Prólogo: La cabaña en el bosque

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Corría en lo profundo del bosque. La inmensidad del paisaje me confundía. El pánico se apoderaba de mí. Tenía la respiración agitada, irregular. Mi ritmo cardíaco iba en ascenso, sentía como el corazón me latía desenfrenado y retumbaba en mi interior. El frío aire nocturno se me estrellaba contra el rostro de una manera en la que se sentía como gruesos látigos que laceraban mi piel.

El temor y la desesperación no me dejaban pensar en nada más allá de lo poco que podía apreciar del terreno. Estaba aterrorizada, de mi cabeza no escapaba el pensamiento de que algo malo iba a sucederme.

De la nada, una intensa luz iluminó mi huida, luego el sonido aturdidor de un trueno me hizo tropezar. Las gotas heladas de lluvia no tardaron en caer. Las nubes negras terminaron de tapar lo poco que quedaba de la luz de la luna. Estaba a ciegas en un lugar completamente desconocido para mí.

Ya no estaba segura de por qué me escapaba, ni de quién, pero mi cabeza me impedía parar, me gritaba que siguiera, porque, si no lo hacía, me atraparía y no habría vuelta atrás. Y, por mucho que intentara acallarla, una voz extraña en mi interior me decía que de esto no había escapatoria, que mis esperanzas eran en vano.

Otro relámpago destelló en el cielo y pude divisar, demasiado tarde, el tronco tumbado ante mí. Tropecé y caí de rodillas sobre las ramas y hojas secas del suelo. Sentía como las manos y las piernas me ardían. De la boca se me escapó un pequeño gemido de dolor.

No se suponía que fuera a pasar esto, la noche debía ser perfecta.

Un ruido a mis espaldas me alertó e intenté ponerme de pie. No obstante, volví a caer por culpa de que uno de mis zapatos se había roto. Desesperada, y con movimientos vergonzosamente torpes, me descalcé y volví a pararme. Un dolor intenso se apoderó de mi pierna, mas no permití que eso me detuviera. Sin importarme las astillas y piedras que se me clavaban en las plantas de los pies, seguí trotando, esta vez mucho más lento.

Las lágrimas no tardaron en acumularse en mi rostro. Y volví a caer. Me raspé la cara con las rocas, la tierra me entró por la nariz y el vestido rojo se rasgó a la altura de mi muslo derecho.

Otro sonido se escuchó a mis espaldas. Pronto, tuve la sensación de que esto se trataba de un juego, uno mortal para mí. Porque lo que me perseguía parecía relajado, nunca se acercaba demasiado, esperaba a que yo cayera para hacer ruido. Se estaba divirtiendo con mi pánico, con el sentimiento indescriptible que me invadía al escuchar sus suaves y delicadas pisadas.

Una vez más, me levanté con todo mi esfuerzo y corrí con la lluvia estrellándose contra mi piel, con la sensación de que miles de pequeñas cuchillas cortaban allí donde el agua me tocaba. Mis latidos eran tan acelerados que ya no era capaz de distinguir el sonido de mi entorno. Los relámpagos seguían guiándome a las profundidades del bosque, donde nada parecía tener color. Me estaba hundiendo en una monocromía vieja y aterradora. Las ramas, delgadas y quebradizas, se estrellaban y se clavaban en mi rostro y brazos. Las piedras del suelo destrozaban mis pies. El olor a sangre se filtraba en mi nariz, pero ya no sabía distinguir de qué parte de mi cuerpo provenía.

Noche de tormenta (completa)Where stories live. Discover now