Capítulo VIII: Precauciones absurdas

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—¡No digas eso! —exclamó Alex

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—¡No digas eso! —exclamó Alex.

—¡Tú fuiste el primero en decirlo! —replicó Dora.

Y volvían a comenzar. Me masajeé las sienes con las puntas de los dedos. La cabeza me dolía como nunca antes y sus chillidos no ayudaban en nada.

—¡Ya cállense los dos! —estallé.

Primero me enteraba de que en un mes y medio iba a morir y después los dos idiotas comenzaban a discutir al respecto. Mi noche no podía empeorar.

—Lo siento, Ela, creo que el sueño ya comienza a afectarme —se disculpó Alex.

Dora puso los ojos en blanco y susurró algo que no llegué a escuchar.

—No importa, solo... —Me mordí el labio. Ya no sabía qué era lo que les quería decir—, ayúdenme a guardar las cosas, me quiero ir a casa —casi les rogué.

Ellos, en completo silencio, se levantaron de sus lugares y comenzaron a recoger cada uno de los diarios y archivos que habíamos utilizado. Yo guardé los que eran más recientes; Dora los que Alex había buscado a último momento y lo de los años que estaban entre las crónicas y los periódicos que tenía en mi mano; y Alex se llevó las hojas sueltas directo a sus cajones.

—No olviden que tienen que dejar todo acomodado por fecha, no queremos que mis padres se enteren de que estuvimos aquí —aconsejó Pandora.

Y así lo hicimos. Cada diario regresó a su lugar exacto. Al terminar, buscamos las lapiceras y hojas que utilizamos para anotar, acomodamos las sillas, apagamos las luces y salimos del sótano. Una vez arriba, los tres nos detuvimos frente a las computadoras, sin saber qué hacer.

—Guárdense sus anotaciones, yo voy a regresar todo esto a su lugar —dijo la castaña, con los papeles vacíos y las biromes elevados para que los viéramos.

Doblé en cuatro la hoja con mis apuntes y la dejé, junto con la nota de la muerte de Ada, en el bolsillo trasero de mis jeans negros. Alex hizo lo mismo.

—Creo que podríamos averiguar, solo por las dudas, diferentes formas de espantar a un demonio —sugirió el chico.

La idea no me convencía. Después de todo, las muertes ocurrían desde hace más de un siglo, así que, cualquier cosa que los habitantes de Lontford probablemente habían intentado, no había servido. Sin embargo, no se lo mencioné a Alex. Lo conocía demasiado bien como para saber que él no se iba a quedar tranquilo hasta que supiera que yo estaría a salvo. Él necesitaba la certeza de que había hecho todo lo posible para protegerme.

—No creo que perder más horas de sueño nos afecte mucho, total, ya son las... —Miré la pantalla de mi celular— ...dos y media de la mañana.

Había calculado muy mal el tiempo que habíamos pasado mientras leíamos.

—Es muy tarde.

—Ya lo sé, Alex, es lo que acabo de decir —mascullé. Odiaba que repitieran las cosas.

Noche de tormenta (completa)Where stories live. Discover now