmente todas las chicas no huyen de mí.

—Pues esto será nuevo para ti, pero esta chica no quiere nada contigo.

Seguí caminando sin mirar atrás, si lo hacía podría ver su cara maligna mientras me asesinaba.

—Bueno, chica que no quiere nada conmigo, estás caminando en dirección opuesta.

Detuve mi caminar.

—¿Ah? ¿Es que acaso sabes dónde vivo? —me acerqué a él— ¿Desde cuándo me acusas chico raro?

Una sonrisa se formó en su rostro mientras yo esperaba no morir.

—Me parece que ves muchas películas. —bajó la cara y su mano derecha rozó su mejilla.— Venimos en aquella dirección, —señaló hacia un claro— debes caminar hacia allá para llegar a la calle principal, luego podrás ver que camino tomar.

Me quedé mirando el claro, luego lo miré por un momento a él.

—Ya lo sabía.

Comencé a caminar, pero esta vez más rápido.
Unos árboles tapaban la mayor parte de la luz de la luna, comencé a sentir frío y lo único que pude hacer era frotarme los brazos con mis manos.

—¿Tus piernas siempre han sido así de pequeñas? —pegué un pequeño brinco, creí que ya me había alejado lo suficiente de él.

—No. Antes eran más largas, pero me aburrí de eso y me las corté. —fruncí el ceño, pero creo que no lo notó.

—¿Sarcástica, eh? Me agradas.

—No te culpo. Le agrado a todos.

Algunas hojas crugían bajo sus pies, los tenía enormes.

—Tienes unos pies enormes. —me arrepentí de aquellas palabras, sin embargo, ya era demasiado tarde.

—Antes tenía pies de duende, pero me aburrí de eso y me los agrandé. —no pude evitar soltar una risa ante su comentario. Pude notar como me miraba mientras sonreía.

La música de la fiesta se escuchaba cada vez más cerca, ya debía estar a pocos pasos de la calle.

—¿Eres de aquí? —me interrogó el chico que tenía a mi lado.

No soy Cenicienta pero sí perdí mi zapatillaWhere stories live. Discover now