El Final

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Tres meses en una villa privada con el océano frente a mi tuvieron que hacerme sentir mejor. En realidad si lo hicieron,  en cierto punto. Theo se la pasó dibujando el paisaje, en ocasiones a mi incluida y cada día me sorprendí más de ver la forma en la que expresa lo que siente en los lienzos o en las hojas de papel. Me parece aún más increíble la forma en la que lo disfruta, como si de algún modo esto le diese más fuerza. 

— ¿Te he dicho que te vez realmente atractivo mientras dibujas? —suelto, observándolo desde la cama. Hoy es nuestro último día aquí antes de volver a Nueva York. 

— ¿Solo mientras dibujo? —me responde desde la silla en la que está, sin camisa y muy concentrado en su cuaderno de dibujo. 

—Todo el tiempo, ¿qué dibujas? 

—A la chica más hermosa en Mónaco —suelta aún sin observarme lo cual me da una idea para molestarlo. 

—No tenía idea de que usabas a Marjolee como inspiración. 

Theo automáticamente levanta la mirada y me observa como si le hubiese dicho la peor atrocidad del mundo. 

—Tu no acabas de decir eso —dice levantándose de su asiento dejando el cuaderno de dibujo a un lado, saltando a la cama demasiado rápido como para poder prepararme psicológicamente. Sus labios chocan con los míos dejándome completamente desarmada. 

—Me gusta esta forma de despertar —menciono y el sonríe haciéndose a un lado —, realmente no me quiero ir. 

—Ni yo, este ha sido un gran verano. 

—Lo fue, ¿no podemos quedarnos a vivir aquí? Es decir, la villa siempre está vacía en primavera y en otoño —él ríe asintiendo y se acuesta a mi lado. Ambos observamos el techo de la que ha sido mi habitación los últimos tres meses, aunque ha sido más nuestra que mía. 

—Algún día, te lo prometo. 

— ¿Qué? —pregunto sin saber realmente a qué se refiere. 

—Viviremos aquí algún día, los dos juntos.  

No puedo evitar sonreír, se que es una promesa que jamás podrá cumplir, su familia no lo permitiría nunca, pero me emociona ver que realmente lo consideraría.


El viaje de vuelta a Nueva York fue calmado, intenté no dormir las siete horas de vuelo pero fue casi imposible, aunque Theo siempre ha sido un compañero de viaje excepcional, jugamos cartas un rato y luego me deleité observándolo dibujar, hasta que ambos caímos dormidos, y para cuando mis ojos se abrieron lo único que divisaron fue el aeropuerto John F. Kennedy bajo nosotros en donde estábamos a punto de aterrizar. 

—Bienvenida a casa —dice Theo a mi lado besando mi mejilla dulcemente tomando mi mano y entrelazándola con la suya. 

Luego de revisiones migratorias y de equipaje somos libres de irnos. 

En teoría aún faltan unas dos o tres semanas para que inicien las clases tanto en Columbia como en Harvard, así que incluso si decidiera irme a alguna de las dos, tengo suficiente tiempo para estar con Theo y decirle todo lo que sucedió, el plan de su padre y la idea que tiene con el mío de hacerme una especie de súper agente secreta de la CIA. Todo parece una locura. 

Han pasado un par de días después de volver de Mónaco y hoy parece ser que el verano realmente comienza a alejarse, hace frío lo cual es normal en Nueva York en estas fechas pero el viento es lo que me causa cierta alegría. 

—Soph, ¿qué estas haciendo en el piso? —mamá me observa desde la puerta de mi habitación con el ceño fruncido, esto es algo que siempre me ha gustado hacer, solo tirarme al piso y observar el techo sin más, en ocasiones con música de fondo y solo pensar en nada o en todo. 

Sophie, Schlesinger ExtrasWhere stories live. Discover now