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—¡Por el amor de dios! ¡Felipe, ya estoy harta de tu hija! —Lucía gritó en cuanto cruzamos la puerta, todo el camino en el auto no dejaba de parlotear sobre lo irresponsable que soy.

—Tienes razón, te saco de tus casillas, soy la peor persona de todo el mundo y cualquiera existente. —me senté en el sillón de la sala y dejé la mochila en el suelo— Pero no te preocupes que hay una solución para eso ¿ves eso de allá? —señalé a mí izquierda—, se llama puerta y sirve para que te salgas. Intenta usarla.

—¡Felipe, ven acá! —apretó demasiado sus manos, no debería hacerlo, podrían estallar y yo tendría que limpiar.

Papá bajo las escaleras aún vistiendo su bata de dormir, ha estado desempleado por una semana y aún no encuentra algo que se ajuste a lo que él hace. Le dije que mientras tanto hiciera algo que siempre quiso hacer y, tal parece que lo que siempre quiso hacer era quedarse en cama todo el día.

—Por el amor de dios, cámbiate. Ya es mediodía.

—Me veo bien. —metió sus manos en las bolsas de sus batas. —Ya estoy aquí, ahora dime qué pasa. —se sentó en el sillón a mi lado.

—Pasa que tu hija incendió el laboratorio de la escuela, tuvieron que evacuar.

—No fue nada grave, mi experimento salió mal y el maestro exageró.

-¡Llamaron a los bomberos!

Que barbaridad, había visto muchas veces gritar a Lucía pero ahora podía ver claramente una vena saltada en su frente, bien podría hasta tener vida propia.

Papá la veía pero parecía no ponerle atención, suspiró y se rascó el cuello.

—Ella, no puedes seguirte metiendo en problemas. En cualquier momento el director ya no tendrá compación de ti y te expulsará.

—¡Oh, por favor! Yo solo soy una víctima de la Ley de Murphy.

—¿Quién es Murphy? —cuestionó Lucía cruzada de brazos.

—La Ley de Murphy dice que, si algo malo puede pasar, pasará. —respondió papá.

Mi madrastra comenzó a golpear el tacón de su zapatilla contra el piso.

—Ella, estoy hablando en serio. Intenta comportarte.

—¿Comportarme? No soy un animal.

—¡Pues entonces no te comportes como uno! —gritó y se levantó del sillón muy molesto.
Tanto Lucía como yo estábamos muy sorprendidas; papá no era de las personas que solían gritar aunque la situación lo ameritara.

—Lo siento. —dije por lo bajo, no sentía lo que sucedió en la escuela, pero si sentía haber sido la causa del grito de mi padre.

—Está bien. —dijo ya más calmado— Ve a tu cuarto.

Me paré del sillón y tomé mi mochila para ir hacia las escaleras, no quería quedarme para descubrir si seguía enojado.

—¿Eso es todo? ¿Ve a tu cuarto? Frank, le has dejado pasar muchas a tu hija, es hora de que le des una sanción. —estaba por pisar el primer escalón cuando a Lucía se le ocurrió abrir la boca.

—No creo que castigarla ayude en algo. —por eso amo a mi padre.

Continué mi subida.

—Pues si tú no la castigas, yo sí lo haré.

Oh, no lo acaba de decir.

—¿Qué propones?

Tú no, papá.

No soy Cenicienta pero sí perdí mi zapatillaWhere stories live. Discover now