Capítulo 2 - La chica misteriosa

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"Los monstruos son reales, y los fantasmas también: viven dentro de nosotros y, a veces, ellos ganan" - Stephen King

Yo era muy pequeña cuando mi padre murió. Llevaba cinco días sin volver a casa, sumido en un sueño artificial en una clínica extremadamente cara a las afueras de Valencia, bastante lejos del pequeño pueblecito donde los tres vivíamos felizmente por esa época; con el trabajo de mi madre, que por ese entonces estaba de becaria, y los precarios trabajos de mi padre nunca nos hubiésemos podido permitir un lujo como aquel si no fuese por mis abuelos, los padres de mi padre, esas personas que ni se molestaron en aparecer el día de su funeral pero que pagaron todos los costes del tratamiento, como un último regalo de despedida a su único hijo.

Nunca olvidaré el día en que mi madre apareció, con sendas ojeras bajo sus ojos verdes, a la salida del colegio para decirme que finalmente mi padre había pasado a la otra vida. Podéis pensar que, derrumbada, lloré sobre sus brazos, o que caí en un mutismo silencioso que duró hasta muchos días después de finalizar el funeral, pero la verdad es que simplemente la miré extrañada y dije, totalmente convencida:

 –Mamá, ¡sí está aquí contigo!

Mi madre, con la boca desencajada por la sorpresa, intentó mantener la compostura e hizo como si hubiese dicho que quería tomar un refresco; acababa de perder a su marido para descubrir que su pequeña Alex sufría evidentes signos de locura.

Esa tarde me observó constantemente, analizando mi alarmante comportamiento. Tras el funeral, no tardó en llevarme a varios expertos, supuestos eruditos del tema. El proceso duró bastantes meses y acabó con los pocos ahorros de mi madre, que ahora tenía que alimentar a su hija partiéndose el lomo y con una parca pensión de viudedad.

Todos los psicólogos, doctores y expertos con los que hice acto de presencia en esos meses intentaban convencerme de lo mismo: mi padre se había ido para siempre, era imposible que lo siguiese viendo. Decían que mi mente no quería aceptar la realidad de los hechos, hasta buscaron un nombre técnico para lo que me pasaba, pero la verdad es que mi padre era para mí tan real como antes de dejar este mundo; seguía a mi lado, animándome cuando me caía en los columpios, consolándome si algún niño travieso me estiraba de las coletas en la guardería y tocándome el pelo por las noches para que me durmiese.

Para mí, mi padre murió el día en el que dejé de verlo. Entonces sí que eché a llorar y sentí ese vacío que mi madre debía de sentir aún más grande en su corazón. Para entonces, mi padre ya llevaba muerto más de un año.

Es duro criar a una hija tú sola, y más si no actúa como una niña normal. Por eso, cuando aquel demonio etéreo apareció en mi vida, decidí no comentárselo a nadie; no quería causarle más dolor a mi madre. Pero, sobre todo, no quería que volviesen a tomarme por loca.

Aun así, con el paso de las semanas, se hace más difícil ocultar que algo ocurre. He aprendido a ignorar a ese ser, hacer como si no existiera, pero el esfuerzo me consume por dentro. Soy incapaz de concentrarme en lo más simple, me tienen que repetir las frases dos veces para que llegue a comprenderlas y mi cansancio constante me impide quedar con nadie.

He pasado las últimas semanas del verano encerrada en mi habitación junto a ese ser, con mi madre observándome preocupada, saliendo sólo para asistir a mis sesiones diarias de clases en la academia. Ya no intento hablar con él, hasta evito mirarlo fijamente, pero el demonio sigue ahí, ejerciendo sobre mí una presión inaguantable. Con su presencia constante y silenciosa se ha convertido en una verdadera tortura.

Salgo de casa para las recuperaciones de septiembre. Entro en la clase y, sentándome en una mesa cercana a la ventana, ignoro deliberadamente a Michael, que me saluda desde la otra punta de la pequeña sala. Veo cómo frunce el ceño, pero me siento incapaz de hablarle en este estado. Primero tengo que librarme de mi demonio personal.

Outsiders (en español)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora