CAPÍTULO 3: SOLO ES UN HOLOGRAMA

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Ya instaladas en la habitación, aprovecho que María se está duchando para salir a la terraza. Me siento en una de las hamacas color crema y me distraigo siguiendo el vaivén de los telares translúcidos que ondean al son del aire que refresca el ambiente.

«Necesito descansar» Pienso, mientras respiro profundo relajándome por primera vez desde que llegué al hotel. Aunque es más fácil lograrlo, cuando puedes disfrutar de las increíbles vistas de la playa privada del resort.

El movimiento de las olas es hipnótico y ese color cristalino del mar Caribe me recuerda, inevitablemente, al color de ojos de cierto desconocido.

Es instantáneo. En cuanto evoco su imagen, un dulce calor corre por mis venas. Me dejo llevar por ese recuerdo, y vuelvo a disfrutar de todo lo que he sentido en ese ascensor. Aquí y ahora, aprovecho mi soledad para regodearme en esas sensaciones tan embriagantes sin pararme a pensar en sí es correcto o no.

Cierro los ojos imaginando que los rayos de sol que calienta mi cuerpo son las miradas hambrientas que me paralizaban hace apenas media hora.

Su imagen se torna más real. Noto como sus manos se aferran a mis muslos subiendo la falda vaquera que raspa, con su dura tela, mi piel hipersensible. Sus dedos, siguiendo el mismo recorrido, calman la irritación al igual que un bálsamo. Y cuando su palma cubre el contorno de mis caderas, arqueo la espalda pidiendo más.

Mi respiración se acelera imitando el rápido compás que marca mi corazón. Agarro con fuerza la colchoneta de la tumbona sin poder controlar cada espasmo que asola mi cuerpo. Estoy desbocada y  nada ni nadie podrá poner freno a mi erótica imaginación.

 «¡Estas sensaciones son tan desconocidas para mí!»

Todo alcanza un nuevo nivel cuando la brisa marina inunda mis fosas nasales. No percibo su olor húmedo y salado. Solo aprecio esa fragancia tan varonil que cubría su piel. Ese olor especiado que se ha ganado un hueco destacado en mi memoria olfativa.

Hundo mi nariz en su pecho desnudo y dejo que sus carnosos labios obren maravillas en mi cuello. Muerde y lame mi lóbulo alternando placer y dolor a partes iguales, y cuando respira bajito mi nombre, me deshago entre sus brazos.

Es más de lo que puedo soportar. Pierdo el control. Dejo que mis uñas hagan dibujos de lujuria en su espalda obligándole a dejar caer su cuerpo sobre el mío.

«¡Oh, Dios, sí!» Silbo entre dientes al sentirme atrapada por su peso.

Notar cada músculo, cada dureza de su cuerpo encajarse a la perfección con el mío, es más de lo que puedo soportar. Estoy a punto de explotar en mil pedazos y me da igual todo; me da igual que María pueda sorprenderme, o que cualquier otro huésped pueda verme desde la terraza de su habitación.

Lo único que me importa es seguir sintiéndome así; deseada, adorada y, sobre todo, viva.

Un fuerte portazo me sobresalta y todo desaparece de golpe; su cuerpo, sus besos, sus ojos... Solo queda una sensación de pérdida absoluta que me trastoca.

Me incorporo rápido de la hamaca. Estoy desubicada. Y miro a mi alrededor, buscando puntos de referencia que me ayuden a volver a la realidad.

—¡Joder! Tanta pijada no puede ser buena —protesta María mientras se seca el pelo con una toalla—, casi me mato con la mierda esa de mármol del baño. Ten cuidado cuando te duches. Ese suelo es una trampa mortal, resbala con solo mirarlo.

—Eh, vale —me cuesta enfocar a María—. Tengo, me tengo...—Busco alguna escusa plausible para salir de aquí.

Necesito tomar el aire. Calmar mi cuerpo azorado y poner en orden mis pensamientos. «¡Qué narices me acaba de pasar!»

Pequeña, mírame  #1 CAPÍTULOS DE MUESTRAWhere stories live. Discover now