𝑪𝑨𝑷𝑰𝑻𝑼𝑳𝑶 𝑫𝑰𝑬𝒁

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La vecina de Aran, la señora Marge, lo saludó con una sonrisa cuando él iba llegando a la puerta de su departamento

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La vecina de Aran, la señora Marge, lo saludó con una sonrisa cuando él iba llegando a la puerta de su departamento. Intentó corresponderle con una sonrisa fracasando por completo. Por suerte para Aran, ella se negaba a usar sus gafas porque creía que no se vería coqueta y prefería ir dando tumbos antes de poder ver lo que tenía más allá de sus pies.

Cuando Aran llegó a la puerta, no pudo atravesarla. Se quedó parado por unos segundos mirando la avejentada puerta de madera que parecía tener partes algo roídas por el tiempo. Se quedó allí sin saber cómo podría lidiar con la situación adentro. Era mucho más fácil entrar cuando solo Hada esperaba por él, no habría que hablar sobre el trabajo ni lo que ocurría más allá de esas paredes y la televisión se prendía mayoritariamente para observar caricaturas. En cambio, ahora había una mujer dentro que entendía lo que ocurría, que trataba de ignorar las noticias y a su vez no podía dejar de prender cada tanto para saber lo que decían sobre el círculo y sobre ella misma.

Aran debía entrar a esa casa y contarle que ahora no solo lidiaría con la secta entera, sino con su agresor, que trató de matarla, y está desquiciado encerrado en su mundo de demonios. Miró la puerta de madera únicamente decorada por esos números que indicaban su departamento y se armó de valor.

Como si compartieran un sexto sentido, tanto Hada como Sara supieron al instante que Aran no se encontraba tan bien. Pero ambas, silenciosamente cómplices, decidieron pasar por arriba ello y trataron de hacer amena la noche que quedaba. Hada los distrajo continuamente con conversaciones banales, sobre caricaturas o de las tareas de su escuela mientras que Sara se había propuesto hacerse cargo de la cena. La noche fue pasando y a Aran no se le olvidaba que el tiempo corría demasiado rápido y que tarde o temprano se tocaría el tema, justo después de que Hada se fuera a la cama.

Cuando eso pasó, se sintió tan devastado que ni bien se sentó en el sillón no tuvo ánimos para nada más. Cerró sus ojos por unos momentos mientras sentía como toda su energía era absorbida y no le quedaban ni ganas para repasar y hacer el papeleo de siempre por la noche.

Sara terminó de lavar los platos, tomó dos tazas y comenzó a preparar café. Cuando terminó se sentó a su lado en el sillón y ninguno de los dos habló, compartieron ese momento en el silencio donde se reconfortaron con su mera presencia. Entonces, cuando el café escaseó Aran se decidió por hablar y dejó su taza en la mesa ratonera frente suyo.

—¿Puedo hacerte una pregunta personal? —preguntó Sara para sorpresa de Aran, él asintió hacia ella—. ¿Hace cuánto que... son solo tú y Hada?

Pestañeó un par de veces, la pregunta lo tomó por sorpresa. Entendía su curiosidad, era bastante obvio dado que todo este tiempo ella solo los había visto a ellos dos.

—Bueno, el accidente ocurrió hace ya unos cuantos años —le explicó—. Yo acababa de cumplir los 18 años y estábamos yendo de vacaciones. Llovía demasiado fuerte, era de noche, la carretera tenía demasiadas curvas y papá no se dio cuenta que se había inclinado hacia el otro carril hasta que el camión apareció.

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