Capítulo cuatro

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Sky.

-¿Como lo estás llevando, Sky?¿Aún tienes insomnio?¿Sientes tristeza en demasía?

Suspire rigurosamente. Fijando mi atención en un reloj que estaba guindado en la pared frente a mi dejándome llevar por el suave tick tack de las agujas.

Apreté la pelota de goma en mis manos, buscando las palabras adecuadas para responder a las preguntas de Abel, mi psicólogo.

Clave mi vista en los ojos ambarinos, que me devolvian la mirada de manera serena.

Hace aproximadamente cuatro meses que he estado asistiendo semanalmente a un psicólogo. Admito que, la primera vez que Liah me propuso la idea me pareció fuera de lugar, pero, con el pasar del tiempo descubrí que hablar de mis problemas con alguien totalmente desconocido podía resultar tranquilizante.

El chico moreno frente a mi no me juzga, tampoco me presiona para hablar y eso, es una de las cosas que me hace sentir más cómoda.

-El insomnio sigue, las pesadillas no tanto- Hablé, de manera parsimoniosa, tomandome el tiempo necesario para idear una respuesta aceptable.

-¿Como te sientes con respecto a tu ahora, recién nacido hijo?- La pregunta me tomó por sorpresa, causando que un pinchazo surcara mi pecho.

-No lo sé- Admiti, los ojos del chico frente a mi me observaban con condescendencia.

Abel Roldán era un hombre guapo. No poseía esa belleza que te dejaba sin habla como la de Bruno pero, sin duda alguna, tenía sus encantos. Su par de preciosos ojos ambarios combinaban a la perfección con su piel marmoleada, en conjunto de su cabellera color chocolate y un cuerpo formado.

La primera vez que lo conocí me habia tornado renuente a abrirme con el pero, su frecuente persistencia, aunado a su peculiar y afable personalidad causaron que comenzará a dejarlo entrar de a poco.

Liah me presentó al chico en una desastrosa cena que ella organizó. Según me contó, lo conoció en la Facultad de psiquiatría. El hombre se graduó hace unos años y pasaba por allí de vez en cuando a dar una que otra conferencia a los nuevos alumnos matriculados.

Liah, a diferencia de mi, se había decantado hacia la medicina. Hace unos meses que había empezado en  la facultad de psiquiatría.

A su vez Bruno, actualmente, se encontraba trabajando para una reconocida empresa, administrando las ganancias y encargándose de toda la parte financiera en general.

Y yo, pues yo me encuentro aquí. Tumbada en el sofá de un consultorio, tratando mis inquietudes mentales con un especialista.

Un carraspeo me trajo devuelta a la realidad. Parpadeé un par de veces para poder dibujar mi entorno antes de retomar el hilo de la conversación con mi ahora doctor.

-Sabes que esos sentimientos contradictorios no harán más que dañarte, tienes que perdonarte; perdonar a todos aquellos que te hirieron para así soltar la carga y avanzar-Asienti, el hombre detrás del escritorio me miró ceñudo, inconforme con mi casi nula contestación.

-Respecto a...

-Debo irme- Puntualice, a medida que me levantaba del mullido sofá a una velocidad vertiginosa; Abel suspiró en desacuerdo, pero de todos modos asintió y no refuto.

Le dediqué una última mirada antes de salir de aquel alegre consultorio para comenzar a andar en dirección a casa.

Disfruté del sol que me daba de lleno en el rostro. Eran aproximadamente las seis de la tarde y el clima afuera estaba húmedo. El invierno se había marchado, pero no acabo de llevarse del todo los inhóspitos días gelidos.

Pase por una farmacia de camino, para así obtener los antidepresivos y somniferos que Abel me resetaba.

Hace más o menos dos meses que empecé a tomarlos. Según me explicó el chico de ojos ambarios, eran para ayudar a "mantener" mi estado de ánimo y así alejar de mi cabeza los pensamientos suicidas que llegaban a mi de vez en cuando.

Pero, yo era plenamente consciente, de que esas pastillas sólo lograban anestesiar mis sentimientos por un par de horas. Porque, al final de la noche, el resultado era el mismo.

Una vez el edificio donde ahora resido con mi primo y su pareja apareció en mi campo de visión apreté el paso, ansiosa por encerrarme en las cuatro paredes de mi habitación.

Saludé al portero una vez entre, tome el elevador y baje cuando llegué al piso séptimo; me adentre en el pasillo correspondiente y abrí la puerta.

La imagen que me recibió cuando puse un pie dentro tambaleo mis sentidos. Causó que mi corazón comenzará a latir desbocado a medida que mi respiración se incrementaba.

Un nudo se instaló en mi garganta, impidiendome formular palabra alguna. Mis ojos picaban y mi cabeza dolía.

Esa criatura, como yo suelo llamarle, Esta recostado en su coche, con un chupete en la boca y sus característicos ojos verdosos de par en par.

Di un par de pasos en su dirección, a medida que sus pequeños ojos me seguían, como si de verdad fuera capáz de observarme.

Sus ojos eran tan jodidamente iguales a los de el que dolía. La piel rosacea, en conjunto de la cabellera lisa y negra, sumando  la nariz perfilada y sus los labios rellenos.

¡Mierda!

Es una viva copia de el.

Del ser que tanto aborrezco en la vida.

¿Cómo puedo aceptarlo cuando su sola presencia me hace sentir torturada?

En ese momento, una de las comisuras de la criatura ojiverde se alzaron, simulando una pequeña sonrisa ladeada, encogiendo mi corazón en el proceso. 

-Has llegado- Ahogue un grito, a medida que me giré con brusquedad  sólo para encontrarme a Liah encarandome, con una mirada que no sabía como identificar. Llevaba un biberón en una mano y un pañal en otra.

Pase por su lado, dirigiéndome a mi habitación sin pronunciar palabra alguna.

Una vez me asegure de cerrar la puerta y me recargue en la madera, dejándome caer hasta sentarme en el frío suelo.

Cerré los ojos, tratanto con gran ímpetu de alejar los pensamientos sombríos de mi mente.

No lograba sacarme de la cabeza ese par de ojos verdosos. El millar de sensaciones contradictorias que ese niño provoca en mi es aterradora.

No se que hacer.

Lo único que se es que necesito paz, un momento así sea efímero, de tranquilidad, libertad para mi alma torturada de tanto sufrimiento.

Consumido en sus llamasKde žijí příběhy. Začni objevovat