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—¿Siempre lanzas tus cosas por toda tu habitación? —me cuestionó Hamilton recargado en la puerta.

—Sí. Es una nueva manera de encontrar lo que necesito.

Entró a la recámara, se sentó en la cama y empezó a observarme.

—Curioso.

—¿Jorge?

—¿Qué?

—Nada. ¿Qué es curioso?

—Que cuando mi tía habló sobre sus zapatillas tú te pusiste muy nerviosa, y ahora estás aquí buscando algo como loca.

—Para nada es curioso. Sólo es una coincidencia. —escuché como se levantó de la cama.

—¿Sabes que otra cosa es curiosa?

—No tengo ni la menor idea de que cosa es curiosa.

—Pues que recuerdo muy bien algo que sucedió anoche.

—¿Ah, sí? Da la casualidad que yo también recuerdo algo que sucedió anoche. —Me enderecé y lo miré a los ojos—. No me dijiste tu verdadero nombre.

Crucé mis brazos y entrecerré un poco los ojos.

—Eso no es verdad. Tú fuiste la que no me dijo su verdadero nombre.

—En mi defensa, no te conocía.

—Sí, bueno, pues en en mi defensa... No mentí. Kai es mi nombre.

—Espera. ¿En serio te llamas Malakai Hamilton?

—Al revés.

Di media vuelta.

—¡Así no! Me llamo Hamilton Malakai.

—Ah.

—Y no me cambies el tema, estábamos hablando sobre ti. Lo que recuerdo de anoche es que tú, —me señaló— te quitaste unas zapatillas porque te molestaban.

Miré el suelo.

—¿Será, acaso, que esas eran las zapatillas de mi tía?

Me miró directo a los ojos y me sentí más pequeña de lo que ya era.

Traté de desviar la mirada, pero si lo hiciera sólo me delataria yo sola.

—Estás muy equivocado, son otra zapatillas muy diferentes.

—Seguro. —miró a la puerta y camino hacia ella. La cerró.

—En lugar de cerrar podrías salir por ella.

—Es más divertido estar aquí.

—A mí no me lo parece.

—Sólo di la verdad, ella entenderá.

—¿Decir la verdad? Eso nunca, me mandarán a un campamento para señoritas. —me alteré.

—¡Aja! —gritó emocionado— Entonces sí son las mismas zapatillas.

Sonreía como si hubiera descubierto algo sumamente importante.

—Sí, las tomé sin permiso y ahora no sé en donde la dejé.

Empezó a andar hacia la puerta.

—¿A dónde vas?

—A decirle a mi tía.

—¿Qué? —corrí hasta él y le detuve la mano antes de que pudiera girar el picaporte—. Tú no harás eso.

—¿Y por qué no?

—Pues porque sino familia.

—Pero no de sangre. —alzó una ceja.

—Bien, ve y dile. —fruncío el entrecejo—. No voy a detenerte.

No soy Cenicienta pero sí perdí mi zapatillaWhere stories live. Discover now