CAPÍTULO 4: TÚ, TU EGO Y YO

1.1K 158 95
                                    

Está claro que no pierdo la cabeza porque la tengo pegada al cuerpo. Odio mal gastar el dinero y, sobre todo, si es por un despiste.

Tras amenazar a María con meterle la toalla en la boca sino paraba de reírse, consigo bajar a la zona de comercios para comprarme esa espuma que, al final, sí que me hacía falta.

Juraría que había metido un bote entero en el neceser, pero lo he vaciado entero y no aparece. Y con la humedad de esta isla tengo dos opciones: estar todas las vacaciones pareciendo el Rey León con resaca o gastarme un dinero indecente en un bote nuevo que me constaría menos de la mitad en mi barrio. Pero mis rizos ya están haciendo de las suyas. Así que no tengo más elección que decantarme por la opción número dos.

Mientras espero el ascensor, aprovecho para avisar a mi madre de que hemos llegado sanas y salvas. Un mensaje, dos palabras: «Todo ok». Soy escueta, demasiado quizás. Más tarde la llamaré, pero ahora mismo no tengo la cabeza lo suficientemente despejada para todo lo que conlleva esa conversación. Y al tiempo que escucho cómo llega el ascensor, guardo mi móvil en la mochila junto con mi sentimiento de culpa.

Él está ahí. No me hace falta alzar la cabeza para confirmarlo. Su sola presencia me golpea desestabilizándome de nuevo. «¡Otra vez no!» Apenas me acabo de recuperar del primer asalto.

Mi lívido, ajeno a mis protestas, empieza a saltar como si de una gimnasta se tratase. Y para colmo, noto como el calor sube hasta mis mejillas poniéndolas de color escarlata.

«¡Qué mala suerte la mía! Esto tiene que ser una broma».

Sin querer evitarlo, suelto un sonoro suspiro de hastío. No me importa que vea hasta qué punto me disgusta esta situación, y más si tiene esa sonrisita de superioridad que decorada su asquerosa y perfecta cara.

Me enfado conmigo misma por como reacciono ante él. Y, esta vez, es mucho peor porque solo estamos; él, su ego y yo. Estoy en clara desventaja.

Durante más de un segundo, he barajado la posibilidad de salir huyendo por la puerta de mi izquierda. El letrero "Acceso escaleras" me atrae con su hipnótico parpadeo. Al fin y al cabo, solo son cinco plantas y un poco de ejercicio, después de pasar casi medio día metida en un avión, le vendría muy bien a mi cuerpo atenazado.

«No te engañes, eres una cobarde». Mi conciencia vuelve a dar su opinión sin que yo se la pida. Aunque esta vez se equivoca; el cementerio está lleno de valientes y yo estoy en modo supervivencia.

Pero huir, por muy tentador que sea, deja de ser una opción cuando mi lobito disfrazado de cordero, por segunda vez desde que nos conocemos, aprieta el botón de puertas abiertas esperando que entre en el ascensor.

Me reta con la mirada. Tiene un brillo pícaro que resalta, aún más, el azul océano de sus ojos. Sabe que estoy dudando, su sonrisa ladeada me lo dice. Y ese es justo el empujón que necesito para dejar actuar a mi orgullo, ese que es tan grande o más que su ego.

Entro pisando fuerte en el habitáculo del terror, alias el ascensor, y me coloco lo más alegada que puedo de él. Aguanto la respiración, su aroma tóxicamente adictivo lo invade todo.

Me agarro al pasamano buscando un punto de apoyo, e intentando recodar por qué debo mantenerme alejada de este hombre. Las palabras de mi conversación con María apenas forman oraciones completas en mi cerebro embotado.

Pero al igual que cuando pones la última pieza de un puzzle, todo vuelve a tener sentido, a estar en su sitio, en cuanto mi desconocido decide hablar.

«¡De verdad chico! ¡Estás más guapo calladito!»

—Voy a pensar que me estas siguiendo.

Su postura es relajada, de esas que parecen ensayadas de lo perfectas que son. La típica estampa de hombre atractivo apoyado en la pared de un ascensor con las manos metidas en los bolsillos de sus bermudas color camel. Y todo rodeado de un aire desenfadado y casual.

Pequeña, mírame  #1 CAPÍTULOS DE MUESTRAWhere stories live. Discover now