Capítulo XV: Diario olvidado

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El perro estaba ladrando, desesperado

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El perro estaba ladrando, desesperado. Las luces de la casa se encontraban apagadas, las personas en su interior dormían plácidamente en sus camas. El animal, dispuesto a defender su territorio, saltó en su dirección, pero en el momento exacto en que sus colmillos estaban por clavarse en la carne del desconocido, él desapareció.

Su silueta borrosa comenzó a formarse detrás del can y, con un solo movimiento de sus manos, el indefenso animal se reclinó en el suelo, lloraba a causa del sufrimiento. Él no le dio importancia y continuó su corto trayecto hacia el patio trasero de la casa.

Había sido fácil dar con ese lugar. Todo se lo debía a Elma, sin duda. Si ella no hubiera estado tan concentrada la noche anterior en esos pensamientos, él nunca se habría enterado de la existencia de esos archivos. No creía que ellos tuvieran algo verdaderamente valioso, sin embargo, tampoco deseaba arriesgarse a que los niños arruinaran su preciado juego, ya había pasado una vez y no volvería a repetirse.

Por eso se encontraba allí, deambulando por el deprimente patio. Sabía que los diarios del hombre estaban ocultos en el galpón del fondo, Elma había pensado en eso la noche anterior, mas no sabía en qué parte. Sospechaba que la niña ya había revisado por allí y que sabría la ubicación de cada archivo que lo comprometiera. Para su completo fastidio, desde ese lugar no podía acceder a sus sueños nocturnos. Allí no tenía la fuente de energía necesaria.

Debía admitir que el juego con ella era especial, estaba cargado de rencor. La estaba haciendo sufrir todo lo que su tía le había hecho sufrir a él por interrumpir su ritual. Ludovica había sido un problema desde el principio. La primera vez que arruinó su ritual no había sido su culpa y por eso había decidido ser piadoso. Había jugado con ella como si se hubiera tratado de cualquier otra víctima.

Después, la niña se había empecinado en hacerle el juego más difícil, había pasado días sin dormir, también había utilizado unas pastillas que la sumían en un sueño tan profundo que él había sido incapaz de penetrar. Además de que había tenido la fuente de energía equivocada.

Él había tenido que buscar otra forma de acercarse a Ludo para poder torturarla y lo había conseguido por una o dos semanas, hasta que ella descubrió el primero de sus secretos y complicó todas las cosas. Le causaba rabia tan solo recordar como la niña había corrido a contárselo a su amiguito, de la misma forma que lo hacía ahora su sobrina.

Desde entonces, Norman Mayer estaba en su lista negra, pero él aún no recuperaba la energía necesaria como para saltearse su descanso luego de los rituales. Norman, de momento, seguía salvándose de su venganza.

En cambio, Ludovica no. Había regresado a ese pueblo solo por ella, para volver parte de su ritual a sus sobrinas y, en su debido momento, a las niñas que había descubierto hace tan poco. Ninguna de las gemelas de esa familia sobreviviría. Él iba a encargarse de que Ludovica sufriera la pérdida de todo lo que había conseguido por escaparse de sus garras. Luego, también la asesinaría a ella. Algún día su cuerpo iba a formar parte de su larga y poderosa colección.

Dentro del simple y aburrido estudio, comenzó a mover las carpetas con curiosidad. El cifrado de los títulos le pareció estúpido. Cuando terminaba de revisar una caja o carpeta, la arrojaba al suelo como si se tratara de basura, porque la mayoría lo era.

Él conocía muchas de las respuestas que Norman buscaba. Llevaba mucho tiempo en ese mundo y eso le había otorgado un grado un poco superior de conocimientos. En realidad, a él nunca le habían importado las tonterías que Norman tenía anotadas ahí: religión, mitos y leyendas, investigados hasta el cansancio. Todo eso le resultaba irrelevante.

No importaba que tanto investigara el hombre, tampoco si le llegaba a contar a todo el mundo la verdad. Eso era lo que parecía más chistoso del ser humano, aparte de su temor a lo incomprendido o desconocido. Ellos siempre creían lo que querían creer, a pesar de tener las pruebas que demostraban lo contrario justo frente a sus ojos.

—Veo que le tienes mucho cariño a estos papeles, querido Norman. Creo que me voy a cobrar uno de los muchos favores que me debes —murmuró.

Siguió revisando papel por papel hasta que se rindió. No importaba lo que ellos tuvieran de él, nunca sabrían cómo utilizarlo en su contra. Con las manos, barrió lo que había en cada estante hasta que todo su contenido quedó en el suelo.

De esa manera, una pequeña caja fuerte quedó a la vista. Se acercó, él ya podía imaginarse qué había en su interior. Aburrido, comenzó a insertar números al azar e un intento nada serio de adivinar la clave. Se divirtió por varios minutos con sus fracasos, a sabiendas que la contraseña era algo importante para el hombre, y a él eso no le interesaba, así que no tenía ni la menor idea de qué poner.

Cuando el juego de marcar números cualquiera le aburrió, hizo que el contenido de la caja apareciera frente a él, sobre la repisa.

—Me sorprende que esos niños se me hubieran adelantado, lástima que se olvidaron algo tan importante como las investigaciones más recientes del hombre —mencionó a la nada.

Si él no tenía con quién hablar, como con sus víctimas, hablaba solo.

Se sentó sobre la mesa e inició la lectura. Le sorprendió que Norman hubiera descubierto algo como eso y no hubiera actuado hasta el momento. Incluso se alegró de que los niños hubieran olvidado ese diario. Sin él, no tendrían mucho para hacer.

—Debo admitir, Norman, que no esperaba que descubrieras cómo funciona mi ritual, aunque solo lo hayas colocado como una de tus muchas hipótesis —elogió al hombre—. Pero eso no quita que odio que me investiguen —terminó por gruñir.

Dejó caer el diario a un lado del resto de los papeles que bañaban el suelo y salió del cuarto en busca de algo que había dejado en el exterior del galpón. Regresó y bañó al estudio entero con combustible, después simplemente dejó caer un fósforo encendido que hizo estallar en llamas cada objeto del lugar.

Él salió caminando con tranquilidad entre el fuego. Con un pequeño frasco de sangre de su última víctima, escribió en la pared: «Para la próxima vez que pienses en investigarme, Norman. Nos vemos, Él».

Se alejó del lugar y permitió que las alarmas del estudio sonaran. Para cuando Norman, Alex y Elma salieron de la casa, ya no había nadie en el patio.

La policía no tardó en aparecer, al igual que los bomberos. Él los observaba a todos desde la comodidad del interior de la casa, a través del cristal del cuarto de Alex. Se reía ante el dolor plasmado en el rostro del hombre al ver el trabajo de su vida destrozado.

También vigilaba a los niños, que hablaban entre ellos con susurros preocupados. Él sabía que los mocosos habían ocultado los otros diarios. A partir de esa noche, debería vigilar los sueños de Elma con más atención para asegurarse de que Norman no sabía más sobre lo que había plasmado en su último reportaje.

Noche de tormenta (completa)Where stories live. Discover now