29. Las inseguridades son nuestro peor enemigo

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CLOE



Un chico alto, pelirrojo y con una sonrisa muy amplia se nos acercaba sofocado. La mascarilla era un bonito adorno colgando en su oreja.

—¡Tío, cuánto tiempo! ¿Qué tal estás? —Chocaban los puños y se abrazaban con afecto.

—¡Ey, Roi! —respondió con entusiasmo— Sí ¿desde enero? Creo.

Exacto, menuda fiesta ese día, ¿no? —Risa estruendosa por parte del intruso que interrumpió el mejor momento de mi vida.

—Fue intensa, la verdad. —Erik pasaba su mano por el cabello con nervio.

¿Qué ocurriría ese día? Porque ambos se reían cómplices y hablaban con los ojos. Yo los observaba como en un partido de bádminton, de lado a lado, sin entender nada...

—¿Qué te trae por aquí? Aprovechando a las coruñesas, ¿no? —El pelirrojo me guiñó un ojo, sonrió y puse los ojos en blanco. No me parecía gracioso su comentario.

—¿No se celará Lucía?

¿A quién se le ocurría hacer esa pregunta tan tonta? Pues al risitas este. Aparte de inoportuno, ingenioso.

Me revolví incómoda cruzando los brazos a modo de fastidio y Erik respondió con reserva:

—Eh... Lucía y yo lo dejamos, y Cloe... —suspiró— es solo una amiga. —Se encogió de hombros justificándose.

En ese momento sentí una punzada en el corazón, pero ¿no entiendía por qué? Sí, era verdad, solo éramos amigos, más bien simples conocidos que se habían visto un par de veces...

Roi añadió.

—Quedé con los chicos en Orzán, si queréis podéis venir, se alegrarán al verte.

Erik me preguntó con ojos interrogantes y esa sonrisa cautivadora, con dientes perfectamente alineados. Yo le sonreí asintiendo, me moría de emoción. Era la primera vez que un chico me tomaba en cuenta. Entonces le dijo a Roi:

—Claro que sí, pero tío, necesito quedarme en algún sitio esta noche.

«¡Ay rubio, yo te llevaría a mi casa!» Juro que me encantaría, pero mis padres ni de coña me dejarían; no saben que estoy con un chico que conocí por internet, si se enteraban me mataban seguro.

Mi excusa para salir fue que quedaba con unas amigas del instituto en el marítimo. Mi madre frunció el ceño, ella sabía que mi única amiga era Lola, pero no sé por qué razón decidió confiar en mí y me dejó sin poner excusas.

—Tú te vienes a mi casa —exclamó su amigo dándole una palmada en el hombro.

Estaba feliz, era mi primera salida con gente nueva y con un chico de infarto. Hoy nada podía salir mal.

Comenzamos a caminar junto a Roi, lo que me pareció una eternidad. Anduvimos hasta el final de la playa del Orzán por el paseo marítimo. Ellos iban hablando de fútbol, de que el Celta era la bomba y del descenso irremediable del Deportivo a segunda B. Era la eterna rivalidad de dos ciudades. Mi padre era muy futbolero y yo seguía con él los calendarios, "Herculina" a muerte y defensora ciega del equipo de mi ciudad, así perdieran. No abrí la boca, solo oía mientras deglutía todo lo que me estaba ocurriendo. En ese momento me sentí un poco excluida, pero Erik se debió dar cuenta y me pasó un brazo por encima del hombro, las mariposas regresaron a mi cuerpo. «Joder, un solo roce y mis vellos se ponían de punta».

Al llegar a aquella reunión improvisada, había un montón de personas sentadas en círculo, con vasos en la mano. En el centro, botellas de refresco y varias botellas de vodka. «Uff, Cloe, botellón en toda regla». Mi yo interior canturreaba y mi lado perverso se reía «tú querías fiesta, pues toma fiesta. ¡Ay si la mamá se entera!»

Mis días de adolescente.  Amar. I (Publicado en físico)Where stories live. Discover now