𝑪𝑨𝑷𝑰𝑻𝑼𝑳𝑶 𝑼𝑵𝑶

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No era el bullicio lo ensordecedor de la escena, más bien era el silencio que había detrás de él

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No era el bullicio lo ensordecedor de la escena, más bien era el silencio que había detrás de él. Aran Kang se sentaba detrás de su nuevo escritorio, justo a un lado del de su compañero de equipo, mientras veía cómo le daban la terrible noticia a la familia Ibarra. Los gritos y llantos de dolor estremecían el ambiente, pero fue más desesperante esa calma que no se conseguía tan fácilmente en una jefatura. No se escuchaba el sonido de las hojas, tampoco el traqueteo de las computadoras o las lapiceras cayéndose ni el jaleo típico de las personas que entraban y salían de la oficina. Todos se mantenían en silencio, en una nubosidad de calma que no sentían, en la desesperanza sazonada con rencor y furia.

El detective Max Carver, con aquella mirada penetrante y seria tan usual en él, se acercó al muchacho nuevo para repartir órdenes. Aran lo observó desde su puesto, notando la barba nevada que llevaba ya algunos días sin afeitar y las ojeras que todos tenían por haber pasado casi toda la noche fuera bajo la lluvia torrencial.

—Nos llegó un nuevo aviso —notificó Carver—, a moverse.

Aran Kang cerró la carpeta que venía hojeando, aquella en la que la cara de Jazmín Ibarra aparecía como una dulce colegiala de cabello azabache y donde más adelante las fotos se repetían en muestras de golpes, cortes, una quemadura de doble círculo y, finalmente, la herida que causó su muerte: un cuchillo enterrado a la altura del corazón.

El muchacho corrió detrás de su nuevo mentor junto con los otros dos detectives, Rita O'Donell y Robert Hoult; ambos eran más grandes y experimentados en el oficio. Kang era el niño que venía a revolucionar el departamento justo en la época más tensa, justo cuando una secta aterrorizaba la ciudad.

—Vamos en tu auto —ordenó Carver—. Rita y Rob, vayan en el mío.

El detective tiró las llaves al aire para que Rita termine por atraparlas, los cuatro se dirigieron rápidamente al estacionamiento del edificio mientras revisaban que tanto sus armas reglamentarias como sus placas estén en su lugar.

Aran encendió el motor para dar marcha atrás y dirigirse a la carretera rápidamente. Él hizo ademán de sacar la luz de debajo de su asiento para pegarla al techo del vehículo y así serpentear por las calles con rapidez, pero Carver lo detuvo.

—No quiero que sepan que vamos —explicó.

—¿Qué es lo que dijeron exactamente? —se interesó Aran Kang.

El detective rascó su barba mientras hacía una mueca, no estaba cómodo con todo este asunto de la secta. Ellos le parecían una banda de adolescentes inadaptados al principio, hasta que las muertes y desapariciones fueron creciendo y se dieron cuenta que el grupito no era solo eso. La secta estaba conformada por gente de todas las edades, correteaban de noche por la ciudad de Portland y hacían temblar a los habitantes. Era una secta cuyos miembros te embaucaban en pensamientos de libertad, lujuria y hermandad para atosigarte, más tarde, en un camino de perdición absoluta.

EL CÍRCULO ©  |  #PGP2022Where stories live. Discover now